La primera oleada de revoluciones árabes está entrando en su segunda fase. Además del desmantelamiento de las estructuras del despotismo político se han embarcado en el arduo camino hacia el cambio y la democratización auténticas.
En el lado opuesto, Estados Unidos trata de recuperarse del estado inicial de desorden y confusión generados por su pérdida de aliados clave, y de definir una hoja de ruta para la nueva era de las revoluciones árabes. Quedó fuera de juego por el estruendo de una calle árabe que asestó un golpe mortal a su doctrina de la estabilidad. Después de contemplar la cancha sin poder hacer nada, ahora está decidido a forzar su regreso para dictar su rumbo y su resultado. Finalmente, Washington se ha tenido que tragar la amarga realidad de que el mundo ha cambiado y de que sus viejos amigos y sus socios ya no lo son. Lo que era un desafío a su poder y a su autoridad es ahora «una oportunidad histórica», como Obama afirmó en su discurso la semana pasada.
Sin embargo, no se trata de una oportunidad para el pueblo que se ha levantado sino para las fuerzas que han ayudado y amparado a sus carceleros, para quienes se aseguraron de tenerlo maniatado con grilletes durante décadas en nombre del realismo político. Es su «oportunidad», la posibilidad de que sus gestores de políticas y sus burócratas sentados en sus salas de reuniones de Washington definan el presente y el futuro de la región tal como lo hicieron en el pasado. En palabras de Obama, «para continuar con el mundo como debe ser» – no según los anhelos y aspiraciones de sus pueblos – sino de acuerdo con los fríos cálculos de Estados Unidos.
Los intereses de Estados Unidos
¿Y cómo es este nuevo mundo que se ha de construir? El modelo rector se encuentra en el Este de Europa y en las revoluciones de colores. En resumen, utilizando el poder blando y la diplomacia pública estadounidense para remodelar el escenario socio-político de la región, el objetivo es transformar las revoluciones populares en revoluciones de Estados Unidos.
El centro de gravedad se ha desplazado de las calles – con su incontrolable, imprevisible y peligroso ritmo – a las manos de las élites poderosas. Así que ya estamos de nuevo con el viejo juego de las élites manufacturadas: dóciles, domesticadas y al servicio de las estrategias estadounidenses (consciente e inconscientemente).
Aunque ello se está extendiendo a nuevos frentes: la estrategia no se limita únicamente a los amigos tradicionales que aún quedan de la antigua era sino que incluye también a nuevas fuerzas producidas por la revolución que fueron marginadas y rechazadas durante mucho tiempo por Estados Unidos.
«Debemos ampliar nuestro compromiso… para que podamos llegar a las personas que darán forma al futuro, especialmente a los jóvenes… [y] prestar asistencia a la sociedad civil, incluidos aquellos que no puedan ser sancionados oficialmente», declaró el presidente Obama. Con este fin Estados Unidos ha duplicado la financiación destinada a «proteger a los grupos de la sociedad civil» incrementando su presupuesto de 1.5 millones de dólares a 3.4 millones.
Los objetivos no son sólo los sectores neoliberales de costumbre sino que incluyen a activistas que encabezaron los movimientos de protesta y a las corrientes islamistas. Por ejemplo, en los últimos meses hemos visto un aumento de iniciativas de diplomacia pública estadounidense en Egipto y Túnez por parte del gobierno de Estados Unidos y de instituciones próximas. Ello ha incluido programas dirigidos a jóvenes dirigentes árabes como el programa Líderes para la democracia árabe patrocinado por la Middle East Partnership Initiative [Iniciativa de Asociación del Medio Oriente], así como numerosas conferencias y seminarios como el organizado por el Proyecto sobre la Democracia en Medio Oriente, en el Centro Woodrow Wilson de Washington el mes pasado.
Diversos activistas árabes fueron invitados al proyecto, incluida la prominente demócrata y activista por los derechos humanos egipcia Israa Abdel Fatah. Asimismo, el mes pasado se han celebrado reuniones entre responsables estadounidenses de alto rango de EE.UU. y los Hermanos Musulmanes en El Cairo, mientras que el vicepresidente de Ennahda acaba de regresar de una visita a Washington para «discutir la transición democrática en Túnez».
Washington espera que estas fuerzas emergentes puedan ser despojadas de su oposición ideológica a la hegemonía estadounidense y se vuelvan pragmáticas integrándose plenamente en el actual orden internacional liderado por Estados Unidos. El dogma no es un problema siempre y cuando estén de acuerdo en operar dentro de los parámetros delineados por ellos, si juegan sin cuestionar las reglas del juego.
Contención económica
Sin embargo, la contención y la integración no son solo políticas sino económicas también. Se deben llevar a cabo a través del libre mercado y las asociaciones comerciales en nombre de la reforma económica. En la cumbre del G-8 de esta semana se han anunciado los planes «para estabilizar y modernizar» las economías de Túnez y Egipto. Incluyen un paquete de ayuda de 40 mil millones de dólares que ahogarán a estas economías más aún en la profunda deuda; una instancia de dos millones de dólares para apoyar la inversión privada «inspirada en los fondos que apoyaron las transiciones en Europa del Este tras la caída del Muro de Berlín», la «Asociación Deauville» para ampliar los vínculos políticos y económicos con el Norte de África y Oriente Próximo, y una prórroga del mandato del Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo para que cubra a las naciones del sur del Mediterráneo. Como de costumbre, las inversiones y las ayudas están condicionadas a la adopción del modelo económico neoliberal estadounidense en nombre de la reforma y la modernización, y a otras obligaciones económicas para con los mercados de Estados Unidos y de Europa bajo el lema de la «integración comercial».
Una se pregunta qué quedará de las revoluciones árabes en medio de sociedades civiles infiltradas, partidos políticos domesticados y economías dependientes. Ese es precisamente el Oriente Próximo post-revolucionario que está tramando la Casa Blanca hoy en día, tallado con el cincel de la economía, el dinero y las relaciones públicas – por no hablar de su poderío armamentístico y de las bases militares dispersas en toda la región y en sus fronteras.
Puede que el gobierno de Obama consiga infiltrar las organizaciones árabes pero su tentativa de reproducir el escenario de Europa del Este en la región es poco más que una ilusión. Mientras Praga y Varsovia miraban a Estados Unidos en busca de inspiración para su lucha por la liberación, El Cairo, Túnez, y Sana consideran que Estados Unidos es el problema y el principal impedimento para su emancipación y progreso. Para los árabes, Estados Unidos es una fuerza de ocupación cubierta con una fina capa de democracia y derechos humanos.
Nadie podría haber ofrecido una prueba más contundente de este punto de vista que el propio Obama. Comenzó su discurso sobre Oriente Próximo elogiando la libertad y la igualdad de todos los hombres y acabó hablando de la «judeidad de Israel». En efecto, Israel viene negando los derechos de ciudadanía al 20% de sus habitantes árabes y el derecho al retorno a seis millones de refugiados palestinos.
Estados Unidos intenta en vano reconciliar lo irreconciliable y predica la democracia mientras ocupa y ayuda a una ocupación. Pero en una región que forma un ámbito geográfico, cultural y político interconectado no se puede liberar a los egipcios, a los sirios o a los tunecinos sin liberar a los palestinos.
http://es.sott.net/articles/show/6762-Nuevos-gobiernos-la-misma-historia