Piankhi fue el primero de los llamados faraones negros, una sucesión de reyes nubios que reinaron en Egipto por tres cuartos de siglo, durante la dinastía 25. Los faraones negros reunificaron a un Egipto desgarrado, colmaron su paisaje de gloriosos monumentos, construyeron un extendido imperio desde la frontera sur hasta lo que hoy es Jartum, en la ruta septentrional hacia el Mediterráneo. Se mantuvieron firmes ante los sanguinarios asirios, y probablemente esto contribuyó a mantener a salvo Jerusalén.
Tras un reinado de 35 años, Piankhi murió en 715 a. C.; sus súbditos honraron sus deseos al enterrarlo, con cuatro de sus caballos, en una pirámide similar a las egipcias. Fue el primer faraón que, después de 500 años, recibó un entierro de tal magnitud. Es una lástima que el gran nubio que consumó estas proezas no haya dejado, literalmente, un rostro para la historia. Las imágenes de Piankhi sobre las elaboradas estelas o losas de granito, que conmemoran su conquista en Egipto, ya hace tiempo que fueron destrozadas. Sobre un relieve en el templo de Napata, en la capital nubia, únicamente permanecen sus piernas. Sólo queda un particular detalle del hombre: su piel era negra.
Aquellos episodios históricos permanecieron inéditos durante largo tiempo. No fue sino hasta estos cuatro decenios recientes cuando algunos arqueólogos los han revivido, concediendo que los faraones negros no surgieron de la nada: proceden de una vigorosa civilización africana que, a lo largo de 2 500 años, medró en las riberas meridionales del Nilo y se remonta incluso hasta la primera dinastía egipcia.
Hoy en día las pirámides de Sudán son espectáculos inquietantes sobre el Desierto de Nubia. Se puede deambular a su alrededor sin verse asediado por los vendedores. Mientras que, cerca de 1 000 kilómetros al norte, hacia El Cairo o Luxor, los visitantes llegan en grandes cantidades para observar las maravillas egipcias, en Sudán raramente visitan las pirámides en El Kurru, Nuri y Meroe, serenas entre el paisaje árido que difícilmente indica que ahí hubo una próspera cultura de la antigua Nubia.
El mundo antiguo era ajeno al racismo. Durante la conquista histórica de Piankhi, el hecho de que su piel fuese negra careció de importancia. Los trabajos artísticos provenientes de Egipto, Grecia y Roma muestran, en las tonalidades de piel, un inequívoco conocimiento de las peculiaridades raciales, pero hay poca evidencia de que una piel oscura fuera considerada como un signo de inferioridad. No fue sino hasta el siglo xix, en la época en que las potencias europeas colonizaron África, cuando los eruditos de Occidente pusieron atención –con sus poco piadosas consecuencias– al color de piel de los nubios.
Los exploradores que llegaron al estrecho central del río Nilo reportaron el hallazgo de templos y pirámides: las ruinas de la antigua civilización llamada kush. Tal fue el caso del doctor italiano Giuseppe Ferlini, quien removió la parte superior de al menos una pirámide, lo que inspiró a otros a hacer lo mismo. El objetivo del arqueólogo prusiano Richard Lepsius era el estudio, pero al concluir que los kushitas seguramente “pertenecían a una raza blanca”, sólo causó más daño.
En 2003, después de decenios de haber excavado cerca de la Tercera Catarata del Nilo, en el poblado abandonado de Kerma, Charles Bonnet obtuvo reconocimiento internacional por el descubrimiento de siete grandes estatuas de piedra de los faraones nubios. No obstante, tiempo antes de este hallazgo, las investigaciones de Bonnet habían revelado un antiguo y pequeño centro urbano, que dominaba vastos campos y extensos ganados, y que se beneficiaba del intercambio de oro, ébano y marfil. “Era un reino totalmente emancipado de Egipto, y original en cuanto a su edificación y ritos funerarios”, menciona Bonnet. Esta poderosa dinastía surgió justamente durante la caída del Imperio Medio de Egipto, en 1785 a. C. Para el año 1500 a. C., el imperio nubio se extendió entre la Segunda y la Quinta cataratas.
Al estudiar de nuevo la época de oro en el desierto africano no se aporta mucho a la posición de los egiptólogos afrocentristas, quienes sostienen que todos los antiguos egipcios, del rey Tut hasta Cleopatra, eran negros africanos. Sin embargo, las epopeyas de los nubios confirman que, en tiempos pasados, una civilización de la remota África no sólo prosperó, sino que dominó, aunque brevemente, entremezclándose o casándose con sus vecinos del norte, los egipcios. A los gobernantes egipcios no les gustaba tener un vecino poderoso al sur, especialmente porque dependían de las minas de oro de Nubia para financiar su predominio en Asia occidental. De tal manera que los faraones de la dinastía 18 (1539-1292 a. C.) enviaron legiones para conquistar Nubia y erigir fuertes a lo largo del Nilo. Impusieron a los jefes nubios como administradores, y a los niños de los nubios privilegiados los educaron en Tebas.
El mundo antiguo era ajeno al racismo. Durante la conquista histórica de Piankhi, el hecho de que su piel fuese negra careció de importancia. Los trabajos artísticos provenientes de Egipto, Grecia y Roma muestran, en las tonalidades de piel, un inequívoco conocimiento de las peculiaridades raciales, pero hay poca evidencia de que una piel oscura fuera considerada como un signo de inferioridad. No fue sino hasta el siglo xix, en la época en que las potencias europeas colonizaron África, cuando los eruditos de Occidente pusieron atención –con sus poco piadosas consecuencias– al color de piel de los nubios.
Los exploradores que llegaron al estrecho central del río Nilo reportaron el hallazgo de templos y pirámides: las ruinas de la antigua civilización llamada kush. Tal fue el caso del doctor italiano Giuseppe Ferlini, quien removió la parte superior de al menos una pirámide, lo que inspiró a otros a hacer lo mismo. El objetivo del arqueólogo prusiano Richard Lepsius era el estudio, pero al concluir que los kushitas seguramente “pertenecían a una raza blanca”, sólo causó más daño.
En 2003, después de decenios de haber excavado cerca de la Tercera Catarata del Nilo, en el poblado abandonado de Kerma, Charles Bonnet obtuvo reconocimiento internacional por el descubrimiento de siete grandes estatuas de piedra de los faraones nubios. No obstante, tiempo antes de este hallazgo, las investigaciones de Bonnet habían revelado un antiguo y pequeño centro urbano, que dominaba vastos campos y extensos ganados, y que se beneficiaba del intercambio de oro, ébano y marfil. “Era un reino totalmente emancipado de Egipto, y original en cuanto a su edificación y ritos funerarios”, menciona Bonnet. Esta poderosa dinastía surgió justamente durante la caída del Imperio Medio de Egipto, en 1785 a. C. Para el año 1500 a. C., el imperio nubio se extendió entre la Segunda y la Quinta cataratas.
Al estudiar de nuevo la época de oro en el desierto africano no se aporta mucho a la posición de los egiptólogos afrocentristas, quienes sostienen que todos los antiguos egipcios, del rey Tut hasta Cleopatra, eran negros africanos. Sin embargo, las epopeyas de los nubios confirman que, en tiempos pasados, una civilización de la remota África no sólo prosperó, sino que dominó, aunque brevemente, entremezclándose o casándose con sus vecinos del norte, los egipcios. A los gobernantes egipcios no les gustaba tener un vecino poderoso al sur, especialmente porque dependían de las minas de oro de Nubia para financiar su predominio en Asia occidental. De tal manera que los faraones de la dinastía 18 (1539-1292 a. C.) enviaron legiones para conquistar Nubia y erigir fuertes a lo largo del Nilo. Impusieron a los jefes nubios como administradores, y a los niños de los nubios privilegiados los educaron en Tebas.
Subyugada, la elite nubia comenzó a adoptar la cultura y las costumbres religiosas de Egipto, venerando a sus dioses, valiéndose de su idioma, adoptando sus ritos funerarios, para, después, construir pirámides. Podría decirse que los nubios fueron los primeros en caer en la “egiptomanía”.
Bajo el dominio nubio, Egipto llegó a ser, nuevamente, Egipto. Cuando Piankhi murió, en 715 a. C., su hermano, Shabaka, consolidó la dinastía 25 al establecer su residencia en la capital egipcia de Menfis. De la misma manera que su hermano, Shabaka contrajo matrimonio como en las antiguas tradiciones faraónicas, asumiendo el trono con el nombre del soberano de la dinastía 6, Pepi II, tal y como Piankhi reclamó el trono con el antiguo nombre de Tutmosis III.
Con obras arquitectónicas, Shabaka colmó de lujos a Tebas y el templo de Luxor. En Karnak levantó una estatua de granito rosa retratándose con la doble corona kushite uraeus: las dos cobras denotan su legitimidad como Señor de los Dos Reinos. Mediante la arquitectura y el poderío militar, Shabaka le manifestó a Egipto que los nubios estaban ahí para quedarse.
La última morada de los faraones negros ;
En Sudán, entre la Quinta y la Sexta cataratas del Nilo, se desarrolló el imperio más extenso del interior de África.
A partir del S. IV a.C. y durante casi 800 años, Meroe mantuvo releciones comerciales y culturales con las principales civilizaciones antiguas.
De ello son testimonio los extraordinarios monumentos que están hoy en el ojo del huracán científico.
Piankhi y Los Faraones Negros