Los llamado Reyes Magos de Oriente proceden del pueblo hermano de los celtas nerios. Un reportaje de Rafael Lema.
En su última publicación, el Papa Benedicto se refiere a uno de los iconos de la Navidad, los Reyes Magos, y desvía su origen noventa grados, hacia España, al mítico reino de Tarsis. En el siglo I no existía tal señorío, los descendientes de los tartessos son los turdetanos o túrdulos, cuyo símbolo es una estrella de ocho puntas. Durante cinco siglos, el pueblo hermanado, vecino, de estos túrdulos, era nada menos que el de nuestros celtas nerios, los del actual Finisterre, que llegaron a Galicia procedentes del sur, en compañía de los primeros. Desde la Beturia, la misma cuna que los magos.
Entre una especie de druidas o sabios astrólogos de esta tribu túrdula de origen precelta, muy orientalizada, habría que buscar a estos magos bíblicos. Curiosamente, los túrdulos participaron en una de las más célebres migraciones internas peninsulares, desde el Guadiana hacia en cabo Finisterre, en el siglo II a. C. Y les acompañaron nada menos que los celtas nerios, los habitantes de la Trastámara, la Costa da Morte. Los vínculos entre los dos pueblos son muy fuertes, como atestiguan las fuentes, que los emparentan durante cinco siglos de vecindad e intercambios de todo tipo, pero manteniendo su singularidad y etnia. Ninguna era íbero. Los nerios eran celtíberos; los turdetanos, indoeuropeos, con una fuerte aculturización oriental. Luchaban juntos, peregrinaban y migraban juntos, compartían las labores de las minas, y los mercados en las ciudades-santuario de la Bétula o Turdetania. Y con la llegada de Roma, el flujo del norte al sur no solo mermó sino que se intensificó, por rutas terrestres y marinas de Cádiz a Finisterre.
Aquí tenemos la relación pues de los magos turdetanos con nuestros antepasados nerios. Esa casta sabia turdetana, los antepasados de los magos bíblicos, los acompañaron en su periplo hasta el Finisterre. Los magos que la tradición cristiana lleva al portal de Belén seguirían en contacto con los célticos que se quedaron en la Turdetania, de los que procede la rama neria. Ademas de su origen habría que cambiar su imagen. Al ser estos magos de tradición indoeuropea, con fuertes influencias fenicias, su figura no diferiría de los de la zona persa, indoirania, la Unheimat primigenia. Algunos sacerdotes turdetanos oraban descalzos. Vestirían de blanco, con tiara, y un haz de tamarisco o tejo en la mano. En Jerusalén pasarían por auténticos magos orientales, o anatolios (allí había celtas gálatas, por otra parte).
Según el papa, Benedicto XVI, los Reyes Magos podrían ser una especie de astrólogos procedentes de occidente, concretamente de la zona de Tarsis o Tartessos. Es decir, del golfo de Cádiz, conocido en esa época como Tartessos Sinus. La afirmación tiene sus problemas, aunque, para los amigos del historicismo, es verosímil, tanto a la luz de las Escrituras, como en base a la compleja sociedad de la época. Pese a que en el siglo I, la Bética estaba profundamente romanizada, Hispania representaba en Oriente Medio el limes, el fin de la tierra, un lugar mítico, legendario y a la vez cueva de ingentes recursos. Era un tópico que siguieron trasmitiendo historiadores, escritores, pese a que la realidad había cambiado; y bien lo sabían gobernantes, comerciantes. En la rica Bética, huerta del Imperio, tenemos un gran nodo comercial, con una poderosa flota mercante, con una importante ruta marítima con Oriente Medio. Si un rey o mercader traía oro a la cuna de un mesías, el emporio minero de la época era nuestra tierra, El Dorado del Imperio Romano.
La Península era tierra sagrada, ubicación de poderosos santuarios, fin de milenarias rutas de peregrinación, tumba de Hércules y del sol invicto. Su forma de piel de toro extendida coincide con la de los primeros altares persas e indoarios, origen de la religiosidad occidental. Las profecías del Antiguo Testamento que anunciaban al mesías citaban nuestra tierra, la mítica y rica Tarsis, de donde vendrían a rendir tributo sus reyes. Por ello, coincido con la cita del Santo Padre, eminente teólogo y magister antes de ser obispo de Roma, pese a que la literalidad de las escrituras como crónica histórica queda muy en entredicho tras un estudio somero, y aprecio más su carácter simbólico, espiritual. Estimo que el tema es de gran interés, para nosotros y nuestra historia, no sólo para los antiguos béticos, también para los que vivimos alrededor del cabo Finisterre.
En primer lugar, el Evangelio de San Mateo cita que unos magos de Oriente se encontraban en Jerusalén y siguiendo una estrella se acercaron a rendir homenaje al mesías nacido en Belén. En concreto les llama en griego “magoi apo anatolon”. Magos anatolios. Cuando fue escrito el Evangelio, a finales del siglo I, se estaba produciendo un incremento de conversiones entre paganos no judíos, por lo que la cita incidía en la idea de la universalidad del mensaje cristiano, poniendo como ejemplo a unos sacerdotes orientales que rendían pleitesía al Señor, en clara contraposición al esquivo, agresivo, sacerdocio hebreo. Los magos serían unos hombres sabios, astrólogos, posiblemente iniciados de un sacerdocio de influencia zoroástrica. No tienen por qué venir de oriente, del este geográfico, de hecho la costa anatolia (al noroeste de Israel) había sido fuertemente helenizada y romanizada, sus puertos comerciaban desde tiempos remotos con Iberia y poseía santuarios de enorme trascendencia, como Éfeso. Lugar de creación del Evangelio de Juan y posiblemente del de Mateo.
Desde este enclave se dirigía a Roma y Lugo un gran camino de peregrinación romano en el culto a Jano, el dios de las dos caras, de las puertas, del fin de las rutas. Es la Callis Ianus, antecedente directo del Camino de Santiago. Una vía estelar. Que llegaran desde el sur de Hispania a Oriente Medio unos sabios astrólogos en este época y atendiendo a un fenómeno astral no es un hecho improbable, ni mucho menos, los contactos culturales y comerciales eran intensos desde época fenicia. Legionarios galaicos se asentaron en Judea y Siria desde los tiempos de Cristo. Fue uno de los grupos que extendió el mitraísmo y el cristianismo. Las naves de la actual Cádiz llegaban desde tiempos de Salomón una vez cada tres años cargados de mercancías suntuosas al este del Mediterráneo.
Llevaban y traían mercancía, gentes, ideas, creencias.La mención a Tarsis es un tópico lleno de aura legendaria y resonancias bíblicas, del Antiguo Testamento. Es una tierra mítica, rica, en el fabuloso extremo del mundo. En una nave fue Jonás a Tarsis cuando fue tragado por la ballena. El salmo 72, básico para entender la cita evangélica a los magos y sus variantes en otros textos paleocristianos, se refiere al Reinado del Mesías. Habla de la venida del mesías cuyo “dominio se extenderá de mar a mar. Desde el Río hasta los los cabos de la tierra”. Los reyes de Tarsis y las islas le rendirán tributo. Los monarcas de Arabia y de Saba le traerán regalos. Aquí hallamos pues a los tres Reyes Magos de los textos apócrifos, citando tres lugares míticos famoso por su poder y riqueza, desde antiguo: Tarsis, Arabia, Saba. Del oro, el incienso y la mirra.
Por supuesto, Tartessos, la primera civilización ibérica, ya no existía como tal en tiempo de Cristo. Pero de ellos descienden los turdetanos o túrdulos, que se habían rebelado contra Roma en el 195 a. c., con ayuda de los vecinos célticos.
Desde el año 27 a. c. estos turdetanos se hallan plenamente asimilados a Roma, dentro de una provincia clave para la economía imperial, con puertos de intenso comercio marítimo y una poderosa flota mercante. El culto a los emperadores, como Augusto o Tiberio, estaba muy extendido en esta provincia; a ellos les agradecían los béticos la pujanza económica, basada mas que en las antiguas minas, en los productos agropecuarios, en la salazón. la agricultura y el comercio eran las bases de su prosperidad. Pero el que la Bética no fuese ya la mítica Tarsis sino una zona fuertemente civilizada, intensamente colonizada, romanizada, no impide la existencia de magos, sabios, o incluso sacerdotes de cultos mistéricos, orientales, que sintieran la necesidad de seguir una estrella y visitar la cuna de un mesías. Al contrario, la zona había sido y era un mosaico de culturas y religiones, una región de importantes santuarios, antiguos pero revitalizados, en un singular sincretismo.
Los turdetanos mantenían su gran ciudad santuario, Asta Regia. Los cuatro conventos romanos en los que se dividía la provincia eran lugares de culto en donde las antiguas tribus prerromanas se reunían para celebrar sus ceremonias religiosas y ferias anuales mayores. Lo mismo que las galaicas Lugo o Braga fueron reconvertidas de santuarios en urbes. Prevalecían en el sur viejos cultos indígenas, nombres de divinidades prerromanas. En el siglo III d. C. aun existían pruebas de cultos fenicios, o pervivían comunidades de sirios y asiáticos. También era fuerte la presencia de judíos. A la llegada del cristianismo aun quedan cultos asimilados a Hércules y una inmensa mayoría de paganos de fuertes raíces.
BETURIA. CUNA DE TURDULOS Y CELTAS NERIOS
En la Beturia, los turdetanos tenían como aliados a los célticos con los que se enfrentan a los cartagineses en el 273 a.c. Y a Roma en el 195 a. c. La Beturia se integró en la provincia senatorial Bética, aunque con distinta dependencia administrativo-judicial: mientras los Célticos pertenecieron al convento jurídico de Hispalis, los Túrdulos quedaron bajo la dependencia del de Corduba. el reparto del territorio entre ambos pueblos se debió a las explotaciones mineras diversas, en las que respectivamente eran expertos: los Célticos en el hierro y los Túrdulos en la plata y el plomo.
En época árabe ambos territorios seguían existiendo de forma caracterizada, los célticos pervivían en la kûra de Firrís, y los túrdulos en la de Fahs al-Ballut Estrabón, basándose en Poseidonio, refiere la trasmigración de turduli veteres y celtici hasta el río Limia, un hecho provocado por las guerras celtibéricas y lusitanas; pudo tener lugar hacia mediados del siglo II antes de Jesucristo. Lo curioso es que para los turduli la aventura no terminó hasta tres siglos después si los turdetanos del Hierón Akrotérion son los mismos turduli veteres que descendieron paulatinamente del Finisterre al Mondego, en el transcurso de medio siglo. El ejemplo de la de los celtici es también curioso por mostrarnos la trayectoria recorrida por otro grupo emigrante hasta llegar al punto de su residencia definitiva en finisterre. La narración straboniana dice que en las cercanías del Cabo Nérion (Finisterre) se hallaban unos celtas que habían ido allá con unos túrdulos en cierta expedición guerrera. Y dicen que pasado el río Limaía los túrdulos desertaron. Al separarse éstos de sus compañeros los celtas, se originó una lucha entre unos y otros, lucha en la cual pereció el jefe de los túrdulos, quedándose éstos sin guía para regresar.
Permanecieron en el mismo lugar, olvidados del camino de su antigua patria. Por ello al Limaía se le llama también río Léthes, traducción del latino Oblivio (Olvido), nombre con que, efectivamente, aparece en los textos latinos. Strábon-Poseidónios dice que los keltikoi de que hablamos eran parientes de otros keltikoi que vivían sobre el río Anas (συγγενείς τών τω Άνα). En Plinius hallamos que en el Conventus Hispalensis, hacia la ribera del Anas, vivían unos celtici: y vecinos de ellos, pero a la parte del Conventus Cordubensis que lindaba con la Lusitania (hacia el sur de la provincia de Badajoz), unos turduli . Estos son los mismos keltikoí y los mismos tourdoúloi de Poseidónios-Strábon.
Aún hay más, los celtici del Anas son, según afirmación de Plinius: gentes oriundas de los celtíberos que habían llegado al Anas pasando por la Lusitania, como se podía comprobar por sus ritos religiosos, su lengua y la nomenclatura de sus ciudades (Célticos a Celtiberis ex Lusitania advenisse manifestum est sacris, lingua, oppidorum vocabulis). Estos celtici habían salido de la región oriental de la meseta; habían entrado luego en Lusitania (bajando por las cuencas del Duero o Tajo) se habían detenido luego en las márgenes del bajo Guadiana por la parte de España y habían reemprendido a continuación la marcha, atravesando de nuevo toda la Lusitania para llegar hasta más allá del Limia. Poseidónios-Strábon no dice que los keltikoí se quedasen allí, pero parte de ellos debieron renunciar a la vuelta fundiéndose con los otros celtici que vivían dispersos por Galicia, sin mezclarse con la población preexistente aún en tiempos de Plinius.