Internet y el cine han popularizado el concepto de avatar. Pero, sin embargo, es un concepto que tiene un origen muy antiguo y que tiene un significado mucho más profundo. En el marco del hinduismo un avatar es la encarnación terrestre de un dios, en particular Vishnú. Los diez avatares de Vishnú son Matsia, Kurma, Varaja, Vamaná, Krisná, Kalki, Buda, Parasuram, Rama yNarasinja. Se dice por ejemplo que el dios Krisná es el octavo avatar del dios Vishnú. El término sánscrito avatāra significa ‘el que desciende’ y proviene de avatarati. La palabra también se utiliza para referirse a encarnaciones de Dios o a maestros muy influyentes de otras religiones, aparte del hinduismo, especialmente a los adherentes a tradicionesdhármicas cuando tratan de explicar a personajes como Cristo. De acuerdo con los textos hindúes Puranas, han descendido incontable número de avatares en nuestro universo. Dentro del vaisnavismo, los muchos avatares han sido categorizados en diferentes tipos de acuerdo con la personalidad y el rol específico descrito en las Escrituras. No todos son reconocidos como encarnaciones completas o directas de Vishnú. Algunos avatares se cree que son almas bendecidas o apoderadas con ciertas virtudes de origen divino, aunque son almas individuales. Esto nos lleva a la opinión de que tal vez todos nosotros somos avatares de algún ser superior en un entorno tridimensional y sujetos a las limitaciones de tiempo y espacio. Tal vez cuando soñamos trascendemos de este mundo físico y vislumbramos algo de este mundo solo reservado a los “dioses” que nos “manejan”. Podemos imaginarnos la situación como la de un titiritero(“dioses”) que construye marionetas (los seres humanos) y las maneja en las representaciones teatrales.
Seguramente tomando como base las teorías religiosas hinduistas sobre los avatares, en Internet y otras tecnologías de comunicación modernas se denomina avatar a una representación gráfica, generalmente humana, que se asocia a un usuario para su identificación. Los avatares pueden ser fotografías o dibujos artísticos, y algunas tecnologías permiten el uso de representaciones tridimensionales. Aunque el uso original del término avatar es muy distinto, este término empezó a utilizarse en el sentido iconográfico al que se refiere este artículo por los diseñadores de varios juegos de rol, tales como Hábitat, en 1987, o Shadowrun, en 1989. Aunque no fue sino hasta 1992 cuando se empezó a popularizar realmente, gracias a Neal Stephenson en su novela ciberpunk titulada Snow Crash, donde se empleaba este término para describir la simulación virtual de la forma humana en el Metaverse, una versión de Internet en realidad virtual. El estatus social dentro del Metaverse solía basarse en la calidad del avatar del usuario. Stephenson dijo que él había inventado el uso de esta palabra desconociendo que ya había sido usada de este modo anteriormente. Los avatares han sido adoptados fácilmente por los desarrolladores de juegos de rol. Por ejemplo, en el juego Los Sims el avatar es una persona; en Habbo Hotel es un personaje animado, y en Club Penguin es un pingüino. Otras comunidades destacables con avatares han sido Second Life, que es un metaverso con personajes en 3D (avatares) en un mundo virtual online. También imvu.ya.st, con personajes en 3D, y gaiaonline.com, con personajes de estilo manga que pueden interactuar en juegos en línea y corretear por su pequeño mundo. Dada la rápida expansión en el uso de avatares en foros de discusión de Internet, se desconoce cuál fue el primer foro que incorporó el uso de imágenes de reducidas dimensiones como avatares representativos para cada usuario, que acompañaban a todos sus mensajes. Algunos foros permiten incorporar una imagen desde el computador personal para que sea utilizada como su avatar. Otros disponen de una galería de imágenes preestablecida para que el participante o usuario pueda elegir una entre ellas. AOL Instant Messenger fue el segundo servicio de IM que introdujo el uso de avatares en sus conferencias, tomando la idea de los videojuegos. Sin embargo, los usuarios de este y otros muchos programas IM se suelen referir a los avatares como “imágenes personales“.
Nuestro Ser Superior, que probablemente sea el titiritero, es lo que en los estudios esotéricos recibe el nombre de “Mónada” o “Espíritu”, por residir en el Plano Monádico. Es una Entidad de tal luminosidad que difícilmente, debido a su altísimo estado de vibración, puede descender a los planos más densos de la creación y experimentar allí, o manifestarse plenamente con todo su poder y gloria (ver artículo “ ¿Quiénes somos? ”). Ese es uno de los propósitos o misterios de la vida del Hombre. Manifestar toda su gloria en el plano físico y a través de un cuerpo denso. Cuando se alcanza tal supremo estado de manifestación, entonces redimimos la materia, creando un canal perfecto de unión entre lo superior y lo inferior, entre el Cielo y la Tierra. A esto se le llama Gran Obra. Para conseguir este descenso, el Espíritu se va rodeando, plano tras plano, de vestiduras más densas (que probablemente son lo que llamamos un avatar), hasta alcanzar el último vehículo de manifestación que llamamos Cuerpo Físico. Anteriormente se ha tenido que recubrir necesariamente de un Cuerpo Mental, y de un Cuerpo Astral. El conjunto de estos tres cuerpos: Mental, Astral y Físico, que corresponden a los niveles de pensamiento, emoción y actuación respectivamente, es lo que esotéricamente se denomina personalidad. Así pues el hombre piensa, porque tiene un cuerpo mental, siente porque tiene un cuerpo astral y actúa porque tiene un cuerpo físico. Y mediante estos tres aspectos del Ser, el hombre evoluciona a través de experimentar en dichos planos, correspondiéndole a cada uno, diferentes estadios de conciencia y percepción.
La personalidad la forma el conjunto de acciones que realizamos en los tres mundos: físico, astral y mental. El hombre no es la personalidad, pero cuando se manifiesta a través de sus cuerpos inferiores, ésta personalidad se manifiesta. Así como el hombre piensa, siente y hace físicamente, así es la personalidad del hombre. Luego cuando hablamos de la personalidad del hombre nos estamos refiriendo a la actividad de sus cuerpos inferiores. Cuando en los estudios esotéricos se hace referencia al equipaje del hombre, se refiere a la cualidad y al desarrollo por parte del Alma de los cuerpos inferiores, de tal suerte, que así será el potencial que dispone el hombre para desarrollarse y evolucionar en la vida terrestre. Como es fácil observar, no todos disponen de un mismo equipaje para hacer frente a las mismas circunstancias que la vida nos plantea. Cuanto mejor estemos equipados, mejor será la coordinación de la personalidad, que podrá manifestar con mayor poder las cualidades más elevadas del Alma. Aún existen más Cuerpos de Manifestación Superiores, más elevados y refinados. Pero también es cierto que a medida que ascendemos en grado más difícil resulta explicarlo, ya que sólo es posible para el Iniciado tener vivencias. Solo aquel que ha alcanzado un nivel de despertar muy por encima del estado ordinario. Hay que intenta descubrirlos y experimentarlos, ya que son nuestros y nos pertenecen por naturaleza divina. El misterio Cristiano de la Santísima Trinidad dice: “el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son una misma Persona“, un sólo Dios expresándose de tres maneras distintas. Ahora utilizando la clave hermética de la ley de las analogías nos podemos preguntar: ¿Cómo actúa el hombre? El hombre también actúa como una Trinidad. Actúa obrando, sintiendo y pensando. Pero sigue siendo Uno.
Según H. P. Blavatsky, la omnipenetrante anima mundi es el nirvana y la mónada encarnada de Pitágoras es el buddha de los budistas, que silenciosamente mora en los arcanos de la bienaventuranza final. También se identifican la mónada pitagórica y el buddha budista con el Brahma, la sublime é incognoscible Divinidad que llena el universo entero. Cuando el buddha se manifiesta en forma carnal es un avatar, mesías, cristo, logos o verbo, esto es, una transmutación del divino espíritu, el Padre que está en el Hijo y el Hijo que está en el Padre. El inmortal espíritu cobija al hombre mortal y desciende a infundirse en la morada de carne. Todo hombre es capaz de convertirse en buddha, dice la doctrina. Así es que en la interminable sucesión de los tiempos vemos de cuando en cuando hombres que alcanzaron más o menos completamente la unión con Dios, que equivale a la unión consigo mismos. Los budistas llaman arhates a estos hombres que están ya próximos a ser buddhas y nadie les aventaja en ciencia infusa y virtudes taumatúrgicas. La misma identidad con las doctrinas secretas de Pitágoras nos descubren los relatos, tenidos por fabulosos, de ciertos libros budistas, una vez desnudos de toda alegoría. Los Jâtakâs, escritos en lengua páli, relatan las 550 encarnaciones o metempsícosis del Buddha y describen las formas que tuvo en cada vida animal, pasando del insecto al ave y al cuadrúpedo hasta llegar al hombre, imagen microscópica de Dios en la tierra. Sin embargo, no vale tomar estos relatos en sentido literal ni acomodarlos a las existencias de un solo espíritu que sucesivamente animó diversas formas de seres orgánicos, sino entender, de acuerdo con la metafísica budista, que el sinnúmero de espíritus humanos individuales son colectivamente un solo espíritu, como las gotas de agua del océano constituyen una sola masa líquida, a pesar de su posible separación.
Cada espíritu humano es un destello de la luz que penetra el universo todo, y por lo tanto, lógico es creer que el divino espíritu anima el grano de arena, la flor, al león y al hombre. Los hierofantes egipcios, los brahmanes, los budistas del Este y algunos filósofos griegos sostuvieron siempre que el mismo espíritu latente en el átomo de polvo, anima al hombre, en quien se manifiesta plenamente activo. También fue general en otro tiempo la doctrina de la gradual absorción del alma humana en la esencia del paterno espíritu. Pero jamás implicó esta doctrina la aniquilación del Ego, sino tan sólo la desintegración de las formas que al hombre verdadero envuelven en el mundo físico y después de la muerte. Para tratar del Logos o Deidad Creadora, el “Verbo hecho Carne” de todas las religiones, hay que remontarse hasta su último origen y esencia. En la India es un Proteo con 1.008 nombres y aspectos divinos en cada una de sus transformaciones personales, desde Brahmâ-Purusha, a través de los Siete Rishis Divinos y Diez Prajâpatis (también Rishis) Semidivinos, hasta los Avatares divinos -humanos. Todas las religiones antiguas creían en los avatares o encarnaciones de la Divinidad, que en la India llegaron a constituir una serie ordenada. Los parsis esperaban a Sosiosh y los judíos al Mesías. Tácito y Suetonio refieren que en tiempo de Augusto ardía el Oriente en expectación de un gran Instructor; y según dice Williams, “unas doctrinas tan obvias para los cristianos, eran enigmáticas para los gentiles”. Plutarco habla de Maneros, un niño que había de nacer en Palestina, como mediador de Mithra, el Salvador, identificado con Osiris, el Mesías. En las actuales Escrituras canónicas se descubren vestigios del culto antiguo, y los ritos, ceremonias y jerarquía eclesiástica de los budistas están reproducidas en el culto católico. Los primitivos Evangelios contienen relatos enteros copiados de los libros budistas, según han puesto en claro las investigaciones de Burnouf, Asoma, Korosi, Beal, Hardy y Schmidt, aparte de las traducciones del Tripitaka, que dejan fuera de duda la filiación budista del cristianismo .
Aquí vemos el motivo de lo vivamente interesada que está la Iglesia romana en recatar de las miradas del vulgo la Biblia hebrea y las obras de los filósofos griegos, pues la filología y teología comparadas demuestran incontrovertiblemente las falsificaciones de Ireneo, Epifanio, Eusebio y Tertuliano. En aquel tiempo parece que gozaban de mucho predicamento los Libros Sibilinos, y fácilmente se echa de ver que dimanan de las mismas fuentes de donde brotaron las demás obras gentílicas. Los teólogos hindúes y budistas no negarán el misterio de la Encarnación; pero en vez de entenderlo según el dogma cristiano, lo explicarán de conformidad con sus enseñanzas religiosas, cuya piedra angular es precisamente la creencia en los avatares o encarnaciones periódicas de la Divinidad, cada vez que el género humano se pervierte de modo que necesita el auxilio de una poderosa Entidad descendida a la terrena forma que elige por morada. El “Mensajero del Altísimo” se une a la dualidad cuerpo–alma y constituye la trina individualidad del Salvador que encamina al género humano por el sendero de la verdad y de la virtud. Esta misma creencia predominó entre los primitivos cristianos cuya mente estaba embebida en las doctrinas religiosas de Oriente, pues de otro modo no hubieran definido en dogma de fe el segundo advenimiento de Cristo ni hubiesen forjado la fábula del Anticristo como prevención contra las encarnaciones venideras. No se percataron los teólogos cristianos de que Melquisedek fué un avatar de Cristo ni advirtieron que Khristna le dice a Arjuna: “Cuando quiera que la rectitud desmaya, ¡oh Bhârata!, y cobra bríos la iniquidad, entonces renazco para proteger a los buenos, confundir a los malos y restaurar firmemente la justicia. De edad en edad renazco Yo con este intento”.
No es posible desdeñar la doctrina de los avatares al ver que de tiempo en tiempo han aparecido en el mundo personajes tan extraordinarios como Khristna, Sakya y Jesús, que fueron seres reales divinizados por sus adoradores con arreglo al sistema religioso de su respectiva época. El redentor indo precede de algunos miles de años al redentor cristiano, y entre ambos se interpone Gautama, que por una parte es reflejo de Khristna y por otra ilumina la lejana figura de Jesús en que encarna el Cristo histórico. También es muy significativo que los talmudistas llamaran Dag (pez) al Mesías, y que asimismo tuviera dicho sobrenombre el Vishnú hinduista, Espíritu conservador o segunda persona de la trinidad hinduista que, según las creencias brahmánicas, ha de encarnarse por décima vez para redimir a la humanidad (lo mismo que el Mesías de los judíos), restaurar los primitivos Vedas y conducir a los bienaventurados por el camino de perfección. Según las tradiciones hinduistas, en su primera encarnación o avatar Vishnú tomó la figura de hombre–pez. Y en corroboración de esta alegoría se ve en el templo del dios Rama una imagen de Vishnú del todo correspondiente a la descripción que del Dagón caldeo nos da Beroso: en figura de hombre que sale de la boca de un pez con los Vedas en la mano en señal de haberlos recobrado del abismo oceánico donde los sumergió el diluvio. Por otra parte, Vishnú es, en uno de sus aspectos, el dios de las aguas, el Logos del Parâbrahm, que en el mismo templo de Rama aparece también representado en actitud de moverse sobre las aguas apoyándose en la serpiente Ananta de siete cabezas, símbolo de la eternidad. Esta imagen simboliza, por otra parte, el intercambio de atributos de las tres personas de la Trinidad manifestada. A Vishnú equivale evidentemente el Adam Kadmon de los cabalistas que lo consideran el Logos o primer Ungido, al paso que el segundo Adam es para ellos el Mesías. El elemento pasivo o femenino de Vishnú es Lakmy, Lakshmi o Adamaya, la “Madre del mundo”, nacida de las alborotadas olas del mar, así como la Venus griega surge de la espuma. La belleza de Lakmy enamora a todos los dioses, y de ella tomaron los hebreos el modelo de su Eva. De la misma opinión es el insigne erudito francés Burnouf, quien dice sobre el caso que “algún día se descubrirá el origen indo de todas las antiguas tradiciones desfiguradas por la leyenda”.
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