Si algún día viajáis a Irlanda, y visitáis Dungannon, no dejéis de ir al bosque de Muireann en cuyo corazón se encuentra un lago llamado Cailleach ya que según se cuenta en sus profundas aguas habita una bruja que se aparece a aquellos pobres incautos que se pierden en sus cercanías y los lleva a sus profundidades con ella.
En una aldea cerca del lago vivían William y su mujer Eibryn. Él trabajaba las tierras de su familia, y ella, que era huerfana, se encargaba de la casa. A Eibryn le gustaba dar largos paseos al lado del lago cada día, y ,aunque conocía la leyenda de la bruja del lago, no había visto nunca nada que le hiciera pensar que fuera cierta. Y, aunque sus conocidos le decían que tuviera cuidado, ella se sentía muy tranquila durante sus paseos, y en ellos encontraba paz y sosiego. De hecho, ella siempre hablaba de una Dama, cuando se comentaba la leyenda.
Su vida consistía en cuidar su casa, estar con su marido y dar largos paseos durante los cuales soñaba despierta. Y, aunque la mayoría de días eran lluviosos o estaban nublados, nunca faltaba a su paseo diario por el lago. Ella así era feliz.
Pero el tiempo fue pasando y William y Eibryn no tenían hijos. La curandera de la aldea le daba todo tipo de remedios naturales, pero no se quedaba encinta. Para William, que amaba mucho a su mujer, no suponía ningún problema, pero ella cada vez estaba más triste y más decaída.
Un día, paseando por el lago, en un momento de gran desesperación, lanzó al aire un ruego en voz alta. Si existía de verdad una dama mágica en el lago, y si podía oírla, le rogaba por favor que la ayudara a engendrar un hijo que sería su felicidad plena.
No se dio cuenta que un par de ojos la observaban desde el fondo del lago.
Al cabo de pocos meses, Eibryn quedó encinta, y fue motivo de su felicidad más absoluta. Y después de nueve meses de embarazo, llegó un parto largo y complicado, que la dejó muy débil, al final del cual nacieron siete pequeñas.
Aunque su salud se vio muy mermada, Eibryn siguió cuidando la casa y a su gran familia y siguió dando sus paseos junto al lago. Y poco a poco se fue recuperando, hasta recuperarse por completo.
Todas las niñas eran preciosas, y como eran muy parecidas, para diferenciarlas, las vestían con vestidos de colores distintos, siempre en relación con el nombre que les habían puesto. Así pues, Reedy, vestía siempre de rojo, Oranny iba de naranja, el color de Yellin era el amarillo, Grynner siempre de verde, a Blurie era el azul del cielo el que más le gustaba, Ainnyl que no acababa de decidir si le gustaba más el azul o el violeta, y, finalmente, Violet que iba siempre a coger flores del mismo nombre que además hacían juego con su vestido.
La vida de la familia transcurrió feliz, hasta que cuando las pequeñas contaban siete años, al pueblo llegó un buhonero que vendía y arreglaba cosas diversas.
Cuando vio a Eibryn se quedó prendado de ella. Perdió la cabeza, y le insistió para que escapara con él, y abandonara a su familia, pero ella que amaba muchísimo a su marido, y adoraba a sus hijas lo rechazó.
El buhonero, que no era buena persona, no pudiendo aguantar la obsesión que tenía por la mujer, alargó su estancia en el pueblo y sus alrededores, y la acechó durante un tiempo, observando sus entradas y salidas, y sobretodo, en que momentos estaba sola.
Hasta que un día, uno especialmente lluvioso, durante uno de sus habituales paseos, el buhonero enloquecido de amor por Eibryn, trató de abusar de ella a la orilla del lago. En el forcejeo los dos cayeron al agua, y aunque ella luchó con todas sus fuerzas, él que era más fuerte y dándose cuenta de que ella jamás se iría con él, trató de ahogarla, ya que no quería que nadie supiera lo que había hecho.
Con sus últimas fuerzas, Eibryn pensó en la Dama del lago y en silencio le pidió que la ayudara a salvarse de aquel malvado hombre que quería destrozar su vida.
En ese momento, unas manos níveas surgieron de la oscuridad del fondo del lago y arrastraron al malvado buhonero hacia su final.
A duras penas, Eibryn alcanzó la orilla y llamó a la Dama, pues sentía que tenía que agradecerle además de su propia vida, la felicidad de su familia.
De pronto, desde la mitad del lago surgió una esbelta figura de mujer. De cabello oscuro , ojos de color violeta y una piel muy blanca, iba vestida con una bellísima túnica que parecía que estuviera tejida con la propia agua del lago. La Dama, caminó hasta la orilla donde se encontraba ella, y con una dulcísima voz le habló:
– Hola Eibryn, mi nombre es Gwenhwyar y soy la guardiana de este lago que encierra grandes secretos. Te he estado observando durante toda tu vida, y creo que eres una persona llena de bondad y merecedora de una larga vida llena de alegría, por eso te he ayudado para que puedas gozar de ella. Se que la leyenda habla de una bruja, pero en realidad no lo soy, sino un hada del agua que en ocasiones ayudo a buenas personas como tú, aunque para ello tenga que llevarme al fondo de mi lago a gente malvada para que no vuelvan a hacer daño a nadie.
Jamás he pedido nada a nadie, pero a ti me gustaría pedirte un favor muy especial.
Eibryn , impresionada por la belleza y la dulzura de la Dama, le preguntó que porqué la había escogido a ella para ayudarla y mostrarsele.
Y entonces Gwenhwyar, acomodándose sobre unas piedras que habían a la orilla del lago, y con sus pies siempre dentro del agua, empezó a explicarle su propia historia.
Muchos años atrás ella era un hada que vivía feliz en su bellísimo bosque de Muireann. La gente mágica tenía unas leyes muy estrictas de no relacionarse con los humanos, ya que podían ser descubiertos, y la superstición de la gente podía iniciar una guerra para eliminarlos. Durante mucho tiempo su vida transcurrió feliz con su pueblo, pero un día, buscando unas flores cerca del lago, vio a un hombre dando de beber a su caballo. Lo primero que le llamó la atención fue la dulzura con que el trataba al animal, atendiéndolo antes que a si mismo. Después de aquel encuentro, Gwenhwyar volvió más veces al lugar, hasta que lo vio otra vez. Esta vez se fijó en aquel hombre joven, de figura esbelta y cabello oscuro que se sentaba en la orilla del lago y se quedaba un rato mirando hacia la inmensidad azul del agua.
Aquellos encuentros en secreto se repitieron más veces, hasta que un día, por un descuido de ella, él la descubrió. Inmediatamente se enamoró de aquella mujer que irradiaba una luz especial. Al principio, ella huyó, pero fueron volviendo cada día al mismo lugar para verse, hasta que poco a poco se enamoraron. Ella sabía que romper las leyes de su pueblo, podía suponer su muerte y la de su amado, pero aún así siguieron viéndose a escondidas durante bastante tiempo.
Fue inevitable, dado el amor que se tenían, que Alexander que así se llamaba su amado le propusiera matrimonio y, se casaron en secreto. Poco tiempo después Gwenhwyar quedó embarazada. Entonces él quiso dar a conocer su relación y dejar de vivir a escondidas, y, a pesar de los ruegos de ella de que no se presentara ante su pueblo, decidió hacerlo, confiando en que su amor podría romper aquellas barreras que los separaban.
Estaba totalmente equivocado. Alexander se presentó ante el jefe del pueblo de Gwenhwyar, y explicó que se había enamorado y que se habían casado. Injustamente, la pareja fue acusada de romper las leyes que regían en su mundo, y fueron castigados cruelmente. A él con la pena de muerte, y ella sería desterrada para siempre del bosque, y el hijo que les naciera a ambos sería abandonado en la aldea cercana y se criaría como humano, sin conocer nunca sus orígenes.
Los llantos y ruegos de Gwenhwyar no sirvieron de nada, y Alexander fue llevado al lugar donde se habían conocido y enamorado y llevado al interior del lago donde se ahogó. Entonces ella pidió elegir su lugar de destierro, hecho que le fue concedido, y eligió el lago donde para siempre reposarían los restos de su amadísimo esposo. Desde aquel momento se convirtió en la Dama del Lago, y sólo le fue permitido abandonarlo para dar a luz a su hija que fue criada en la aldea y a la que pusieron de nombre Eibryn.
En este momento Gwenhwyar terminó su historia y miró a la cara de su hija.
Las lágrimas rodaban por las mejillas de Eibryn, estaba escuchando la historia de sus padres, narrada por su propia madre. En aquel momento, entendió el porqué le atraía tanto el lago, y porque era tan feliz cuando paseaba cerca de el. Entendió porqué gracias a la magia de su madre había tenido a sus preciosas hijas y ahora que también la conocía a ella su felicidad era completa. Entonces se incorporó, y sin mediar palabra, se lanzó a los brazos de su madre y ambas se fundieron en un abrazo llorando de felicidad
Cuando por fin se separaron, Eibryn le preguntó sobre el favor que le había pedido, y le dijo que le daría lo que quisiera.
Gwenhwyar le contestó que había visto algunas veces a las niñas cerca del lago, y le pidió a Eibryn que si les daba permiso para visitarla en el lago, ya que a ella no se le permitía salir. Le explicó que la magia haría posible que estuvieran en el lago con ella, cuando lloviera y a la vez surgiera el sol, que era el momento en que la magia era más fuerte.
Así, que se lo dio, y quedaron en verse cada día ellas dos, y el día que lloviera y además brillara el sol al mismo tiempo, las niñas podrían visitar a su abuela en el lago. Y se despidieron con otro largo abrazo y con lágrimas en los ojos
Cuando llegó a su casa, Eibryn explicó a su marido William su historia, y él también estuvo de acuerdo en que las niñas visitaran a la Dama del lago.
Así pues, a los pocos días, cercana la primavera, un día empezó a llover, y al poco empezó a brillar el sol al mismo tiempo. Las niñas con sus vestidos de colores, y su madre fueron al lago y entonces la Dama apareció con una dulce sonrisa, y estirando los brazos hacia el sol, dijo unas extrañas palabras y las niñas empezaron a volar hacia el centro del lago donde las esperaba su abuela, dejando una estela preciosa de siete colores en forma de arco que se perdía al contacto con el agua, y cuando volvían a casa salían de la misma manera.
Desde aquel día, y cada vez que llovía y salía el sol a la vez, el maravilloso arco de colores se veía por encima del bosque hasta que se perdía en el interior del lago. Las gentes del lugar, lo llamaron Arco Iris.
Y, aún en nuestros días, cuando veáis un arco iris, en un día de lluvia y sol, pensad, que las siete hijas de Eibryn han ido a visitar a su abuela al fondo del lago.
Las Siete Hijas de Eibryn