¿Tuvo la izquierda la culpa del golpe militar del 18 de julio de 1936? ¿Participó alguna potencia extranjera en el levantamiento militar? ¿Fue la muerte de Calvo Sotelo el detonante? ¿Existía un ambiente prebélico en la Segunda República? Preguntas como estas vuelven a repetirse con motivo del 77 aniversario del inicio de la Guerra Civil.
Las respuestas varían en función de los historiadores a los que se consulte. Los revisionistas, con Pío Moa y César Vidal como máximos exponentes, mantienen que el ambiente de confrontación durante la República hizo inevitable el estallido bélico y que el detonante fue el asesinato de José Calvo Sotelo, líder monárquico, el 13 de julio del 36.
Otros historiadores más serios, como los nueve firmantes de Los mitos del 18 de julio(Crítica) , desmontan con documentos las teorías que la historiografía de derechas ha vertido durante años sobre el golpe militar: ni existía un ambiente bélico, ni se hizo sin apoyo extranjero.
El historiador Ángel Viñas es uno de sus autores. En su capítulo, aporta cuatro contratos firmados el 1 de julio del 36 por Pedro Sáinz Rodríguez , estrecho colaborador de Calvo Sotelo, en los que la Italia fascista de Benito Mussolini da apoyo material a los golpistas.
«Se desmonta un mito muy querido por la derecha: que la izquierda estaba preparando un levantamiento con la ayuda de la Unión Soviética. Y resulta que no es así, que quien preparaba una sublevación, en este caso con la ayuda de la Italia fascista, era la derecha», explica el historiador en declaraciones a El Huffington Post.
Los contratos firmados entre los sublevados y Mussolini abastecían a las fuerzas golpistas de abundante y moderno material armamentístico (aviones, bombas, proyectiles o ametralladoras) por valor de 39,3 millones de liras (unos 339 millones de euros actuales).
LAS MENTIRAS DE LA DERECHA
Viñas acusa a «los historiadores de la derecha» de mentir en lo referente a justificación de la sublevación y asegura que, tras la publicación de estos contratos, firmados 17 días antes del golpe militar, queda demostrado que «la Guerra Civil no era una emanación natural del funcionamiento político del sistema republicano», sino «consecuencia de la histeria de una parte del Ejército y de la derecha española, que cuando ven que la estrategia de Gil Robles, presidente de la CEDA , ha fracasado, optan por la sublevación sin escrúpulo, en combinación con una potencia extranjera».
Considera, por tanto, que la derecha calentó el ambiente para «preparar el terreno y que pudiera florecer la sublevación, además de dar una justificación adicional a los fascistas italianos para que intervinieran».
Aunque el historiador cree que no era «tan normal» como puede parecer que Italia diera su apoyo a los golpistas, explica que los contactos venían de antaño. La animadversión de Mussolini hacia la República y su interés por lograr una posición preeminente en el Mediterráneo Occidental, favorecieron lo que Viñas define de «línea de continuidad» entre los fascistas italianos y los golpistas en España.
A esto se sumó el papel de los monárquicos del Bloque Nacional, liderado por Calvo Sotelo, cuyo ‘número dos’, Antonio Goicoechea, se carteaba directamente con Mussolini. Pese a no poder demostrarlo, para Viñas esto es un claro indicio de que Calvo Sotelo estaba al tanto de los contratos con Italia en su idea de restaurar la monarquía en España. «Es literalmente imposible que no estuviera detrás de ello», afirma. «Lo único por aclarar», añade el historiador, «es en qué medida Alfonso XIII, el ‘exrey’ que se encontraba en Roma, estaba al tanto de todo esto. Se puede argumentar que le dejaran al margen porque, entre otras cosas, era un poco bocazas».
«PARA ECHARSE A LLORAR»
A lo largo del libro, los autores -Ángel Viñas, Fernando Puell de la Villa, Julio Aróstegui, Eduardo González Calleja, Hilari Raguer, Xosé M. Núñez Seixas, Fernando Hernández Sánchez y Francisco Sánchez Pérez- mencionan al polémico Diccionario Biográfico Español editado por la Real Academia de la Historia . Viñas niega que sea una reacción contra esta obra «monumental», pero eso no le impide criticarla abiertamente. «Hay entradas razonables, otras deficientes y otras que son malas porque son técnicamente incorrectas y profundamente ideologizadas», argumenta.
El historiador pone de ejemplo la entrada dedicada al general Mola que, a su juicio, «es como para echarse a llorar». «No sólo es mala, sino que presenta una interpretación reaccionaria y fascista de su figura», afirma Viñas, quien sólo encuentra dos explicaciones a este desastre: el «deplorable» control de la Academia o su connivencia con algunas de las entradas. «Lo que no sé si es peor».
Pese a todo, considera que el panorama historiográfico actual es «muy brillante» y que, con la democracia, «la renovación ha sido total». «Ha ido, como no podía por menos de ir, en sentido contrario al canon franquista». Aún así, lamenta que el Gobierno de Mariano Rajoy, a través del Ministerio de Defensa, haya «echado el cierre» a los archivos justificándolo, según Viñas, en que podría «perjudicar a las relaciones con otros países. «¿Está de coña el señor Morenés [ministro de Defensa]? ¿Qué tiene que ver la Guerra Civil o la posguerra con las relaciones con Francia, Inglaterra o Estados Unidos?», se pregunta.
Viñas defiende la Memoria Histórica como un «alzamiento de la sociedad civil en contra de la voluntad de oscurecer e ignorar las dimensiones ocultas del pasado de este país». Crítico con la ley -«alicorta, mala y poco ambiciosa»-, el historiador concluye que «para ir hacia adelante, la sociedad debe mirar hacia atrás». Que, en definitiva, un país «no puede vivir en la amnesia perpetua»
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