PENANG, Malasia, 10 feb 2015 (IPS) – Al observar un mapa que combine la historia del mundo con la geografía, el tiempo y el espacio, por 4.000 años China aparece como un conjunto de dinastías relativamente coherentes con transiciones complejas.
En contraste, Occidente surge como imperios con un nacimiento, crecimiento, auge, decadencia y caída, como el caso de los imperios romano, británico y el actual estadounidense.
China dejó de lado el espacio habitado por los bárbaros del sur, el oeste, el norte y el este, fuera del “bolsón chino” entre las montañas del Himalaya, el desierto de Gobi, la tundra y el mar, con la excepción de las rutas de la seda entre China oriental y el este de África, destruidas por Portugal e Inglaterra a partir del 1500, y colonizó Macao-Hong Kong.
Uno de los objetivos que tiene la actual política exterior china es restaurar las rutas de la seda con trenes de alta velocidad por Eurasia, mediante la cooperación para el beneficio mutuo y equitativo, o sea la armonía.
Estados Unidos dejó de lado el tiempo al hacer caso omiso de la historia pasada, y con la idea de que crea comienzos nuevos para los inmigrantes, y una Historia Nueva para sí mismo, para otros países y para el mundo entero.
Para el taoísmo, el conocimiento válido es holístico y dialéctico, basado en grandes y complejas unidades de pensamiento (los seres humanos enteros, China, el mundo), marcadas por fuerzas y contrafuerzas, el yin y el yang, el bien frente al mal. Lo que se suprime, crece, y lo que es dominante decae hasta el próximo ciclo.
China aparece a lo largo de 4.000 años como un conjunto de dinastías relativamente coherentes con transiciones complejas y Occidente como imperios con un nacimiento, crecimiento, auge, decadencia y caída, como es el caso de los imperios romano, británico y el actual estadounidense.
Para Occidente, el conocimiento válido se basa en la subdivisión y la acumulación de conocimientos acerca de los elementos, entretejidos en las teorías.
Para Mao Zedong (1893-1976), la contradicción básica radicaba en el imperialismo extranjero, con los propietarios frente al pueblo: estudiantes-campesinos-trabajadores. La revolución de 1949 comenzó una dialéctica de distribución frente al crecimiento, con saltos cada nueve años (1958-1967-1976). La muerte de Mao trajo cuatro años caóticos.
Para Deng Xiaopeng (1904-1997) la contradicción yacía en la miseria frente a la falta de crecimiento.
La revolución de 1980 acumuló capital entre los agricultores próximos a las ciudades y en Shenzen, con un crecimiento anual de 26 por ciento, y recreó la clase mercantil. Entonces se sucedieron ciclos de nueve años de distribución versus crecimiento, a partir de 1989, con las protestas de la plaza de Tiananmen, y luego en 1998, 2007 y 2016, con un nuevo enfoque en el crecimiento.
China se basa en los principios taoístas, en las ideas confucianas de jerarquías con armonía y en la igualdad budista de las pequeñas comunidades: el budismo para la distribución, el confucianismo para el crecimiento y el taoísmo para los saltos entre ambos.
Occidente podría haber tomado los aspectos positivos del judaísmo, el cristianismo y el Islam, pero se centró en los aspectos negativos de la discriminación, los prejuicios, la guerra y el genocidio, ahora bajo la forma del judeocristianismo versus el Islam, con sinergias sin emplear.
Los gobernantes mandarines chinos combinaron el poder con normas de la alta cultura para los agricultores y los artesanos, estando los comerciantes marginados en la parte inferior.
Los mandatarios aristócratas occidentales combinaron el poder con la fuerza, el comercio y la bendición del clero, que luego se convertirían en el Estado, el capital, la burocracia. Una diferencia básica con China era la marginación frente a la integración de los comerciantes.
Los emperadores chinos eran hijos celestiales que comerciaban con aquellos que pagaban tributos al emperador. En Occidente, el Paraíso consistía en un único Dios para todo el mundo y para la eternidad, que creaba y quitaba la vida. El monarca era la única persona con el derecho divino de quitar la vida, que también se delegaba a su ejército.
Los ingleses se negaron a pagar esos tributos y recurrieron a las guerras del opio y a la “diplomacia de las cañoneras” para quemar, con los franceses, el palacio imperial. China nunca fue violenta fuera de su “bolsón”, salvo cuando India la provocó en 1962.
El mandato divino se pierde cuando el pueblo protesta en las calles, y se recupera al abordar sus necesidades e ideas en el antiguo sistema de peticiones, por “la democracia de las ideas, no la democracia aritmética”, como hace Occidente con el recuento de votos en elecciones nacionales libres y pluralistas.
La Revolución Cultural marchó en las calles contra el poder confuciano de hombres ancianos con educación superior de China oriental, allanando el camino a los jóvenes, las mujeres y China occidental, y también a 80 millones de miembros del Partido “comunista”, lo suficientemente sabios para entender la dialéctica del yin el yang.
Tiananmen en 1989 no tuvo que ver con la democracia, sino con la pérdida de su posición feudal ante los agricultores ricos, los comerciantes, los capitalistas privados y estatales.
China está centrada en sí misma, la cultura profunda todavía es holístico-dialéctica con una superficie occidental. La sinergia de tres civilizaciones está ahí, así como la incapacidad de China para manejar el “bolsón” que representan Taiwán, Tíbet, uigures, mongoles, vietnamitas y coreanos.
Pero China se globalizó al comerciar con los bárbaros y acumular enormes riquezas. Mao abrió la sociedad a enormes masas de chinos: los jóvenes, las mujeres y los del oeste.
Deng elevó a los 300 o 400 millones de chinos del fondo de la sociedad entre 1991 y 2004, pasando el foco comunista de las necesidades de los más necesitados al capitalismo: el capicomunismo. En Beijing en 1980 había seis millones de bicicletas y ningún coche privado. En 2010 la proporción era de ninguna bicicleta frente a cinco millones de autos.
Occidente, superado por los países del BRICS (Brasil, China, India, Rusia y Sudáfrica) se dedicó más a matar que a aprender.
La clase gobernante de China, inmersa en la cultura, vinculaba los ciclos dinásticos al pensamiento del yin y del yang, y a los comerciantes con los bárbaros.
Los gobernantes de hoy, sumidos en hacer dinero para engendrar más dinero, vinculan el dinero a la corrupción. Con la competencia de América Latina más África, y las protestas en las calles, se acerca el fin de una dinastía.
El liderazgo de China no es para siempre. Nunca nada lo fue. Excepto, tal vez, otra China. ¿Una dinastía más espiritual, tras el “comunismo” materialista?
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Edición de Phil Harris / Traducción de Álvaro Queiruga
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