La gran contradicción del ser humano consiste, en escuchar todos los mensajes que vienen desde el exterior y en no confiar en los que nos llegan desde el interior de nuestro cuerpo, que es quien en realidad sabe qué es lo que nos conviene.
¿Cuántas señales nos envía nuestro cuerpo a lo largo del día? ¿Cuánta información podríamos haber almacenado a estas alturas de nuestra vida, si simplemente nos hubiéramos parado a escuchar lo que el cuerpo nos quiere decir?
Sabemos que el cuerpo posee una gran sabiduría, una bella y perfecta estructura, que con el paso de los años moldeamos a nuestro antojo y que terminamos deformando y convirtiendo la envoltura en una carcasa defectuosa y repleta de achaques. Habitamos un espacio desconocido y nos convertimos en su peor enemigo. Los bebés poseen el privilegio de mantener vivo el diálogo interno con su propio cuerpo. Responden a todas las señales que el cuerpo les envía, viven conectados con su interior, al margen de las normas externas.
Lamentablemente, este tesoro preciado que posee el ser humano que es la capacidad de conexión con su propio cuerpo, con los años se va perdiendo. Nos vamos separando más y más de nuestro cuerpo, vamos olvidando la importancia de estar conectados a él y lo convertimos en «algo» desconocido, ajeno a nosotros, del que sabemos poco o nada y con el que apenas nos comunicamos. Aún así y a pesar de no prestarle la suficiente atención, o mejor dicho la atención que se merece, permanece siempre junto a nosotros, como nuestro amigo fiel, aquel que siempre está ahí cuando más lo necesitas. Es cierto, que a veces protesta y manifiesta la necesidad de ser escuchado a través del dolor, del malestar, que puede ser físico, mental o espiritual, pero aún en esas ocasiones también eludimos sus señales, las pasamos por alto o simplemente hacemos que otros las escuchen por nosotros.
Cuando el dolor se manifiesta, es cuando nos percatamos de algo tan evidente, como de que tenemos cuerpo y es entonces cuando nos comunicamos con él desde la protesta, la crítica y el enfado. Nos sentimos molestos y cabreados, porque interpretamos el dolor como si de una rebelión se tratara. El cuerpo se revela contra nosotros, se convierte temporalmente en nuestro enemigo. Pasa de ser ese «algo» olvidado durante años, a una especie de estorbo, y es entonces cuando buscamos fuera lo que podríamos encontrar dentro. Acudimos al especialista en busca de la «pócima mágica» que nos devuelva la salud y que elimine ese dolor que tanto nos molesta y es entonces cuando le preguntamos, la pregunta del millón ¿Me curarás? ¿Cuántas veces hemos escuchado en nuestras consultas esa pregunta de boca del paciente y cuántas veces la hemos formulado nosotros, sin darnos cuenta, sin ser conscientes de que en realidad, la respuesta está en nuestro interior? El poder sanador está oculto en nuestro interior, en nuestro cuerpo se encuentran todos los mecanismos de auto-curación que están esperando a ser activados a través de la escucha.
La gran contradicción del ser humano consiste, en escuchar todos los mensajes que vienen desde el exterior y en no confiar en los que nos llegan desde el interior de nuestro cuerpo, que es quien en realidad sabe que es lo que nos conviene, ya que en él se encuentra el elixir de la salud, la mejor medicina para nuestra enfermedad y en definitiva toda la farmacia que necesita nuestro cuerpo para mantener el equilibrio y prevenir la enfermedad.
La llave que abre toda esa riqueza interna es la «escucha». Para que podamos hacer uso de su sabiduría, debemos acercarnos a él, recuperar la confianza en él y desarrollar esa capacidad. Solo así podemos conectar con él y solo así conseguiremos que el cuerpo ponga toda su sabiduría a nuestro alcance. Debemos promover el diálogo interno con nuestro cuerpo, y debemos adoptar el papel de intermediarios en el trabajo con nuestros pacientes. Nuestro trabajo como terapeutas, es la de intermediar entre el paciente y su cuerpo. Ayudarle a que redescubra su cuerpo y se acerque un poco más a él. Somos guías que ayudamos al paciente a retornar a su cuerpo, a que encuentre en su propio cuerpo el origen del desequilibrio y a que a través de nuestra escucha, consiga activar los mecanismos de auto-curación de su cuerpo.
Esa tarea que se nos ha encomendado no es fácil. Al contrario, el profesional debe poseer un gran conocimiento de su propio cuerpo, desarrollar su escucha interior, aprender a dejar de la do su «Yo» para ponerse a disposición del cuerpo del paciente, y por eso debemos trabajar primero con nosotros mismos. Porque si no nos escuchamos ¿Cómo vamos a escuchar a los demás?
Cuando hablamos de escucha, hablamos de la capacidad de percibir, de sentir y de conectarnos con nuestro cuerpo y con el de los demás. El dolor es la manifestación de que algo no funciona en nuestro interior. Mucho antes de que se manifieste, el cuerpo emite unas señales, envía una serie de mensajes, nos informa de que algo estamos haciendo mal. La verdadera enfermedad es la desconfianza en nuestro propio cuerpo. La falta de diálogo con él, es la causa de esa enfermedad, por lo tanto la cura de ese dolor radica en el acercamiento al cuerpo y por consiguiente en la escucha. Piensa en las veces que comemos sin tener hambre, en todas esas veces que aún sabiendo que una determinada postura nos produce dolor, insistimos en mantenerla y sobre todo, todas esas veces que seguimos los «consejos» que nos vienen del exterior como dietas, gimnasias, etc., simplemente porque alguien dice que son buenas, aún sabiendo o intuyendo que para nosotros no son recomendables. Aún así las seguimos a rajatabla sin escuchar a quien verdaderamente más sabe lo que nos conviene, nuestro cuerpo.
Sin duda la confianza en nuestro cuerpo juega un papel muy importante en el desarrollo de la capacidad de escucha. Si no confiamos en su sabiduría, no escuchamos y si no escuchamos no nos curamos y a la larga perdemos salud. El profesional que carece de escucha tampoco será capaz de guiar al paciente hacia el camino de la auto-curación.
A estas alturas, muchos os preguntaréis como se consigue desarrollar la capacidad de escucha, pues bien, como he dicho, el primer paso es acercarnos a nuestro propio cuerpo. Lo más importante es estar dispuestos a conocerlo, una actitud cercana de querer conocer, es el primer paso. A partir de ahí, el cuerpo nos responderá acercándose a nosotros a través de expresar su necesidades. Una vez que hayamos recobrado el diálogo con nuestro cuerpo, estaremos preparados para acercarnos al cuerpo del paciente. Este acercamiento requiere de la capacidad de autoconfianza en uno mismo y de la capacidad del profesional de dejar durante el tiempo que dura la sesión su «Yo» personal, para ponerse al servicio de las necesidades que manifiesta el cuerpo del paciente. Es en ese momento cuando dejamos de escuchar nuestro cuerpo y pasamos a escuchar el del otro.
El proceso de escucha supone el descubrimiento de un maravilloso mundo, el del cuerpo humano. Conocer cómo funciona, como responde a las manipulaciones que ejercen las manos del profesional sobre él, cómo se conectan las diferentes partes entre sí, etc. El cuerpo del paciente pasa a ser una máquina perfecta en nuestras manos y nuestra labor es pulsar el botón de arranque, para que pueda empezar a funcionar y sea capaz de activar por sí mismo, el proceso de auto-curación.
Resulta sorprendente observar cómo durante la sesión, muchos pacientes no poseen la conciencia corporal suficiente para indicar al profesional dónde les duele, cuándo y cómo comenzó el dolor, e incluso durante la sesión no son capaces de percibir lo que ocurre en su cuerpo. Personalmente he tenido el placer de encontrarme con algunos pacientes que si han podido sentir y registrar las diferentes sensaciones que se producen durante la sesión. Cuando esto ocurre, es cuanto el profesional siente, que por un momento, durante una hora, unos minutos o segundos ha conectado con el cuerpo de paciente y que sus manos han provocado una reacción en él, ayudándoles a sentir y a percibir la vida que hay dentro de su cuerpo. Es esa escucha de la que hablo, la que debemos desarrollar. Evidentemente esta labor resulta necesaria en todo el mundo, pero especialmente en los profesionales de la salud, sobre todo en aquellos que centran su trabajo en la terapia natural, porque no olvidemos que en eso radica precisamente la diferencia para con los demás profesionales, en que nuestro trabajo se basa en la visón integral y holística del cuerpo, una visión unificada y no parcial del cuerpo.
El cuerpo es un todo, y cada paciente es único, este es el principio que debe guiar el trabajo de todo profesional. Debemos tener siempre presente, que si queremos ayudar a que el cuerpo restablezca la salud, primero debemos escuchar. Debemos dejarnos guiar por él. Si existe esa confianza mutua entre el profesional y el cuerpo del paciente, estaremos en el camino correcto de la curación. Trabajando siempre desde la humildad de sentirnos meros intermediaros entre el paciente y el cuerpo.
Eider González
Profesora de yoga, terapeuta ayurvédica. Creadora del Método Omprana®