La lápida de Palenque servía de losa a un sepulcro en el que se encontraba enterrado un misterioso personaje, que fue considerado un dios por el pueblo Maya y que se encuentra representado en el grabado de la lápida.
El astronauta de palenque
La ciudad de Palenque se encuentra en México, en el estado de Chiapas. A 8 km hay un amplio campo de antiguas ruinas mayas coronadas por una gran pirámide escalonada, en cuyo interior se guarda un mensaje revelador para la humanidad.
Esa pirámide fue estudiada durante más de una década por un grupo de científicos dirigidos por el Dr. Alberto Ruz Lhuiller, profesor del Instituto Nacional de Antropología de México. El 15 de junio de 1952 descubrieron en su interior un corredor secreto que desembocaba en una pequeña sala subterránea de 3,65 m de largo por 2,15 m de ancho. Su pavimento estaba hecho de una sola baldosa cubierta de jeroglíficos, los cuales todavía se hallan indescifrados en su mayoría.
Los arqueólogos notaron que bajo el pavimento había un espacio vacío, y creyendo que algo se escondía levantaron la gran losa. Apareció un sorprendente sarcófago construido con una piedra roja. Dicho descubrimiento se convirtió en uno de los hallazgos más importantes de la arqueología y su contenido iba a ser uno de los más grandes misterios de la antropología.
El misterioso sarcófago
A pesar de los siglos transcurridos, el sarcófago estaba en perfecto estado. Se hallaba protegido por una losa enorme que pesaba entre 5 y 6 toneladas y medía: 3,80 m de largo por 2,20 m de ancho por 0,25 m de grosor. La lápida estaba grabada con unos relieves ricamente esculpidos que formaban un dibujo al estilo de la época Maya.
Lo más asombroso era que el dibujo representaba a una persona sentada en un artefacto, ante un cuadro de instrumentos, tripulando una especie de nave sideral, algo parecido a una cápsula espacial. Tiempo después, especialistas de la NASA determinaron que era una nave propulsada por energía iónica o fotónica. ¡Se trataba de una astronave de hace 10.000 años!
El cosmonauta de la antigüedad
Tras el descubrimiento, diversos investigadores del campo de la antropología, etnología, arqueología e incluso cibernética analizaron al hombre y la extraña máquina representada en la lápida del sarcófago de Palenque. Dos investigadores de Niza, Guy Tarade y André Millou, estudiaron durante años el grabado de piedra y después de innumerables análisis llegaron a la conclusión de que ciertamente el dibujo representaba a un cosmonauta en posición de estar pilotando una aeronave.
Lo más increíble, sin embargo, llegó más tarde, Los científicos analizaron los rasgos morfológicos y fisonómicos del astronauta de Palenque y resultó que <no era un maya>. El tripulante de la nave tenía un aspecto completamente distinto al de los indios. Se le calculó entre 40 y 50 años de edad, que era una edad superior a la que generalmente alcanzaban los indios, que solían morir antes de los 30. Tenía una altura de 1,73 m, lo que significaba 20 cm por encima de la media que tenían los mayas.
La etnología puso de manifiesto que el astronauta de Palenque no era un oriundo de la zona y la cibernética demostró que éste estaba mecanizado. Entonces ¿de quién se trataba?, ¿quién era ese tripulante espacial?, ¿de dónde llegó con su nave?
Dibujo comparativo del grabado de la losa en el que se aprecia la semejanza que existe con un astronauta sentado ante los mandos de un módulo lunar. A la derecha, simplemente se ha añadido color al grabado original para que su identificación resulte más fácil. |
El Dios blanco
El sarcófago de Palenque contenía los restos de un desconocido <dios blanco precolombino>. Debía tratarse de un gran sacerdote del <dios blanco Kukulkan>, al que los conquistadores españoles llamaron <el hombre de la máscara de jade>. Según antropólogos actuales, se trataba, con toda seguridad, de un hombre elevado a la categoría de semidiós, que ostentaba un nivel supremo en ese mundo que le hizo merecedor de ser enterrado en el corazón de la gran pirámide maya de Palenque.
Fácilmente podría tratarse de uno de esos misteriosos seres espaciales a los que hace referencia el Populvuh, libro sagrado de los mayas quichés. Ciñéndonos a sus narraciones, el libro nos dice que seres que llegaron del cielo colonizaron lsa tierras y los pueblos de la América Central y del Sur. Los contenidos del libro sagrado de los mayas nos hablan de una civilización infinitamente más antigua que la suya (los mayas), que conocían las estrellas, las nebulosas y todo nuestro sistema solar. Textualmente dice: <Los de la primera raza eran capaces del todo saber. Estudiaron los cuatro rincones del horizonte y los cuatro puntos del arco del cielo y la cara redonda de la Tierra>.
¿Acaso no están haciendo referencia directa a seres que viajaron por el espacio? ¿Se están refiriendo a seres procedentes del espacio que en el pasado llegaron a la Tierra? ¿ Cómo es que esos seres tenían conocimientos superiores? ¿De dónde surgieron los hombres blancos en América? Si todo o por lo menos parte de lo aquí sugerido no fuera así, ¿cómo podemos explicar que los mayas tuvieran acceso a esos conocimientos? ¿Quién les habló de los planetas del Sol? ¿Cómo sabían que la Tierra era redonda?…
Conclusión
El descubrimiento del sarcófago de Palenque constituye una prueba gráfica contundente de la presencia de unos seres superiores que poseían una cultura tecnificada y que ninguna imaginación maya futurista hubiera podido concebir hace más de 10.000 años. Ese dibujo muy bien podría representar a un último testigo de una raza extranjera, o quizás extraterrestre, que descendió con su nave del cielo e instruyó a los primitivos mayas, para luego desaparecer camino de las estrellas.
Pudiera ser que uno de esos seres sufriera un accidente y hubiera muerto. Los mayas lo enterraron en una gran pirámide rindiéndole honores de semidiós. La existencia de ese dibujo nos informa sobre la presencia de seres procedentes del Universo y que en la antigüedad estuvieron en nuestro planeta. De ello tan sólo nos quedan esos testimonios perdidos en el tiempo. A nosotros nos corresponde interpretarlo y demostrar nuestra sabiduría.
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