Tras el calamitoso fracaso del comunismo y las crisis originadas por los excesos socialistas, los enemigos de los valores de la civilización occidental vuelven a cuestionar de nuevo los principios fundacionales y operativos de nuestras sociedades abiertas no atacando de frente, como antaño, nuestro sistema de convivencia social, es decir, los valores morales y el sistema democrático de derecho, sino a través de nuevos, variados y múltiples frentes.
En primer lugar, se cuestionan nuestros mejores logros. Vivimos un auténtico apogeo de logros humanos y sociales: esperanza y calidad de vida, acceso a la información, a la educación, a la salud, crecimiento sin par de la población y al tiempo de la riqueza personal, exterminación de la pobreza, igualdad de oportunidades, etc. Frente a los contundentes argumentos empíricos que sostienen que vivimos el mejor mundo que haya existido nunca gracias a los valores de nuestra civilización occidental, nuestros enemigos se inventan falsas desigualdades amén de ignorar el enorme caudal de logros que no cesa de crecer.
Frente al imperio de la ley y la limitación del poder del Estado democrático, los actuales antisistema defienden una democracia ajena a la ley
En segundo lugar, se subvierte el Estado de Derecho. Frente al imperio de la ley y la limitación del poder del Estado democrático, los actuales antisistema –con los populistas y los nacionalistas al frente– defienden una democracia ajena a la ley para cursar sus más disparatadas ensoñaciones sin respeto alguno por la libertad individual que resultaría aplastada por sus delirios totalitarios si alcanzaran el poder.
En tercer lugar, se niegan las tradiciones. Los padres escolásticos de la Universidad de Salamanca descubrieron que las instituciones espontáneas, las nacidas y desarrolladas libremente con éxito por la sociedad civil, son cruciales para comprender los mejores logros de la historia humana: el lenguaje, la familia, el derecho, el mercado, la división del trabajo, el dinero, la ciudad, la democracia, el Estado, etc.
A tales instituciones cabría añadir muchas otras; desde los entierros y funerales hasta las procesiones, los bailes, las romerías, las fiestas populares, los toros, etc., todas ellas fruto de la tradición, que al decir de C.K. Chesterton “no es otra cosa que la democracia extendida en el tiempo”. A los populistas les fascina prohibir las libres tradiciones, imponer sus lenguas y sustituir la democracia histórica naturalmente manifestada por sus enfermas ensoñaciones.
En cuarto lugar, se atacan los símbolos del progreso de Occidente. El automóvil es el símbolo mas elocuente de la libertad y del progreso material de Occidente y, junto con las autopistas, una de las más grandes expresiones de la libertad humana. Ambos están típicamente condenados por el populismo de moda que, cuando puede, pone todo tipo de obstáculos a su expansión, con gratuitas escusas y planteamientos ridículamente “rouseaunianos” a favor de las bicicletas que prácticamente nadie usa, ¡mientras no estemos obligados a ello!
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