Por Lisa Raffensperger, 4 de diciembre 2012
El rechazo y la angustia pueden tener efectos casi tan físicos como los cortes y las contusiones, y entender por qué podría cambiarnos la vida.
Me llegó de repente. Primero fue un dolor en el pecho, como si mi esternón estuviese comprimido demasiado fuerte. Luego vinieron los dolores de cabeza y cansancio crónico. Estas sensaciones perduraron durante semanas, y a menudo en el peor momento justo antes de dormirme cada noche. A pesar de que había pasado algo más de una década, lo recuerdo muy bien, ya que marcó el primer ataque de una enfermedad que volvería a ser inequívoca para mucho después: la angustia.
Traición, rechazo y amores perdidos, son cosas de la vida, pero sólo en los últimos 10 años hemos empezado a desentrañar la base de estos sentimientos dolorosos en el cerebro. Los científicos han descubierto que la punzada del rechazo se dispara hasta las mismas vías neuronales, de igual manera que el dolor de una herida o contusión. Además de explicar por qué algunas personas tienen la piel más gruesa que otras, este hecho revela una relación estrecha entre la vida social y la salud, y algo que puede realmente hacerte morir en la soledad.
Nuestro lenguaje siempre ha prestado términos físicos para describir nuestras emociones más oscuras, con frases como “ella rompió mi corazón” o “él me apuñaló por la espalda” o “me hace arder”. Estas comparaciones se producen en todo el mundo: los alemanes hablan de estar emocionalmente “herido”, mientras que los tibetanos describen el rechazo como un “golpe en el corazón”.
Aunque estas expresiones son genéricamente tomadas siempre como algo metafórico, en realidad son indicios que denotan que hay algo más. Uns estudios con animales en la década de 1990, por ejemplo, demostraron que la morfina no sólo alivia el dolor después de una lesión, sino que también puede reducir la aflicción de las crías de rata separadas de su madre.
No obstante, cuando Naomi Eisenberger, en la Universidad de California, Los Angeles, comenzó a estudiar los sentimientos heridos de los humanos en la década de 2000, ella no sabía lo que iba a encontrarse. Estaba intrigada por la forma en que los pasados rechazos permanecen con nosotros durante toda la vida, todos podemos recordar el momento en que no fuimos seleccionados por el equipo de deportes de la escuela o de sentirnos excluidos por un grupo de amigos. “Tenía curiosidad, ¿por qué es tan importante?”.
Para saber lo que ocurre en el cerebro cuando la gente siente el rechazo social, Eisenberger pidió voluntarios para jugar un simple juego de ordenador llamado Cyberball, en el que tres jugadores se pasan la pelota entre ellos. A cada voluntario se le hizo creer que estaban jugando con dos personas que se encontraban en otra habitación, pero de hecho los compañeros de juego eran controlados por el mismo ordenador.
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A pesar de que empezó siendo amable, los jugadores computerizados dejaron pronto de lanzar la pelota a los voluntarios. Puede parecer un insulto sin importancia, pero algunos sujetos respondieron fuertemente, desplomándose en sus asientos o haciendo un gesto rudo con la mano hacia la pantalla.
Al mismo tiempo, un equipo de resonancia magnética funcional registraba la actividad cerebral de los voluntarios, que revelaba un repentino aumento de la corteza cingulada anterior dorsal (dACC) cuando empezaban a sentirse aislados (Science, vol 302, p 290). Esta región es conocida por ser una parte importante de la “red de dolor” del cerebro, determinando las molestias que encontramos en una lesión. La respuesta puede variar dependiendo de la situación, golpear tu cabeza en la oficina puede parecer algo fuerte, pero durante un partido de fútbol (rugby) apenas si notas el golpe.
Lo principal y más angustiante se halla en una lesión, además de la activación de la dACC, es un hecho que también parecía entrar en juego mientras se jugaba al Cyberball: quienes informaron de sentirse peor después del rechazo mostraron a su vez una mayor actividad en esta región.
Otros estudios han confirmado esta relación, hallando que el rechazo social no sólo provoca a la dACC, sino también a la ínsula anterior, otra parte de la ‘red de dolor’ que responde a nuestras señales de socorro ante un corte en el dedo o un hueso roto. Sin embargo, a pesar de que todos estos resultados sugieren que nuestra angustia después de un insulto es la misma que nuestra respuesta emocional a una lesión, no fue sino hasta el año pasado que se demostró cómo esos sentimientos podían extenderse a sensaciones corporales tangibles.
Ethan Kross, de la Universidad de Michigan en Ann Arbor, decidió crear Cyberball para probar la forma más grave de rechazo, la de un corazón roto. Reclutó a 40 personas que habían pasado por una ruptura amorosa en los últimos seis meses, y les pidió que viesen una foto de su ex mientras estaban recostados en un escáner de fMRI. También les instruyó a que pensaran en detalle acerca de la ruptura. Después de un breve intermedio, se les daba una sacudida dolorosa de calor en los antebrazos de los voluntarios, lo que permitía a Kross poder comparar la actividad cerebral asociada a las dos situaciones.
Como era de esperar, la dACC y la ínsula anterior se iluminaron en ambos casos. Pero, sorprendentemente, los centros sensoriales del cerebro, los cuales reflejan el malestar físico que acompaña a una herida, también mostraron una actividad pronunciada, la primera evidencia de que el sentimiento del corazón roto, literalmente, estaba haciendo daño (PNAS , vol 108, p 6270).
Ya en otros estudios se ha encontrado que, los cimientos de la conexión entre el dolor físico y angustia emocional, son dos experiencias que a veces se alimentan una a otra. Cuando las personas se sienten excluidas, son más sensibles a la quemadura de una sonda caliente, y sumergir la mano en agua helada durante 1 minuto lleva a que las personas hablen de sentirse ignorados y aislados.
Adormeciendo el dolor
Lo contrario también es cierto: calmar la respuesta del cuerpo al dolor puede aliviar la punzada de un insulto. Nathan DeWall de la Universidad de Kentucky, Lexington, reclutó a 62 estudiantes que ellos mismos recibieron dosis de hasta en dos pastillas de paracetamol (acetaminofeno) todos los días durante tres semanas, o tomaban un placebo. Cada noche, los estudiantes completaron un cuestionario para medir sus sentimientos de rechazo durante el día. Al final de las tres semanas, el grupo del paracetamol habían desarrollado significativamente pieles más gruesas, reportando menos sentimientos heridos durante los encuentros del día a día. El consiguiente juego al Cyberball confirmó el efecto: los que recibieron paracetamol mostraban una actividad significativamente menor en la dACC y la ínsula anterior en comparación con los que tomaron el placebo (Psychological Science, vol 21, p 931).
“La idea de que realmente puede afectar a la experiencia social de la gente con lo que se considera una droga tan suave y común (como el paracetamol), ha sido una validación bastante importante”, señala Geoff MacDonald, de la Universidad de Toronto, en Canadá, y uno de los autores del estudio. “Esto es exactamente el tipo de cosa que cabría esperar si el dolor social es realmente verdadero”. Huelga decir que, debido a los nocivos efectos secundarios de estos medicamentos contra el dolor, nadie debe probar esto por sí mismo.
Este trabajo podría explicar por qué algunas personas tienen más dificultades que otros a la hora de soportar los avatares de su vida social. Los extroversos han demostrado tener una tolerancia al dolor mayor que los introversos, y esto se refleja en su mayor tolerancia a la rechazo social. Eisenberger, por su parte, se ha encontrado que las personas que sienten más dolor cuando un electrodo caliente toca su brazo también son más sensibles a los sentimientos heridos durante el juego de Cyberball.
Estas diversas reacciones pueden ser en parte genéticas. El equipo de Eisenberger ha demostrado que las personas con una pequeña mutación en el gen OPRM1, que codifica uno de los receptores de opioides del cuerpo, son más propensos a caer en sentimientos de depresión después del rechazo que los que no tienen dicha mutación. Esta misma mutación también hace a las personas más sensibles al dolor físico, y por lo general, necesitan más morfina después de la cirugía.
Es importante destacar que estos receptores son particularmente densos en la dACC. Como es de esperar, en la gente con la mutación, la dACC tiende a reaccionar con más fuerza a los insultos percibidos (PNAS , vol 106, p 15079).
Al igual que con muchas otras características, el medio ambiente de un crio también puede determinar su sensibilidad. Por ejemplo, las personas con algún tipo de dolor crónico son más propensas a haber tenido experiencias traumáticas, como el abuso emocional, durante sus primeros años. Tal vez su dolor sea lo que pone su red de dolor en marcha, haciéndolos más sensibles a cualquier malestar (American Journal of Psychiatry , vol 162, p 899).
Los adolescentes parecen ser particularmente sensibles al rechazo. A su edad, la red cerebral del dolor todavía se está desarrollando y, en comparación con el cerebro adulto, tiende a mostrar una respuesta más exagerada a los pequeños desaires e insultos. Por el lado positivo, el apoyo social durante este período puede llevar a beneficios duraderos. Por ejemplo, los adultos jóvenes que disfrutaban de las redes sociales más ceñidas en su adolescencia, muestran reacciones más apagadas a la punzada de rechazo que los que se habían sentido más solos en el pasado, tal vez porque los recuerdos de aceptación subconsciente del pasado calman sus sentimientos (Social Cognitive Affective Neuroscience, vol 7, p 106).
Si tenemos en cuenta la dependencia de nuestros antepasados en sus relaciones sociales para sobrevivir, cobra sentido para nosotros el haber evolucionado para sentir el rechazo de forma tan aguda. Ser expulsado de una tribu habría sido algo similar a una sentencia de muerte, exponiendo a nuestros predecesores al hambre y la depredación. Como resultado de ello, necesitábamos un sistema de alerta que nos avisara de una posible rencilla, lo que nos impediría ofender más allá de un límite y nos enseñaría a seguir una línea en el futuro. La red de dolor, capaz de darnos una sacudida igual que cuando nos enfrentamos a una lesión física provocada por el fuego o un cuchillo, habría estado perfectamente equipada para frenar nuestro comportamiento social.
Algunos han llevado esta línea de pensamiento aún más allá, sugiriendo que podría contener el secreto de algunos de los síntomas más misteriosos de la soledad. Las personas que están solas tienden a tener un incremento en la expresión de los genes de la inflamación, particularmente de las células inmunitarias, y una disminución en la expresión de los genes antivirales.
¿Por qué el cuerpo a maneja el aislamiento de esta manera? “Esto ha sido una especie de enigma para nosotros durante los últimos cinco o 10 años”, apunta Steve Cole, especialista en genética del comportamiento en la Universidad de California, Los Angeles. La respuesta comenzó a emerger cuando miramos la forma en que diferentes condiciones afectan a las personas con diferentes modos de vida social. Los virus se propagan rápidamente entre los grandes grupos de personas, mientras que las infecciones bacterianas potencialmente mortales, generalmente, provienen de heridas que nuestros antepasados podrían haber sido más tendentes a recibir cuando estaban solos, sin la protección de sus compañeros. Como conclusión, Cole sugiere que, nuestro sistema inmunológico puede estar “alerta” a las señales de nuestro cerebro respecto al estatus social. Si parece que estamos disfrutando de una animada vida social en un gran grupo, se prepara entonces para hacer frente a los virus, y si nos sentimos solos, las regiones dACC y otras afinan la inflamación, lo cual nos ayuda a combatir la infección bacteriana.
Una evidencia de esta idea viene de parte de George Slavich, también de la UCLA. Él descubrió que las tareas socialmente estresantes, como la entrega de un discurso improvisado, desencadena una actividad elevada de la dACC, provocando una respuesta inmune inflamatoria, como si el cerebro estuviera adelantándose a la amenaza del aislamiento y las lesiones (PNAS , vol 107, p 14817).
Esta respuesta habría ahorrado a nuestros ancestros desde infecciones a violentas luchas en la evolución, pero podría ser contraproducente en el mundo moderno. El aumento de la inflamación se ha relacionado con una serie de condiciones, entre ellas las enfermedades cardíacas, el cáncer y la enfermedad de Alzheimer, y las personas solitarias tienen un mayor riesgo de todas ellas. Un meta-análisis en 2010 sobre 148 estudios, determinó que las personas con adecuadas conexiones sociales tenían 1,5 veces más probabilidades de vivir hasta el final del período de estudio que las personas solitarias, un efecto comparativo igual al de la abstención de fumar con el de beber en exceso (PLoS Medicine , vol 7, p e1000316). Otro estudio, publicado este año, de un seguimiento de salud de 2.000 ciudadanos estadounidenses de mediana edad y ancianos, donde se encontró que las personas que informaron de mayores sentimientos de soledad eran casi dos veces más propensos a morir durante la duración de los seis años del estudio que aquellos menos solitarios (Social Science and Medicine , vol 74, p 907).
E trabajo parece poner gran énfasis en la importancia de los programas de apoyo social para los ancianos y enfermos, y en la recuperación de una enfermedad de cualquier persona. Aún así, hace falta mucha más investigación para comprender la forma en que nuestras vidas sociales influyen en nuestra salud, señala John Cacioppo, de la Universidad de Chicago, estudioso de la soledad. Él es un escéptico de que los experimentos de Cyberball nos digan mucho acerca del impacto del aislamiento a largo plazo, apuntando a que las respuestas fisiológicas conocidas al rechazo son de corta duración. “La soledad no puede estar afectada en absoluto por tales eventos transitorios”, afirma Cacioppo. “Las pequeñas cosas no son lo que está matando a la gente, es el cerebro manteniendo su alerta de un modo implacable.”
Entre tanto, hay medidas que podemos tomar para suavizar el camino lleno de baches de nuestra vida social. A todos nos gusta ser consolados tras una caída, pero Eisenberger ha descubierto que dar apoyo a los demás también suaviza nuestra propia respuesta al rechazo. Para probar esto, ella dio a un hombre una descarga eléctrica, mientras que su mujer, acostada en un escáner fMRI, tenía en su mano asentir o prohibir hacerlo. Cuando la mujer podía asentir a su pareja, la respuesta de su cerebro a la amenaza y al rechazo se reducía de manera significativa. Eisenberger planea cambiar los roles de género en un trabajo futuro.
Así pues, aunque no podemos parar las situaciones de la vida desde la inmediata formación de nuestro paisaje emocional, tal vez sí podemos decir algo respecto a la forma en que respondemos a esos eventos. Las palabras pueden ser tan dolorosas como palos y piedras, pero cuidando a los demás como a nosotros mismos, al menos podremos asegurarnos que nos hagan el menor daño posible.
– Imagen: Kelly Dyson
– Artículo original, “Why words are as painful as sticks and stones”
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