Archivo por días: septiembre 15, 2015

El fenómeno extraño e inexplicable de Lloviendo piedras

Raining Stones por Mackenzie Thorpe

Por  abril Holloway  |

A lo largo de la historia, ha habido numerosos casos registrados de extraños objetos que caen del cielo y peces, ranas, dulces, medusas, frijoles, nueces, semillas, y todo tipo de objetos extraños e inverosímiles. Una teoría popular explica estos eventos como siendo causado por los fuertes vientos que Batir las cosas desde el suelo o el agua y lanzarlas hacia un pueblo confiado a muchas millas de distancia. Pero, ¿puede esta teoría también explicaría una lluvia de piedras pesadas que se han sabido para dañar casas e incluso matar a la gente y el ganado?

Una larga historia de la lluvia Objetos

Uno de los primeros casos registrados de «llueven» objetos proviene de los escritos del filósofo romano y naturalista Plinio el Viejo, que documentaron las tormentas de ranas y peces en el siglo primero dC, en lo que hoy es Italia. En el siglo tercero dC, antiguo retórico griego y gramático Ateneo escribió en su obra «Los Deipnosophists» (libro VIII): «En Paeonia y Dardania tiene, dicen, antes de ahora llovido ranas; y tan grande ha sido el número de estas ranas que las casas y los caminos han sido lleno de ellos; y en un principio, por algunos días, los habitantes, tratando de matarlos, y el cierre de sus casas, sufrieron la plaga; pero cuando lo hicieron no es bueno, pero se encontró que todos sus buques estaban llenos de ellos, y se encontró que las ranas para ser hervido y asado con todo lo que comían, y cuando además de todo esto, no podían hacer uso de cualquier agua, ni poner sus pies en el suelo por los montones de ranas que estaban por todas partes, y se molestó también por el olor de los que murieron, huyeron del país «.

1555 grabado de llover peces.

1555 grabado de llover peces. (Wikimedia Commons)

Desde entonces, numerosos otros casos inusuales han sido documentados, incluyendo una tormenta en Italia en 1840 que deposita miles de parcialmente germinado Judas Árbol de semillas nativas de África central; una capa de cristales de azúcar en 1857 en el condado de Lake, Calif .; una lluvia de avellanas sobre Dublín, Irlanda, en 1867; mejillones estanque en vivo en Paderborn, Alemania, en 1892; y medusas en Bath, Inglaterra, en 1894.

Quizás uno de los más emocionantes de «lluvias» que se produzca fue la lluvia de monedas del siglo 16 que cayeron desde el cielo el 16 de junio de 1940, en la aldea rusa de Meschera. Los arqueólogos la hipótesis de que un fuerte viento barrió un tesoro enterrado que habían sido expuestos por la erosión del suelo, antes de caer de nuevo hacia abajo.

Uno de los primeros científicos para hacer frente a los fenómenos extraños de los objetos que llueven era EW Gudger, un ictiólogo en el Museo Americano de Historia Natural. Gudger publicó un artículo en la revista Natural History, titulado «Las lluvias de los Peces», a principios del siglo 20 en la que sugirió cuatro posibles explicaciones para las duchas de las especies marinas.

En primer lugar, sugiere que algunas especies animales «fuera de lugar» puede ser simplemente en su migración. En segundo lugar, que los peces u otras especies marinas se quedaron varados en tierra después de desbordamiento de estanques o arroyos. En tercer lugar, que los peces estivating, despertado por las fuertes lluvias, se había excavado en la superficie. Y en cuarto lugar, que el pez había sido trasladados fuera del océano o lago por trombas marinas o tornados y arrojó al suelo a muchas millas de distancia.

Las trombas marinas se han citado como una de las posibles explicaciones para llover objetos

Las trombas marinas se han citado como una de las posibles explicaciones para llover objetos (Wikipedia)

La última teoría ha recibido el mayor apoyo. Jerry Dennis escribe en su libro «Está lloviendo ranas y peces: Four Seasons de los fenómenos naturales y las singularidades del Cielo», que los cálculos teóricos sugieren que el «campo de granizo tamaño de una pelota requiere una corriente ascendente de más de 100 millas por hora, lo que sería más que suficiente poderoso para Loft pequeña de pescado de alta en una nube de tormenta «.

Sin embargo, algunos casos de caída de objetos pueden no tan fácilmente se explican por esta teoría. Los fenómenos de piedras lloviendo, por ejemplo, se ha conocido a durar varios días o incluso semanas, y con rocas demasiado grandes para ser llevado a grandes distancias por el viento.

Lloviendo piedras

Al igual que los fenómenos de animales llover, llover piedras se han documentado en la historia. Una de las primeras cuentas es de 1557, cuando Conrad Lycosthenes de «Crónicas de Prodigios», describe una lluvia de piedras que traen la muerte a las personas y el ganado.

Durante la Edad Media, las apariciones de las piedras que caen del cielo se atribuyeron a las criaturas de origen sobrenatural o incluso el diablo. En 1690, folclorista Robert Kirk escribió en su libro «El Secreto de la Commonwealth» que la caída de piedras fueron causadas por los habitantes subterráneos llamados «espíritus invisibles» -similar a duendes o brownies-que lanzar las piedras alrededor, pero nunca con la intención de lastimar a nadie . En 1698, las piedras cayeron del cielo en Nueva Hampshire, que fue grabado en un folleto titulado «Lithobolia, o el lanzamiento de piedras diablo.»

Una ilustración de una lluvia de piedras de "El Quijote".

Una ilustración de una lluvia de piedras de «El Quijote». (DominioPúblico)

Uno de los casos más conocidos de la caída de piedras ocurrieron en Harrisonville, Ohio, en 1901. El octubre Buffalo Express, un pequeño periódico local, informó que el 13 de octubre «, una pequeña roca vino estrellándose a través de la ventana de Zach tinte de casa. «Nadie fue visto en los alrededores. Pero esto era sólo el comienzo. A los pocos días, toda la ciudad fue supuestamente afectado por piedras y rocas que caen de un cielo despejado.Perplejo en cuanto a donde las piedras venían, la gente del pueblo reunió a todos los hombres y los niños de Harrisonville para descartar el fenómeno está causado por una pandilla de alborotadores (se suponía que las mujeres no serían capaces de, como acto) . Las piedras siguen cayendo. Varios días después, la lluvia de piedras detuvo tan repentinamente como había empezado.

Desde este evento, ha habido muchas otras ocasiones documentadas de las piedras que caen del cielo, también en Sumatra (1903), Bélgica (1913), Francia (1921), Australia (en varias ocasiones entre 1946 y 1962), Nueva Zelanda (1963), Nueva York (1973), y Arizona (1983).

Explicaciones para Lloviendo piedras

Los científicos han admitido que ellos realmente no tienen una respuesta definitiva para los extraños fenómenos de piedras lloviendo. Con los años, se han propuesto muchas teorías de la actividad poltergeist a los seres sobrenaturales, las pandillas de lanzadores de piedras, volcanes, meteoritos, tornados, e incluso la retribución divina, como se ve en la referencia (Josué 10:11): «el Señor echó por del cielo grandes piedras sobre ellos hasta Azeca, y murieron. »

El 23 de noviembre de 2013, miles de pequeñas rocas cayeron del cielo sobre Sicilia, Italia, que comenzó después del Monte Etna, un volcán activo, vomitó piedras pómez, polvo y ceniza en el cielo. Coches se cubrieron en pequeñas rocas negras y afiladas. Esto sin duda explica un caso de caída de piedras. Sin embargo, muchos eventos registrados no se ajustan a esta descripción.

Otra explicación popular es tornados o condiciones tornado-like. Sin embargo, se ha informado de rocas cayendo incluso en el buen tiempo y en los países que no experimentan los tornados. Por otra parte, los tornados sólo son capaces de recogiendo escombros y disparar hacia el exterior en trayectorias balísticas. No causan los desechos a caer hacia abajo desde el cielo lejos del punto de origen.

Algunos expertos han argumentado que llueven piedras pueden ser causados ​​por un meteorito entrando en la atmósfera de la Tierra y la fragmentación en miles de piedras más pequeñas. Sin embargo, tal evento es por lo general acompañado de un estampido sónico, que no ha sido documentado en ninguno de los casos denunciados, y esta teoría tendría un tiempo duro que representa eventos que han durado días o incluso semanas.

Al igual que con muchos inusuales e inexplicables fenómenos, científicos y académicos se han mostrado renuentes a examinar el tema de ninguna manera rigurosa. Presumiblemente, el examen de la naturaleza de las rocas y si son locales de la zona en que se caen o de más lejos, incluso desde el espacio exterior, podría ayudar al menos a arrojar algo de luz sobre el misterio. Hasta entonces, nos quedamos con meras especulaciones en cuanto a las causas de este fenómeno extraño.

Imagen destacada: Lloviendo piedras por Mackenzie Thorpe (Trevor Victor Harvey Gallery)

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¿Es la espiritualidad una dimensión de la biología?

Andrés Moya, presidente de la Sociedad Española de Biología Evolutiva, reflexiona sobre este punto

 

Desde el ámbito de las ciencias de la naturaleza, empieza a hablarse de la espiritualidad como una dimensión de la realidad viva. Y eso a pesar de que el cientificismo reduccionista defiende la superioridad de las ciencias de la naturaleza sobre las humanidades. Esta postura, sin embargo, ha sido superada por Stephen Jay Gould y Edward O. Wilson. Ahora, un ensayo del genetista Andrés Moya, presidente de la Sociedad Española de Biología Evolutiva (SESBE), reflexiona sobre este punto y se sitúa en este debate abierto desde hace medio siglo. Por Leandro Sequeiros.

Andrés Moya. Fuente: Universidad de Valencia.

La espiritualidad es pluriforme

En repetidas ocasiones hemos acudido en nuestra revista al tema siempre sugerente y pluriforme de la espiritualidad. En un reciente ensayo, Los humanos, la espiritualidad y la evolución cósmica (Les humains, la spiritualité et l’évolution cosmique) de David Molineaux, describe la espiritualidad de un modo similar al del libro que comentamos. Escribe: “Cuando se habla de espiritualidad, la tendencia habitual moderna es de suponer que se trata de una cualidad específicamente humana. Aquí quiero sugerir que es posible entender la espiritualidad en un sentido mucho más amplio, como atributo esencial de todos los seres en el Universo, desde un átomo a un alerce o a una galaxia”.

Y más adelante: “Para el mundo moderno en general, esta idea parece extraña: un supuesto más o menos universal de nuestra cultura es que sólo los humanos tenemos conciencia y sentir, y por ende espiritualidad. Esta percepción refleja el dualismo que heredamos de algunas vertientes de la tradición intelectual occidental, y que se expresaba con mucha nitidez en el pensamiento de René Descartes, uno de los grandes arquitectos de la cosmovisión moderna. Para el cartesianismo, sólo la mente humana es consciente; el mundo de la naturaleza obedece a leyes estrictamente mecánicas. Ni siquiera los animales tienen sensibilidad: si golpeamos a un perro, el animal emite chillidos; pero estos sonidos son como el chirriar de una máquina mal lubricada”.

Y prosigue: “En la ciencia contemporánea, sin embargo, están naciendo paradigmas nuevos. Basta recordar la irrupción, en el siglo XX, de la teoría de la relatividad, la física cuántica, la teoría de sistemas, y la teoría del caos. Como todos sabemos, una de las novedades científicas más fundamentales del siglo XX fue la teoría del llamado «Big Bang», la cual postula que el Universo nació hace unos 14 mil millones de años desde un punto infinitesimal y casi infinitamente denso y caliente; y que desde entonces se ha ido expandiendo, enfriando y… transformando”.

Recuperar la espiritualidad desde otro paradigma

Para intentar recuperar el sentido de la espiritualidad en un mundo pluricultural e interreligioso, acudimos al Exordio del ensayo de Andrés Moya, “Biología y Espíritu. Se trata de un extenso y denso prólogo firmado porDiego Bermejo, profesor de la Universidad de Deusto, y ya conocido de los seguidores de Tendencias21 de las Religiones en el que sitúa el texto de Andrés Moya (que puede no ser bien comprendido por no científicos) en su verdadera dimensión.

Bermejo ha leído y estudiado detenidamente la obra filosófica de Andrés Moya y resitúa el sentido que confiere a la espiritualidad en su marco apropiado (en un reciente artículo de Tendencias21 de las Religiones, Bermejo también explica la obra de Moya).

Biografía académica

Andrés Moya cursó simultáneamente los estudios de Biología y Filosofía en la Universidad de Valencia. Obtuvo el doctorado en Biología en 1983 y el de Filosofía, con premio extraordinario, en 1988 por la misma entidad académica. En 1986 formó el grupo de Genética Evolutiva del Departamento de Genética de la Universidad de Valencia, de la cual es catedrático desde 1993.

Fue director de este departamento entre 1995 y 1998. Además, ha sido promotor del Institut Cavanilles de Biodiversitat i Biologia Evolutiva de la Universitat de València, el cual dirigió desde 1998 hasta 2010; del Centro de Astrobiología (INTA-CSIC) y del Consejo Superior de Investigación y Salud Pública de Valencia. Es miembro de varias sociedades científicas internacionales y del consejo editorial de revistas. Ha sido miembro del Consejo de la Sociedad Europea de Biología Evolutiva y es presidente de la Sociedad Española de Biología Evolutiva. Además, es miembro del Consejo Asesor de la Cátedra de Divulgación de la Ciencia de la Universidad de Valencia.

Ha recibido diversos premios y reconocimientos: premio Ciutat de Barcelona de Investigación Científica 1996; Diario Médico 2006, Diploma del Presidente de la Generalitat Valenciana por investigación biomédica 2010 y Premio Nacional de Genética 2012. Es miembro de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia desde 1998.

Además de sus publicaciones estrictamente científicas, realiza un trabajo intenso de divulgación científica a través de revistas y organismos (Mètode, SESBE) y ensayos, entre los que destacamos: Naturaleza y futuro del hombre, Pensar desde la ciencia, Evolución, Simbiosis o el presente Biología y Espíritu, cuya referencia completa puede verse en la bibiolografía final.

 

Andrés Moya, un científico melancólico

Con el título “Andrés Moya, un científico melancólico ”, Diego Bermejo escribe: “Die Wissenschaft denkt nicht” (“La ciencia no piensa”) sentenció Heidegger (Martin Heidegger, Was heisst Denken?, in: Id., Vorträge und Aufsätze, Neske, Stuttgart, 1997, p. 127)“ “La razón es simple: porque ha reducido la realidad a cosa y la relación del hombre con el mundo a una relación cosificante en la que no cabe ya la pregunta por el ser y su sentido, sino el cálculo objetivo. Para el filósofo alemán no se puede pensar desde la ciencia, aunque la ciencia remite necesariamente a “otro lugar”, al terreno del pensar poético. Y esta remitencia dejaría en evidencia el abismo insuperable que media entre ambos. Heidegger estaría insinuando que habría que abandonar la lógica occidental del pensar objetivante, dar cuenta del desarrollo de este modo de pensar y abrirse al ser, que no se deja demostrar sino solo mostrar, en los indicios poéticos de un lenguaje referido a sí mismo como casa propia en la que habita el ser humano. En el fondo late la cuestión de cuál es el lugar propio del pensamiento, si las ciencias o las humanidades; un viejo debate cuya solución,  intuyó Heidegger, vendría de más allá de las versiones habituales del cientificismo y del humanismo, y que Andrés Moya cree superado, gracias a Darwin y a la teoría de la evolución”.

Retomar el debate sobre las dos culturas

El punto de partida para entender rectamente el texto de Andrés Moya debe situarse en el debate abierto de hace medio siglo sobre la superación del antagonismo entre las dos culturas: la humanista y la científica. Moya apuesta por considerarse científico y humanista. Y eso es posible y necesario.

Siguiendo el hilo de Diego Bermejo, “Snow popularizó con la expresión “las dos culturas” el divorcio existente entre las dos mentalidades en que creía ver cristalizado el modo de ser occidental, la humanística y la científica, y apuntó a la posibilidad de una “tercera cultura”, que Brockman pensó “más allá de la revolución científica” y que superaría el puente entre las dos anteriores [C. P. Snow, The Two Cultures, Cambridge UP, Cambridge, 2001 [or. 1959]. J. Brockman, The Third Culture. Beyond the Scientific Revolution, Simon and Schuster, New York, 1995 (La tercera cultura, Busquets, Barcelona , 1996)”.

Desde nuestro punto de vista, las tesis de Brockman han ido derivando hacia un cientificismo reduccionista que proclama la superioridad de las ciencias de la naturaleza sobre las humanidades. De modo que las humanidades han sido abducidas por las ciencias. Pero esta postura parece haber sido superada. Primero fue superada por Stephen Jay Gould y más cercanamente por Edward O. Wilson  en su último libro “El significado de la existencia humana ”.

“Entre cientificismo (prosigue Bermejo) –solo materia y, por tanto, solo ciencia: superioridad y exclusividad de las “ciencias de la naturaleza” (Naturwissenschaften) en la obtención de conocimiento objetivo por medio del método científico empírico/positivo– y humanismo –solo espíritu y, por tanto, superioridad y singularidad de las “ciencias del espíritu” (Geistwissenschafen) para dotar de singularidad al ser humano respecto de los otros seres a partir del lenguaje y la simbolización– existe un territorio mestizo, propiciado por el avance de las recientes ciencias de la vida y la teoría de la evolución, que obliga a pensar desde la ciencia cuestiones que parecían patrimonio exclusivo de las humanidades: la naturaleza y sentido del ser humano y de la vida”.

El naturalismo parecía triunfar sobre las humanidades

El profesor Diego Bermejo explora el territorio de las ciencias de la naturaleza, excesivamente volcadas hacia posturas naturalistas: “La revolución copernicana que permitió someter a observación y experimento al mundo inanimado, materia muerta, explicándolo a partir de leyes físicas, ha culminado en la revolución darwiniana, que se atrevía a explicar el mundo vivo como materia viva, incluida la materia humana, a partir de leyes biológicas y evolutivas, un terreno que en principio parecía vedado a la ciencia experimental”.

Y continúa: “Con ello la especie humana pasaba a formar parte de la historia de la vida en unidad de destino azaroso con el resto de las especies vivas. A partir de entonces, las preguntas metafísicas sobre el ser humano y la vida pasan inexorablemente por la ciencia, por los hallazgos biológicos en biología molecular y evolutiva, biogénetica, bioquímica, neurobiología, sociobiología, psicología evolutiva, biocomputerización, etc. Y, en el ámbito de la biología, sabemos desde Dobzhanski que “nada tiene sentido sino a la luz de la teoría de la evolución” [Th. Dobzhansky, Genetics of Evolutionary Process, Columbia UP, New York, 1970: “…in biology, nothing makes sense except in the light of evolution”]”.

¿Ha muerto la metafísica?

Según Bermejo, la acusación de cientificismo dirigida contra la ciencia, con la intención de descalificarla globalmente en cuanto instancia válida para dar razón de la singular condición humana, descansa frecuentemente, además de en otras razones pertinentes, en la ignorancia proverbial que demuestran los humanistas en cuestiones de ciencia. Ignorancia similar –también urge decirlo– a la que demuestran científicos en cuestiones humanísticas, descalificadas precipitadamente como cuestiones sin sentido porque no se dejan reducir al lecho de Procusto del método empírico.

Nos movemos ahora en un terreno bien conocido por Bermejo que ha sido editor de un extenso volumen interdisciplinar: Pensar después de Darwin. Ciencia, filosofía y teología en diálogo (Sal Terrae, Universidad Comillas, 2014). Defender la posibilidad filosófica de un diálogo y de un encuentro entre epistemologías aparentemente irreductibles, es un reto que afronta con valentía.

“Contra este desencuentro, poco ilustrado, -prosigue- se multiplican en la actualidad los ejemplos de científicos que se “atreven” a hacer filosofía y de filósofos que se “convierten” a la ciencia. Andrés Moya muestra su convencimiento de que se debe y se puede superar ese hiato profundo entre las dos almas en que habría desembocado nuestra cultura occidental, a partir, sobre todo, de los avances que la biología evolutiva, y en general las ciencias de la vida, podrían proporcionar como territorio común sobre el que pensar y desde el que pensar”.

 

La ciencia como protofilosofía

El refugio tradicional en “lo inefable”, estrategia para salvar un reducto propiamente humanístico y sustraído a la ciencia positiva, se desvela y se deja explicar científicamente: “La ciencia se convierte, de forma creciente, en permanente ganadora de terreno al mar de lo inefable”, porque “desde la ciencia ″se puede interpretar″ el conocimiento general” (A. Moya, Pensar desde la ciencia, o. c., p. 71).

La inversión demandada –pensar desde la ciencia– descansa, para Moya, en la constatación creciente de que la ciencia no es “una forma más de conocimiento”, desacreditada además por la mentalidad humanística como forma particular y metodológicamente reduccionista; sino la forma esencial del conocimiento como tal y base explicativa del funcionamiento de las otras.

La ciencia podría convertirse en protofilosofía, en filosofía primera, que Moya denomina “metafilosofía” o “metafilosofía científica”: no una filosofía de la ciencia que otorgaría papel preponderante sobre la ciencia a la filosofía considerada como metalenguaje, sino una ciencia de la filosofía o metafilosofía científica que piensa la realidad, la verdad y el conocimiento desde la teoría/hecho de la evolución como punto de partida y clave explicativa de nuestra comprensión del mundo y de nosotros mismos, de nuestras ideas y de nuestros comportamientos, de nuestras teorías y sistemas culturales, éticos, artísticos y religiosos.

Pensamiento en evolución

El mismo Moya describe la evolución de su pensamiento a partir de sus últimos libros, fundamentalmente biofilosóficos, en los que pretende hacer, más que filosofía de la biología, biología de la filosofía, es decir, repensar los grandes temas humanísticos a la luz del pensamiento evolucionista.

“En Pensar desde la ciencia abogo por el pensar independiente y no cientificista desde la ciencia, reclamando para ella el interés legítimo por entrar en la arena de los grandes asuntos que siempre han interesado al pensamiento occidental. También sostengo la tesis del carácter melancólico del hombre de ciencia que, ahora, queda obviada al plantear una solución, de corte científico, al nihilismo que supone el sabernos bien totalmente determinados o bien totalmente solos. Finalmente reivindico, al igual que haré aquí de forma todavía más exigente, un cierto regreso a la ciencia académica y a la investigación independiente y públicamente costeada. En la segunda obra, Evolución: puente entre dos culturas, defiendo una vía continental, con precedentes bien conocidos en la cultura europea, de lo que sería el regreso a una unificación de saberes científicos y humanísticos. Y la teoría de la evolución es el puente ideal, probablemente el mejor de todos los posibles, para retomar de nuevo esa vieja aspiración ilustrada que debiera cristalizar en un regreso a los saberes clásicos de la educación, considerando la ciencia como el primero de ellos”.

En el libro Naturaleza y futuro del hombre pretende ir más allá de la naturalización darwinista y tratar de responder al nihilismo y pesimismo existencial que plantea la elevación del darwinismo o del determinismo génico dawkinsiano a tesis metafísica –el ser humano sería un mero accidente en la historia de la evolución y la vida humana una estrategia al servicio de la supervivencia de los genes– con la tesis de la transevolución y la transhumanización, es decir, un nuevo estadio en la historia de la evolución caracterizado por la capacidad, insospechada hasta ahora, de intervenir directamente en el control y dirección del proceso evolutivo planetario y humano:

“Sostengo, frente a tal pesimismo existencial, -escribe Moya-  la tesis de la capacidad de ese ser singular que llamamos hombre de poder subvertir su naturaleza, esté o no gobernada por tales replicadores [sc. génicos]. La historia de nuestra especie es una historia de intervencionismo progresivo, progresivamente más racional, que pone de manifiesto que ha ido dominando, en clave interna, su naturaleza y, en clave externa, la naturaleza de otros entes. La única forma de obviar, además, el nihilismo derivado de conocer que somos productos de la evolución del Universo y, dentro de él, del planeta Tierra, y que estamos aquí igual que podríamos no estar, es decidir qué vamos a hacer con nosotros mismos, con el buen entendimiento de que disponemos, y saber que dispondremos, cada vez más, de capacidad para intervenir en lo natural… Los hitos fundamentales de la cultura de nuestro tiempo nos sugieren mundos y entes radicalmente nuevos y artificiales. La evolución no es que se detenga, sino que estamos en condiciones de orientarla, e ir haciéndolo de forma progresivamente más efectiva”.

Biología y espíritu

Siguiendo el exordio de Diego Bermejo, diríamos que todos estos temas se continúan en el libro que presentamos, Biología y Espíritu , pero matizando tesis anteriores y acercándose a la teología y a las visiones espirituales del ser humano y del universo. Aquí Moya se encuentra cada vez más próximo a las tradiciones religiosas y espirituales por la propia evolución de su pensamiento.

Incorporando fenómenos como la constatación en la materia de un proceso de emergencias de complejidad ascendente, Andrés Moya termina postulando la aceptabilidad racional de una interpretación en clave de proceso de espiritualización creciente del ser humano y del universo, próxima a interpretaciones de raíz teológica (dialoga, en concreto, con Pierre Teilhard de Chardin, Theodosius Dobzhansky y Tipler), tal como él mismo deja apuntadas ya en el prólogo: “algunas de las tesis que trato aquí difieren en forma sustancial respecto de concepciones previas. La primera [tesis] tiene que ver con el papel de la ciencia y su relación con otras formas de conocimiento. Así, mientras que en el pasado sostenía la tesis de la competitividad de la ciencia con respecto a otras formas de aprehensión de la verdad o la realidad de los entes, ahora abogo por una necesaria reconciliación entre ciencia y no ciencia, reconciliación que entiendo fundamental, esencial, para dar sentido a la existencia”.

Y prosigue Moya: ”La segunda [tesis] está relacionada con la naturaleza de la transformación humana y sueventual evolución hacia entes progresivamente menos materiales. En obras previas he estado más próximo a la radical contingencia del ente humano, mayor que la de cualquier otro ente vivo. Ahora esbozo la posibilidad de un proceso de evolución natural de la materia hacia la complejidad, particularmente la de los entes vivos. Ciertas propiedades o características del ente humano, al igual que la emergencia en sí de la vida en su momento, podrían ser razonablemente aceptables aquí y en otros lugares del Universo”.

Y concluye Moya: “Finalmente, mientras que en el pasado he llevado a cabo reflexiones, con cierto soporte racional, en torno al futuro del hombre, aquí exploro la eventual convergencia que esa tesis tiene con cosmovisiones y teologías, en la medida en que unas y otras dan soporte o se apoyan en la espiritualización del ente humano y del Universo”.

Superar el divorcio de las dos culturas

Andrés Moya representa un intento serio por superar el divorcio entre las “dos culturas”. Cientista convencido pero no ingenuo y filósofo lúcido, oscila entre las dos sensibilidades, consciente tanto de los retos acuciantes que se plantea la ciencia como de los retos que la ciencia plantea. Distingue, siguiendo a Castrodezza, dos tipos de ciencia, la “ciencia faústica” y la “ciencia prometeica” [ver A. Moya, Naturaleza y futuro del hombre, o. c., pp. 21. 30. 171]

La ciencia faústica se caracterizaría, podríamos decir, por una desmesura epistemológica (omnisciencia) y por una supuesta neutralidad ética (omnipotencia del imperativo técnico), mientras que la ciencia prometeica se caracterizaría por una mesura epistemológica basada en el racionalismo crítico y en la responsabilidad social. Pero una cosa es reconocer en principio y explícitamente –como repite Moya– la legitimidad de una pluralidad de fuentes de conocimiento, además de la ciencia, para dar cuenta de la complejidad de la experiencia humana en el mundo, y otra es el intento de conciliación entre ellas desde la primacía de la ciencia. Aunque intenta “pensar desde la ciencia”, el topos científico condiciona el pensar. Hasta tal punto que, no solo la naturaleza, sino el futuro del ser humano se cuestionan desde la misma ciencia.

Moya – y seguimos a Diego Bermejo – propone los conceptos de “transevolución” y “transhumanismo” para describir el futuro del ser humano, a partir del desarrollo reciente de las tecnociencias y la potencialidad de que un proceso creciente de artificialización complete, supere, transforme, y también problematice, la naturaleza humana. La relevancia de este proceso, que conduce de la naturalización darwiniana a la desnaturalización postdarwiniana del ser humano, se intuye en las expectativas novedosas que genera la tecnociencia y que nuestro biólogo/filósofo no duda en calificar de “tercera revolución copernicana” con consecuencias extraordinarias de naturaleza ontológica para el ser humano.

 

Imagen: Sean Gladwell. Fuente: PhotoXpress.

Imagen: Sean Gladwell. Fuente: PhotoXpress.
Evolución y espiritualidad
           
En el presente libro, Biología y Espíritu, reconoce Moya que nos encontramos con el hecho de que la única especie capaz de reconstruir su historia evolutiva es el ser humano y, por ello, la única que se pregunta por el sentido o sinsentido de dicha consciencia.Moya –si lo interpretamos correctamente, escribe Diego Bermejo– reconoce que contemplar el hecho de que la evolución natural haya engendrado la conciencia obligaría a preguntarse honestamente por la cuestión del sentido de la conciencia de esta historia que la ciencia revela, más allá (o precisamente por eso)  de que su origen haya sido natural, azaroso y selectivo.

¿Por qué o para qué hemos llegado a ser entes racioespirituales? ¿De qué nos sirve? ¿Qué hacer con nuestra inteligencia? Responder que la inteligencia juega un papel funcional, como cualquier otra herramienta evolucionada, al servicio de necesidades adaptativas al medio y del medio a nuestras necesidades, no es sino afirmar algo obvio.

Moya no renuncia a esto, fiel a la tradición filosófica, aunque repensada e interpretada desde la ciencia. ¿En qué sentido se podría hablar de trascendencia desde la propia ciencia? La ciencia trasciende, en un primer sentido, en tanto va más allá del ente concreto y desvela su verdad oculta (acepción clásica de la verdad comoaletheia, desvelamiento); la ciencia trasciende, en un segundo sentido, en tanto va más allá de la esencia natural de los entes y crea deliberadamente otros (poiesis/techne, acepción tecnocientífica), trascendiendo incluso la naturaleza externa y la naturaleza propia.

Una ciencia seria que piensa y actúa trasciende la naturaleza, no la reproduce ni sirve a su reproducción necesariamente (otra cuestión es de si para bien o para mal). Tanto si se considera al ser humano como producto final o producto singular de la evolución, el hecho es que el hombre se rebela contra la esclavitud genética y puede intervenir incluso sobre los genes.

Ciencia, espiritualidad y sentido

Naturalizar el espíritu –siguiendo la interpretación que hace Diego Bermejo del hilo de pensamiento de Andrés Moya– podría significar, desde la perspectiva de la transevolución, entenderlo como materia que se autotrasciende, como espiritualización de la materia.

Nos encontramos aquí dentro del ámbito de las reflexiones teilhardianas que, con ocasión de los 60 años de su fallecimiento, están realizando las Asociaciones de Amigos de Teilhard, así como a las aportaciones del teólogo Philip Clayton desde sus supuestos emergentismos. En esta línea, para Moya, la espiritualidad podría entenderse como la tendencia a una complejidad creciente que conduce a la autoconciencia y la autotransformación. Matería y espíritu representan categorías complementarias dentro de una concepción monista de la realidad entendida como naturaleza viva y creativa.

El avance de la ciencia permite imaginar “una ciencia que progresivamente, partiendo de supuestos materialistas, devendrá menos y menos materialista”, reconoce Moya. Sin embargo, la cuestión del sentido preocupa a Moya, tanto del sentido científico como del sentido existencial que entiende como  “tensión esencial”: “La perplejidad que provoca la existencia es una constante a lo largo de la historia. El pensamiento sin asideros sobre nuestra existencia conduce a la angustia y la soledad. Tal ejercicio no va asociado a logro positivo alguno, y los logros positivos de la razón no sirven para satisfacer las inquietudes suscitadas por el pensamiento sobre el sentido de la existencia”.

Enfrentarse a la cuestión del sentido puede conducir para Moya a cuatro posturas: afirmar el absurdo, afirmar el sentido (desde el humanismo o desde la religión), suspender la cuestión o evitar/distraer la cuestión. Pero, en cualquier caso, “indefectiblemente estamos abocados, por la naturaleza de nuestra inteligencia, a pensar en el sentido de la vida”.

En escritos intimistas como éste, Pensar desde la ciencia, donde se deslizan confesiones sobre lecturas preferidas del autor, no es casual que cite a Unamuno, Kierkegaard o Nietzsche; y que considere al científico serio (él mismo) como “experimentador intimista”, imbuido de un talante trágico, condenado a la melancolía y soledad existenciales.

Acercamiento entre ciencia y religión

Siguiendo el hilo del razonamiento de Diego Bermejo, observamos un vaivén, no resuelto del todo, propio de la doble alma de científico y filósofo en que habita Moya, entre humanismo y cientismo que, más allá de declaraciones explícitas a favor de su superación, no termina de estabilizarse.

Pero entendemos que esa tensión es, precisamente, lo que convierte sus escritos en testimonios de una búsqueda incesante en los límites a los que la razón arroja. Reclama valores éticos en el científico y en el ejercicio de la ciencia, pero no justifica desde dónde y por qué; desde luego, no desde la misma ciencia.

Moya encuentra similitudes entre su postura y la de sus mentores creyentes –aunque interpretándolas desde el naturalismo ateo al que no renuncia– en el estado actual de su reflexión sobre el futuro del ser humano.

Quizá no sea casualidad que, convencido como está de que la ciencia prometeica (búsqueda paciente, seria y honesta de saber) no debe ceder ante la ciencia faústica (intervencionismo precipatado e irresponsable), abogue en su último escrito, y remitiéndose al pensamiento de los autores arriba citados, por un “acercamiento entre ciencia y religión”, viéndose sorprendido él mismo de encontrarse próximo a posturas evolucionistas de autores cuyas convicciones religiosas han inspirado su trabajo científico.

La razón que aduce es la siguiente: “¿Por qué apuesto por la tesis del acercamiento? Puede que sea debido a tener en consideración un muy sano principio en el campo de la ciencia: la generalización o el desarrollo de teorías de gran calado o capacidad explicativa. Probablemente nos proporcione una mayor satisfacción intelectual (y quién sabe si existencial también) poder dar con una explicación razonable que combine sectores alejados o contrapuestos del pensamiento en torno a las relaciones entre la materia y el espíritu, entre la ciencia y los valores”.

Moya no dice más (todavía), pero no dice poco. Su honestidad intelectual de científico/humanista le obliga a llevar la pregunta hasta donde la pregunta lleve. Y la cuestión final a que se ve abocado esta suerte de científico paradójicamente unamuniano, de “científico melancólico”, que es Andrés Moya, es la cuestión del sentido de la vida [A. Moya, Pensar desde la ciencia, pp. 49-51]. Moya cree en la ciencia y cree que la ciencia crea la realidad [“La realidad es producto de la ciencia”, “la ciencia es la realidad”, A. Moya, Naturaleza y futuro del hombre, o. c., p. 200], y que la creación científica de realidad otorga sentido a la vida (del científico).

La cuestión del sentido de la vida, resuelta científicamente, conduce únicamente a satisfacer parcial y provisoriamente una demanda “eterna” de conocimiento. Pero un mayor conocimiento no implica necesariamente más bondad o más felicidad. Puede, incluso, conducir a lo contrario, a mayor depravación moral y a mayor insatisfacción vital. La ciencia no basta para dotar de sentido, como reconoce Moya: “Puesta en toda su dimensión explicativa, la ciencia es una forma limitada, aunque sin límite reconocible, de conocimiento de la realidad. Por lo tanto, su método no puede brindar respuestas definitivas, o por lo menos definitivas para los individuos”.

Y es ahí donde al científico honesto, que no renuncia a más verdad y a más sentido, le invade la melancolía. “El individuo deviene melancólico –sostiene Moya con Földényi– cuando su natural incapacidad para entender o darle sentido a su existencia se convierte en algo omnipresente”. Reconoce no saber “si afirmar que se llega a la ciencia por melancolía o que la asunción de la ciencia en toda su dimensión genera melancolía en quien la practica”.

Sentido, ciencia y espiritualidad

Al final del libro, Biología y Espíritu, según apunta Diego Bermejo, Andrés Moya apela a liberar la cuestión del sentido de encorsetamientos axiomáticos y prejuiciados de la tradición filosófica y teológica, para reconsiderarla a la luz de la ciencia, donde la espiritualidad puede encontrar ahora acomodo evolutivo:

“La espiritualidad es un fino logro, primero, de la evolución biológica, y luego de la cultural, pues proporciona paz, nos aleja del desasosiego. En los albores de nuestra existencia, la espiritualidad debió verse favorecida por la selección natural de un tipo de caracteres frente a esos otros generadores de comportamientos dubitativos, los que asustan por la sensación que produce la soledad de sabernos seres inteligentes, sí, pero únicos en el Universo. La espiritualidad, por el contrario, permite sentir unicidad, trascender el propio yo aislado para formar parte de un todo armonioso, alcanzar la convicción de que existe un significado para el Cosmos, con nosotros incardinados en él. ¿Quién no ha experimentado con grado diverso ese particular sentimiento? La racionalidad, al igual que la espiritualidad, tiene grados, y cada uno de nosotros bien pudiera ser una mezcla de ambos en dosis diferentes. En efecto, la distribución de espiritualidad es como la de la inteligencia: tiene base genética compleja y una fuerte componente ambiental y cultural. Por lo tanto, no debe sorprendernos la recurrencia, también, de seres poco o nada espirituales así como la de espíritus con capacidad para sostener el agnosticismo o el ateísmo, aun cuando eso comporte desasosiego y amargura en grados variables” [A. Moya,Biología y Espíritu. Cf. A. Moya, Pensar desde la ciencia, p. 69-70].

El “proceso de espiritualización” creciente al que estamos convocados se traduce para Moya en la capacidad de dotar de sentido a la existencia desde el poder que la ciencia pone en nuestras manos, interviniendo activamente en la configuración de nuestro futuro.

Pero queda sin resolver –y en esto coincidimos con Diego Bermejo- desde dónde dota la ciencia de sentido a la vida y para qué. ¿Desde el topos científico actual que provoca tanto certeza como incertidumbre? O desde el topos existencial que demanda valor y sentido, so pena de sucumbir al pesimismo o arrastrar un desasosiego melancólico incurable, si no se quiere huir de la pregunta? El “científico melancólico” hace de la perplejidad y la incertidumbre acicate para seguir buscando sentido existencial a su vocación, mientras el científico al uso se conforma con reducir el sentido de la vida a la acumulación de conocimientos.

 

Conclusión

Dialogar con A. Moya es gratificante y estimulante, precisamente por su condición híbrida de científico/filósofo. Como hombre/puente entre las dos culturas, ninguna cuestión humana le resulta ajena.

La humildad intelectual en la búsqueda por develar lo inefable, el afán denodado por buscar más verdad y la apertura sincera a completar con el acercamiento a otras formas de conocimiento y de experiencia humana de la vida los límites actuales de la ciencia, le convierten en un candidato irrenunciable para liderar en el ámbito hispano un cambio de actitud en las relaciones entre ciencia, filosofía y teología.

Aceptemos el reto que nos propone de pensar desde la ciencia y añadamos que ese modo de pensar debe convertirse en un pensar de otro modo. Será ahí donde el diálogo entre ciencia y religión podrá resolverse en fecundidad y sentido compartido, y donde la melancolía del científico podrá transitar, al menos algún trecho existencial, por el camino en el que naturaleza, valor y sentido se puedan reconciliar en el relato evolucionista.

Y finalizamos agradeciendo al profesor Diego Bermejo las reflexiones que nos brinda para entender en su justo sentido la irrupción de las dimensiones espirituales desde las reflexiones sobre la ciencia. Puede ser el inicio de una fecunda reflexión interdisciplinar que abra nuevos cauces a las tradiciones religiosas y a las corrientes de espiritualidad.

http://www.tendencias21.net/Es-la-espiritualidad-una-dimension-de-la-biologia_a40910.html

 

¿Podemos creer en la Biblia?

Los escépticos ven en la Biblia solo una colección de mitos y leyendas…. ¡pero los hechos señalan algo muy distinto!

¿Es la Biblia la palabra inspirada de Dios? ¿Hay hechos determinantes que respalden tal idea? ¿Existe alguna diferencia entre la Biblia y los libros sagrados de otras religiones? ¿Es la Biblia un simple relato de la búsqueda de Dios por parte de los hombres, o encierran las Escrituras una revelación especial de Dios a la humanidad? ¿Qué importancia tiene la Biblia en el siglo 21? ¿Ofrece alguna información vital que falta en nuestra vida hoy?

 

Muchas personas educadas dan por sentado que la ciencia y la erudición han logrado desacreditar la Biblia por completo, relegando este texto antiguo al polvo de la historia. Tales ideas encuentran acogida hoy porque muchas personas ignoran lo que es la Biblia y desconocen los hallazgos que siguen confirmando el acierto histórico de las Escrituras y desmintiendo los argumentos de los escépticos. Muchos suponen que todas las religiones son igualmente fidedignas pero ni siquiera han comparado los libros que dieron origen a esas religiones. Como resultado, pasan por alto e ignoran la extraordinaria singularidad de la Biblia. Antes de aceptar a ciegas la idea de que la Biblia es «como cualquier otro libro», examine las pruebas por usted mismo.

El apóstol Pablo no instaba a los primeroscristianos a «solamente creer» en Jesús ni a aceptarlas enseñanzas del cristianismo «por fe». Por elcontrario, a sus oyentes les decía: «Examinadlo todo;retened lo bueno» (1 Tesalonicenses 5:21).

Por su parte, el apóstol Pedro resaltó la confiabilidad del mensaje cristiano: «Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad» (2 Pedro 1:16). En una carta a los hebreos, Pablo señaló que la convicción religiosa tiene que ver con evidencia, seguridad y certeza. No con simple fe ciega (Hebreos 11:1).

Pese a lo que argumenten los escépticos, el contenido de las Sagradas Escrituras se puede verificar con datos históricos y con los descubrimientos de la arqueología. La Biblia ofrece respuestas a las grandes incógnitas de la vida, que la ciencia no puede contestar, y revela hacia adónde se dirigen los acontecimientos mundiales del futuro inmediato. Usted se sorprenderá al ver lo que puede descubrir por sí mismo cuando examina las pruebas de que la Biblia es la palabra inspirada de Dios.

¿Realidad o ficción?

La Biblia afirma ser la Palabra inspirada de Dios. El apóstol Pablo escribió: «Toda la Escritura es inspirada por Dios» (2 Timoteo 3:16). El apóstol Juan afirmó: «Tu palabra es verdad» (Juan 17:17). Y en los Salmos David escribió: «La suma de tu palabra es verdad» (Salmo 119:160). Sin embargo, en los últimos 200 años el auge de la crítica bíblica ha llevado a muchos eruditos a dudar de la inspiración de las Escrituras y a suponer que los lugares y personajes de la Biblia no fueron históricos sino ficticios. Los eruditos solían asegurar que no existían fuera de la Biblia datos probatorios que respaldaran la existencia de los personajes y lugares mencionados en la Biblia.

Este argumento ha tenido buena aceptación en los círculos académicos seculares y se ha filtrado a los medios de difusión ¡pese a que un caudal incesante de descubrimientos arqueológicos sigue validando el acierto histórico de la Biblia y desacreditando los argumentos de los escépticos!

Todavía en 1992, algunos estudiosos de la Biblia aseveraban muy confiados que «no hay criterios literarios para creer que David fuera más histórico que Josué, Josué más histórico que Abraham, ni Abraham más histórico que Adán» (ver «La casa de David, edificada sobre arena», Biblical Archeological Review, julio y agosto de 1994). No obstante, solo un año más tarde los arqueólogos que excavaban en la alta Galilea hallaron una inscripción que databa del siglo noveno antes de Cristo y describía la «casa de David». Un galardonado periodista escribió: «La referencia arqueológica a David detonó como una bomba histórica. El nombre tan conocido del antiguo rey guerrero de Judá nunca antes… se había hallado en los anales de la antigüedad fuera de las páginas de la Biblia» (¿Es cierta la Biblia?, Sheler).

Los críticos también han visto en el relato bíblico de David y Goliat un imaginativo ejemplo de ficción bíblica. Pero recientemente, los arqueólogos que excavaban en Gat (lugar de donde era Goliat, citado en 1 Samuel 17:4) han sacado a la luz un trozo de un artefacto de barro con dos nombres extraordinariamente parecidos al nombre Goliat. Se trata de la inscripción filistea más antigua jamás descubierta y se remonta aproximadamente al año 950 antes de Cristo. Esto la distancia no más de 70 años de la narrativa bíblica y ofrece respaldo histórico al relato de la Biblia. Estos importantes descubrimientos ¡siguen desmintiendo los argumentos de los escépticos!

De modo análogo, algunos eruditos han considerado que los patriarcas de la Biblia, Abraham, Isaac y Jacob, son apenas figuras míticas hebreas que jamás existieron. Pero el descubrimiento de miles de tablas cuneiformes provenientes de los archivos reales del palacio de Man, en el norte de Siria, hace por lo menos cuestionable semejante aseveración. Las tablas parecen remontarse al comienzo del segundo milenio antes de Cristo (que es la época aproximada de los patriarcas), y en ellas se citan «nombres como Abam-ram (Abraham), Jacob-el y los benjamitas. Aunque estos no se refieren a las personas bíblicas, al menos muestran que se usaban esos nombres» (ver: Cuando los escépticos preguntan, Geisler y Brooks).

Ciertos eruditos que miran la Biblia con escepticismo, señalan las similitudes entre la narrativa de la creación en Génesis y unas tablas de barro babilónicas que describen la creación del mundo como obra de dioses que reñían entre sí. Estos eruditos hacen de lado las grandes diferencias entre los relatos para sugerir que los redactores bíblicos tomaron material prestado de otras fuentes. Sin embargo, más de 17.000 tablas de barro descubiertas en Ebla, en lo que hoy es Siria, y que datan aproximadamente del año 2500 antes de Cristo, muestran el desacierto de tales afirmaciones. Las tablas de Ebla, que son de unos 600 años antes de la épica babilónica, contienen «las crónicas de la creación más antiguas que se conozcan fuera de la Biblia.… La tabla de la creación se asemeja notablemente a la de Génesis, y habla de un ser que creó los cielos, la Luna, las estrellas y la Tierra. Los análisis paralelos demuestran que la versión más antigua y menos adornada es la bíblica… Estas [las tablas de Ebla] acaban con la creencia de los críticos en la evolución del monoteísmo a partir de un supuesto politeísmo anterior» (BakerEncyclopedia of ChristianApologetics,Geisler).

Estos extraordinarios descubrimientos, colocados al lado de otros (que suman decenas), como el pilar de Mereneptah, que habla de la conquista de Israel por un faraón egipcio alrededor del año 1200 antes de Cristo, el obelisco negro de Nimrod que muestra al rey israelita Jehú postrándose ante el rey asirio Salmanasar, la inscripción cerca de

Jerusalén que menciona a «José, hijo de Caifás» (Caifás era sumo sacerdote en Jerusalén en tiempos de la crucifixión de Cristo) y la piedra inscrita proveniente de Cesarea que data del primer siglo y reza: «Poncio Pilato, prefecto de Judea»; apoyan la conclusión de que los redactores de la Biblia estaban consignando hechos reales y no ficticios (ver: La firma de Dios, Jeffrey, ¿Es cierta la Biblia?, Sheler).

La manera como la arqueología ha confirmado la veracidad histórica de la Biblia ha sido realmente notable.Nelson Glueck, el afamado arqueólogo judío, escribió que «puede declararse categóricamente que ningún descubrimiento arqueológico ha contradicho alguna referencia bíblica». Se han hecho decenas de descubrimientos arqueológicos que confirman con claros delineamientos, o con detalles exactos, enunciados históricos de la Biblia» (Ríos en el desierto, Glueck). William F. Albright, conocido por su reputación de ser uno de los grandes arqueólogos, declara: «No puede quedar duda que la arqueología ha confirmado la substancial historicidad de la tradición del Antiguo Testamento». Albright añade: «El excesivo escepticismo manifestado hacia la Biblia por importantes escuelas históricas de los siglos dieciocho y diecinueve… ha sido progresivamente desacreditado» (Evidencia que exigen un veredicto, Josh McDowell, págs. 67-68).

¿Un texto alterado?

Muchos se preguntan si es razonable, o siquiera sensato, dar fe y poner su confianza en una supuesta

«Palabra de Dios» que fue escrita hace miles de años por múltiples autores, luego copiada a mano de generación en generación. ¿Hasta qué punto podemos confiar en la Biblia? ¿Cómo sabemos que no se han producido errores ni alteraciones graves en ella?

Al fin y al cabo, los teólogos musulmanes aseguran que judíos y cristianos han desvirtuado el texto bíblico o lo han interpretado erróneamente. Superficialmente, estas inquietudes parecen justificadas, pero reflejan una gran ignorancia respecto del cuidado con que fue preservada la Biblia a lo largo de los siglos.

Respecto de las Sagradas Escrituras, Jesús declaró inequívocamente que «ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido» y que «el Cielo y la Tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mateo 5:18; 24:35). Esto es precisamente lo que esperaríamos si la Biblia es la Palabra de Dios. El apóstol Pablo dijo que los judíos habían de cumplir un papel especial en la preservación de las Escrituras: «¿Qué ventaja tiene, pues, el judío?… Mucho, en todas maneras. Primero, ciertamente, que les ha sido confiada la Palabra de Dios» (Romanos 3:1–2).

Los anales de la historia demuestran claramente cómo los judíos han preservado la integridad del Antiguo Testamento. En la antigua Israel, los escribas se encargaban de copiar y explicar las Escrituras cuidadosamente (ver Esdras 7:1–11; Nehemías 8:1–9). Aquellos escribas guardaban un profundo respeto por la advertencia bíblica que dice: «No añadiréis a la Palabra que yo os mando, ni disminuiréis de ella» (Deuteronomio 4:2). Más tarde, los talmudistas (entre los años 100 y 500 después de Cristo) aplicaron un sistema de reglamentación minucioso al transcribir los rollos en que estaba escrita la Biblia. En su empeño por transmitir un texto auténtico, no se permitían escribir ni una palabra ni una letra de memoria. Las columnas del texto podían tener solo cierto número de renglones. Se permitía únicamente tinta negra. El copista tenía que vestir el atuendo judío completo mientras laboraba, siempre sentado. Alrededor del año 500 después de Cristo, unos escribas llamados masoretas produjeron un texto unificado del Antiguo Testamento agregando vocales a las palabras para asegurar su pronunciación correcta. Contaban el número de palabras y letras en cada libro, llegando al extremo de calcular las letras y las palabras que se hallaban en la mitad de cada libro, a fin de asegurar que sus copias se transcribieran fielmente. Las copias antiguas y las que tuvieran errores se desechaban.

El descubrimiento de los rollos del mar Muerto en 1947 demostró el grado de precisión logrado por los judíos en su preservación del texto del Antiguo Testamento. Antes de hallarse los rollos en una cueva cerca del mar Muerto, el ejemplar más antiguo del texto hebreo databa aproximadamente del año 1000 después de Cristo.

Los rollos recién descubiertos databan del primer siglo antes de Jesucristo y contenían dos copias casi completas del libro de Isaías que «resultaron ser idénticas palabra por palabra a nuestra Biblia hebrea usual en más del 95 por ciento del texto. El cinco por ciento de variaciones consistía en lapsos obvios de trazo y variaciones ortográficas» (Geisler y Brooks, págs. 158–159). El descubrimiento de los rollos del mar Muerto ¡brindó indicios probatorios de que el texto del Antiguo Testamento no ha variado en más de 2.000 años!

El Nuevo Testamento es igualmente fidedigno. Como bien lo saben los estudiosos, «hay más manuscritos, y más antiguos, del Nuevo Testamento que de cualquier otro libro del mundo antiguo» (Geisler, p. 93). Estos manuscritos revelan que el Nuevo Testamento «ha llegado a nosotros sin ninguna, o casi ninguna, variación» (McDowell, pág. 44). Existen más de 24.000 copias manuscritas del Nuevo Testamento en griego, latín y otros idiomas. Los manuscritos más antiguos del Nuevo Testamento se remontan a unos decenios después de la vida de los redactores apostólicos. En contraste, hay solo 643 manuscritos de la Iliada de Homero (escrita alrededor del año 900 antes de Cristo) y el ejemplar más antiguo que hoy tenemos data aproximadamente del año 400 antes de Cristo, unos 500 años después de su confección. Hoy existen apenas entre 10 y 20 ejemplares de los escritos de Julio César, del historiador romano Tácito y del historiador griego Heródoto, siendo los más antiguos unos mil años posteriores a los originales (McDowell, págs. 39–43).

Comparado con el Nuevo Testamento, ningún otro documento del mundo antiguo ha dejado tan rico caudal de material que apoye la transmisión fiel de su texto.

Además de la multitud de manuscritos con que contamos, los autores cristianos primitivos citaban el Antiguo Testamento tan extensamente que sería posible construir casi la totalidad de su texto a partir de otras fuentes. Aunque los escépticos declaran que los evangelios se escribieron siglos después de la vida de los apóstoles, el fragmento más antiguo del Evangelio de Juan data aproximadamente del año 130 después de Cristo, o sea unos 30 años después de la muerte del autor, y esto respalda el concepto tradicional de que Juan escribió su Evangelio hacia finales del primer siglo (ver McDowell, págs.39–47). Por otra parte, «no hay indicios de los dos primeros siglos cristianos de que los evangelios hayan circulado jamás sin llevar los nombres de sus autores» (Sheler, pág. 33). Como observó un erudito: «Si comparamos el estado actual del texto del Nuevo Testamento con el de cualquier otro escrito antiguo, tenemos que… declararlo maravillosamente correcto» (McDowell, pág. 45). Otro erudito destacado afirma: «Es imposible exagerar al decir que, sustancialmente, el texto de la Biblia es seguro. Ello es especialmente cierto tratándose del Nuevo Testamento… No puede decirse lo mismo de ningún otro libro antiguo en el mundo» (ibídem).

El factor distintivo

La Biblia tiene una característica singular que la distingue de todos los demás libros y que ofrece el indicio más firme de su origen inspirado. Contiene profecías que predicen el futuro con acierto. Los eruditos han determinado que la Biblia contiene más de 1.800 predicciones, algunas de ellas muy específicas, y que alrededor del 27 por ciento de la Biblia es profecía.

Lo anterior presenta un contraste notable con otras obras antiguas. «En todo el repertorio de literatura griega y latina… no se encuentra ninguna profecía específica real de algún gran hecho histórico que vendrá en el futuro lejano, ni ninguna profecía de un Salvador que surgirá entre el género humano» (McDowell, p. 22). En cambio… «a diferencia de todos los demás libros, la Biblia ofrece multitud de predicciones específicas, algunas con cientos de años de anticipación, las cuales se han cumplido literalmente o bien señalan un momento futuro definido en el cual se harán realidad» (Geisler, pág. 609).

La capacidad de prever el futuro de modo acertado y coherente sencillamente no está dentro de las posibilidades humanas. Las profecías bíblicas predicen el auge y caída de individuos, naciones e imperios destacados, con un grado extraordinario de detalle y con un acierto asombroso. La Biblia contiene casi 200 profecías cumplidas sobre la vida, muerte, resurrección y ascensión de Jesucristo. Predice que nacería de una virgen (Isaías 7:14) en Belén (Miqueas 5:2). Pasaría algún tiempo en Egipto (Oseas 11:1). Su nacimiento ocasionaría una masacre infantil (Jeremías 31:15). Viviría en Galilea (Isaías 9:1–2). Entraría a Jerusalén montado en un asno (Zacarías 9:9). Moriría acompañado de transgresores y lo enterrarían en el sepulcro de un rico (Isaías 53:9, 12). Resucitaría después de tres días (Mateo 12:40; Oseas 6:2; Jonás 1:17).

Centenares de profecías bíblicas previeron detalles específicos de la vida de Jesucristo siglos antes de su nacimiento. El cumplimiento de tales profecías demuestra que Dios está a cargo de la historia de los hombres. En las Escrituras, el propio Dios desafía a sus críticos a que predigan el futuro y lo hagan cumplir: «Traigan, anúnciennos lo que ha de venir;… Dadnos nuevas de lo que ha de ser después, para que sepamos que vosotros sois dioses;… He aquí que vosotros sois nada… porque yo soy Dios, y no hay otro Dios… que anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho; que digo: Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero» (Isaías 41:22–24; 46:9–10). ¿Podemos comparan las profecías de la Biblia con las predicciones de los seres humanos? Un estudio de 25 de los psíquicos o adivinos más renombrados reveló que el 92 por ciento de sus predicciones eran totalmente erradas y que el 8 por ciento restante podían explicarse como obra del azar o del conocimiento general de las circunstancias (Geisler, pág. 615).

Dimensiones perdidas

La profecía bíblica revela el significadode los acontecimientos mundiales de hoy y cómo culminarán con el regreso de Jesucristo a la Tierra. No hay otro libro que haga lo mismo, y con tal detalle. Los primeros años del siglo 21 han visto el resurgimiento de la religión extremista en el mundo, el auge del terrorismo internacional, sismos devastadores y cambios climáticos mundiales que han dado origen a hambrunas, inundaciones, huracanes y epidemias que amenazan el futuro de la vida en el planeta. La Biblia predijo hace mucho tiempo que tales fenómenos serían parte del escenario de los tiempos del fin antes del regreso de Jesucristo a la Tierra (ver Mateo 24; Apocalipsis 6). Las Escrituras también predicen la aparición, en tiempos del fin, de una superpotencia europea restaurada semejante al Imperio Romano, así como un poderoso personaje religioso de alcances mundiales (ver Daniel 2 y 7; Apocalipsis 13, 17 y 18). En estos tiempos, las Escrituras predicen que los Estados Unidos y las naciones de habla inglesa irán menguando como grandes potencias mundiales. (Para mayor información sobre este tema, solicite nuestro folleto gratuito titulado:Estados Unidos y Gran Bretaña en profecía). Aunque los escépticos se rían, estos fenómenos predichos en las páginas de la Biblia se están cumpliendo hoy. ¡Están en las noticias! ¡Podemos confiar en La Biblia!

En nuestro mundo moderno, millones carecen de propósito en la vida y sienten que su existencia no tiene mayor significado. En cambio, la Biblia revela la razón de la existencia humana. Revela el propósito de la vida humana y explica que los seres humanos son hechos a imagen de Dios, que su vida actual es para que desarrollen carácter y que puedan convertirse en parte de la Familia divina y reinar con

Jesucristo cuando establezca el Reino de Dios en la Tierra. Muy pocos entienden este aspecto del evangelio porque esta verdad tan importante y fundamental fue desvirtuada y descartada después de la era apostólica. ¡Sin embargo, es una verdad que se encuentra claramente expuesta en las páginas en la Biblia!

Como hemos visto, hay abundantes pruebas tanto históricas como arqueológicas que respaldan la confiabilidad de las Escrituras. Tenemos también el extraordinario e inigualado fenómeno de la profecía bíblica cumplida. Siendo así, ¿por qué tantos eruditos, con sus años de educación, persisten en cuestionar y criticar la Biblia? El arqueólogo Millar Burrows resumió muy bien la respuesta al decir: «El excesivo escepticismo de muchos teólogos liberales se deriva no de una cuidadosa evaluación de los datos disponibles, sino de una enorme predisposición contra lo sobrenatural» (McDowell, pág. 68). Este escepticismo, este prejuicio filosófico contra la idea misma de Dios, se ha apoderado de los centros educativos y de los medios de difusión hasta el punto de ocasionar una duda generalizada sobre la existencia de Dios; y generar en la mente de muchos la idea de que la Biblia es simplemente «otro libro más». Sin embargo, usted no tiene por qué estar confundido ni engañado si está dispuesto a examina las pruebas por sí mismo. Y las pruebas demuestran que a la Biblia, ¡sí se le puede creer!

http://www.elmundodemanana.org/articulos/podemos-creer-en-la-biblia-a065

Científicos revelan cuánto tiempo vive la conciencia humana después de la muerte

¿Cuánto tiempo vive la conciencia humana después de la muerte?

Son numerosos los enigmas de la existencia humana y de la muerte en sí. Sin embargo, científicos aseguran haber resuelto uno de estos misterios, el que respecta a cuánto tiempo sigue funcionando la conciencia humana después del paro cardiorrespiratorio. Una persona puede estar al tanto de lo que está sucediendo entre 2 y 3 minutos después de la muerte, señalan los científicos británicos.

Un equipo de científicos de la Universidad de Southampton, en el Reino Unido, llevó a cabo un estudio a gran escala, cuyos resultados aparecen publicados en la revista médica ‘Resuscitation‘.

Del experimento participaron más de 2.000 personas que han pasado por la muerte clínica. Resultó que casi uno de cada dos (40% de los participantes) se daba cuenta de lo que estaba sucediendo a su alrededor durante el paro cardiorrespiratorio.

Los investigadores descubrieron que pese a la muerte real, la conciencia de las personas seguía funcionando en un intervalo de dos a tres minutos. Cerca de 150 encuestados incluso fueron capaces de recordar las técnicas y los tratamientos de emergencia realizados por los médicos para mantenerlos con vida.

Los investigadores también encontraron que 330 personas volvieron a la vida después de la muerte clínica sin ayuda de los médicos, ni de medicamentos. Según ellos, durante el momento en que estaban clínicamente muertos, tenían la conciencia clara como en la vida.

http://actualidad.rt.com/ciencias/185717-tiempo-vivir-conciencia-humana