Archivo por días: septiembre 4, 2010

METALES Y MINERALES DE OTROS MUNDOS

Es difícil rastrear los restos que existen en la Tierra de metales supuestamente procedentes de otros ámbitos no terrestres o cuya composición química no está determinada por los científicos. Y es difícil porque hay pocos y además están teñidos de leyendas. Pero, por sorprendente que parezca, quedan algunos testimonios materiales que a veces nos dejan perplejos, tanto si nos remitimos a épocas pretéritas como a las actuales. Y no hablamos de la “piedra de Marte” de Alberto Sanmartin que encontró en 1954 en la Ciudad Universitaria de Madrid y que el diario El Alcázar tituló como: “Los marcianos han colocado su primera piedra en Madrid”. Hay materiales, minerales, sustancias y metales de los que se han hecho estudios y cuyos informes determinan que algo raro hay en su estructura interna.

«La piedra de Marte».

El oricalco atlante

El oricalco atlante es uno de esos metales. Lo malo es que no nos quedan muestras. La más completa referencia a la Atlántida que existe en la antigüedad aparece recogida en los Diálogos de Timeo y Critias de Platón, bajo la forma de una serie de acontecimientos comunicados al ateniense Solón por los sacerdotes griegos de Sais. En el segundo Diálogo, llamado Critias o La Atlántida, se hace una alusión a un material que hoy ha desaparecido totalmente, el oricalco, del que podemos sacar dos conclusiones: que no era oro y que tan sólo se extraía de aquella mítica isla. Se lee textualmente en el Critias que: Era extraído de la tierra en diversos lugares de la isla; era, luego del oro, el más precioso de los metales que existían en aquel tiempo.

Todas las obras de la legendaria Atlántida (puentes, palacios, monedas) se construían con materiales exclusivos procedentes de la isla. Se usaba principalmente piedras de color blanco, negro y rojo. Recubrieron de estaño fundido el recinto interior del muro y el que rodeaba a la misma Acrópolis: lo cubrieron de oricalco, que tenía reflejos de fuego. El interior del santuario mismo de Poseidón estaba cubierto de marfil y adornado en todas partes de oro, plata y de ese extraño metal. «Todo lo demás, los muros, las columnas y el pavimento, lo adornaron con oricalco».

Orichalcum: El metal más valioso para los Atlantes

¿Se ha encontrado alguna pieza con este material? Si hemos de creer al increíble Paul Schliemann, nieto del descubridor de Troya, su abuelo encontró auténticas piezas de oricalco a las que sometió a un examen químico y microscópico él mismo. Escribió un artículo titulado «Cómo descubrí la Atlántida, fuente de toda civilización» en el que describe objetos presuntamente heredados del abuelo, como un ánfora con cabeza de búho,  algunos documentos y monedas cuadradas de oricalco. El metal desconocido estaba compuesto de platino, aluminio y cobre, aleación que no se encuentra entre los vestigios del pasado. Ni que decir tiene que el ánfora y las monedas nunca fueron mostradas a los arqueólogos ni al público. Todo un listillo.

Pero hay un caso más actual y con la misma verosimilitud del anterior. Robert Charroux es quien nos cuenta, en El libro de los dueños del mundo (1967), que conoció a un arqueólogo -Christos Mavrothalassitis- el cual le confesó haber encontrado monedas oricálquicas en la isla de Djerba, en Túnez, en 1947. Descubrió unas tumbas con objetos de alfarería y «monedas blancas de metal desconocido» que, según él, pertenecían a una necrópolis atlante en Tripolitania. Estas piezas inoxidables y únicas, constituyen auténticos documentos históricos grabados que, según Mavrothalassitis, representaban escenas de la vida de los atlantes. En ellas aparecen imágenes de caballos, bridas y… ¡artefactos idénticos a nuestros cohetes espaciales! Demasiado bonito para ser real. En la actualidad dice que se encuentran custodiadas en un Banco de Marsella. A saber.

Moneda hecha del presunto metal Oricalco

Piedras que emiten luz

En relación con esta mineralogía desconocida hay que situar también las piedras que, según la tradición y algunos exploradores, dicen haber visto emitiendo una intensa luz perenne. En el viaje que hizo Apolonio de Tiana por la región transhimaláyica en el siglo I d.C., tanto él como su guía Damis pudieron admirar pozos que proyectaban rayos de una brillante luz azulada, así como las piedras fosforescentes que irradiaban tal claridad «que la noche se trocaba día». Piedras similares, consideradas como milagrosas y procedentes de otros mundos, fueron vistas en el Tibet por el padre Huc en el siglo XIX y descritas en sus Recuerdos de un viaje por la China.

El griego Luciano (180-120 d.C.) menciona maravillas admiradas por él en el curso de un viaje a Hierápolis, en la Siria septentrional. Allí le mostraron una alhaja engarzada en una cabeza de oro de la diosa Hera de la cual «emanaba una gran luz» y tan impresionado debió quedar que, no sin cierta exageración, escribió: «el templo resplandecía como si hubiese estado iluminado por una miríada de cirios». Aunque insistió, los sacerdotes se negaron a revelarle el secreto de este prodigio.

Los misterios del templo de Hadad o de Júpiter en Baabelk están ligados a estas misteriosas piedras luminosas. La existencia de tales materiales que proporcionaban, en la antigüedad, la luz en las horas nocturnas no puede ser puesta en duda por haber sido descritas por numerosos autores clásicos. Posiblemente estarían relacionadas con las míticas «lámparas perpetuas» que iluminaban diversos templos egipcios, tibetanos y romanos durante años sin consumirse.

Los habitantes de las islas de Torres Strait (Vanuatu, Nuevas Hébridas), en el Océano Pacífico, se decían poseedores de los buia, o sea, de piedras redondas que proyectaban una luz penetrante de la que brotaba una luminosidad azul verdosa que no dejaba de asombrar a los conquistadores blancos.  Ahora bien, para sorprendente lo relatado por los comerciantes de Nueva Guinea que descubrieron a mediados del siglo XX un valle en la selva, próximo al monte Wilhelmina, poblado por mujeres amazonas. Con gran sorpresa vieron unas grandes piedras redondas, con un diámetro de 3,5 metros, puestas sobre columnas que radiaban una luz semejante a la del neón.

Chintamani

He hecho referencia a Apolonio y su viaje al extremo oriente, aunque no tenemos que remontarnos a tan lejanas fechas para encontrar experiencias similares, incluso en el siglo XX. Cuando Nicolás Roerich viajó hasta el Tibet también él vio resplandores y columnas de luz en plena noche. Al preguntar qué era aquello, algunos lamas le respondieron que se trataba de los «rayos luminosos que emite la Torre de Shambhala» y le dijeron que procedían de una piedra colocada en la torre que brillaba como el diamante. En sánscrito lleva el nombre de Chintamani.

En el Tibet creen que durante el reinado de Tho-tho ri, en el 331 d.C., cayó de los cielos un cofre en el que había cuatro objetos sagrados, entre ellos esta prodigiosa piedra. Le aseguraron a Roerich que la materia de la que está compuesta proviene de otro planeta, uno de los que orbitan en la constelación de Can Mayor, probablemente de la estrella Sirio. La mayor parte de la piedra se conservaría en la Torre de Shambala, mientras que pequeños fragmentos de la misma han sido repartidos a ciertos puntos del planeta. La tradición oculta de Asia nos dice que muchos reyes y jefes poseyeron esta piedra mágica en épocas históricas: Tazlavu, emperador de la Atlántida, Akbar, en la India, y Salomón, en Judea, son citados en la lista de los poseedores temporales de tan excepcional pedrusco.

El cetro que cayó de los cielos

A veces hay que fijarse en determinados símbolos de la tradición religiosa porque su historia encierra un enigma. Los libros budistas del Tibet explican que uno de sus símbolos más queridos y emblemáticos, el Dordie o Dorje (el «bastón o varita del porvenir»), cayó milagrosamente del cielo en Lhassa, cerca del monasterio de Sera. Este cetro, de apariencia metálica, se halla bajo la custodia del Dalai Lama, que tiene el título de «Portador Dorje» y «poseedor del Rayo», ya que se atribuye a este artefacto el poder de dominar el fuego. Aparte el bastón original, existen numerosas réplicas hechas en plata.

Andrew Thomas, en su libro Shambala, refiere que durante un tiempo vivió en una ciudad en la que se decía que otro Dorje había caído también del cielo. Se llama Dordieeling, el «lugar del Dordie». Se han visto brillantes luces parecidas a las de los tubos de neón o pequeños resplandores brotar del Dorje en manos de los grandes lamas en el curso de ceremonias sagradas o de iniciaciones. Aunque las dos bolas o botones de loto que llevan en sus extremidades sugieren los polos positivo y negativo, el Dorje no parece de naturaleza eléctrica. En la mayor parte de las lamaserías tibetanas se encuentran copias del original en plata, bronce y hierro. Thomas se pregunta: ¿no será un instrumento científico dejado por antiguos astronautas?

Un metal de dureza 500

Hasta hoy, la dureza de los minerales se establece según la escala de Mohs, que va de 1 (el talco) al 10 (el diamante). Por encima de la dureza 10 no se conoce ningún material en el planeta Tierra, salvo la vidia o diamante sintético, cuyo nivel de dureza sería 11. Pero, ¿y dentro de nuestro Sistema Solar? O mejor aún, ¿y fuera de nuestra galaxia?… Al parecer, sí.

Según el lingüista norteamericano Robert K. Temple, autor de El misterio de Sirio: «Al cabo de siete años de trabajo, los resultados me han llevado a demostrar que la información que poseen los dogones tiene realmente más de cinco mil años de antigüedad y la poseían ya los egipcios antiguos en los tiempos predinásticos de antes del año 3.200 a.C.» Las leyendas dogón hablan de una extraña «arca de luz” que vino del cielo y de ella salieron unos seres mitad pez, mitad hombre, llamados nommos o «instructores». Decían venir de una estrella llamada Po Tolo, transmitiendo a los humanos una serie de conocimientos astronómicos que no estaban al alcance ni siquiera de los más reputados sabios. Una de estas informaciones sería la existencia del sagala, metal un poco más brillante que el hierro y tan pesado «que todos los seres de la tierra juntos no podrían levantarlo», según afirman las tradiciones del pueblo dogón (que hoy viven en los montes Hombori y en la meseta de Bandiagara, en la actual República de Mali). De sagala estaría compuesto la estrella «Po Tolo» (conocida por la astronomía oficial como Sirio B, una enana blanca extraordinariamente pesada), compañera de Sirio A.

Dogones con sus tipicas máscaras.

El antropólogo francés Marcel Griaule

 

Según la información recogida por el antropólogo francés Marcel Griaule, sus informes verbales contaban que en ese sistema estelar había una estrella de gran magnitud llamada Digitaria (Sirio A) y que Po Tolo rotaba al rededor de Digitaria en un tiempo de 50 años. También decían que una simple cucharada de la estrella Po Tolo pesaba más que todo nuestro planeta. Los dogón conocían exactamente el sistema estelar binario de Sirio, cuando este se descubrió por primera vez en el año 1824 y se pudo observar en 1864 con un telescopio. Por otro lado, en 1972, se comprobó que en efecto, la estrella Sirio B, tiene un periodo de 50 años alrededor de Sirio A. Y para mayor asombro se pudo analizar, mediante un sistema espectral, la densidad que tendría la estrella Sirio B, dando casualmente una «dureza 500».

Por tanto, sería un material de dureza 500 (en una hipotética escala de Mohs que llegara hasta esta magnitud) que pudo servir, según algunos modernos y atrevidos investigadores, para tallar y pulir piedras como el coridón (dureza 9), la diorita o la andesita en el antiguo Egipto. Para el físico argentino José Álvarez López, el análisis del torno con que los antiguos egipcios tallaban la diorita confirma la necesidad de una punta de diamante y de un avance de la herramienta por engranajes. Esto trae como consecuencia, según él, que debieron tener tornos impulsados por motores eléctricos y que los taladros para piedras, para alcanzar su grado de penetración, deberían tener una dureza muy superior a 10.

El Shamir

¿Esta tecnología existió alguna vez, desapareció de repente o pudieron tenerla otras culturas? Ardua cuestión. Al parecer -y sólo al parecer- una máquina similar la poseyeron los judíos de la época de Salomón (siglo X a.C.). Pruebas no hay ninguna, normal, aunque sí leyendas que aseguran que este rey obligó al demonio Asmodeo a trabajar en la edificación del Templo y lo terminó sin usar nunca martillos ni otros instrumentos de hierro, «utilizando tan sólo cierta piedra que cortaba las otras piedras como el diamante el vidrio».

 

Templo de Salomón.

Curioso comentario que nos deja in albis, a no ser que…

Si consultamos en las fuentes talmúdicas-midrásicas se puede leer que Moisés había dicho a los israelitas que no «utilizasen ninguna herramienta de hierro en la construcción de lugares santos» (El Deuteronomio, 27-5 dice: Alzarás allí un altar a Yavé, un altar de piedras que no hayan sido trabajadas por el hierro). Salomón ordenó que no se usaran mazos, hachas o cinceles para cortar o labrar los grandes bloques de piedra con que fueron construidos los muros exteriores y el patio del Templo. En lugar de ello, proporcionó a los albañiles un útil que databa de la época de Moisés. Se conocía a esta herramienta con el nombre de Shamir y podía cortar los materiales más duros sin fricción ni calor.

El Shamir también era llamado «la piedra que parte rocas». Louis Ginzberg, en «The legens of the Jews», (1909) escribe:

No puede ser guardado en una vasija de hierro ni de ningún otro metal: haría pedazos un receptáculo así. Se conserva envuelto en un paño de lana, colocado a su vez en una cesta de plomo llena de salvado de cebada… Con la destrucción del templo, el Shamir desapareció.

El Shamir también tenía la «notable propiedad de cortar los diamantes más duros» y además no hacía el menor ruido mientras era utilizado. No sólo estamos hablando de tecnologías avanzadas, sino de extraños materiales con los que debieron fabricar estos instrumentos, cuya dureza era muy superior al diamante.

Las tradiciones masónicas aseguran que las dos columnas principales del Templo de Salomón, llamadas Jaquin y Boaz, estaban huecas y dentro de ellas se guardaron antiguos documentos referentes al pasado del pueblo judío, así como el secreto del Shamir mágico y la historia de sus fabulosas propiedades. Su búsqueda y captura sería tan importante y trascendental como encontrar el Arca de la Alianza o la Mesa de Salomón, tres artefactos tecnológicos que, por cierto, proceden de la misma época.

Lo que dejan las naves extraterrestres

Cuando se habla de esta clase de extraños materiales, a algunos investigadores les viene a la cabeza la idea de que tal vez no provengan de la Tierra.

Abbiate Guazzone es un arrabal de la pequeña ciudad de Tradate, a unos kilómetros de Varese (Lombardía), que en abril de 1950 fue escenario de uno de los fenómenos ufológicos más célebres ocurridos en Italia. El caso reviste un interés considerable puesto que presenta la rara característica de haber dejado unas pruebas tangibles: los fragmentos de un metal misterioso. En aquella época, el testigo del OVNI y sus tripulantes, el obrero Bruno Facchini, había remitido uno de los fragmentos al comandante Renato Vesco, que había ido a verlo para hacer unas preguntas sobre el fenómeno sin obtener ninguna respuesta. Remitió otros fragmentos a un instituto de investigaciones para el estudio de los metales en Novara (Piamonte) y sólo le dijeron que se trataba de un metal antifricción. El metal en cuestión tiene la apariencia del hierro corriente, pero es inoxidable, no magnetizable y mal conductor del calor.

 

Sello conmemorativo de la explosión de Tunguska de 1.908, donde aparece Leonid Kulik, el primer cinetífico que investigó el extraño suceso.

No fue hasta el año 1.927, que la Academia de Ciencias de Rusia envió una expedición al mando de Leonid Kulik, secretario del Comité Investigador de Meteoritos, a petición del propio Kulik, dado el total y absoluto desinterés que el gobierno de Rusia mostró por el suceso, quien con un rudimentario equipo de investigación partió a la zona del siniestro.

Tanto en el 2008 como en el 2009 aparecen noticias en la prensa relacionadas con el doctor Yuri Labvin, presidente de la fundación estatal siberiana “Fenómeno Espacial Tunguska” que intenta dar una explicación a lo que ocurrió el 30 de junio de 1908. Ha dicho más de una vez que los extraterrestres salvaron en aquella ocasión a los humanos al asegurar que un ovni kamikaze se estrelló deliberadamente contra un meteorito o cometa para evitar que éste impactara contra la Tierra. Aún así, la catástrofe fue considerable (arrasó unos 2.200 kilómetros cuadrados de la taiga siberiana), pero mucho menor de lo que se avecinaba. Labvin ofrece como prueba diez cristales de cuarzo con unas cavidades que encajan y hacen que se puedan conectar unos con otros formando una especie de cadena, con extraños grabados e inscripciones, hallados todos ellos durante una expedición cerca del poblado de Vanavara, a 65 kilómetros de donde se produjo la explosión.

Para Labvin, no existe una tecnología que pueda imprimir o grabar tales dibujos en un cristal así, y dice también haber encontrado silicato de hierro:“que no puede ser producido en ningún lugar, excepto en el espacio”. Para él no hay duda de que serían restos de la nave extraterrestre que se autoinmoló contra el cometa.