Son pocos los que han oído hablar del príncipe Yuri Lubovedsky, tutor del místico Gurdjieff y recopilador incansable de datos sobre eventos anómalos y paranormales. Entre sus intereses particulares figuraba la investigación del Diluvio y del mundo antediluviano, una curiosidad que le llevó a visitar monasterios budistas en los lugares más recónditos del Asia central. Lubodevsky logró transmitir su pasión por estos temas a su famoso discípulo y durante los muchos viajes realizados por Gurdjieff le tocó coincidir con un enigmático monje armenio que le mostró un mapa único y totalmente desconocido al resto de la humanidad: un mapa que mostraba el aspecto que guardaba Egipto “antes de las arenas”. El esotérico ruso supuso que de no tratarse de un fraude, el documento tenía que ser necesariamente anterior al reinado de Narmer(Menes), el primer faraón del que tenemos conocimiento. En 1982, una de las misiones fotográficas realizada por el trasbordador espacial Columbia sobre el continente africano, usando la entonces novedosa tecnología de la fotografía mediante radar, sacó a la luz imágenes que revelaban la existencia de ríos desconocidos por el hombre, cuerpos de agua que iban a dar a un antiguo “mar interior” del tamaño del actual Mar Caspio, entre diez mil y quince mil años antes de Cristo. ¿Sería este mapa un legado de la civilización que, en los escritos de Graham Hancock y Robert Bauval, erigió la Esfinge milenos antes del nacimiento de la civilización egipcia? ¿Dónde obtuvo ese mapa Gurdjieff?
¿Cuándo descubriremos antiguas ciudades como Wasukanni, la capital del reino de los mitanni, Kussara, Nessa o Arzawa? Kussara (Kuššara) o Kushara, fue una ciudad, de cultura hitita, situada en el sureste de Anatolia. Alcanzó importancia durante el siglo XVII a. C., cuando Pittkhana y su hijo Anitta, fundadores la monarquía hitita, partiendo de Kussara, se convirtieron en los señores de gran parte de Anatolia. Para ello, Pittkhana y Anitta conquistaron la importante ciudad de Nesa y la convirtieron en su capital, para desde ahí destruir numerosos principados enemigos, entre los que destacaba el de Hattusa. Hasta tiempos de Hattusil I (segunda mitad del siglo XVI a. C.), los reyes hititas mantuvieron Kussara como uno de sus centros de poder – el propio Hattusil I se hacía llamar el hombre de Kussara. Tras el traslado de la capital hitita a Hattusa, Kussara comenzó a declinar. Akhal Tekke fue el nombre que llevó entre 1882 y 1890 un distrito (uedz) de la provincia rusa de Transcaspia. El nombre Akhal se da a los oasis de la vertiente norte del Kopet Dagh y del Küren Dagh. Tekke es un nombre tribal de los turcomanos. En las colinas del Kopet-Dag, cerca de Ashgabat, se encuentran los restos arqueológicos de civilización parta de la ciudad de Nisa, Nessa o Nusaý. Arzawa (forma antiguaArzawiya) era un reino y una región de Anatolia occidental del II milenio a. C. Es un término hitita para referirse a una región no muy bien definida de Anatolia occidental, y, a veces, por extensión, se usa también para referirse a la alianza de los reinos de la región (el mayor de los cuales se suele llamar Arzawa Menor). De la cultura de Arzawa poco se sabe, excepto que la lengua de la corte era el luvita, emparentado con el hitita.
El azadón del arqueólogo, sin embargo, se hunde sólo en lugares para los que ha obtenido los fondos necesarios para realizar sus excavaciones, o en donde lo permitan las condiciones políticas imperantes. La exploración de un sinnúmero de sitios de interés histórico, por consiguiente, corresponderá a generaciones futuras que tal vez logren hacerlo con medios más adelantados en lo técnico de lo que existe actualmente. Pero cabe preguntarse cuál será la suerte de aquellos sitios cuyo hallazgo podría suponer un verdadero desastre para la elite académica mundial. En un artículo titulado “Ciudades Perdidas” y publicado en Arcana Mundi , se hace mención a la ciudad perdida de los Hsiung-Nu en el desierto del Gobi y la controversia sobre sus orígenes. Estas remotas ruinas se encuentran en la cuenca del lago seco Lop Nor, utilizado por China para sus pruebas termonucleares. Resulta inverosímil que ningún arqueólogo se interese por estudiar este paraje, suponiendo que lo permitiese el gobierno chino. Sin embargo, al norte del Gobi se nos presenta otro misterio, esta vez en las estepas de Siberia. Para las tribus nómadas que vivían en esta enorme extensión territorial, no era Siberia sinokanun kotan, la tierra de los dioses malignos. La casi impenetrable foresta, el frío capaz de quebrar el hierro y convertir la madera en piedra, y las piezas de basalto con formas extrañas causaban el terror entre los nómadas. Los nómadas temían su tierra en vez de amarla, pues bajo las profundidades de esta región se creía que vivía Erlik Khan, el dios de la oscuridad eterna y de la frialdad, en guerra constante con la única deidad benévola, el cielo azul.
Rumores de estas lejanas y sobrecogedoras tierras llegaron a los oídos de las culturas mediterráneas y semíticas, que no dudaron en identificarlas con los reinos apocalípticos de Gog y Magog, circulando la leyenda de que Alejandro Magno había edificado una gran muralla para defender al mundo contra las hordas de salvajes al otro lado. Algún cataclismo habría producido un desplome que permitió la salida de estas huestes, dislocando los imperios occidentales. A finales del siglo XIX, mientras que Ignatius Donnelly revolucionaba su época con el libro Atlantis: The Antiluvian Mystery, otro escritor, James Churchward, coronel del ejército británico, hacía lo mismo para otro continente perdido bajo las aguas del Pacífico con su libro The Continent of Musobre la sumergida Lemuria o Mu. En 1868 Churchward se encontraba en la India brindando ayuda humanitaria debido a la gran hambruna que asolaba el continente. Entonces pudo ver un bajorrelieve sumamente interesante en un templo y, al preguntar a los monjes acerca de su significado, se le informó que se trataba de la obra de dos “santos naacales” que en eras pasadas habían venido desde la desaparecida Lemuria para establecer colonias en el subcontinente. Fascinado por esto, Churchward emprendió una serie de viajes por distintas partes del mundo para descubrir las colonias establecidas por los sobrevivientes del continente sumergido. Uno de estos lugares se hallaba en Siberia, identificando este emplazamiento como la “ciudad capital” del imperio de los uigures, la legendaria Khara-Khoto. Estos uigures no guardaban relación alguna con los uigures actuales, ya que estos eventos habrían ocurrido hace unos dieciocho mil años. Este supuesto imperio, cuya existencia no figura entre nuestros conocimientos de la historia, mantuvo relaciones con el “imperio de los naga” en la India y la lejana Mu hasta que el hundimiento de Lemuria causó un maremoto de dimensiones incalculables que anegó media Siberia y la porción occidental de la península de Alaska, convirtiendo al Pacífico y el Océano Ártico por algún tiempo en un solo mar.
Desde hace décadas, los pilotos rusos afirman haber visto ruinas de ciudades en estas partes deshabitadas de nuestro planeta, fotografiando algunas de ellas. Las tribus mongolas tienen leyendas de ciudades antiquísimas, cuyos restos quedan a la vista del hombre después de enormes tormentas de arena, y que desaparecen después de la siguiente tormenta. Muchas de estas tradiciones llegaron a occidente de la mano del gran místico Gurdjieff, quien en 1898 se entregó a la búsqueda de una de estas legendarias urbes del “imperio uigur” en el oasis deKeriyan, hasta que uno de los miembros de su expedición tuvo una muerte extraña y el místico decidió regresar a su punto de partida. Los antropólogos y arqueólogos que han explorado Mongolia y las regiones siberianas tienen conocimiento de las estelas y menhires, algunas de ellas en pie, otras derribadas por el paso del tiempo, y de las extrañas estatuas femeninas (babas) colocadas sobre los túmulos. Pero un libro impreso en Inglaterra en 1876 contiene un grabado de lo que seguramente serían los megalitos más grandes conocidos por el hombre. Dicho texto,The Early Dawn of Civilization, (Howard, John Eliot. Victoria Institute Journal of the Transactions, 1876) presenta al lector un conjunto de cinco enormes megalitos casi tan altos como un edificio moderno de diez plantas, penetrando doce pies bajo tierra. Con un peso estimado de casi cuatro mil toneladas, serían casi diez veces más pesadas que el monolito de Er Grah en Bretaña, y doble el tamaño del la famosa plataforma de Baalbek, que sigue en su cantera. El nombre dado a este conjunto pétreo es “las tumbas de los genios” y supuestamente se hallaba en el valle del rio Kora. Los megalitos parecen más bien obeliscos, y no hay manera de explicar la forma en que estructuras de tal envergadura fueron levantadas ni el propósito que podrían servir. ¿Tal vez el imperio uigur de James Churchward, autor delContinente perdido de Mu?
Así lo describe el explorador inglés Thomas Witlam Atkinson en su obra “The Upper and Lower Namoor”: “Habiendo viajado varias millas, llegué a la parte del valle en donde el Kora tuerce hacia los desfiladeros del norte, dejando un espacio de 200 yardas de ancho entre la base de las rocas y el rio. Al acercarme a este lugar, casi llegué a creer que enfrentaba la obra de los gigantes, pues ante mí se erguían cinco enormes piedras, aisladas, y en posición vertical. A primera vista tuve la idea que su trazado no era accidental, y que algún ingenio superior las había dispuesto, ya que el conjunto trinaba perfectamente con su entorno. Uno de estos bloques hubiera servido como la torre de cualquier iglesia, teniendo una altura de 76 pies sobre el suelo, y midiendo 24 pies de un lado y 19 pies por el otro. Se encontraba a 73 pasos de la base de los acantilados, con una desviación perpendicular de 8 pies, inclinándose hacia el río. Los restantes cuatro bloques tenían una altura que variaba entre 45 y 50 pies de alto. Dos de ellos se mantenían erectos y los demás [inclinados] en direcciones distintas, con uno de ellos casi al borde de perder su equilibrio […]. No lejos de estas piedras había un amontonamiento de piedras de cuarzo que formaban un domo con 42 pies de diámetro y 28 pies de alto. Hallar semejante túmulo en este valle me sorprendió mucho, ya que no podía tratarse de un sepulcro de un jefe actual, sino algo tan antiguo como los que se hallan en las estepas. Mis compañeros kirguies contemplaban el sitio con temor…uno de ellos me ofreció la siguiente tradición: “El valle de Kora estuvo ocupado en su momento por varios genios poderosos que guerreaban contra otros de su género en distintas regiones del Tarbagatai, el Barluc y el Gobi. Frecuentemente asolaban a las naciones o tribus al norte…. Su osadía y crueldad llegó a tal extremo que fue necesario invocar a Shaitan para ayudar a destruirlos…repentinamente una nube de humo y vapor se elevó hacia el cielo; relámpagos rojos emanaron de la nube, y los truenos se hicieron eco en todos los picos y valles. La “artillería del infierno” lanzó rocas al rojo vivo, causando la destrucción mortal de las legiones del Kora. Los genios reconocieron el poderío de las tinieblas, y sintieron pánico…las legiones, con Shaitan en la vanguardia, lanzaron vastas rocas desde los precipicios, aplastando y sepultando a los genios. Después de este terrible evento, el valle de Kora quedó sellado por siglos, pero la tradición fue transmitida de padre a hijo”.
Sin embargo, las oscuras leyendas siberianas sugieren que este olvidado imperio dejó tras de sí hace milenios objetos que son capaces de causar grandes daños y muerte, aún en nuestra época. En el 2004, los misterios del “desierto verde” de Siberia salieron a colación de nuevo gracias a un curioso trabajo realizado por el Dr. Valery Uvarov de la Academia de Seguridad Nacional en San Petersburgo, Rusia. Según este estudioso, los habitantes de la actual región de Yakutia conservan una extrañísima tradición sobre “el valle de la muerte“, uliuiu cherkechekh, en su lengua, situado en la cuenca del río Viliuy. Esta región boreal consiste en pantanos interminables y mayormente intransitables a pesar de haber sido parte de una primitiva ruta comercial que llegaba hasta las costas del helado mar de Laptev. La región se caracterizaba por la existencia de un extraño punto geográfico denominado Khledyu, “la casa de hierro”, en el idioma local. Esta estructura claramente artificial consistía en un arco con escalera espiral que acababa en cámaras aparentemente hechas de metal. Los cazadores locales hacían uso de estructura durante sus monterías, ya que parecía estar dotado de un calor natural. Muchos de ellos comenzaron a enfermarse después de haber pernoctado en Khledyu, y el lugar adquirió fama de ser un sitio maldito “al que no se acercaban las bestias“. Siempre según Uvarov, los geólogos rusos que se abrieron paso en Siberia dieron con lugares extraños. Uno de ellos, al mando de una cuadrilla de nativos, encontró una estructura metálica en 1936 – una especie de hemisferio que los yakutes consideraban “un caldero“. Más de 50 años después se hizo una expedición con el fin de localizarla nuevamente y someterla a estudio, pero fue imposible hallarla. El estudioso cita su correspondencia con Mikhail Koretsky, oriundo de Vladivostok, quien afirma haber visto siete “calderos” parecidos, con diámetros que oscilaban entre siete y nueve metros, a lo largo de las aguas del Viliuy, donde era posible hallar placeres de oro.
Los calderos “estaban hechos de alguna especie de metal extraño…el metal no puede ser cortado ni martillado. Están cubiertos de una capa de metal extraño que no es oxidación y que tampoco puede astillarse ni cortarse,” escribe Koretsky, agregando el detalle de que la vegetación en torno a los “calderos” es sumamente escasa. Seis personas pudieron dormir cómodamente bajo uno de los misterioso “calderos” aunque meses después algunos sufrieron pérdidas de cabello y otros descubrieron marcas extrañas en el cuero cabelludo. En 1971, los investigadores Gutenev y Mikhailovsky entrevistaron a un anciano cazador de la tribu evenk que les relató la existencia de unos túmulos extraños en la región de Niugun Bootur. Estos sepelios de una época desconocida contenían los restos de los kheligur, la “gente de hierro”, ya que contenían los restos de “criaturas delgadas, negras y de un solo ojo, vestidas en trajes de hierro”. Uvarov comenta que estas estructuras posiblemente radiactivas, a juzgar por su propiedades de hacer enfermar a los que las frecuentan, están relacionadas de algún modo con los llamados otoamokh, o agujeros en la tierra, que son pozos de los que supuestamente emanan aterradores bólidos que estallan justo al hacer contacto con la superficie, causando una destrucción comparable con la de Tunguska en 1908, a juzgar por las descripciones de losyakutes. Las leyendas de las tribus tungus sugieren una especie de periodicidad de 600 -700 años para cada irrupción de los bólidos a la superficie. Las tradiciones, curiosamente, han asignado un nombre a cada detonación. Una de ellas, la antes mencionada en Niugun Bootur, estalló sobre una tribu enemiga de los tungus, que la consideraron de buen augurio. Siglos después, otra explosión afectaría a todas las tribus por igual, afectando un radio de más de mil kilómetros y causando una mortandad nunca antes vista entre las culturas que habitaban la bien llamada “tierra de los dioses malignos“. Esta segunda destrucción recibió el nombre del kiun erbiie — “el resplandeciente heraldo del aire“. Con todo esto, Uvarov quiere proponer la existencia de un primitivo sistema de defensa planetario creado por una civilización antediluviana para proteger a nuestro mundo contra impactos de meteoritos, por difícil que pueda resultar creer en semejante situación.
El hecho es que antes del impacto o la explosión de Tunguska, las tribus nómadas organizaron una gran reunión en la que los chamanes advirtieron que nadie debería estar en la zona: “Los primeros en tomar conocimiento sobre la calamidad que se avecinaba”, escribe Uvarov, “fueron los chamanes de las tribus locales. Dos meses antes de la explosión, se corrió la voz acerca del inminente “fin del mundo” de un lado de la taiga al otro. Los chamanes advertían a los suyos del cataclismo, y la gente comenzó a trasladar su rebaños desde el alto río Podkamennaya Tunguska al Nizhinaya Tunguska y más lejos aún, hacia la cuenca del río Lena. El éxodo de [la tribu] evenk se produjo justo después de una reunión (suglan) de los clanes nómadas durante el mes de teliat (mayo). Los ancestros declararon a través de los chamanes que era necesario mudarse de las tierras tradicionales…”. Fue así, entonces, que las tribus siberianas evitaron morir abrasados por la gran conflagración que se produjo en los bosques en junio de 1908, conocida en occidente como “la explosión de Tunguska”. Otro investigador ruso, Paul Stonehill, afirma que la región de Yakutia, conocida en la actualidad como la Republica de Sakha, cuenta con grandes masas de agua inaccesibles al hombre que cuentan con una fauna lacustre monstruosa, principalmente los lagos Labinkir y Vorota, tal vez producto de las radiaciones provenientes de estos dispositivos creados por el supuesto “imperio uigur” o comoquiera que se haya denominado la avanzada civilización antigua que floreció en Asia hace veinte milenios. Ouspensky, Gurdjieff, Roerich y Theodor Illion hablan sobre la existencia de una extraña élite de seres poderosos que desde épocas remotas controlan el destino de la humanidad desde Agharta, en el seno del gran continente asiático. Se les llama indistintamente la Gran Hermandad Blanca, los Nueve Desconocidos o el Rey del Mundo. Pero lo cierto es que objetos misteriosos siguen cayendo sobre la enormidad siberiana. El 3 de octubre de 2002, las agencias de noticias se hicieron eco de la información de que un supuesto meteorito hizo impacto en la región de Irkutsk, siendo visto por vecinos de las aldeas de Bodaibo, Balaninisky, Mama y Kroptokin, pudiéndose escuchar un ruido ensordecedor y sintiéndose un terremoto poco después. ¿Habría sido derribado por las baterías anti-asteroide que postula Uvarov en sus investigaciones?
En el libro de Mormón, de la Iglesia de los Santos de los Últimos Días puede verse una imagen que ilustra un evento ocurrido en la América primitiva y en la que los danitas y nefitas se disputaban el control del continente desde urbes con nombres como Cumorah y Zarahemla. Hay grupos de investigación mormona enfrascados en la labor de precisar la ubicación exacta de estos imperios antiguos, algunos asignándolos a la región de los indios pueblo, en el suroeste de Estados Unidos, otros con la cultura maya del Yucatán, y aún otros con la imponenteCahokia, en el centro del país, una verdadera metrópoli indígena que supuestamente dio refugio a doscientos cincuenta mil habitantes. Los antropólogos niegan todas estas evidencias, aunque hay detalles un tanto inexplicables sobre los hechos sucedidos en Norteamérica en eras anteriores a la actual: osamentas gigantes, algunas de ellas con cuernos; ciudadelas olvidadas por el paso de los siglos; carreteras perfectamente trazadas que se remontan a eras desconocidas. ¿Son pruebas de que hace milenios existió una civilización avanzada en esta parte del mundo? Los indios pueblo son un conjunto de etnias nativas norteamericanas que en conjunto tienen unos 40 000 individuos que habitan sobre todo en el estado de Nuevo México. El término “pueblo” se refiere tanto a la agrupación como a su modelo de vivienda: un complejo de habitaciones de varios niveles hecho de barro y piedra, con un techo de vigas cubierto con barro. Étnicamente y lingüísticamente son heterogéneos, ya que, por ejemplo, sus lenguas parecen pertenecer, al menos, a cuatro familias lingüísticas diferentes, siendo varias lenguas habladas por subgrupos de los pueblo. Son lenguas aisladas sin parentescos conocidos. Los grupos pueblo incluyen a los hopi (utoazteca), los zuñi, y otros grupos más reducidos como loskeres, los jemez (Acoma) y los tañoanos (Taos). Se considera que los actuales indios pueblo son los modernos descendientes de los anasazi, una antigua civilización que floreció entre los siglos XIII y XVI. La aldea pueblo más antigua es Acoma, que tiene una historia ininterrumpida de unos 1000 años. Eran agricultores eficientes, que desarrollaron un sistema de irrigación. Los poblados pueblo se construían sobre una plataforma alta con propósitos defensivos. En la actualidad los indios pueblo viven en una combinación de viviendas antiguas y modernas y ganan su sustento con la agricultura y la cerámica, por la cual son famosos en el mundo. Las fricciones continúan existiendo hoy en día entre los indios pueblo y los navajo, a quienes consideran los últimos invasores de su territorio.
Cahokia es un yacimiento arqueológico amerindio situado cerca de Collinsville (Illinois), en la llanura del río Mississippi en el suroeste de dicho estado, cerca de la ciudad de San Luis (Missouri). Está formado por una serie de montículos o túmulos artificiales de tierra. Cahokia es el mayor yacimiento relacionado con la cultura Misisipiana, que desarrolló una avanzada sociedad en el Este de América del Norte antes de la llegada de los europeos. Las versiones más conservadoras dicen que Cahokia fue fundada cuatro siglos antes de la llegada de Cristóbal Colón a América, aunque se cree que es muchísimo más antiguo. Los túmulos de Cahokia fueron catalogados como hito histórico nacional (National Historic Landmark) el 19 de julio de 1964, e inscritos en el Registro Nacional de Lugares Históricos (National Register of Historic Places) de Estados Unidos el 15 de octubre de 1966. El Sitio Histórico Estatal de los Túmulos de Cahokia fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 1982. El parque protege 8,9 km², y es un importante foco de investigaciones arqueológicas. La región en la que se encuentra Cahokia fue territorio de pueblos nómadas que vivían del forrajeo. El modo en que Cahokia surgió y desapareció es materia de discusión entre los especialistas. De acuerdo con algunos de ellos, la ciudad pudo haber nacido de un consenso colectivo o bien por iniciativa de un pequeño grupo muy poderoso. El período de florecimiento de Cahokia y otras ciudades del Misisipi corresponde a los siglos X-XIII de la era cristiana. Durante esa época se construyeron los túmulos de Cahokia, que son grandes aglomeraciones de tierra que fue extraída de las inmediaciones de la ciudad. La situación en la que ocurrió el declive de Cahokia no es clara. En general se han propuesto hipótesis que no son respaldadas por evidencia contundente. Algunos investigadores opinan que el valle del Misisipi estuvo sometido a una larga sequía que ocasionó menores rendimientos en los cultivos. Otros proponen que la ciudad estuvo envuelta en una serie de conflictos políticos externos o internos. Los habitantes no dejaron registros escritos, y no se conoce el nombre original del lugar.
“Cahokia” es el nombre de una tribu de los illiniwekque vivía en la región cuando los primeros exploradores franceses llegaron, en el siglo XVII, mucho después del abandono de Cahokia. No se sabe con certeza qué grupos nativos actuales pueden ser los descendientes de los pobladores de Cahokia, pero los osage se consideran a sí mismos descendientes de loscaahokianos. “A través de los valles de los ríos Mississippi y Ohio se encuentran todas clases de estructuras antiguas”, escribe el destacado autor John A. Keel, en su obra Disneyland of the Gods (Nueva York: Amok Press, 1987). Y continúa diciendo: “… y los restos de una civilización que pudo haberse comparado a las primeras civilizaciones del valle del Indo en la India y en el Nilo de Egipto. Las investigaciones en las capas superiores de los llamados «montículos indios» han revelado artefactos de hierro, cobre y distintas aleaciones. Los indios norteamericanos carecían de conocimiento alguno sobre la metalurgia, y se limitaban a forjar hachas de hierro meteórico, una sustancia tan poco común que las hachas se reservaban para ocasiones religiosas y ceremoniales. Sin embargo, se han encontrado armaduras de cobre, diestramente confeccionadas de tubos de cobre, en algunos montículos. Existe un gran número de esqueletos con narices de cobre, aparentemente parte del rito de entierro; preparaciones tan delicadas y complejas como el procedimiento egipcio de la momificación”. “En la región de los Grandes Lagos existe una red de antiguas minas de cobre”, prosigue Keel. “Algunas de éstas minas estaban en uso hace dos mil años, y debieron haber requerido miles de obreros para extraer y refinar el mineral. La cultura india giraba en torno a puntas de flecha de sílex y pieles de animal, no a la minería y a la metalurgia…La evidencia concreta, que hallamos en todo el continente, señala que una cultura adelantada floreció aquí mucho antes de la llegada de los indios a través de su cruce mítico del estrecho de Bering. Debido a que los montículos, templetes etc., son sorprendentemente parecidos a los que se encuentran en Europa, Asia y hasta las lejanas islas del Pacífico, podemos especular que dicha cultura fue mundial. Probablemente alcanzó su cenit antes de la glaciación hace diez mil años, y se deterioró debido a las catástrofes geológicas. Esta cultura realizó mapas del planeta entero, y fragmentos de esos mapas sobrevivieron el paso de los siglos hasta que llegaron a las manos de Colón. Los gigantes, que una vez habían cargado enormes bloques de piedra de un lugar a otro, y construyeron los monolitos que aún se yerguen sobre todos los continentes, gradualmente decayeron a un estado salvaje y fiero, motivados a ello por la necesidad de sobrevivir. Posiblemente la Atlántida no se haya hundido bajo el mar. Tal vez estemos viviendo en ella.”
Los tuareg han sido siempre un producto de la imaginación popular: jinetes sobre elegantes camellos, viajeros en una tierra infinita, los últimos pueblos libres sobre nuestro planeta. Su conocimiento está teñido de ideas románticas. Pero la realidad de estos grupos pastores muestra una difícil adaptación a un medio áspero, frecuentes períodos de hambre y una libertad restringida a las necesidades de pastos para sus rebaños, de los que los tuareg son absolutamente dependientes. La escasez de alimentos les ha obligado a practicar el pillaje como actividad económica, pero en la antigüedad fueron un pueblo poderoso y temido, en guerra permanente contra las ricas ciudades de la cuenca del Níger. En época colonial y, después, con la creación de las naciones africanas, han sostenido luchas desesperadas para mantener su independencia y libertad de movimientos. En la actualidad, su destino es la sedentarización y la necesidad de buscar nuevos medios de vida. Una exposición en el Musée d’ethnographie de Neuchâtel y, en menor cantidad, en el Musée National de Malí, muestra cómo eran los tuareg en su época de plenitud cultural, y lo hace por medio de los objetos que utilizaban en su vida cotidiana, en las fiestas, en la guerra, y que tan bien expresan su modo de adaptarse al mundo. La primera de estas instituciones lleva a cabo desde hace sesenta años misiones de investigación entre diversos grupos tuareg, de manera que el material que ha ido recogiendo forma un conjunto que cubre todos los aspectos de la antigua cultura de esta etnia. El Musée National de Malí posee también fondos desde la época colonial. La mejor manera de adentrarse en la identidad de un pueblo es mediante el conocimiento de las actividades que lo definen, y éste es el método que sigue la exposición. En primer lugar su historia, que en el caso de los tuareg sólo es conocida por los textos de los antiguos cronistas árabes, dado que los europeos no los describen hasta el siglo XIX.
Luego, su economía ganadera y la forma en que organizan su vida cotidiana en el desierto, con la tienda como centro del campamento y de la comunidad familiar. Y, finalmente, su artesanía, el tratamiento que dan a los objetos domésticos, y arte, manifestación de su gusto por la belleza y metáfora de su mundo. Aún pueden verse algunas de sus tiendas en el desierto y en el Sahel, pero el ganado escasea y los tuareg asisten impotentes al epílogo de su existencia cultural. Más de mil años de vida nómada, que han construido su leyenda, conducen inexorablemente a una casa de adobe y una dieta de mijo. La exposición es asimismo la expresión de nuestro afecto y admiración hacia los Kel Tamasheq. Entre el mar Rojo y el Atlántico, y entre la zona fértil de influencia mediterránea y el Sahel, se extienden más de ocho millones de kilómetros cuadrados del gran desierto africano. La escasez de agua, el viento, la arena y la diferencia de temperaturas entre el día y la noche han convertido el Sahara en un lugar de paisajes variados y gran belleza, pero en el que la vida es extremadamente difícil. La vasta superficie arenosa no es uniforme y agrupaciones montañosas irrumpen en la monotonía de las dunas. Así, el Hoggar es un macizo granítico de origen volcánico y formas caprichosas, cuyas cumbres alcanzan gran altura. La escasa vegetación se concentra en los valles y en los cauces de los antiguos lechos fluviales.Y los pozos, las fuentes y los pantanos proporcionan agua a hombres y ganado en función de las precipitaciones de la época de lluvias. El Tassili del Ajjeres una meseta, asimismo de origen volcánico, carente de vegetación, con agua ocasional en los lechos de los antiguos riachuelos y en las charcas que se forman en los huecos de las rocas. El Adrar de los Ifora es un macizo montañoso que sólo recibe algunas precipitaciones en su zona meridional, mientras que el Ayr está formado por antiguos cráteres y mesetas con pequeños caudales de agua y pozos de fácil acceso. Además de estos territorios elevados, y casi abrazándolos, se hallan la llanura del Tanezruft y el desierto del Teneré, donde la vida humana es casi imposible, pero que han servido para proteger a las tribus de pastores de los ataques procedentes del sur.
La sucesión cronológica de los episodios climáticos no está determinada con exactitud, aunque es sabido que, en el pasado, el manto verde que cubría el Sahara y diversas corrientes de agua permitieron los asentamientos humanos desde el paleolítico. Hacia el 7.500 a. C. se produce un proceso Neolítico durante el que aparece la primera cerámica. Probablemente, se trataba de pueblos que basaban su alimentación más en el pastoreo que en la agricultura, pues la vida plenamente sedentaria no está documentada en Egipto y Sudán hasta 3.000 años más tarde. El establecimiento de poblados permanentes facilitaría la aparición de grupos relacionados con los territorios y la diversificación de las poblaciones. En todas las montañas del Sahara, tales como Adrar de los Ifora, Hoggar, Tassili, Ayr, Tibesti o Ennedi, se encuentran conjuntos de grabados y pinturas rupestres descritos en el siglo XIX por el explorador y lingüista alemán Heinrich Barth. Aunque más tardías, las pinturas de los macizos centrales son de una calidad comparable a las mejores de las pintadas en las cuevas de España y Francia al final del paleolítico. Theodore Monod y Henri Lhote establecieron la cronología clásica de sus estilos basándose en la representación mayoritaria de un animal, como búfalo, buey, caballo y camello, aunque, en estudios más recientes, Alfred Muzzolini atribuye sus diferencias a estilos locales y propone una secuencia temporal diferente. Las figuras humanas también abundan: personajes masculinos y femeninos en relación con el ganado, otros aislados y algunos portando máscaras. La interpretación de esas escenas es aún objeto de discusión, pero el testimonio de los nativos consultados explica los acontecimientos representados en relación con prácticas y ritos de su propia cultura que aún se realizan en la actualidad.
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