En 1997, cuando trabajaba para la compañía 3M, Kris Hansen descubrió que las muestras de sangre recogidas a lo largo de EEUU contenían PFAS, una sustancia química peligrosa para la salud humana que se ha vuelto omnipresente en los ecosistemas: ahora revela que la empresa trató de desacreditar sus datos y ocultar la toxicidad del compuesto
La noticia de que el agua de lluvia de todo el planeta ha dejado de ser apta para el consumo sacudió a la opinión pública en el verano de 2022. Un equipo de investigadores revelaba entonces que el agua de las nubes también está contaminada por compuestos sintéticos perfluoroalquilados, más conocidos como PFAS o “productos químicos eternos” (forever chemicals), porque su principal característica es que no se degradan. La ventaja que la industria vio en estos polímeros de carbono y flúor desde la creación del teflón en 1938 se ha convertido en uno de los grandes problemas medioambientales: no solo están en todos los rincones del planeta y tardarán siglos en desaparecer, sino que entran en nuestro cuerpo a través del agua y los alimentos y pueden dañar nuestra salud.