http://carlosagaton.blogspot.com.es/2016/09/fue-terrorismo-religioso-la-forma-de.html
Una pregunta básica, no hecha por los investigadores al servicio del Estado criollo, es la relativa a la razón por la cual los pueblos anahuacas abandonaron su milenaria religión que era endógena y autónoma.
Es decir, a diferencia de los españoles, que traían una religión que tenía su origen en otra cultura, como es la judía, dependiendo del Estado Vaticano y que apenas contaba con mil quinientos años, sufriendo grandes transformaciones y deformaciones para poder adaptarse a los diferentes pueblos, religiones y culturas europeas, los anahuacas tenían una religión de por lo menos de tres mil años, nacida y desarrollada de manera autónoma por todos los pueblos y culturas, desde los olmecas hasta los mexicas.
En general podemos decir que en el Cem Anáhuac se tenía una sola religión con muchas variantes en tiempo y espacio, pero todas, venían de un misma raíz filosófica. Por ejemplo, Quetzalcóatl, eje y fundamento de la religión del Cem Anáhuac, se aprecia en Chalcatzingo (1500 a.C.) con los olmecas en el periodo Preclásico, sigue presente siglos después en el periodo Clásico en Teotihuacán con los toltecas y se mantiene en el periodo Postclásico con los mexicas en Tenochtitlán, por lo menos tres milenios de continuidad.
La figura religiosa del mal llamado “dios de la lluvia”, que para los anahuacas era el símbolo de la energía luminosa, en todas las culturas y en todos los periodos, tenía una misma similitud. Iconográficamente se representaba con unas anteojeras y una lengua de serpiente.
Los anahuacas nahuas le llamaron Tláloc en lengua náhuatl, los anahuacas mayas le llamaron Chac en lengua maya y los anahuacas zapotecos le llamaron Cosijo en su lengua. Pero en todos los casos se referían al mismo concepto filosófico-religioso.
Lo que demuestra la permanencia por milenios de las bases de una sola concepción religiosa filosófica en lo esencial en todo el Cem Anáhuac.
Otro punto importante que debe tomarse en cuenta para tratar de entender este fenómeno, es que los pueblos y culturas anahuacas eran total y absolutamente de carácter religioso-espiritual. Todo lo que hacían en el mundo cotidiano, productivo, educativo, artístico, gubernamental, etc., estaba totalmente vinculado con su religión y su espiritualidad.
En los planos, personales, familiares, comunitarios y de Estado, la visión del mundo y la vida eran absolutamente religioso-espiritual. Podríamos afirmar que el espacio del mundo sagrado era mucho mayor que el del mundo profano en la civilización del Cem Anáhuac.
En la historia de la humanidad se puede observar que los pueblos pueden llegar a cambiar, con “relativa facilidad”, sus sistemas de organización, producción, estético, de valores y normas sociales, pero en el caso del cambio de religión, especialmente en los pueblos de culturas ancestrales, es muy difícil y cuando se da, es en medio de terribles luchas y conflictos sociales.
La imposición del Islam en Medio Oriente y el Norte de África y las luchas entre católicos y protestantes en Europa son un buen ejemplo.
Sin embargo, en el Anáhuac los historiadores hispanos e hispanófilos de ayer y de hoy, nos presentan el cambio de la religión anahuaca por la judeocristiana, como “una mejora” asimilada pacíficamente y por convencimiento.
Todo debido a dos cosas: La supuesta supremacía de la religión católica sobre la “idolatría demoniaca y antropófaga de los invadidos-vencidos, y la santidad, humanismo, dulzura y paciencia de, primero los misioneros y después los sacerdotes católicos.
Totalmente falso.
La colonizada sociedad mexicana, que le han amputado brutalmente su memoria histórica, ve en general con indiferencia “su historia” (1810-2011), y en el caso específico de la historia antigua y colonial, existe una ignorancia casi total (6000. A.C.-1810).
Sumado a esta “desmemorización- colectiva-institucionalizada”, el discurso hispanista de la parcial “Historia Oficial” desde los libros de texto hasta los “investigadores corporativos”, Clio, Televisa, etc., nos presentan el holocausto de la invasión y destrucción de la Civilización del Anáhuac como una obra humanista y civilizatoria que benefició a los aborígenes.
Pero una mente crítica y descolonizada se pregunta, cómo fue posible que los europeos hayan logrado “convertir” a un pueblo que fundamentó su historia, cultura y razón de ser, justamente en su milenaria religión.
Esta conversión fue verdadera y desapreció totalmente la ancestral religión, o en estos cinco siglos se ha dado a medias y todavía se mantiene.
La primera pregunta se puede responder descolonizadamente de manera sencilla y directa. La corona española implementó un brutal y desmedido régimen de terror en contra de los anahuacas, a través de todos los medios posibles: legales e ilegales, morales e inmorales, religiosos y gubernamentales, privados e institucionales.
En el Anáhuac desde 1519 se institucionalizó un régimen de terror en contra de los anahuacas que profesaran su milenaria religión.
Todo estaba permitido y a todo español tenía la potestad de hacer lo que fuera por combatir y erradicar el “imperio de Satanás” de las nuevas tierras arrebatadas.
No solo fue la Santa Inquisición, la corona española, el clero común, sino cualquier español tenía el derecho y la obligación de luchar en contra de “Satanás y sus demonios”, entendido, no solo como la religión de los vencidos, sino con su forma de vivir, ser, ver y entender el mundo y la vida, porque su nueva realidad era la servidumbre más abyecta en todas sus formas hasta llegar a la esclavitud, especialmente en las minas.
La segunda pregunta es más difícil de “comprobar”, pero es más que evidente que en general, el pueblo ahora llamado “mexicano”, especialmente el que está más cercano a la raíz civilizatoria del Anáhuac, es heredero de una cultura de resistencia cinco centenaria y que su “práctica religiosa”, está conformada por un profundo sincretismo religioso-cultural y que, de alguna manera, siguen presentes muchas prácticas y advocaciones de la religión ancestral.
Comenzando con “Guadalupe-Tonatzín” base y sustento de un pueblo que hoy se asume “guadalupano”, antes que católico apostólico y romano.
La historia hispanista y los historiadores hispanófilos siempre trataron y siguen tratando de presentar la conquista y la Colonia como una magna obra civilizatoria y humanista, minimizando y justificando los crímenes de lesa humanidad de ésta barbarie.
Tanto colonizadores, como misioneros e indígenas conversos, no describieron con veracidad el régimen de terror que se les impuso a los anahuacas para tratar de erradicar su religión, que era su propia forma de vida.
Y en el presente, los historiadores corporativos al sistema neocolonial, evitan tocar este tema. Sin embargo, encontramos libros como “INQUISICIÓN Y ARQITECTURA – La evangelización y el ex-obispado de Oaxaca” de Víctor Jiménez Muñoz y Rogelio González Medina, en el cual presentan con rigor académico el verdadero régimen de terror impuesto por la iglesia, las autoridades virreinales y los españoles en general durante la Colonia, especialmente en Oaxaca.
“Puesto que estamos frente al genocidio americano, los intentos de negar cualquier responsabilidad de la Inquisición española en el mismo no son sino previsibles, aunque nunca podrían compartirse sin violentar la inteligencia que se debe poner al analizar los numerosos documentos que hablan de esa responsabilidad.
Algunas veces por vanidad, otras por disputas intergremiales, los inquisidores no podían evitar exhibir su celo de manera tan explícita que solo un cínico puede negar las evidencias.
Relatos de las hazañas de los frailes que aterrorizaban a los mexicanos con espectaculares autos de fe, manuales de inquisidores que recomiendan no excluir a los nativos de las prácticas de la Inquisición, denuncias por invadir las aéreas de competencias del llamado Santo Oficio, correspondencia privada: todo esto ha llegado hasta nuestros.
Para mayor infortunio de quienes no descansan limpiando la imagen de la Inquisición, ésta no siempre tenía el interés de negar la responsabilidad de la Iglesia en la política de terror, como ya hemos apuntado, siendo lo contrario.” (p. 56)
Lo que cotidianamente sucedió en el extenso territorio del Virreinato a lo largo de trescientos años no se puede concebir. Un pueblo indefenso, aferrado a lo único que tenían aparte de la vida -su religión-, a manos de fanáticos torturadores, con leyes, autoridades e instituciones que fueron diseñadas, no para su desarrollo y bienestar, sino todo lo contrario.
Las leyes, autoridades e instituciones coloniales fueron diseñadas para someter, explotar y nulificar al pueblo invadido.
“Además, aunque tampoco debía, El Santo Oficio mismo continuó persiguiendo nativos. Hubo pleitos entre todas estas fracciones inquisitoriales por el “derecho” de perseguir, torturar, y ejecutar a los nativos mexicanos, y no era ninguna excepción que excedieran sus límites jurisdiccionales, de lo que también veremos ejemplos.” (p.58)
El régimen de terror implantado con toda impunidad en el Anáhuac, que no solo implicaba el ajusticiamiento público por cremación en los llamados, con eufemismo, “autos de fe”, sino el permanente amedrentamiento de “denuncias”, investigaciones, torturas, cateos, robos y procesos que implicaban además, la humillación pública, el abuso, la violencia judicial que se mantiene hasta nuestros días como práctica cotidiana en la “impartición de justicia”.
El objetivo era crear el terror de los anahuacas, no solo para que dejaran de practicar su ancestral religión, sino el de ser evidenciados como miembros de una cultura que estaba prohibida. Este efecto llega hasta nuestros días cuando algunos indígenas y mestizos tratan a toda costa de dejar de ser lo que son, para incorporase torpemente a la sociedad dominante.
Dejan de hablar su lengua, de usar sus prendas, se blanquean la piel y se tiñen el cabello. Fray Francisco de Burgoa (1606-1681) el historiador colonial de Oaxaca habla de “la domesticación” de los nativos.
“Burgoa dejó para la posteridad las terribles descripciones del exterminio de la población oaxaqueña a causa de la despiadada destrucción de sus ciudades y pueblos como parte de la política de las ´congregaciones´ en Oaxaca, verdadero genocidio en el que el clero tuvo una responsabilidad directa bajo la justificación de la ´evangelización´ (sin excluir los intereses económicos de todos los pobladores y explotadores españoles).
Es notable que Burgoa combata la idea las epidemias habrían sido la causa de la catástrofe demográfica de Oaxaca, para atribuir ésta a la política de las congregaciones (a la que llama ´la mayor epidemia´) y la minería, que también veremos aquí:” (p.116)
En la Historia Oficial criolla de México, no se habla de las atrocidades y crímenes de lesa humanidad que realizaron sistemáticamente los españoles y sus instituciones coloniales.
Por el contrario, se exalta la “mansedumbre” del aborigen que en un estado salvaje se deslumbró con la “verdadera religión” y la “cultura superior” de los españoles.
Se describen a los piadosos misioneros, frailes y sacerdotes que “domesticaron” a estos salvajes enseñándoles no solo la palabra del Dios verdadero, sino a vestir, hablar, trabajar y tener conductas sociales, familiares y personales de “gente de razón”. Famosas son las historias de “todo lo que estos santos hombres les enseñaron a los nativos”.
Cuando se habla del periodo colonial se mencionan con orgullo los templos y conventos, las ciudades coloniales, las minas, como una proeza hispánica y pocos recaen en que quienes hicieron esos maravillosos edificios, templos y casas, y quienes extrajeron de las minas los miles de toneladas de metales precisos fueron los anahuacas a un precio enorme que los llevó casi a la extinción.
“Los oaxaqueños mismos intentaron su propia defensa y quedan testimonios de ello en el Archivo General de la Nación, como algunos documentos relativos a la solicitud de que fueran contenidas las exigencias de los mineros, limitando en Huautla el número de pobladores que debían ser llevados a las minas, o para que pudieran cambiar en Tlacochahuaya el tipo de servicios a que estaban obligados, o para defender en Chichicapa (caso que acabamos de ver a través de Burgoa) de los abusos de los mineros y para ser excluidos del repartimiento por el descenso de la población.
Pero igualmente existen las solicitudes de los mineros, como en Titicuipac, para que se puedan llevar a las minas a los habitantes de Mitla, Tlacolula, Teotitlán, Tlalixtac, Tlahuiyaya (¿Tlacochahuaya?), Ayotepec, Teozopotlán, Cuilapan y Ocotlán.” (p.124)
Como se ve, en principio el terror se imponía por la búsqueda de erradicar las “idolatrías satánicas de los naturales”, pero venía con ella, el afán de la explotación hasta la extinción de la gente y la depredación sin medida de sus recursos naturales.
Pero en conjunto el meta objetivo del régimen de terror era el exterminio de la civilización del Anáhuac. En efecto, el Sistema Colonial pretendió crear “La Nueva España”, y por supuesto que en “ese proyecto” no estaban considerados los anahuacas y mucho menos su cultura ancestral.
“>Betanzos no solo se opuso a la educación de los indios; por lo visto, creía que estaban condenados a la extinción.
En carta fechada el 11 de septiembre de 1545, propuso, después de una experiencia de casi treinta años entre los indios, que todas las leyes promulgadas en el supuesto de que los indios seguirían existiendo “eran peligrosas, equivocadas y destructoras de todo el bien de la república”, y resultaban sabias y buenas si se promulgaban bajo la suposición de que los indios deberían desaparecer en muy poco tiempo.<” (p.143)
Y en el Estado criollo neocolonial llamado México, se ha mantenido la misma dinámica.
Desde 1521 hasta nuestros días, por diferentes medios, violentos o subliminales, institucionales o privados, legales o ilegales, religiosos o profanos, se ha tratado de erradicar la Civilización del Anáhuac al amputarle al pueblo invadido: la memoria histórica, sus lenguas originarias, sus conocimientos ancestrales, sus espacios físicos y sagrados, y el fundamento de su existencia, la espiritualidad. Al perder estos cinco Elementos Culturales el pueblo se vuelve amnésico, manso, indiferente y se puede hacer con él, lo que se quiera. Solo así se explica las atrocidades cometidas en estos cinco siglos en el Anáhuac.
“Burgo se refirió, y lo hemos citado, a la nostalgia por sus propios Dioses que expresaban los zapotecos de Nexapa al comprobar la indiferencia del Dios de los españoles frente a las crueldades que debía padecer, y asombra que a pesar de una persecución religiosa tan encarnizada todavía a finales del siglo XVII el calificador del Santo Oficio de la Inquisición y obispo de Oaxaca Isidro Sariñana considerase necesario edificar, como hemos visto, una cárcel para sacerdotes no católicos en Oaxaca, con una clara idea de la importancia, para la implantación del régimen colonial, de suprimir todo rastro de la cultura de los pueblos sometidos, operación tan cruel y devastadora como el genocidio mismo que significaron las congregaciones y los trabajos forzados en las encomiendas, los repartimientos y las minas.
Sariñana usa la expresión `borrar la memoria `como objetivo central de la operación de aniquilamiento cultural de los oaxaqueños.” (p.134)
Ante las pruebas contundentes que nos presentan Víctor Jiménez Muñoz y Rogelio González Medina en su investigación sobre la evangelización en la Nueva España, no podemos más que dimensionar el holocausto humano y cultural que representó la maquinaria colonial para extirpar, no solo la religión, lo cual con la obra “INQUISICIÓN Y ARQITECTURA – La evangelización y el ex-obispado de Oaxaca”, queda perfectamente claro, sino que entiende que el pretexto fue la religión y el objetivo real es y ha sido la perdida de la memoria histórica a partir del TERROR. En efecto, la política hacia los pueblos y culturas anahuacas es y ha sido la pedagogía del TERROR.
La forma en que lograron hacer las transformaciones culturales y religiosas en los pueblos y culturas anahuacas ha sido a través de un sistemático y permanente terrorismo de Estado, tanto de los gobiernos coloniales como los neocoloniales en estos casi cinco siglos. Sea a través de los autos de fe, las matanzas, la esterilización, la violencia policiaca, militar y paramilitar o la indiferencia gubernamental, que alienta y protege el abuso, la explotación y depredación de las comunidades y sus recursos naturales.
Y sin embargo, pese a esta inimaginable brutalidad, sigue viva la raíz filosófica cultural de la Toltecáyotl en la mayor parte de los habitantes de este país, de manera consciente o en el “banco genético de información cultural; ya sean anahuacas autóctonos, anahuacas mestizos y hasta los mismos anahuacas europeos que, después de vivir años en medio de esta civilización se han visto “transformados” por la fuerza de sus culturas.
La pérdida de la religión ancestral del Anáhuac en los actuales “mexicanos”, no necesariamente significa su total destrucción y definitiva desaparición. Se ve en el sincretismo religioso y se siente en sus tradiciones, fiestas, usos y costumbres, la raíz esencial de la espiritualidad primigenia.
De la misma forma la “mexicanización” de los anahuacas y la supuesta modernización se percibe apenas como un leve barniz superficial. A pesar de los pesares el terrorismo religioso y cultural impuesto por los colonizadores fracasó por la fuerza y vitalidad de la civilización ancestral.