G. W. F. Hegel es fuera de toda duda uno de los filósofos fundamentales de la cultura occidental. La originalidad de su pensamiento hizo que su influencia se extendiera a prácticamente todas las épocas posteriores a su obra, y ya en su propio tiempo fue reconocido por la pertinencia de sus ideas y sus planteamientos filosóficos. De éstos cabría decir, so riesgo de ejercer una síntesis demasiado salvaje sobre una obra amplia y compleja, que Hegel culminó con su trabajo el desarrollo previo de la reflexión filosófica sobre la conciencia, con lo cual delineó con notable precisión los puntos finos de la que quizá es la cualidad más admirable, más sorprendente y también más misteriosa del ser humano: ser consciente de sí mismo.
En ese sentido, en su obra más conocida y más celebrada, la Fenomenología del espíritu, Hegel elaboró a propósito de tres etapas que conducen a un estado de libertad para el ser humano, siempre desde el punto de vista de la conciencia: el temor a la muerte, la vida al servicio del amo y el trabajo.
Ya en este punto cabe hacer notar que pese a la importancia que todos o casi todos podríamos dar a una idea como la libertad, no es del todo común que la pensemos en relación con nuestra propia vida. Lo más usual es que nos sintamos libres por poder hacer esto o aquello en determinadas circunstancias, por tener cierto poder adquisitivo (económico), porque creemos que ya no vivimos bajo la tutela de nuestros padres o por alguna otra razón similar, sin embargo, pocas personas se preguntan verdaderamente sobre el alcance de esa libertad que suponen en su existencia. ¿Qué decir, por ejemplo, de las prenociones y prejuicios con los que entendemos la realidad y que pueden considerarse también una forma de sujeción? Cuando hay ideas sobre el mundo que no nos permiten movernos, avanzar, tomar ciertas decisiones, ¿podemos decir que somos realmente libres? ¿Qué hace falta para dotar de libertad a la conciencia?
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