La pregunta de si el crucifijo es o no un símbolo religioso podría parecer una provocación. No lo es. Se trata de una polémica abierta en Brasil después que una ONG de lesbianas ha conseguido que se retiran los crucifijos de todas las salas de los tribunales de Justicia del Estado de Rio Grande do Sul, uno de los más prósperos del país.
La alegación de las lesbianas es la clásica: Brasil es un país laico, con separación de poderes entre la Iglesia y el Estado, un país religiosamente plural, donde conviven en libertad todas las creencias. ¿ Por qué sólo la imagen del crucificado debe presidir los tribunales de justicia? ¿ Por qué no un Buda o la estrella de David o una frase del Corán o un santo del Candomblé?
Curiosamente, intelectuales y periodistas como Reinaldo Azevedo en su blog de Veja, han desempolvado el texto de uno de los padres de la República de Brasil,Rui Barbosa (1849-1923) uno de los intelectuales más brillantes de la República, coautor de la primera Constitución de la Primera República, gran defensor ya entonces de los derechos fundamentales y de las garantías individuales.
Fue uno de los fundadores de la Academia Brasileña de las Letras y ha quedado famosa su frase: “La libertad no es un lujo de los tiempos de bonanza, es el mayor elemento de estabilidad”.
Y ha sido Rui Barbosa, poco sospechoso de conservadurismo, quién ha dado pábulo estos días a los defensores de la permanencia de los crucifijos en las salas de justicia, no como un símbolo religioso, sino como “espejo de todas las deserciones de la justicia corrompida por las facciones, por los demagogos y por los gobiernos” como escribió en su famoso articulo, hace un siglo, “El justo y la justicia política”. Según Barbosa, a Jesús lo crificicaron “ la flaqueza, la inconsciencia,y la perversión moral” en uno de los procesos judiciales más absurdos de la Historia.
Según el famoso escritor brasileño, aquel profeta judío pasó por «seis procesos injustos, tres a manos de los judíos y otros tres a manos de los romanos y en ninguno de ellos tuvo un juez”. Y en otro lugar añade: “No hay tribunales que basten para abrigar el derecho, cuando el deber se ausenta de la conciencia de los magistrados”.
Quién conoce la Historia de los Evangelios sabe muy bien que Jesús fue condenado a muerte, en efecto, sin que nadie pudiera probar un crimen contra él. Más aún, Pilatos, símbolo de la cobardía judicial, declaró “No veo culpa en este hombre”. Lo condena por miedo a los gritos de la calle que piden su muerte. Lo manda matar y aquella noche Pilatos y Herodes, que eran enemigos políticos, acabaron haciendo las paces bajo la víctima sacrificada e inocente. ¿No dice eso nada a la justicia cuando se deja arrastrar por intereses políticos?
Con este post no pretendo tomar parte en la discusión de si en un estado laico deben o no continuar los crucifijos en las aulas de justicia, aunque reconozco que el argumento de que ninguna otra imagen simbolizaría mejor la injusticia de cierta justicia que aquel juicio de Jerusalén, tiene su fuerza.
Sobre si el crucifijo es más que un símbolo religioso ya que se ha convertido no sólo en “espejo de todas las deserciones de la justicia”, como afirma Barbosa, sino también en un objeto cultural y artístico, con cuya simbología han trabajado todos los mayores pintores y escultores de la Historia en estos dos mil años, quiero recordar una cosa.
La primera vez que visité las catacumbas de Roma, donde los primeros cristianos y los apóstoles de Jesús se refugiaban huyendo de las persecuciones romanas, me sorprendió que no existieran pinturas del crucificado. Las primeras pinturas cristianas son de inicios del siglo II, y el líder de los cristianos es representado con los símbolos de un pez, de una paloma, de un ácora o del buen pastor. Nunca en la cruz.
Hay que ir al siglo V, cuando la religión cristiana fue ya adoptada como religión del Imperio romano para encontrar las primeras y tímidas figuras de Cristo crucificado como en la puerta de la Basílica romana de Santa Sabina en Roma o al códice siriaco de la Biblia del monje Rabula en el 586.
Para los cristianos de los primeros cuatro siglos, el crucifijo no era un símbolo religioso, sino una ignominia de la que se avergonzaban. Es esa “ignominia realizada por un tribunal de justicia” que condena a un inocente a sabiendas que lo era, por presiones políticas y religiosas.
Hace sólo unos días, el periodista brasileño Diogo Mainardi, uno de los escritores más cáusticos de este país, que hoy vive en Italia, sorprendió en un programa de televisión en el que afirmó: “Soy ateo, no creo en Dios, pero acepto a la Iglesia”. Y explicó que se puede creer o no en Dios, pero no ignorar el legado histórico de la Iglesia en el campo no sólo religioso sino también cultural, artístico, político, jurídico etc.
No es pensable, dice Mainardi, concebir a Occidente sin la historia del Cristianismo. Con sus tribunales de la Inquisición y también con sus grandes filósofos, científicos y teológos, así como con sus monasterios que salvaron buena parte de la cultura antigua y crearon ellos mismos grandes espacios culturales. Era un argumento que daba también el ateoSaramago cuando decía “no sabría explicarme sin la cultura y la tradición cristiana”.
Del crucifijo se interesaron desde pintores que van desde Fra Angélico a Picasso y Dalí a escultores de todos los tiempos empezando por Miguel Ángel y Bernini. Se quede o no fuera de las salas de justicias, es cierto que el crucifijo es hoy no sólo un símbolo religioso, sino la mejor metáfora artística y plástica de las injusticias cometidas por todos los Tribunales a lo largo de la Historia.
Primera representación de la crucifixión en la Basílica de Santa Sabina en Roma (siglo V)
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