Archivo por días: agosto 16, 2015

Una ola de calor excepcional hace sufrir a los egipcios y causa más de 90 muertos

2Los egipcios están padeciendo desde el domingo pasado una infernal ola de calor húmedo, que ha acabado con la vida de más de 90 personas y está haciendo sufrir sobre todo a aquellos que no tienen aire acondicionado o agua en sus hogares.

En una semana, al menos 93 egipcios, la mayoría ancianos, han fallecido por las altas temperaturas y casi 200 han tenido que ser hospitalizados al sufrir fatigas y desmayos, después de haber estado expuestos al sol, que estos días castiga más que nunca en la tierra de los faraones.

http://www.efe.com/efe/espana/portada/una-ola-de-calor-excepcional-hace-sufrir-a-los-egipcios-y-causa-mas-90-muertos/10010-2688921?utm_source=wwwefecom&utm_medium=rss&utm_campaign=rss

Día de la victoria sobre Japón: el hombre que salvó a Kioto de la bomba atómica

Henry Stimson
Algunos historiadores dicen que el entonces secretario de Guerra de EE.UU., Henry Stimson, tuvo razones personales para perdonar a Kioto.

Pocas semanas antes de que Estados Unidos lanzara el arma más poderosa conocida por la humanidad, la ciudad japonesa de Nagasaki no estaba siquiera en la lista de objetivos de la bomba atómica.

En su lugar estaba la antigua capital del país, Kioto.

La lista la creó un comité formado por generales, funcionarios del ejército y científicos estadounidenses. Kioto, con más de 2.000 templos y altares budistas, incluidos 17 lugares Patrimonio de la Humanidad, encabezaba la lista.

«Este objetivo es un área industrial urbana con una población de un millón», se lee en los apuntes de la reunión del comité.

Describían a la población de Kioto como «más apta para apreciar el significado de este arma como artefacto».

«El ejército percibía Kioto como un objetivo ideal porque no había sido bombardeada en absoluto, por lo que muchas de las industrias y algunas de las fábricas más importantes se habían reubicado allí», explica Alex Wellerstein, historiador de ciencia en el Instituto de Tecnología Stevens, en EE.UU.

«Los científicos del llamado Comité de Objetivos también preferían Kioto porque era sede de muchas universidades y pensaron que la gente allí sería capaz de entender que una bomba atómica no es cualquier arma, que era un punto de inflexión en la historia de la humanidad», añade.

Pero a comienzos de junio de 1945, el secretario Stimson ordenó que Kioto fuera retirada de la lista de objetivos. Alegó que era de importancia cultural y que no era objetivo militar.

«El ejército no quería retirarla de la lista así que siguió poniendo a Kioto en ella hasta finales de julio, pero Stimson acudió directamente al presidente Harry Truman», prosigue Wellerstein.

Mapa de Kioto
Mapa detallado de Kioto estudiado por el Comité de Objetivos.

Tras un encuentro con el presidente, Stimson escribió en su diario el 24 de julio de 1945: «Fue particularmente empático al estar de acuerdo con mi sugerencia de que si no hay eliminación, el rencor causado por un acto sin sentido de ese calibre haría imposible que durante el largo periodo postbélico los japoneses se reconciliaran con nosotros en esa zona antes que con los rusos».

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Las tensiones que condujeron a la Guerra Fría ya se estaban incubando y lo último que querían los estadounidenses era dar un impulso a la causa comunista en Asia.

Nagasaki por Kioto

Fue entonces cuando Nagasaki se añadió a la lista de objetivos en lugar de Kioto. Pero Hiroshima y Nagasaki tampoco eran objetivos militares.

Tal como sabemos ahora, cientos de miles de civiles –mujeres y niños incluidos– murieron.

Y si bien Kioto quizá era la ciudad cultural más famosa, las otras ciudades también tenían bienes valiosos.

«Por eso parece que Stimson tenía una motivación más personal y que estas otras excusas eran simples racionalizaciones», opina Wellerstein.

Kioto
Kioto es la antigua capital de Japón y una ciudad llena de monumentos culturales y espirituales.

Se sabe que Stimson visitó Kioto varias veces en la década de los 20 cuando era gobernador de Filipinas.

Algunos historiadores dicen que fue su destino de luna de miel y que era un admirador de la cultura japonesa.

Pero también estaba detrás de la reclusión de más de 100.000 japoneses–estadounidenses porque, decía Stimson: «Sus características raciales son tales que no podemos entender o incluso confiar en el ciudadano japonés».

Esta puede ser en parte la razón por la que otro hombre se llevó el mérito de salvar a Kioto durante muchas décadas.

Por mucho tiempo, se creyó que fue el arqueólogo e historiador de arte estadounidense Langdon Warner y no el controvertido secretario de Guerra quien aconsejó a las autoridades no bombardear ciudades con un patrimonio cultural como Kioto.

Incluso hay monumentos en homenaje a Warner en Kioto y Kamakura.

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Hiroshima: la bomba que cambió el mundo

Bobma sobre Hiroshima
Nube sobre Hiroshima tras la explosión de la bomba atómica.
  • La bomba recibió el apodo de «Little Boy» y se cree que tuvo la fuerza explosiva de 20.000 toneladas de TNT.
  • El coronel Paul Tibbets, militar de 30 años procedente de Illinois, lideró la misión para lanzar la bomba atómica sobre Japón.
  • El Enola Gay, el avión que lanzó la bomba, recibió este nombre en homenaje a la madre del coronel Tibbets.
  • El objetivo final fue decidido apenas una hora antes del lanzamiento de la bomba. Las buenas condiciones meteorológicas sobre Hiroshima sellaron el destino de la ciudad.
  • En la explosión, la temperatura en el punto de estallido de la bomba fue de varios millones de grados. Miles de personas murieron de forma instantánea o resultaron heridas.

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En su libro de 1995, Drop the Atomic Bomb on Kyoto («Lanzar la bomba atómica sobre Kioto»), el historiador japonés Morio Yoshida argumentó que Warner era recordado como el salvador de los bienes culturales de Japón como parte de la propaganda postbélica de EE.UU.

«Durante la ocupación de EE.UU. sobre Japón después de la guerra, hubo mucha censura en torno a las bombas atómicas», señala Wellerstein.

«Aprendimos suficientes lecciones de guerras anteriores sobre enemigos derrotados que te odian, así que cualquier estrategia mediática para que los japoneses creyeran que a EE.UU. le importaba Japón –ya fuera su gente o su patrimonio cultural– se veía como algo excelente por parte de las autoridades ocupantes».

Pero no sólo parece que al presidente Truman le importaba poco el patrimonio cultural de Japón, también describió ese país como «una nación terriblemente cruel y no civilizada en tiempos de guerra», y calificó a sus nacionales como «bestias» que no merecían honor ni compasión por el ataque sobre Pearl Harbour.

Este tipo de comentarios ha generado cierta especulación sobre Estados Unidos lanzó las bombas atómicas en Japón y no sobre Alemania por racismo: usar la bomba contra personas blancas podía ser visto como un tabú más grande que hacerlo sobre los japoneses.

«Un interés personal»

Shinzo Abe
El primer ministro japonés, Shinzo Abe, en la ceremonia por el 70 aniversario del fin de la guerra para Japón.

Actualmente, el presidente Truman es a la vez elogiado y criticado por tomar la decisión de lanzar las bombas.

En realidad, los historiadores cuentan que dio la orden de empezar a usar la nueva arma sólo después del 3 de agosto y que no estuvo totalmente implicado en los detalles de las decisiones.

Wellerstein indica que hay pruebas documentales de que el presidente quedó sorprendido por la devastación que causó la primera bomba, especialmente por que murieran tantas mujeres y niños, y la segunda y más potente, la que cayó sobre Nagasaki, fue lanzada sólo tres días después.

Esa decision la tomó el director militar del proyecto de desarrollo del arma atómica, el general Leslie Groves, que dirigió el Comité de Objetivos y perdió la batalla por mantener a Kioto en lo alto de la lista.

Groves escribió en una carta con fecha 19 de julio de 1945 que quería utilizar al menos dos y como mucho cuatro bombas atómicas en Japón.

«Se puede decir que tenía un interés personal en hacer uso de los dos tipos diferentes de bombas atómicas», apunta Wellerstein.

Así que, hace 70 años, en lugar de miles de templos y altares, fue la gente de Nagasaki la que se evaporó en un abrir y cerrar de ojos.

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La ciudad que ni siquiera estaba en la lista inicial de objetivos en la orden de bombardeo fue elegida por el mal tiempo que impidió que los pilotos lanzaran el 9 de agosto la bomba sobre el segundo objetivo en la lista, la ciudad de Kokura.

Celebraciones en Buckingham Palace
La noticia de la rendición de Japón generó grandes muestras de alegría por todo el mundo, como se ve en esta imagen de los alrededores de Buckingham Palace, Londres.

En cierto sentido, es perverso decir que Henry Stimson salvó a Kioto de la bomba atómica como si fuera un resultado positivo.

Pero había otra bomba lista para ser lanzada el 19 de agosto si Japón no se hubiera rendido cuatro días antes. Se cree que el objetivo era Tokio, posiblemente el palacio del emperador.

En la actualidad, pese al sufrimiento que causaron, es bastante común encontrar a gente en Japón que dice que las bombas atómicas fueron necesarias para terminar la guerra.

Pero si Kioto hubiera sido destruida o si hubieran matado al emperador, quizá no tantos estarían dispuestos a aceptar el trágico destino que sufrió Japón.

http://www.bbc.com/mundo/noticias/2015/08/150814_cultura_quien_perdono_a_kioto_bomba_atomica_bd

¿Qué tan influyente en el mundo sigue siendo Cuba?

Izando la bandera de EE.UU. en La Habana
¿Le dará la normalización de relaciones con Estados Unidos mayor o menos protagonismo a Cuba?

Banderas se izan a diario en miles de ciudades del mundo sin causar mayor revuelo, pero el regreso del pabellón de Estados Unidos a su vieja embajada en La Habana este viernes fue noticia mundial.

E igual atención recibió la reapertura de la sede diplomática de Cuba en Washington, hace unas semanas, pues el reacercamiento entre los dos países ha estado en el centro de la agenda mediática desde que en diciembre del año pasado ambos anunciaran su intención de normalizar relaciones.

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El interés es más que comprensible: después de todo, con estos pasos la región por fin está empezando a desprenderse del último remanente de la Guerra Fría, una era en la que Cuba llegó a estar incluso en el centro de un posible conflicto nuclear.

Pero, 54 años más tarde, ¿es tanta atención un reflejo adecuado de la actual importancia de la nación caribeña en la esfera internacional?

Fidel Castro y Nikita Krushchev
La última vez que el mundo estuvo al borde de un conflicto nuclear, Cuba fue protagonista.

Para Arturo Valenzuela, exsubsecretario de Asuntos Hemisféricos del gobierno de Estados Unidos, la dimensión simbólica de todo el asunto «ha pasado a ser más importante que la parte real».

«La gente ha estado tan preocupada por el impacto simbólico de esta apertura que todo el mundo está pensando que esto es una gran cosa, especialmente para las empresas y la gente que quiere invertir», le dijo Valenzuela a BBC Mundo.

«Lo simbólico es importante, no hay que desmerecer eso», concedió el actual director del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Georgetown.

«Pero Cuba es un país un pequeño, de 11 millones de habitantes. A excepción de algunos rubros se ha quedado estancada. No tiene grandes industrias», hizo notar.

Vea toda nuestra cobertura sobre la normalización de las relaciones entre Cuba y EE.UU.

Del tamaño de Guatemala

De hecho, si uno compara cifras como extensión territorial, población y producto interno bruto, el país que más se parece a Cuba en toda la región tal vez sea Guatemala, difícilmente un protagonista destacado en el concierto regional.

Cuba
El alto nivel educativo de los cubanos hace de Cuba un destino interesante para muchas empresas. Pero es un mercado pequeño, con una economía rezagada.

Y lejos está la época en la que la isla caribeña tenía el segundo ejército más grande de América Latina y financiaba y apoyaba de distintas maneras a los movimientos de izquierda que, por diferentes vías, intentaban abrirse paso en la región.

«Con el fin de la Guerra Fría mucho de eso cambió. Ya no hay que hacer la revolución ni dar golpes de estado para llegar al poder en Latinoamérica», destacó Valenzuela.

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Y para Michael Shifter, director del centro de pensamiento Diálogo Interamericano,tampoco hay que sobredimensionar la influencia de Cuba en los actuales gobiernos de izquierda del continente. O en su llegada al poder.

«Uno no puede explicar la emergencia de Rafael Correa, Daniel Ortega o Evo Morales usando a Cuba. Todos son un producto de sus circunstancias y realidades nacionales», le dijo Shifter a BBC Mundo.

Fidel Castro y Hugo Chávez
Para muchos analistas, la influencia de Cuba en los gobiernos de la región está sobrevalorada.

«Y en cualquier caso, Cuba difícilmente puede apoyarlos más que simbólicamente«, agregó.

De hecho, para Shifter, la influencia cubana en las decisiones internas de esos países ha sido marginal, «con la posible excepción de Venezuela».

«Y aún en ese caso es difícil saber a ciencia cierta qué tan influyente realmente es», concedió.

Golpeando por encima de su peso

Analistas como el cubano Arturo López Levy, sin embargo, consideran que Cuba sí aporta algo más que capital simbólico a sus aliados en América Latina.

«Dados los altos niveles de desigualdad que hay en América Latina, el cuerpo de doctores y maestros que Cuba ha desarrollado es un apoyo importante para sus aliados políticos en la región«, le dijo a BBC Mundo.

Brigada médica cubana
A pesar de sus dificultades, Cuba es una verdadera potencia en asistencia humanitaria.

«Y Cuba ha desarrollado, como parte del enfrentamiento con EE.UU., servicios de seguridad y de inteligencia bastante eficientes, que pueden contribuir a la defensa de esos proyectos políticos«, explicó.

Pero López Levy, quien se desempeña como profesor adjunto del Centro de Estudios Globales de la Universidad de Nueva York, también es de quienes piensan que la influencia cubana en América Latina, más allá de lo simbólico, «está sobrevalorada».

Y coincide con Valenzuela cuando este afirma que La Habana ya no está interesada en exportar su modelo, como 50 años atrás.

«Tampoco creo que la izquierda en Venezuela esté pensando en adoptar el modelo cubano, o la izquierda ecuatoriana, cuando los mismos cubanos están buscando un cambio», agregó.

Doctores cubanos en Haití
La medicina es una de las áreas en las que Cuba tiene mucho potencial.

Esas capacidades, sin embargo, y la disposición de Cuba a enviar doctores atender emergencias médicas como la crisis del ébola en África occidental o el brote de cólera en Haití, ciertamente son una de las razones por las que la isla antillana sigue«golpeando por encima de su propio peso».

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Y Geoff Thale, el Director de Programas en la Oficina de Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA), cree que lo va a seguir haciendo.

«Cuba va a seguir enviando doctores al extranjero, ofreciendo servicios médicos y becas de estudio, que son muy populares entre los países en desarrollo», le dijo Thale a BBC Mundo.

«Y eso, junto a su historia y simbolismo, también es lo que hace que no esté en la misma categoría de países como Guatemala», explicó.

El factor cubano-americano

Arturo Valenzuela, sin embargo, cree que para poder mantener su política de solidaridad internacional, en ausencia de las donaciones de petróleo venezolano, la mayor de las Antillas necesita de elementos «que no tiene la Cuba de hoy en día».

«Necesitaría de una economía moderna, instituciones modernas, tecnologías modernas, y en todo eso se ha quedado tremendamente rezagada», le dijo a BBC Mundo.

Protesta contra la reapertura de la embajada cubana
En EE.UU. no todos están contentos con la normalización de las relaciones.

Y el exasesor de Barack Obama cree que la condición que muchos consideran indispensable para que Cuba pueda aspirar a reactivar plenamente su economía –el fin del embargo– «no se divisa en un futuro próximo», por ser una decisión que le corresponde al congreso y no al poder ejecutivo.

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Pero, ¿no prueba eso acaso que la cuestión cubana sigue siendo al menos un factor de peso en la política interna de Estados Unidos?

«La mayor sorpresa de este cambio de política hacia Cuba es lo poco que le ha importado a la gente en EE.UU. Y no creo que el tema vaya a tener un rol importante en las próximas elecciones», es la valoración de Michael Shifter.

Y es que aunque el estado de Florida siempre será decisivo en una contienda apretada, el director de Diálogo Interamericano siente que el tema no moviliza de la misma manera a las nuevas generaciones de cubanoamericanos.

Marco Rubio
Marco Rubio es un eemplo de la influencia de la comunidad cubanoamericana en la política interna de EE.UU.

Y Shifter destaca que incluso Marco Rubio, el principal precandidato republicano de origen cubano, rara vez menciona el tema de Cuba en sus discursos sobre política exterior.

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«Es un político inteligente. Y no va a cambiar su posición sobre Cuba. Pero tampoco la va a convertir en un tema central de su plataforma electoral», explicó.

Un país al que ponerle atención

El analista, sin embargo, advierte que el peso simbólico de Cuba tampoco va a evaporarse completamente de la noche a la mañana.

Celebrando la reapertura de la embajada de EE.UU. en Cuba
Cuba y EE.UU.: una relación llena de simbolismo.

Y también cree que el interés por lo que pasa en la isla se mantendrá por cosas que van más allá de ese simbolismo.

«La gente está buscando nuevos modelos, América Latina está en una encrucijada y Cuba es un lugar que claramente está buscando y necesita un nuevo camino«, le dijo a BBC Mundo.

Y por eso, para el director de Diálogo Interamericano, más que compararla con Guatemala a Cuba se la puede comparar con Chile, país con el que compartía una población y un PIB muy similares antes de la revolución.

«Ambos también son países que han experimentado con diferentes modelos, países pequeños que han sabido capturar la atención», explicó Shifter.

«Cuba obviamente no es ni será una potencia regional, pero sí un país que va a estar haciendo cosas interesantes, lo que también le va a ayudar a mantener un perfil mayor que el que justificaría su tamaño, su PIB u otros factores objetivos«, concluyó.

http://www.bbc.com/mundo/noticias/2015/08/150814_cuba_importancia_finde_analisis_aw

Transhumanismo

“El hombre se ha hecho demasiado poderoso para permitirse el lujo de jugar con el mal. El exceso de su fuerza le condena a la virtud” j. Rostand (1967)

1. INTRODUCCIÓN

Los objetivos que se pretenden con la presente comunicación son esencialmente dos: por una parte, conocer qué es el transhumanismo (cuyo símbolo es H+): comprender su complejidad, sus múltiples subtemas y ramas, entender sus puntos fuertes y sus debilidades, y atmebi´ne las razones del rechazo que genera. Por otra, más importante, reflexionar sobre los interrogantes que suscita el transhumanismo. Por más que esta corriente pueda ser para muchos desconocida y para algunos inaceptable, por sus contundentes y en ocasiones extrañas afirmaciones, es relevante su desafío para resolver la pregunta antropológica a la altura de nuestro tiempo.

2. ¿QUÉ ES EL TRANSHUMANISMO?

Algunos autores consideran que el origen remoto del transhumanismo, al menos en la formulación de este término y en sus inspiración general, puede situarse en un texto de Julian Huxley de 1957.
Julian Huxley, hermano del famoso escritor Aldoux Huxley, y nieto del no menos célebre biólogo T.H.Huxley, conocido por ser el primer director de la UNESCO. Colaboró en la Sociedad Humanista de Nueva York (First Humanist Society of New York) y en su presidencia del congreso fundacional de la vigente Unión Internacional Humanista y Ética en 1952 (Internacional Humanist and Ethical Union). No obstante, también mantuvo una posición favorable a la eugenesia, entendida como manera de mejorar a los seres humanos. Así, en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, concretamente en 1957 en una obra titulada “En nuevas botellas para nuevo vino”, y horrorizado por el aborrecible uso de la eugenesia que se había hecho, Huxley propuso el término “transhumanismo” para referirse a la perspectiva según la cual el ser humano debe mejorarse a sí mismo, a través de la ciencia y la tecnología, ya sea desde el punto de vista genético o desde el punto de vista ambiental y social.

“La especie humana puede, si así quiere, trascenderse a sí misma, no sólo enteramente, un individuo aquí de una manera, otro individuo allá de otra manera, sino también en su integridad, como humanidad. Necesitamos un hombre para esa nueva creencia. Quizás transhumanismo puede servir: el hombre sigue siendo hombre, pero trascendiéndose a sí mismo, realizando nuevas posibilidades de, y para, su naturaleza humana”. Julian Huxley. In New Bottles for New Wine. 1957

Si tuviéramos que definirlo en una frase, podríamos decir que el transhumanismo es la posición que defiende la mejora del ser humano para alcanzar un estado superior o posthumano. La definición que ofrece la Asociación Transhumanista Mundial (World Transhumanist Association) es la siguiente:

El transhumanismo es un modo de pensar sobre el futuro basado en la premisa de que la especie humana en su forma actual no representa el punto final de nuestro desarrollo, sino más bien una fase comparativamente temprana. Formalmente lo definimos como sigue:
El movimiento intelectual y cultural que afirma la posibilidad y la deseabilidad de mejorar de modo fundamental la condición humana a través de la razón aplicada, especialmente desarrollando y haciendo ampliamente disponibles tecnologías para eliminar el envejecimiento y para mejorar notablemente las capacidades humanas intelectuales, físicas y psicológicas.
El estudio de las ramificaciones, promesas y peligros potenciales de las tecnologías que nos permitirán superar las limitaciones humanas fundamentales, y el estudio relacionado de las cuestiones éticas implicadas en el desarrollo y utilización de tales tecnologías.

Con estas premisas, los transhumanistas no dudan en pensarse a sí mismos como una extensión del humanismo, ya que comparten su preocupación por los seres humanos en general y por los individuos en particular. Consideran que, aunque no se logre la perfección, si es posible mejorar las cosas promoviendo un pensamiento racional, la libertad, la tolerancia, la democracia y la preocupación por los semejantes seres humanos. Su énfasis está centrado en el potencial de “llegar a ser” del que disponemos. Por ello es por lo que afirman que es necesario y deseable mejorar la condición humana, y emplear medios racionales para lograrlo. Esa mejora no queda restringida a lo externo y ambiental (la cultura, la educación, los métodos humanistas tradicionales), sino que también se aplica al organismo humano. Y es esta aproximación la que permite pensar en ir más allá del humano actual.
Se puede decir entonces, que el transhumanismo básicamente promueve una aproximación interdisciplinar para comprender y evaluar las oportunidades de mejorar la condición humana y el organismo humano abiertas por el avance de la tecnología. Esto implica prestar atención a tecnologías actuales y emergentes como la ingeniería genética, la tecnología de la información, la nanotecnología molecular y la ciencia cognitiva, y a algunas hipotéticas pero posibles, que se anticipan, como la inteligencia artificial, el “almacenamiento mental” (mind uploaling) o la crionización. De hecho, este encuentro entre las cuatro tecnologías (que suele identificarse por sus iniciales NBIC: Nanotecnología, Biotecnología, tecnologías de la Información, tecnologías Cognitivas) es apoyado por los transhumanistas como un modo esencial para la mejora humana.
Algunas de las posibilidades de mejora promovidas por los transhumanistas son ya una realidad entre nosotros, por ejemplo los psicofármacos, los medicamentos para mejorar el tono muscular, o las técnicas de ingeniería genética que están en fase experimental. También empezamos a disponer de aplicaciones de la biónica (la utilización de artefactos mecánicos que se integran en el cuerpo humano, por ejemplo para sustituir un miembro amputado) y se experimenta, si bien con desigualdades resultados en la técnica de crionización (congelación a bajísimas temperaturas, por ejemplo para que una persona enferma “espere” a que se encuentre una cura para su patología, momento en que será “descongelada”). Lo que los transhumanistas defienden es una ampliación de estas técnicas que satisfacen nuestra demanda de mejora, no conformándose con las posibilidades actuales, sino planteando otras mucho más ambiciosas, como la curación de enfermedades desde el interior del propio cuerpo, utilizando nanorobots (robots creados con nanotecnología, que podrían moverse por el torrente sanguíneo, por ejemplo, reparando estructuras dañadas), o la disponibilidad de una técnica de mind uploading, una suerte de “copia de seguridad mental” que permitiría evitar la pérdida de información de nuestros frágiles sistemas cerebrales de memoria.
Como se ha comentado, los transhumanistas ven la naturaleza humana como un trabajo en progreso, un comienzo a medio hacer que podemos aprender a remodelar de modos deseables. La humanidad actual no tiene que ser el punto final de la evolución, más bien es considerada un comienzo. Esto les lleva, por una parte, a una defensa de la tecnología, y por otra, a promover estiles de vida, hábitos y modelos sociales que colaboren a dicha mejora. Pero también a una reflexión más teórica acerca d ela definición de lo humano Es verdad, y conviene mencionarlo, que, como movimiento con un ideario innovador y, en ocasiones, extraño, con ramificaciones muy diversas, y con conexiones muy amplias y variadas, dentro de las filas transhumanistas militan algunas personas con posturas radicales, frívolas o deliberadamente provocadoras. Pero también es cierto que hay pensadores serios que están tratando estas cuestiones desde la reflexión, aportando argumentos filosóficos y propiciando un interesante debate.
Entre las corrientes más destacadas del pensamiento transhumanista están las que a continuación se menciona, este breve e incompleto listado da una idea de la multiplicidad y la dificultad de caracterización de este movimiento: existe un Transhumanismo democrático, una filosofía política que recoge temas y posiciones de la democracia liberal, la democracia social y el transhumanismo buscando una síntesis; entre las corrientes más conocidas está la escuela más temprana de transhumanismo, el Extropianismo, cuyos principios constituyen una aproximación preactiva a la evolución humana; también hay un Transhumanismo Cristiano, llamado igualmente transhumanismo trascendente, que enfatiza la mejora humana en su dimensión espiritual; también se puede citar el Singularismo, una filosofía moral basada en la creencia de que se puede lograr una singularidad uniendo la materia y la vida, y que ha de ser promovida su realización y también asegurada su seguridad; existe un Tecnogaianismo, que recoge buena parte de las ideas relativas a la hipótesis Gaia y defiende una tecnología a favor del medio ambiente; y también existe, y es probablemente la corriente más interesante para nuestra reflexión, el Posthumanismo, una filosofía social basada en los principios del humanismo.
Los transhumanistas esperan que a través de un uso responsable de la ciencia, la tecnología y otros medios racionales, seamos capaces de converrirnos, antes o después, en “posthumanos”: seres con capacidades mucho más grandes que las que tienen los seres humanos en el presente, que se habrán logrado por medio de transformaciones radicales o a través de pequeños cambios que de modo progresivo configuran un nuevo mundo. El posthumano es un ser futuro cuyas capacidades básicas exceden radicalmente las de los humanos actuales hasta el punto de que no pueden ser calificados de ningún modo como humanos según nuestros criterios. Estos posthumanos alcanzarán capacidades intelectuales mucho más altas de lasactuales, tendrán más memoria y más inteligencia; serán resistentes a las enfermedades y al proceso de envejecimiento, por lo que tendrán un tiempo ilimitado para aprender más y generar más habilidades; tendrán vigor ilimitado y no se sentirán cansados, hartos o irritados; controlarán sus deseos, estados mentales y emociones; tendrán una capacidad más grande para el placer, el amor, la apreciación del arte y la serenidad; experimentarán estados de conciencia que el cerebro del humano actual no puede siquiera sospechar, etc. Hasta tal punto serán los posthumanos capaces de diseñarse a sí mismos y a su mundo de un modo radicalmente nuevo y diferente, que nosotros, los humanos, sencillamente no podemos ni imaginarlo.
El “transhumano” es, entonces, un ser transitorio que está más allá del humano actual, pero no alcanza aún las capacidades del posthumano. Es un estado intermedio del que algunos se preguntan si no es, realmente, el estado actual, dadas las capacidades de intervención tecnológica de que disponemos, en comparación con nuestros antepasados. El término “transhumano” se lo debemos a un futurista que se hacía llamar FM-2030 (Su nombre real era Esfandiary, F.M (1930-2000). Su extraño apodo derivaba de su esperanza en poder celebrar su cumpleaños centenario en el año 2030) y que acuñó este término como forma abreviada de “humanos transicional”. Las características de este tipo de humano, signos de transhumanidad, serían, según FM-2030, las prótesis, la cirugía plástica, el uso intensivo de la stelecomunicaciones, un estilo de vida cosmopolita y trotamundos, la androginia, la reproducción artificial, la ausencia de creencias religiosas y el rechazo de los valores familiares tradicionales. Obviamente, aunque ciertas posibilidades nos acercan a esa previsión posthumana, muchos defensores del transhumanismo no se identifican con la posición de este autor, especialmente en cuanto a los valores a defender. Lo cual es una muestra más de la diversidad existente en este movimiento.
Como aclaración de los presupuestos transhumanistas, y tras lo apuntado hasta aquí, nada mejor que referirnos a la Declaración Transhumanista de la World Transhumanist Association:

En el futuro, la Humanidad será cambiada de forma radical por la tecnología. Prevemos la viabilidad de rediseñar la condición humana, incluyendo parámetros tales como lo inevitable del envejecimiento, las limitaciones de los intelectos humanos y artificiales, la psicología indeseable, el sufrimiento, y nuestro confinamiento al planeta Tierra.
La investigación sistemática debe enfocarse de acuerdo a esos desarrollos venideros y sus consecuencias a largo plazo.
Los transhumanistas creemos que siendo generalmente abiertos y aceptando las nuevas tecnologías disponemos de mejor oportunidad de volverlas en nuestro provecho que si intentamos condenarlas o prohibirlas.
Los transhumanistas defienden el derecho moral de aquellos que deseen utilizar la tecnología para ampliar sus capacidades mentales y físicas y para mejorar su control sobre sus propias vidas. Buscamos crecimiento personal más allá de nuestras actuales limitaciones biológicas.
De cara al futuro, es obligatorio tener en cuenta la posibilidad de un progreso tecnológico dramático. Sería trágico si no se materializaran los potenciales beneficios a causa de una tecnología injustificada y prohibiciones innecesarias. Por otra parte, también sería trágico que se extinguiera la vida inteligente a causa de algún desastre o guerra ocasionados por las tecnologías avanzadas.
Necesitamos crear foros donde la gente pueda debatir racionalmente qué debe hacerse, y un orden social en el que las decisiones serias puedan llevarse a cabo.
El transhumanismo defiende el bienestar de toda consciencia (sea en intelectos artificiales, humanos, animales no humanos, o posibles especies extraterrestres) y abarca muchos principios del humanismo laico moderno. El transhumanismo no apoya a ningún grupo o plataforma política determinada.

3. ¿POR QUÉ ASUMIR EL ENVEJECIMIENTO Y LA MUERTE? VALORES TRANSHUMANISTAS.

Uno de los autores más interesantes de entre los defensores del posthumanismo es Nick Bostrom, director del Instituto Futuro de la Humanidad (Future of Humanity Institute), de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Oxford, y fundador, junto a David Pearce, de la Asociación Transhumanista Mundial. Bostrom propone una “Fábula del Dragón” que resulta muy esclarecedora para comprender su posición.
La fábula cuenta que existía un dragón gigantesco que tiranizaba el planeta exigiendo un tributo en forma de diez mil hombres y mujeres diarios que habían de entregarse para ser devorados. El sufrimiento que esto generaba era atroz, pero todos los intentos por combatir al dragón fueron inútiles, de modo que acabaron por aceptarlo resignadamente. Los elegidos eran ancianos, que a pesar de ser en ocasiones las personas más sabias, se consideraba que al menos habían tenido la posibilidad de vivir unas cuentas décadas. Nadie podía postergar su turno, si bien los más ricos conseguían algún tipo de aplazamiento, y los hombres espirituales se dedicaban a consolar a quienes tenían miedo del dragón, prometiéndoles una nueva vida tras la muerte en la que no existían dragones. Otros consideraban que el dragón formaba parte del orden natural de las cosas, y muchos afirmaban que el dragón era beneficioso pues limitaba el crecimiento de la población. Algunos sostenían que era parte del sentido de la vida humana acabar siendo comidos por el dragón.
La situación duró muchos siglos y el rey estaba más preocupado de la logística para reunir y transportar a la gente, dado que el tributo iba aumentando en cantidad, que de encontrar una solución, que ya se consideraba imposible. Por supuesto se cobraban elevados tributos para financiar estos gastos y los derivados de la investigación sobre el dragón. Y existían no sólo dragonólogos eminentes, sino también antidragonistas que no se conformaban con la situación y buscaban una salida. Los consejeros del rey le dijeron que las reuniones que mantenían los antidragonistas eran una incitación a la sublevación y que, por tanto, resultaban peligroso. No obstante, el rey decidió convocar una audiencia pública para escuchar sus peticiones, sobre todo para no adoptar una postura antipopular.
Lo que los antidragonistas proponían era, dado el desarrollo científico alcanzado, construir un proyectil muy potente que pudiera matar al dragón. Pero su propuesta fue rebatida rápidamente por el real consejero para la moralidad, que apeló a la finalidad natural de la vida: vivir en plenitud, sabiendo de la finitud. Fue la protesta de un niño, que dijo que el dragón era malo porque se había llevado a su abuela, lo que provocó que el público se decantara a favor de los antidragonistas, y que el rey diera su beneplácito al proyecto. La empresa duró doce años, pero finalmente pudo construirse al artefacto y éste tuvo éxito: el dragón murió. Al fin la humanidad estaba libre de la cruel tiranía del dragón.
En la fábula el dragón representa el envejecimiento, y la argumentación ética general de la fábul es sencilla: existen razones morales obvias e imperativas para que la gente de la fábula se deshaga del dragón, del mismo modo se puede combatir el envejecimiento y no aceptarlo resignadamente como algo inevitable. Nuestra situación respecto de la senescencia humana es análoga y éticamente isomórfica con la situación respecto de la gente de la fábula respecto del dragón. Nuestros conocimientos posibilitan abordar esta tarea. Por consiguiente, tenemos razones morales imperativas para deshacernos de la senescencia.
No obstante, Bostrom subraya que su argumentación no apunta a favorecer la extensión de las expectativas de vida per se, pues no tendría sentido añadir más años de enfermedad y fatiga al final de la vida: los argumentos abogan más bien por extender, tanto como sea posible, el rango saludable de la vida humana. Al retardar o detener el proceso de envejecimiento, se extendería la vida humana saludable. Las personas podrían mantenerse sanas, vigorosas y productivas a edades a las que, de otro modo, ya habrían muerto. Esta defensa de la lucha contra el envejecimiento lleva a plantear la posibilidad de que, si nuestros conocimientos y nuestra tecnología se desarrollan lo suficiente seamos capaces de alcanzar la inmortalidad. A pesar de lo sorprendete que pueda parecer, es, sin duda, un interesante reto para la reflexión.
Bostrom afirma con claridad que el valor central del transhumanismo es tener la oportunidad de explorar el ámbito de los posthumano. Esto significa que pueda haber valores mayores de los que ahora alcanzamos a comprender, pero no implica que no se puedan definir en términos de nuestras capacidades actuales. Desde su perspeciva no se está exigiendo favorecer a los seres posthumanos por encima de los humanos, sino que se defiende que el modo correcto de favorecer a los eres humanos es permitiéndoles darse cuenta de cuáles son sus propios ideales y de que algunos de ellos pueden estar fuera de los “modos de ser” accesibles a nuestra constitución biológica actual.
Claro que, conviene tener en cuenta que carecemos de la capacidad para comprender cómo pensaría o sentiría un posthumano, y el posthumano podría tomar decisiones diferentes a los valores de los humanos actuales. Quizá pueda pensarse que la vida de los posthumanos merezca más la pena que la de los humanos, Lo cual es inquietante.
Sin embargo, el transhumanismo nos plantea la necesidad de asumir nuestra capacidad de intervención, de no confiormarnos con lo que ahora consideramos normal o inevitable, de responder racionalmente ante los retos de la vida. Esto ni implica un optimismo ingenuo ante la tecnología, antes bien, el transhumanismo es consciente de los peligros y alerta ante ellos, pero considera que la razón humana es capaz de tomar decisiones sabias, y que es una obligación moral desarrollar nuestra capacidad hasta sus límites. Incluso si eso conlleva un nuevo humano, un posthumano.
Cabe preguntarse hasta qué punto ésta es una nueva forma de humanismo, como proclaman sus defensores. El transhumanismo, según Bostrom, tiene raíces en el pensamiento humanista secular, aunque es más radical en cuanto que promueve no sólo los medios tradicionales de mejora de la naturaleza humana, tales como la educación y el refinamiento cultural, sino también la aplicación directa de la medicina y la tecnología para sobrepasar algunos de nuestros límites biológicos básicos. Esto conduce a algunos autores a afirmar que el transhumanismo es el proyecto llevado a sus últimas consecuencias. Es un humanismo racional, un posthumanismo.
Resumiendo, los valores transhumanistas son esencialmente los siguientes: existe un valor fundamental, la ya mencionada exploración del terreno posthumano, como modo más correcto de favorecer a los seres humanos, teniendo claro que si los posthumanos pudieran alcanzar vidas que valieran más que las de los humanos, habría que promover que la gente llegara a ser posthumana.

“Valer más” hace refrenecia a vidas que merezcan la pena ser vividas. Cumpliría este requisito, por ejemplo, una personas que pudiera obtener mayor esperanza de vida, mayor inteligencia, mayor salud, mayor memoria, mayor sensibilidad emocional, y todo ello sin cesar de existir en el proceso” Bostrom, N. Transhumanist Values.

4. EL DEBATE

“Al fin y al cabo, la raza humana es un poco desastrosa, con nuestras tercas enfermedades, nuestras limitaciones físicas y la brevedad de nuestra vida. Si a ello añadimos las envidias, la violencia y las angustias, el proyecto transhumanista empieza a parecer razonable. Si fuera tecnológicamente posible, ¿por qué no íbamos a querer superar nuestra especie actual? La aparente sensatez del plan, sobre todo si se proyecta hacer de forma gradual, es una de las cosas que lo hace peligroso. La sociedad no va a caer de repente bajo el hechizo de la concepción transhumanista. Pero es muy posible que mordisqueemos las tentadoras ofertas de la biotecnología sin darnos cuenta de su aterrador coste moral”. Fukuyama. Transhumanism, Foreign Policy, octubre-noviembre 2004

En el año 2004, la revista Foreign Policy hizo una encuesta a personas de reconocido prestigio acerca de las “ideas más peligrosas del mundo”, Francis Fukuyama consideró que la más peligrosa era el transhumanismo, si bien afirmaba que ya no se lo podía considerar “ciencia ficción tomada demasiado en serio”. Fukuyama ha sido uno de los grandes detractores de esta corriente y, en general, de todas las posiciones a favor de la intervención tecnológica – genética o de otro tipo – en el ser humano.
Su posición está basada en la afirmación de la existencia de una “esencia” humana que se vería altereda por estas modificaciones y que daría lugar a un flagrante atentado contra la dignidad. Fukuyama define la naturaleza humana como la suma del comportamiento y las características que son típicas de la especie humana, y que se deben a factores genéticos más que a factores ambientales. Así, se puede decir que, dejando de lado las características contingentes de las personas, hay en cada una de ellas una cierta cualidad humana esencial, que denomina “factor X” y que es la base de la dignidad. Es esa naturaleza la que genera una exigencia de igualdad de reconocimiento o de respeto, tal como se ha afirmado de modo predominante en la modernidad. Y este autor está convencido de que el transhumanismo pondría en entredicho esa igualdad de derechos o de dignidad. El mundo posthumano, en su perspectiva, podría estar más jerarquizado que el actual y podría generar conflictos por haber perdido el concepto de “humanidad común”.
Esta polémica es la que enfrenta a los transhumanistas con los asís llamados “bioconservadores” (bioconservatives), de los que Fukuyama es un notable representante. También desde una preocupación por la posible amenaza a la dignidad humana, Leon Kass afirma que la modificación tecnológica acabaría por deshumanizarnos, a fuerza de minar “sentidos” tradicionales, como el sentido del ciclo vital, o el sentido del sexo, o el sentido del trabajo. Kass es defensor de “la sabiduría de la repugnancia”, inspirada en al heurística del miedo de Hans Jonas, pero quizá más impactante: en ciertos casos especialemente relevantes, la repugnancia sería, según este autor, la expresión emocional de una sabiduría profunda, que está más allá del poder del arazón para poder ser completamente expresada. Se trata de una especie de intuición que, de modo inmediato y sin argumentos, detecta algo perverso que amenaza lo que apreciamos.
Son varias las posiciones que se engloban en el grupo de los bioconservadores, sin embargo todas ellas comparten la oposición ak uso de la tecnología para mejorar las capacidades humanas o para modificar la naturaleza biológica de los seres humanos: las críticas contra el transhumanismo apelan a la dignidad humana, como en Fukuyama, pero también a la reverencia por la naturaleza, de modo que ciertos grupis ecologistas conservacionistas se enfrentan también a esta corriente. Es muy frecuente ver utilizar argumentos del tipo “jugar a ser Dios”, indicando que el ser humano estaría sobrepasando sus límites y queriendo ser creador, lo cual no puede conllevar más que nefastas consecuencias. Y también argumentos como el de la “pendiente resbaladiza” – es decir, considerar que abrir una posibilidad tecnológica nos lanza a una situación irreversible, de consecuencias morales desastrosas, por lo que es justificable frenar o prohibir dichas posibilidades, aun no siendo éstas dañinas -, por ejemplo como lo utiliza Jeremy Rifkin, otro bioconservador bien conocido por su oposición a la ingeniería genética.
En ocasiones esto se adereza con antiutopías futuristas del estilo de la del Mundo Feliz de A. Huxley, o se apela a los riesgos tecnológicos o a los riesgos sociales, por ejemplo las posibles discriminaciones y las desigualdades sociales a que se podría dar lugar. En esta línea se sitúan George Annas, Lori Andrews y Rosario Isasi, quienes han propuesto una legislación que establezca que la modificación genética heredable en humanos sea un crimen contra la humanidad, como la tortura o el genocidio.

“la nueva especie, o “posthumano”, probablemente verá a los viejos humanos “normales” como inferiores, incluso salvajes, y los conducirá a la esclavitud o a la matanza. Los normales, por su parte, pueden ver a los posthumanos como una amenaza y, si pueden, se meterán en un ataque preventivo asesinando a los posthumanos antes de que lleos mismos sean asesinados o hechos esclavos. Es finalmente este predecible potencial de genocidio lo que hace de los experimentos de alteración de la especie potenciales armas de destrucción masiva, y hace del irresponsable ingeniero genético un potencial bioterrorista”. Annas, G.; Andrews, L, y Isasi, R. Protecting the endangered human: toward an international treaty prohibiting cloning and inheritable alterations.

Además de éstos, uno de los argumentos que han generado mayor debate es la posibilidad de “programar personas”, es decir, la posibilidad de seleccionar o mejorar a los individuos, sobre todo cuando se afirma que los padres han de tener la libertad de elegir cómo quieren que sean sus hijos, como defienden los transhumanistas.
Los transhumanistas defienden la capacidad de tomar decisiones sobre la propia vida y el propio cuerpo, conforme al concepto de “self-ownership”. Afirman que cada uno de nosotros es el dueño de su propia vida, lo cual enlaza con la idea de autonomía que venido defendiéndose en terrenos como la bioética, o en la reivindicación de derechos de los ciudadanos. Puesto que las tecnologías de mejora deberían estar disponibles para todo el mundo, cada individuo debería poder decidir cuáles de esas tecnologías desea aplicarse a sí mismo (libertad morfológica), y también los padres deberían decidir qué tecnologías reproductivas utilizar para tener hijos (libertad reproductiva). Evidentemente, esto implica la posibilidad de que las mejoras hagan, de dichos individuos o de sus descendientes, posthumanos. La razón fundamental de esta postura es que, el hecho de que algunas personas pudieran hacer malas elecciones, dando lugar a un subhumano, más que a un posthumano (como pronostican las antiutopías), no es razón suficiente para rescindir el derecho a elegir de las personas. No al menos en una democracia liberal. De ahí que, más que medidas restrictivas, sea necesario, y así lo afirma Bostrom, promover contramedidas adecuadas como la educación, la persuasión, y una reforma social y cultural.
Sin militar en las filas del transhumanismo, Sloterdijk mantiene una postura a favor de esa capacidad de mejorar el ser humano, basada no tanto (o no sólo) en la convicción de sus excelencias, cuanto en la denuncia de otras formas de dominación que el ser humano ejerce sobre sí mismo, y que han sido causa de una limitación de la libertad, si bien adornada con el lenguaje de la razón y el humanismo. La era técnica, y el poder que ésta nos otorga, nos coloca en una situación de elección activa, que antes no ha sido posible y ante la que cabe también rehusar.

“Pero cuando en un campo se desarrollan positivamente poderes científicos, hacen los hombres una pobre figura en caso de que, como en épocas de una temprana impotencia, quieran colocar una fuerza superior en su lugar, ya fuese el dios, o la casualidad, o los otros. Dado que los rechazos o renuncias suelen naufragar por su propia esterilidad, ocurrirá con seguridad en el futuro que el juego se encarará activamente y se formulará un código de las antropocéntricas. Por su efecto retrospectivo, un código tal cambiaría también el significado del humanismo clásico, pues con él se publicaría y registraría que la humanitas no sólo implica la amistad del hombre con el hombre, sino también – y de modo crecientemente explícito – que el ser humano representa el más alto poder para el ser humano”. Sloterdijk. Reglas para el parque humano. Una respuesta a la “Carta sobre el humanismo”.

La obra de Sloterdijk desata un escándalo por declarar el fracaso del humanismo, del que llega a decir que es una “utopía de la domesticación humana”. Esto, unido a su optimismo tecnológico, su defensa de la técnicas genéticas, y, sobre todo, su denuncia de la capacidad de “domesticación” del humanismo, y su lenguaje provocador que no dudad en hablar del parque zoológico humano, hizo que Haberlas contraatacara de modo contundente:

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Descubierto el Objeto más grande Directivos del universo: un anillo de 5.000 Millones de Años Luz de Diámetro

Este hallazgo cuestiona y hace que se tambaleen todos los modelos del universo actualmente considerados

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Los GRB aparecen como puntos azules, a una distancia similar todos ellos de la vía láctea. / L. Balazs (Royal Astronomical Society)

Un equipo internacional de astrónomos ha encontrado lo que parece ser el elemento más grande en el Universo observable: un anillo formado por nueve estallidos de rayos gamma -y otras tantas galaxias- de 5.000 millones de años luz de diámetro.

Los estallidos de rayos gamma (GRBs) son los eventos más luminosos del universo, liberan la misma cantidad de energía en unos segundosque el Sol en los diez mil millones de años de vida que se le pronostican en total desde su nacimiento. Se cree que son el resultado del choque entre estrellas masivas -de masa mayor- y agujeros negros. Además, su gran luminosidad ayuda a los astrónomos a localizar la ubicación de galaxias distantes.

El anillo ahora descubierto tiene todos sus GRBs a distancias similares de la Tierra, cada uno a alrededor de 7.000 millones de años luz en un círculo situado en la latitud -36º a través del cielo -como aparece en la imagen-, aproximadamente setenta veces el diámetro de la luna llena, lo que sugiere que el anillo tiene más de 5.000 millones de años luz de diámetro. Esta distribución, según uno de los autores del trabajo, el profesor Balazs, solo tiene una entre 20.000 probabilidades de darse por casualidad.

Los modelos astrofísicos modernos indican que la estructura del cosmos es uniforme en las escalas mayores, lo que constituye un ‘Principio Cosmológico’ basado en las observaciones realizadas con los satélites Planck y WMAP. Sin embargo, este nuevo descubrimiento desafía dicho principio, ya que este establece que el tamaño de las estructuras cósmicas no es superior a 1,2 millones de años luz. Pero este objeto es casi cinco veces mayor.

“Si estamos en lo cierto, esta estructura contradice los modelos del universo actualmente vigentes. Ha sido una gran sorpresa encontrar algo tan grande, y todavía no entendemos en absoluto cómo ha llegado a existir” declara Balazs.

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http://m.europapress.es/ciencia/astronomia/noticia-cientificos-descubren-colosal-anillo-5000-millones-anos-luz-diametro-20150805114242.html

La sociedad de consumo

Sociedad de consumo, o sociedad de consumo de masas, es un término utilizado en economía y sociología, para designar al tipo de sociedad que se corresponde con una etapa avanzada de desarrollo industrial capitalista y que se caracteriza por el consumo masivo de bienes y servicios, disponibles gracias a la producción masiva de los mismos.
El concepto de sociedad de consumo está ligado al de economía de mercado y, por ende, al concepto de capitalismo, entendiendo por economía de mercado aquella que encuentra el equilibrio entre oferta y demanda a través de la libre circulación de capitales, productos y personas, sin intervención estatal.

Surgimiento

Históricamente, podríamos señalar dos momentos para la transformación de la sociedad capitalista industrial en una sociedad de consumo de masas:
Primero en las últimas décadas del siglo XIX, se combinó por un lado, la unificación de Italia, y sobre todo de Alemania, y por otro, el aldabonazo que supuso la Comuna de París (todo ello en 1870-1871); si lo primero disparó el crecimiento mercantil, industrial y científico técnico (Segunda Revolución Industrial), lo segundo contribuyó a que se establecieran legislaciones que hicieron aumentar los salarios, y ya con la conciencia de que el desarrollo de la demanda interna permitía el crecimiento del beneficio… Quizá es más frecuente señalar como hito la aplicación de la cadena de montaje a la fabricación de automóviles, por Henry Ford en 1901

Crítica

Si por un lado, hay quien afirma que la discusión sobre la bondad o maldad de la sociedad de consumo es más de carácter ético o ideológico que estrictamente económico, en cuanto que la sociedad de consumo no sería sino un estadio avanzado de las sociedades industrializadas con el objeto de cubrir las necesidades y deseos de los consumidores; por otro hay quien señala que si la economía es la ciencia encargada de satisfacer las necesidades humanas con los recursos disponibles, es un problema económico de primer orden plantear en qué medida la sociedad de consumo cubre nuestras necesidades, o bien destina muchos recursos valiosos a satisfacer deseos fútiles, y a stocks invendibles, mientras deja sin cubrir necesidades fundamentales.
Una de las críticas más comunes sobre la sociedad de consumo es la que afirma que se trata de un tipo de sociedad que se ha «rendido» frente a las fuerzas del sistema capitalista y que, por tanto, sus criterios y bases culturales están sometidos a las creaciones puestas al alcance del consumidor. En este sentido, los consumidores finales perderían las características de ser personas humanas e individuales para pasar a ser considerados como una masa de consumidores a quienes se puede influir a través de técnicas de marketing, incluso llegando a la creación de «falsas» necesidades entre ellos.
Desde el campo ambientalista, la sociedad de consumo se ve como insostenible, puesto que implica un aumento constante de la extracción de recursos naturales, y del vertido de residuos, hasta el punto de amenazar la capacidad de regeneración por la naturaleza de esos mismos recursos imprescindibles para la supervivencia humana.
Desde el punto de vista de la desigualdad de riqueza internacional, se ha señalado también que el modelo consumista ha conducido a que las economías de los países pobres se vuelquen en la satisfacción del enorme consumo de las sociedades más industrializadas, mientras pueden dejar de satisfacer necesidades tan fundamentales como la alimentación de sus propias poblaciones, pues el mercado hace que se destinen los recursos a satisfacer a quienes pagan más dinero.
Los dos enfoques anteriores se combinan a la hora de señalar que, si la mayoría de la población mundial alcanzara un nivel de consumo similar al de los países industrializados, recursos de primer orden se agotarían en poco tiempo, lo que plantea serios problemas económicos, éticos y políticos.
La sociedad de consumo no sólo se refiere al consumo de bienes sino también al de servicios, dado que cada vez tiene más importancia en las sociedades desarrolladas el consumo de servicios; fruto, fundamentalmente, de la mayor disponibilidad de renta y tiempo libre. En este sentido, la crítica a este tipo de sociedades viene dada por el efecto de manipulación de la información, al objeto de «moldear» al consumidor para convertirlo en el «consumidor ideal» que pretenden las empresas que tienen el poder de hacerlo.
Por último, una de las mayores críticas a la sociedad de consumo viene de quienes afirman que ésta convierte a las personas en simples consumidores y que el sistema lo que propicia no es un intercambio de dinero por placer, sino que el placer se encontraría en el mero hecho del consumo en sí mismo.

Defensa

Para algunos de los defensores de la sociedad de consumo, como G. Katona y W. Rostow, el consumo de masas -la sociedad de consumo- es consecuencia del alto desarrollo al que han llegado determinadas sociedades y se manifiesta en el incremento de la renta nacional. A su vez, posibilita que un número cada vez mayor de personas adquiera bienes cada vez más diversificados. De esta forma, facilitando el acceso a una mayor cantidad y calidad de productos por una parte cada vez mayor de la sociedad, se estaría produciendo una mayor igualdad social.

Sociología y consumo

Desde el punto de vista de la sociología, el consumo queda definido como “el conjunto de procesos socioculturales en que se realiza la apropiación y los usos de los productos o servicios”. Productos o servicios que pueden estar a disposición del consumidor en cualquier parte y que pueden ser consumidos de distintas maneras. El simple hecho de la existencia de los productos o servicios los transforma en potencialmente consumibles y da a todos los consumidores el derecho legítimo de aspirar a tenerlos.
Es el dinero el que permite el consumo, pero cada vez es necesario menos dinero, ya que la producción en masa, así como las imitaciones, han hecho posible que personas que no pertenecen a las élites puedan tener acceso a productos o servicios similares.
El consumo implica relaciones de posesión, de dominación, pero también de imitación, siendo el mimetismo cultural un móvil importante para el consumo aún cuando el consumo es una elección consciente de cada persona y depende de su cultura. Y aunque la persona no pueda comprar los bienes, la sola ilusión de que puede llegar a hacerlo, el simple consumo visual, proporciona placer y hacen que la persona se sienta partícipe de este mundo.
La sociedad de consumo es un estadio del proceso de industrialización que acorta la vida de los productos, convirtiéndolos en obsoletos; el consecuente desarrollo de la tecnología los sustituye por otros más avanzados o con más y mejores prestaciones.
En este sentido, el modo de vida postindustrial y la adquisición progresiva de bienes de consumo, que otorgan lo que se denomina “confort“, conduce a que los objetos aceleran su ciclo de vida a medida que avanza el siglo. Lo que antes era sinónimo de prestigio, el paradigma de tener objetos que duran toda la vida, dio paso a un sistema donde los objetos son casi desechables.
Esta transición, donde los objetos se hacen cicladores rápidos cuyo valor es el prestigio inmediato, está sustentada en la creación de necesidades, que sostiene el actual nivel de producción de bienes.
Para Jean Baudrillard bajo la dimensión económica del consumo subyacen factores intrínsecos del individuo combinados con imperativos sociales, por lo que el académico francés plantea que este es un fenómeno que depende cada vez más del deseo que de la necesidad.
El autor inglés Robert Borock recalca que el consumo es una práctica social que surge con la sociedad moderna y cuya función principal es proporcionar al individuo formas de distinguirse de otros grupos de distinto nivel social.
Este planteamiento implica la existencia de una jerarquía social, de unos códigos no verbales y materiales que expresan la posición de un individuo en esta escala y remarca la constante tensión por la promoción social. Así mismo es destacable el nivel de subyacente que implica que el acto de comprar tiene una función identitaria y que se basa en las operaciones de diferenciación del resto.
Esta nueva situación es denominada por George Katona la sociedad de consumo de masas y tiene como principales características la afluencia, el poder del consumidor y la psicología del individuo que compra.
Este estudioso del fenómeno recalca la importancia del consumidor en la economía y destaca que es este sistema las necesidades no son creadas artificialmente de una forma aleatoria sino que son producto de un comportamiento aprendido y que esto es un proceso de intercomunicación entre un sujeto y un estimulo. Katona habla de que distinguir necesidades básicas de necesidades supuestamente creadas artificialmente no tiene sentido puesto que en nuestra cultura la socialización se produce en un contexto que condiciona las elecciones de consumo posteriores. Así su planteamiento se puede resumir que todas las necesidades, que trascienden a los imperativos biológicos, son sociales en su naturaleza.
Boroch denomina a esta situación el capitalismo de consumo y apunta que se trata de un fenómeno que determina al sistema económico mediante valores culturales. Este sociólogo inglés esta realidad es una ideología activa que otorga sentido a la vida del individuo a través de la adquisición de productos y experiencias organizadas.
Este catedrático de la Open University afirma que esta ideología legitima el sistema vigente, el orden social y organiza la vida de los consumidores. Además el consumo articula un sistema orientado a que el individuo trabaje para que pueda comprar pero sobre todo satisfacer las constantes fantasías impuestas socialmente que llegan a adquirir continuamente bienes y experiencias prefabricadas y codificadas.
El análisis de los factores de producción desde un punto de vista contable, con una Matriz de contabilidad social, completa más el estudio de la sociedad de consumo. pt

Bibliografía

Marinas, José Miguel. “Paisaje primitivo del consumo: alegoría frente a analogía en los Pasajes de Benjamin.” La balsa de la Medusa, nº 34. 1995. pp. 7-26.
“El mito de la objetividad en la cultura del mercado.” Daimon. Revista de Filosofía. Nº 24. Septiembre-diciembre de 2001. Universidad de Murcia. Depto de Filosofía. pp. 41-51.
“El malestar en la cultura del consumo.” Rev. Política y Sociedad. Vol. 39. Nº 1. 2002. Fac. Ciencias Sociales y Políticas. Universidad Complutense de Madrid. pp. 53-67.
“Simmel y la cultura del consumo.” REIS, nº 89. Enero-marzo de 2000. pp. 183-218.
La fábula del bazar. Orígenes de la cultura del consumo. Madrid. A. Machado libros. 2001.
“El cuerpo del consumo.” En Rev. El rapto de Europa. Nº 1. Diciembre de 2002.
Retamal, Christian. “Luchas utópicas y paraísos triviales. Sobre la colonización del imaginario utópico por el consumo.” Rev. “El rapto de Europa”. Nº 1. Madrid. 2002. (Monográfico Sociedad de consumo) Disponible en [1]

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Charles Darwin

“La muerte ya no es el enemigo del hombre, como la ha presentado la cristiandad, sino su glorificación -al contrario que el pensamiento de Pablo en su Carta a los Corintios, se señala- y desde luego la gran fuerza de progreso, porque las muertes de muchos individuos pueden convenir a la especie -y no sólo a efectos de selección-, o a la sociedad estructurada con carácter científico”. Hellwal. Citado por José Jiménez Lozano, escritor. Premio Cervantes 2002 (ABC, 04/03/06)

 

Charles Robert Darwin, hijo de Robert y Susannah Darwin, nació el 12 de febrero de 1809 en el seno de una familia pudiente, con todo lo que ello significa en cuanto a comodidades y privilegios; y esa riqueza, que él incrementaría considerablemente gracias a una vida de frugalidad, le permitiría convertirse en uno de los pensadores más influyentes de la historia: el hombre que formuló la teoría de la evolución.
Robert Darwin, su padre, era un librepensador, hijo del renombrado poeta, doctor, librepensador, disidente y libertino Erasmus Darwin. Su madre, Susannah, era la hija del famoso y próspero Josiah Wedgwood, fabricante de porcelana fina y miembro de la Iglesia unitaria. Cerniéndose sobre Inglaterra la sombra de la Revolución francesa, que había comenzado exactamente dos décadas antes, los librepensadores unitarios – disidentes de la Iglesia Anglicana – y todos los que tenían tendencias más democráticas se habían convertido en objeto de sospecha, de modo que Robert y Susannah consideraron que lo mejor era bautizar a Charles en la Iglesia anglicana de Saint Chad, el 17 de noviembre. Sin embargo, aún así Susannah permaneció fiel al unitarianismo de su familia paterna, y los domingos llevaba a Charles a iglesias unitarias. Murió cuando su hijo tenía sólo ocho años. Las hermanas de Charles ocuparon el lugar de su madre.
Desde muy pronto, el joven Charles fue un ávido coleccionista de todo tipo de especimenes, y prefería pasar las horas en el laboratorio de química que había improvisado en los establos antes que estudiar los clásicos griegos y latinos que estaban prescritos para la educación de los niños de su clase social. También le encantaba cazar. No puede sorprender, por tanto, que sus logros en el colegio no fuesen precisamente estelares. “¡No te importa nada más que cazar, los perros y coger ratas!”, bramaba con ira su padre. “¡Serás una deshonra para ti mismo y para toda tu familia!”. El remedio que su padre médico le recetó fue convertirlo en médico, hijo y nieto de médicos, de modo que a los dieciséis años Charles se encontró visitando pacientes junto con su progenitor.
Para los estudios universitarios, Robert Darwin decidió enviar a Charles a Edimburgo, donde se uniría a él su hermano mayor, Erasmus. Edimburgo era el lugar donde los disidentes con recursos, que no eran admitidos en Oxford o Cambridge porque no suscribían los treinta y nueve artículos de la Iglesia de Inglaterra, podían cursasr los estudios de medicina. Charles y Erasmus llegaron a Edimburgo en octubre de 1825. Allí Charles se comprometió en mayor medida con las causas políticas más queridas del partido whig, incluyendo la libertad religiosa (frente a la Iglesia de Estado), la extensión del derecho de voto, la competencia abierta entre todos, de modo que prevalezcan los mejores (en lugar de posibilitar el acceso a los privilegios sociales sólo a los aristócratas), y la abolición de la esclavitud.
Pero Charles no estaba hecho para los estudios de Medicina. Lo que no le aburría, simplemente le horrorizaba. Las disecciones le resultaban desagradables, pero lo que verdaderamente le llenaba de terror eran las salas de operaciones, sucias y sin anestesia; tras presenciar una chapucera operación practicada a un niño, Charles no volvería a entrar nunca más en un quirófano. Consiguió superar mal que bien el primer curso, animado únicamente por la clase de Química y por el aprendizaje de la taxidermia, que realizó codo con codo con un esclavo liberto.
Al llegar su segundo año en la Facultad de Medicina Darwin ya se había desentendido casi completamente de la formación que debía recibir. En lugar de apuntarse a los cursos obligatorios siguió sus intereses personales, y muy pronto se encontró bajo la tutela de Robert Grant, un brillante iconoclasta, experto en esponjas y firme defensor de la evolución (o la transmutación, como en aquel momento se decía). Grant, que era francófilo, s ehabía empapado de la teoría de la transmutación de Jean-Baptiste Lamarck y Etienne Geoffrey Saint Hilaire, de modo que enseguida Darwin se encontró leyendo a Lamarck (aunque su francés era bastante pobre), estudiando todo tipo de pájaro, animal o criatura marina sobre la que pudiese poner las manos y estudiando también Geología.
En ese año académico le propusieron formar parte de la Sociedad Pliniana, que se reunía regularmente para discutir todo tipo de cuestiones. El hombre que propuso a Darwin, William Browne, era un materialista radical, y la misma noche de la presentación de Darwin ante la Sociedad, después de que éste pronunciase una charla sobre los invertebrados marinos, tomó la palabra para argumentar que la mente, más que una faceta del alma inmortal, no era sino la actividad del cerebro. El alma, por supuesto, no existía. No es necesario decir que la charla de Browne fue públicamente censurada, pero sin duda causó una honda impresión en Charles, porque casi medio siglo después éste argumentaría cosas muy parecidas en El origen de l hombre.
Darwin no llegaría a acabar los estudios de Medicina, pues abandonó definitivamente la facultad en la primavera de 1827. Pero durante su corta estancia en ella se había sumergido en todos los aspectos fundamentales de la teoría de la evolución y de la visión materialista de la naturaleza que subyace a ésta.
Como cabía esperar, esto no agradó a Robert Darwin, que decidió que si su hijo se iba a dedicar a jugar al naturalista aficionado, no estaba capacitado más que para la vida del pastor rural, una posición de privilegio en la Iglesia de Inglaterra para hijos de familias pudientes sin aptitudes para ganarse la vida de otra manera. A Darwin no le desagradaba la idea de regentar una parroquia rural, un cargo que exigía un mínimo de rigor doctrinal pero que le proporcionaría el máximo de tiempo y oportunidades para desarrollarse como naturalista. Así, a principios de 1828 llegó a Cambridge para incorporarse como estudiante al Christ´s Collage: el hijo del librepensador se había reconciliado con la necesidad de jugar conforme a las reglas vigentes en una sociedad dominada por el anglicanismo.
En Cambridge, si bien surgió en él una cierta pasión por la teología, se manifestó con toda su fuerza su pasión latente por el coleccionismo de escarabajos, que le hizo sumergirse en la impresionante variedad de especies de ese género. También estudió las Evidences of Christianity (Pruebas del cristianismo), de William Paley, quedando muy impresionado por el famoso argumento de Paley según el intrincado orden de la naturaleza necesariamente exige un Diseñador. Sin embargo, en poco más de una década el asombroso número de variedades de las diversas especies, incluyendo el escarabajo, llevarían a Darwin a rechazar los argumentos de Paley porque – así acabaría razonando – ciertamente Dios, no había creado todas y cada una de las mínimas gradaciones de variedades de escarabajo.
A pesar de que Darwin no consiguió apasionarse especialmente por la teología, fue capaz de conseguir la licenciatura de Filosofía y Letras en 1831. Para entonces, su pasión por la ciencia no tenía prácticamente límites, de modo que se volcó en el estudio de la Botánica, especialmente la Geología. Este celo haría que rápidamente le ofreciesen un puesto como naturalista en el buque Beagle, acompañando al capitán Robert FitzRoy en una exploración de la costa sudamericana. Después de mucho retraso, el Beagle zarpó el 27 de diciembre de 1831.
En su viaje, Darwin encontró fósiles gigantes de animales extinguidos; se encontró con pueblos salvajes que, a su juicio, apenas podían distinguirse de las bestias; leyó e hizo suyas las argumentaciones geológicas de Charles Lyell, según las cuales, y a diferencia de lo que afirmaba entonces el pensamiento cristiano, el mundo no tenía simplemente seis mil años, sino millones; y había aceptado en buena parte la explicación evolutiva de su antiguo profesor Robert Grant sobre la aparición de nuevas especies, incluida la humana. En octubre de 1836, casi cinco años después de su partida, Darwin volvió a casa transformado en un hombre nuevo.
Fue recibido como un joven héroe de la ciencia. Había enviado cajas y cajas de especimenes a Inglaterra, incluyendo una maravillosa colección de enormes fósiles, y fue casi inmediatamente elevado a los aristocráticos dominios de los naturalistas de prestigio. La única dificultad estaba en que los naturalistas de prestigio, en aquel tiempo, no propugnaban la evolución (ni las causas políticas whig). La evolución era la teoría que defendían los ateos, los demócratas y los más radicales disidentes de la ortodoxia anglicana. Así, Darwin se encontró atrapado en una curiosa situación: sus verdaderas ideas eran radicales, pero su pretigio dependía del rechazo de ese radicalismo.
Ante ese dilema, comenzó a vivir una doble vida intelectual: se movía en círculos aristocráticos y contrarios a la evolución a la vez que, privadamente, trabajaba de forma febril en los detalles de su explicación de la evolución. Estaba convencido de que la mente humana era completamente material, de que los seres humanos habían evolucionado a partir de algún tipo de antepasado similar al mono y de que la moralidad misma no era más que un producto de la evolución. Muy pronto, la ansiedad derivada de esta doble vida comenzó a cebarse sobre su salud, de modo que con frecuencia se veía incapaz de trabajar y obligado a permanecer en cama como un inválido.
Y todo esto, antes de haber cumplido los treinta años; veinte años antes de la publicación, en 1859, de su obra El origen de las especies, donde por primera vez hizo públicas sus teorías sobre la evolución, y más de treinta años antes de desarrollar, a la vista de todos, las ramificaciones de la evolución de los seres humanos en El origen del hombre, publicado en 1871.
En noviembre de 1838 propuso matrimonio a su prima Emma Wedgwood. Ella aceptó, y se casaron en enero del año siguiente. Desde el primer momento, Darwin confesó a Emma su materialismo, su creencia en la transmutación y sus dudas con respecto al cristianismo (incluso en sus formas más debilitadas, como el unitarismo de Emmma). Todo eso causó gran preocupación a su esposa. Pero Emma no era radical, por lo que no temía que las opiniones de su esposo le apartasen de la sociedad científica respetable, sino que le llevasen a privarle de pasar la eternidad con ella. Aun así, y a pesar de esta profunda discrepancia y de las continuas enfermedades de Darwin, su matrimonio fue feliz y fructífero. Tuvieron diez hijos, de los cuales sobrevivieron siete. Resulta interesante reparar, dados sus argumentos sobre la supervivencia de los más aptos, que todos sus hijos tuvieron una salud bastante débil.
Esta larga introducción biográfica nos ha puesto de manifiesto varias cosas muy importantes sobre Darwin y, por tanto, sobre el darwinismo. En primer lugar, en contraste con las hagiografías sobre su trayectoria científica de las que surgen los relatos más extendidos sobre él, Darwin no fue un pionero intelectual. La teoría de la evolución no fue descubierta por él en las islas Galápagos: esa teoría ya gozaba de buena salud y era bien conocida en Inglaterra antes de que Darwin pisara el Beagle. Darwin ayudó a ponerla a punto, pero no la “descubrió”. Segundo, desde muy pronto Darwin tuvo conciencia de las implicaciones más radicales de la teoría de la evolución aplicada a los seres humanos; sin embargo, evitó decir nada al respecto en su obra más famosa, El origen de las especies. ¿Por qué? Sabía que, si lo hacía de forma explícita, su teoría sería arrojada al fuego y él mismo sería perseguido junto con los demás evolucionistas, como Robert Grant.
Este segundo punto es especialmente importante. A la hora de hacer un juicio sobre Darwin y el darwinismo, los historiadores generalmente han distinguido entre sus argumentaciones sobre la evolución tal y como están expuestas en El origen de las especies y lo que habrían sido aplicaciones erradas de esa teorías en el reino de la moralidad humana por parte de los autoproclamados seguidores de Darwin en la segunda mitad del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. Se nos asegura que lo único que Darwin pretendía era exponer de forma revolucionariamente científica el modo en que las nuevas especies surgieron en la naturaleza, a partir de las anteriores. Los que extrapolaron los aspectos más crueles de la supervivencia de los más aptos, el motor de la evolución en la naturaleza, al reino de los asuntos humanos no eran seguidores de Darwin, se nos dice, sino personas que lo malinterpretaron. Conforme a este relato estándar, por lo tanto, el crecimiento del movimiento eugenésico por toda Europa y América después de Darwin, un movimiento que floreció de forma particularmente infame en la Alemania nazi, representaría una aberración desviada de la pureza del relato científico de Darwin: un caso arquetípico de mal uso de la ciencia para convertirla en pseudociencia.
Pero esta explicación, tan común entre los historiadores, es simple y llanamente falsa. Darwin era consciente de las implicaciones de la teoría evolutiva en su aplicación, tan común entre los historiadores, es simple y llanamente falsa. Darwin era consciente de las implicaciones de la teoría evolutiva en su aplicación a los seres humanos, y las aprobaba, pero como hemos dicho antes, esperó a 1871 para publicarlas en El origen del hombre. Lo cual fue muy prudente por su parte, porque, después de estudiar la aplicación que el propio Darwin hacía de su teoría de la evolución a la naturaleza humana, veremos cómo los resultados fueron bien impactantes. Darwin no era sólo un eugenista, también era un racista y relativista moral. De este modo, para entender todo lo que significó el darwinismo para la actual Cultura de la Muerte, debemos ocuparnos del su libro El origen del hombre.
Es necesario repetirlo: los argumentos vertidos en El origen de las especies proporcionaron los cimientos teóricos de la explicación evolutiva de la moralidad que realiza Darwin en El origen del hombre. En ésta última obra, Darwin partía de que la evolución era un hecho, y pretendió a partir de ahí explicar (entre otras cosas) cómo las diversas concepciones morales podrían haber evolucionado a través de la selección natural, de la misma manera que en El origen de las especies explicaba cómo la selección natural podía haber hecho surgir la gran variedad de especies existentes de animales y plantas. Al hacer eso, estaba sustituyendo el relato cristiano del Derecho Natural y de la moralidad, que había formado la base de la cultura cristiana durante más de un milenio y medio, por un nuevo relativismo moral fundamentado en la evolución.
Para Darwin, en contraste con la teoría de la moral basada en el Derecho Natural, las “facultades morales del hombre” no eran originales e inherentes a él, sino que habrían evolucionado a partir de “cualidades sociales”, y éstas tampoco serían originadas, sino adquiridas “a través de la selección natural, ayudadas por los hábitos heredados”. Igual que la vida surgió de elementos no vivos, la moral surgió de elementos no morales. Por tanto, ya desde el principio Darwin rechazaba los argumentos sobre el Derecho natural del estoicismo y del cristianismo, según los cuales los humanos eran seres morales por naturaleza. En lugar de eso, asumió que los seres humanos eran por naturaleza asociales y amorales y que sólo se habrían convertido en sociales y morales históricamente.
Por ser más exactos, para Darwin el hombre hubo de convertirse primero en un ser social para, posteriormente, poder convertirse en un ser moral. Pero, ¿cómo nos convertimos en seres sociales? “Para que los seres primitivos, o los progenitores simiescos del hombre, se convirtiesen en seres sociales”, razonaba Darwin, “deben haber adquirido los mismos sentimientos instintivos que impulsan a otros animales a vivir en cuerpo social”. Estos instintos no eran algo particular de los seres humanos ni de sus “progenitores”, ni eran naturales en el sentido de estar incorporados a esos seres desde el principio. Los “instintos sociales” del hombre (como los de otros animales sociales) eran el resultado de variaciones en el individuo que suponían algún tipo de ventaja para la supervivencia. Los que nacían con instintos sociales más fuertes se unían con otros formando tribus más fuertes, más homogéneas y más efectivas. Los que nacían con poco o ningún instinto social resultaban eliminados en la lucha por la supervivencia.
“Las personas egoístas y que despreciaban a los demás no podrán establecer relaciones sólidas entre sí, y sin esas relaciones no puede llevarse nada a cabo”. Por encima y más allá de los instintos sociales, los particulares instintos “morales” (tales como la fidelidad y el valor) superaron la selección natural porque beneficiaban a la tribu en su conjunto, en cuanto que hacían que se “desarrollase y se impusiese sobre otras tribus” en las “incesantes guerras de los salvajes”. Igual que con los demás animales, esas luchas no conocen descanso. Con el paso del tiempo, cada tribu “acabaría, si debemos juzgar a partir de toda la historia del pasado, siendo a su vez vencida por otra tribu mejor dotada”. A través de esta batalla natural de tribu contra tribu, “las cualidades sociales y morales tenderían lentamente a avanzar y a difundirse a través del mundo”. Particularmente, el desarrollo evolutivo de las cualidades morales que los seres humanos han acabado teniendo dependió esencialmente de una larga historia de incesante conflicto entre diferentes tribus en competencia por unos recursos insuficientes; de este modo, el “progreso” evolutivo de la moralidad no podía haberse producido “si el ritmo de crecimiento (de las poblaciones en las tribus) no hubiese sido rápido y la consiguiente lucha por la existencia (no hubiese sido) severa hasta un grado extremo”.
Lo que llamamos “conciencia” fue también el resultado de la selección natural. Darwin la describió como un “sentimiento de insatisfacción que se produce de forma inevitable (…) a partir de cualquier instinto no satisfecho”. Dado que “los instintos sociales más permanentes” fueron más primitivos y por tanto más fuertes que los instintos desarrollados con posterioridad, los instintos sociales habrían sido la fuente de nuestros sentimientos de intranquilidad, cuando alguna acción nuestra los transgredía. En lugar de ser una luz divina que guía nuestras decisiones, la conciencia sería simplemente un recordatorio evolutivo de un instinto anterior más profundamente arraigado.
Esta explicación evolutiva de la moralidad proporcionaba un fundamento aparentemente científico para el relativismo moral: dado que la conciencia humana surgió como un accidente de la selección natural, no tenía por qué surgir de ninguna manera en particular. Como sucede con el color de las mariposas o los hábitos de apareamiento de determinados pájaros, cabían múltiples variantes, y dado que la evolución continúa, seguirán apareciendo nuevas variaciones de la conciencia. Por consiguiente, ninguna variedad particular de conciencia puede ser considerada mejor o peor que otra. De hecho, la selección natural es la que juzga por nosotros, porque la conciencia de cualquier grupo superviviente ya ha sido considerada digna por el único criterio de la evolución: la supervivencia.
Dado que la conciencia, tal y como la experimentamos, podría haber sido conformada por la evolución de forma muy diversa en función de las diferentes necesidades que impulsaron a nuestros ancestros en su lucha por la supervivencia, seguiría siendo conciencia incluso si nos dijese que son buenas cosas que ahora consideramos malas. Como el mismo Darwin decía a los lectores: “No pretendo sostener que cualquier animal estrictamente social, si sus facultades intelectuales hubiesen de llegar a ser tan activas y altamente desarrolladas como las del hombre, llegaría a adquirir exactamente el mismo sentido moral que nosotros”.

“Si, por tomar un ejemplo extremo, los hombres creciesen exactamente en las mismas condiciones que las abejas en las colmenas, difícilmente podría dudarse de que nuestras hembras solteras considerarían, como las abejas obreras, un deber sagrado matar a sus hermanos, y las madres lucharían por matar a sus hijas fértiles; y a nadie se le ocurriría interferir. Sin embargo la abeja, o cualquier otro animal social, en nuestro supuesto adquiriría, me parece, algún sentimiento de lo que está bien y de lo que está mal, es decir, una conciencia. Porque cada individuo tendría una cierta convicción íntima sobre cuáles son sus instintos más fuertes y duraderos, y cuáles los menos; de modo que a menudo se entablaría en su interior una pugna respecto a qué impulso seguir; de lo cual surgiría un sentimiento de satisfacción o insatisfacción (…) En este caso, un control interno indicaría al animal que habría sido mejor haber seguido un impulso y no otro. Uno sería el correcto, el otro el incorrecto”. Charles Darwin. El origen del hombre.

Pero no necesitamos considerar sólo ejemplos ficticios. Tal y como Darwin dejó claro en sus análisis de las diversas “especies” de moralidad humana, esa variabilidad de hecho se expresa a través de la historia natural de las moralidades humanas tal y como evolucionaron en la realidad. Esto explicaría por qué, por ejemplo, muchas sociedades han tolerado el infanticidio, mientras otras lo han condenado. La diferencia no reside en la actuación conforme a estándares morales extrínsecos, sino en las diversas condiciones para la supervivencia de las distintas poblaciones humanas.
Por supuesto, si la moralidad ha quedado reducida a lo que resulta ser útil en determinadas condiciones para la supervivencia del grupo, conforme las condiciones cambian lo que ha demostrado ser beneficioso para la supervivencia puede igualmente dejar de serlo. Por tomar un ejemplo: Darwin informaba a sus lectores de que el matrimonio monógamo era un fenómeno evolutivo relativamente reciente, y se planteaba seriamente si bajo las condiciones de su tiempo la monogamia ya habría agotado sus méritos evolutivos y era por tanto perjudicial para las supervivencia de los más aptos.
Dada la crueldad del mecanismo de supervivencia de los más aptos y su intrínseca falta de finalidad, podría parecer extraño que Darwin al mismo tiempo creyese que, en cierto sentido, la evolución era moralmente progresiva. Ésta habría dado a la humanidad (o al menos a sus más altas formas) un “amor desinteresado hacia todas las criaturas vivas”, que se extendía “más allá de los confines del hombre (…) hacia los animales inferiores”. Darwin consideraba tal simpatía “el más noble atributo del hombre”.
Pero aunque pueda sonar bien, la elaboración de este ranking de cualidades morales producto de la evolución tuvo consecuencias desastrosas. Para empezar, permitió a Darwin, en cuanto naturalista ser racista. Argumentaba que, si partimos del criterio de la simpatía (y de la capacidad intelectual), las “naciones occidentales de Europa (…) sobrepasan a sus antiguos progenitores y están en la cumbre de la civilización”. Paradójicamente, esta superioridad evolutiva (incluyendo esa simpatía) sólo pudo ser adquirida mediante la lucha brutal entre las razas por la supervivencia, una lucha que estaba lejos de haber concluido. De ahí que el progreso moral conllevase la exterminación de las razas “menos aptas” a manos de las más dotadas o avanzadas.
La inevitabilidad del exterminio racial fue una derivación directa de los argumentos evolutivos de Darwin en El origen de las especies (el título completo de la obra era El origen de las especies a través de la selección natural o la preservación de las razas más dotadas en la lucha por la vida), las diferentes razas o variedades de cualquier cosa creada a partir de la selección natural resultaban necesariamente, y de forma beneficiosa para ellas, condenadas a la más severa lucha por la supervivencia precisamente debido a su misma similitud.
Tal y como Darwin argumentaba En El origen de las especies,

«(…) las formas que mantienen una competencia más cerrada con las que están en curso de transformarse y de mejorar, naturalmente sufrirán más. Y (…) son las formas más próximas – las variedades de una misma especie y las especies del mismo género o de géneros relacionados – las que, por tener prácticamente la misma estructura, constitución y hábitos, generalmente entrarán en la competencia más acerba con la otra; consiguientemente, cada nueva variedad de una especie, durante el proceso de su conformación, generalmente presionará más duramente a su pariente más cercano, y tenderá a exterminarlo”.

Este argumento podía ser aplicado directamente a su valoración de la historia evolutiva de las razas humanas, y a la extinción necesaria y beneficiosa de las “menos favorecidas”:

«En un futuro, no muy distante si lo medimos por siglos, las razas civilizadas del hombre exterminarán y reemplazarán, con casi total seguridad, en todo el mundo a las razas salvajes. Al mismo tiempo los monos antropomórficos (esto es, los que se parecen más a los salvajes en su estructura) (…) sin dudad serán exterminados. Entonces la brecha será más ancha, porque separará por un lado al hombre en un estado más civilizado, debemos esperar (…) que el hombre blanco, y por otro a algún mono inferior, como por ejemplo el babuino, en lugar de separar, como sucede en el presente, al negro o al aborigen australiano por un lado y al gorila por otro”.

Independientemente de que Darwin estuviese en contra de la esclavitud – y hay que entender que lo estaba, dada su formación unitaria –, estas palabras son suyas. Lo son, fuesen cuales fuesen sus grandiosas afirmaciones sobre las cualidades morales del hombre. Y estas palabras no pueden ser más claras. Conforme a las leyes de la selección natural, la raza europea emergerá como la especie más característica del homo sapiens, y todas las formas de transición – el gorila, el chimpancé, el hombre negro o el aborigen australiano – resultarán extinguidas en el curso de la lucha por la supervivencia.
Por supuesto, la selección natural no sólo opera entre razas, sino también entre los individuos dentro de las razas. Expresando una queja que posteriormente sería común entre los eugenistas, Darwin sostenía que el hombre salvaje tiene una ventaja sobre el civilizado. En el salvaje, las cualidades intelectuales y morales no están tan desarrolladas, pero eso también supone que los salvajes disfrutan de los “beneficios” directos de la selección natural sin que éstos estén aguados por sentimientos de compasión. “Entre los salvajes, los más débiles de cuerpo o de mente resultan rápidamente eliminados, y los que sobreviven generalmente exhiben un vigoroso estado de salud”. No sucedía así, se lamentaba Darwin, con respecto a sus conciudadanos europeos. Los hombres civilizados “entorpecen el proceso de eliminación: construimos asilos para los imbéciles, para los lisiados y para los enfermos; promulgamos leyes para los menesterosos; y nuestros profesionales de la medicina ejercitan toda su habilidad para salvar la vida de cada persona hasta el último momento”. El progreso mismo de la medicina provoca una regresión evolutiva, porque “existen motivos para pensar que la vacunación ha preservado la vida de miles que, por su débil constitución, en otras condiciones habrían sucumbido a la viruela”. La desafortunada consecuencia de eso es que “los miembros más débiles de las sociedades civilizadas propagan su debilidad”. Tal obstáculo a la severidad de la selección natural es manifiestamente absurdo, porque, “nadie que haya presenciado cómo se crían los animales domésticos puede dudar de que ese obstáculo sea algo altamente dañino para la raza humana”. Ese daño exige la redefinición del significado y las finalidades de las labores asistenciales. “Resulta sorprendente con qué rapidez unos cuidados erróneamente orientados”, se lamentaba Darwin, “conducen a la degeneración de las razas de animales domésticos; pero exceptuando el caso del mismo hombre, apenas existe nadie tan ignorante como para permitir que sus peores animales se reproduzcan”. Charles Darwin. La descendencia del hombre.
Resulta sorprendente que Darwin fuera mejor persona que sus principios, puesto que afirmaba no sin cierto reparo que los europeos occidentales no podrían “obstaculizar sus sentimientos de compasión, aunque les impulsasen a ello las consideraciones más crudas, sin deterioro de la parte más noble de su naturaleza (…) De ahí que debamos sobrellevar sin queja los efectos indudablemente negativos del hecho de que los débiles sobrevivan y propaguen su debilidad a sus descendientes”. Y esto lo decía un hombre cuya frágil salud prácticamente le convirtió en un inválido, y que trajo al mundo diez hijos igualmente enfermizos.
Pero en Darwin estaba muy arraigado el miedo hacia el deterioro evolutivo. Si “no evitamos que los miembros más indeseables, viciosos o por cualquier motivo inferiores de nuestra sociedad incrementen su número a un ritmo más rápido que los hombres de mejor clase, la nación sufrirá una regresión, como ha ocurrido con demasiada frecuencia a lo largo de la historia del mundo”. “Debemos recordar”, avisaba Darwin al lector, “que el progreso no es una regla invariable (…) Lo más que podemos decir es que depende del incremento del número real de la población, del número de hombres dotados de facultades intelectuales y morales elevadas, y de sus niveles de excelencia”. La descendencia del hombre
En el tramo final del El origen del hombre Darwin hace una advertencia de carácter eugenésico: “El hombre revisa con un cuidado escrupuloso el carácter y el pedigrí de sus caballos, de su ganado y de sus perros antes de cruzarlos; pero cuando se trata de su propio matrimonio rara vez toma tales precauciones, si es que alguna vez lo hace”. Para evitar una mayor degeneración de la raza, “ambos sexos deberían abstenerse del matrimonio si son notablemente inferiores de cuerpo o de mente”. Evidentemente, Darwin no tuvo la más mínima intención de aplicarse esto a sí mismo.
Pero esta eugenesia, que podríamos llamar blanda, no era tan blanda como puede parecer a primera vista. De forma coherente con su argumentación evolutiva, Darwin afirmaba que el recrudecimiento de la lucha por la supervivencia entre los seres humanos necesariamente llevaría consigo la pérdida, en unas pocas generaciones, del alto nivel a que la evolución había llegado a lo largo de milenios. Nuestra actual condición de superioridad sería el resultado de “la lucha por la existencia que resulta de la rápida multiplicación (del hombre)”. Si queremos al menos evitar la regresión evolutiva, o lo que es mejor, si queremos “avanzar aún más”, los seres humanos “deberíamos permanecer sometidos a una severa lucha”. Esto llevó a Darwin a sugerir que la monogamia había dejado de ser útil y que “debería existir una competencia abierta entre todos los hombres, de modo que los más capaces no deberían verse constreñidos por las leyes o las costumbres para llegar más lejos y procrear el mayor número de hijos”. No consta qué pensaba su esposa, Emma, con respecto a esta velada propuesta de una nueva forma de poligamia.
Tras la publicación de El origen del hombre, Darwin apenas viviría una década más, recibiendo tanto alabanzas como críticas, promoviendo sus puntos de vista entre sus discípulos y defendiéndolos ante sus oponentes. Si su salud había sido siempre débil, comenzó a sufrir el deterioro que trae consigo la edad. “No puedo quitarme de la cabeza mis incomodidades durante más de una hora”, escribía a un amigo; “pienso en el cementario de Down (es decir, Down Kent, que fue su casa durante mucho tiempo) como el lugar más dulce de la tierra”.
Hacia el final, seguía sintiéndose acosado por el mismo dilema de antaño: sus puntos de vista le conducían al ateísmo y a la oposición al orden social, pero estaba rodeado de personas que seguían aferrándose al cristianismo y que defendían el orden social y moral que el cristianismo sustentaba. Ante eso, Darwin optó por no declararse ateo, y en lugar de ello insistió en calificarse con el término menos agresivo de “agnóstico”. Para conseguir que el darwinismo ganase la aceptación general tenía que seguir manteniendo su ambivalencia. Sin embargo, eso acabó agotándolo, y su salud – especialmente su corazón – sufrió un rápido deterioro en 1881 y principios del 1882. Podría decirse que su propia doctrina sobre la lucha por la supervivencia le provocó una tensión interior que le debilitó para esa misma supervivencia. Al pie de una vieja carta que le escribió su esposa y que conservó durante todos esos años, en la que le imploraba que no se apartase de las doctrinas salvadoras de Cristo para no condenarlos a la separación eterna, garabateó con lágrimas en los ojos durante la Pascua de 1881: “Cuando haya muerto, que sepas que muchas veces he besado esta carta y he llorado sobre ella”. Charles Darwin murió en los brazos de su esposa el 19 de abril de 1882. Emma no consiguió finalmente su consuelo.
Las ideas de Darwin no sólo revolucionaron la biología, también afectaron a otras áreas, como la sociología (Herbert Spencer), la antropología (Lewis Henry Morgan), la economía (Karl Marx, Thorstein Veblen), la política (Walter Bagehot), la literatura de ficción (Joseph Conrad, Jack London, Jules Verne, H. G. Wells), la poesía (Robert Browning, Alfred Tennyson, Walt Whitman), la lingüística (William Dwight Whitney), la filosofía (Charles Pierce, John Dewey, Henri Bergson), y la psicología (William James, Sigmund Freud).
De lo dicho debería resultar claro que, por muy deficientemente que Darwin se comportase en su vida personal y por muy reticente que fuese a atacar directamente a la religión, sus teorías tuvieron el efecto de proporcionar una base científica para el racismo, la eugenesia y el socavamiento del Derecho Natural judeocristiano. Todo ello no era algo ajeno a su visión científica de la evolución: fueron derivaciones de su teoría que el mismo Darwin realizó al aplicarla a la naturaleza humana. Y en los puntos en que Darwin quizás se mostró reticente a atacar directamente el edificio teológico y moral que el cristianismo había construido a lo largo de los dieciocho siglos anteriores, sus seguidores tomaron el relevo con cada vez mayor audacia conforme pasaban los años. Como veremos más adelante, sobre los cimientos sentados por Darwin otros muchos, desde Francis Galton o Ernst Haeckel, en el pasado, hasta Peter Singer, en nuestros días, han construido la Cultura de la Muerte.

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Filosofía de la secta católica

Francisco Regina Coeli

El Papa Francisco (que parecía otra cosa al ser “elegido por el Espíritu Santo”) ha vuelto a desgranar la verdadera “filosofía” de la secta católica. Este domingo, en la oración del Ángelus ante miles de personas ha dicho, entre otras cosas, estas tonterías (y que no me tachen de irrespetuoso, ¡¡es que son verdaderas imbecilidades!!):

“En Jesús, en su ‘carne’, está presente todo el amor de Dios, que es el Espíritu Santo. Quien se deja atraer por este amor va hacia Jesús, y si va con fe, y recibe de Él la vida, la vida eterna”.

¡¡Toma ya!! ¿Cómo se le pueden exigir responsabilidades a alguien que te “vende” la vida eterna, pero no aquí en la Tierra, sino “en el más allá”? ¡Hay que ver lo mucho que entienden los prebostes eclesiásticos de un montaje insostenible por la Razón. Será por eso que sólo con fe (o con mucha sal y limón) puede tragarse una persona normal semejante majadería. (Volved a leer el texto en negrita, e intentad tragaros eso con la mente… ¡es imposible!)

Para contrarrestar al Papa tenemos esta belleza literaria: Teología = Fraude. Para ver el resultado en los cerebros de la gente miremos esto: Asco de Dios. Y para diseccionar la mente de un creyente tenemos: Contra la fe: ¡Pensar!