La velocidad del mundo es hoy vertiginosa; un mundo en forma de flashes, de barridos de imagen como en una televisión, y donde todo es efímero, neutro e instantáneo. El valor de las cosas, de las relaciones, de los sentimientos, se mide por el tiempo que duran y no por su significado, su simbolismo o por la fuerza que vive en ellos…
En su magistral poema Piedra filosofal, Antonio Gedeão escribió un día: «En tanto que el hombre sueña, el mundo gira y avanza…». Pero hoy, el mundo avanza con un ritmo y con una velocidad muchas veces superior a la de la luz, reduciendo el espacio y el tiempo para que el hombre sueñe y se expanda a otros niveles mentales y de conciencia, y pueda así aumentar su comprensión sobre la vida y lo que le rodea…
Esta urgencia constante nos aísla, nos encierra en una tela de araña llena de un vacío que estupidiza y embriaga al ser humano, que le hace volverse sobre sí, olvidando que forma parte de esta gran obra que es el planeta Tierra.
Vive para trabajar, trabaja para no morir, muere trabajando. Teme a la muerte, teme a lo desconocido, desea la inmortalidad física y no se adapta a las fases naturales del planeta, de sí mismo y del cosmos. Se juzga a sí mismo como el centro del universo y se comporta como si esto fuera cierto, cuando apenas es una parte constitutiva del mismo.
Sabemos que la Humanidad vive hoy un periodo complicado, regida por una mente de deseos y un ego implacable, absorbido en su individualismo; aunque ya se nos había dado una voz de alerta respecto al camino que esta civilización hollaría.
El filósofo francés Gilles Lipovetsky observó el mundo que emergió tras la Segunda Guerra Mundial, y en el año 1983 publicó un libro llamado La era del vacío, en donde, basándose en estudios efectuados por él mismo, llama la atención sobre el nuevo tipo de sociedad que surgiría.
Lipovetsky presentaba una sociedad caracterizada por el debilitamiento de las costumbres, por la aparición del consumo de masas, por un creciente individualismo señalado por la personalización, en donde el individuo estaría envuelto en información y estímulos de necesidades. Veríamos cómo se flexibilizan las relaciones humanas, transfiriendo a la esfera pública momentos y sentimientos pertenecientes, hasta ese momento, a la esfera íntima del individuo (basta ver y estar atento al torrente de programas de reality-show, a las revistas llamadas «rosas», en que las personas exponen su intimidad sin ningún tipo de pudor).
Esta nueva sociedad fue denominada por el autor «posmodernidad», y estaría fundamentada en un orden nuevo de organización en sociedad en el cual las instituciones y las personas se guiarían más por los deseos, libres de regulaciones y reglas. En vez de un individuo sometido a las reglas sociales, estallaría en un estímulo desenfrenado del llamado «derecho a ser él mismo» en detrimento de las relaciones con el otro y con la sociedad.
La sociedad posmoderna sería aquella en que reinaría la indiferencia masificada, movida por el sentimiento de repetición y estancamiento, en que las personas querrían vivir el momento actual, «aquí y ahora», luchando para conservarse jóvenes y no pensando ni por un segundo en cómo forjar un hombre nuevo.
A nivel cultural, esta posmodernidad conduce al apogeo del individualismo, en una especie de narcisismo colectivo, en donde se crearían nichos específicos sociales en los cuales cada individuo encuentra su par de acuerdo con sus propios intereses, los cuales acaban por fortalecer esta visión personal en detrimento de lo social, todo ello obviamente soportado por una sociedad vuelta hacia el consumo, con una diversificación creciente en las opciones a escoger, generándose una pérdida de visión crítica sobre los objetos y valores que están a nuestro alrededor.
Lipovetsky presenta los tres pilares esenciales con los que podemos caracterizar esta sociedad posmoderna.
1 Seducción continua
Todos los días, el hombre es seducido. Las máquinas afinadas del marketing y la publicidad nos hacen salivar en todo momento, ya sea con anuncios en televisión o con spots de radio apelativos, con las fotografías de familias estereotipadas en que imperan la alegría, la abundancia y la riqueza… Todo en nombre del consumo. El consumismo acelerado coloca al individuo ante múltiples opciones de elección de productos, basado en una comunicación de masas fortísima, que hace que las personas crean que están escogiendo libremente, cuando en realidad están siendo teleguiadas en una dirección u otra.
Seducido por estas elecciones, el individuo se vuelve hacia sí, y es estimulado a cuidar de su salud, responsabilizándole de ella de forma obsesiva. El cuerpo deja de ser visto como vehículo, y comienza a ser amado, cuidado, venerado y dirigido al voyerismo.
En consecuencia, el ser humano es convidado a hacer un viaje sensorial, basado en sensaciones inmediatas, vacías, gracias a la interiorización de la sensación de querer sentir más, y no significando esto necesariamente que la vida sea más abundante, rica y plena de vivencias.
Lipovetsky hablaba ya en la década de los 80 de una realidad que está muy presente en nuestros días: «Hoy en día el barullo y las voces de la vida se han convertido en parásitos, es preciso identificarse con la música y olvidarse de la exterioridad de lo real. Los que hacen footing hacen deporte atados a aparatos de música, los automóviles vienen con sistemas de sonido de 100 w, las discotecas, los conciertos pop, toda esta civilización se halla fabricando, como decía el periódico Le Monde, una generación de sordos, de jóvenes que perderán el 50% de su capacidad auditiva: una total indiferencia por el mundo».
Esta seducción sensorial va a marcar el inicio de una era de banalización sexual, al banalizar la pornografía, el culto a la experimentación con el cuerpo y su exhibición, como dijimos antes, y el voyerismo.
2 La indiferencia pura
Absorbido en su obsesión consigo mismo, el ser humano rechazará todas las instituciones que le sean externas, generando una indiferencia social apoyada, una vez más, en el chorro de información que recibe diariamente. Dejarán de creer en la Iglesia, en Gobiernos, y serán vaciados de conciencia crítica, al mismo tiempo que se vacían las estructuras sociales, familiares, jerárquicas y laborales. Todo es descartable, vacío e inflexible. El autor da el ejemplo de la enseñanza:
«La indiferencia crece, por ejemplo, en la enseñanza, en la cual, en algunos años y con una velocidad relámpago, el prestigio y la autoridad de los profesores han desaparecido casi completamente. Hoy en día la palabra maestro ha dejado de ser sagrada, se ha convertido en banal y se sitúa al mismo nivel que la palabra de los medios, y la enseñanza se ha convertido en una máquina neutralizada por la apatía escolar compuesta de atención dispersa y del escepticismo que se ha desarrollado en relación con el saber».
Lipovetsky llama a este vaciado «una onda de desapego que se propaga por todas partes, desnudando a las instituciones de su grandiosidad y, simultáneamente, de su poder de movilización social y emocional».
Lo más curioso es la forma en que esa onda sería creada. Todo este proceso sería generado sin que hubiera conciencia de tal. La absorción individual y colectiva de esta nueva lógica sería realizada de forma pasiva, sin tumultos o rebeliones. El vacío de sentimientos y el desmoronamiento de los ideales nos traería, como sería de esperar, más angustia, más absurdo y más pesimismo. Esta visión refleja el aumento de la apatía en masa.
Hay una ausencia del sentido general en la vida. Es como si fuera posible vivir sin finalidad y sin sentido, en un vértigo informativo y emocional, navegando en un mar de depresión, que se convertirá en la patología de las masas. El individuo quiere ser y estar solo, siempre y cada vez más solo.
Este vaciado del sentido de la vida apagaría el fondo interno del ser humano y su capacidad de sentir verdaderamente el mundo. El sentimentalismo sufriría el mismo destino que la muerte: llega a ser incómodo exhibir las propias emociones, declarar ardientemente una pasión, llorar, manifestar con demasiado énfasis los impulsos interiores. Como con la muerte, el sentimentalismo será embarazoso, se trata de mantener la dignidad en cuestiones de afecto, manteniendo siempre la discreción. Es notable lo incómodo que es, hoy día, la muerte en la mente de las personas. Las personas mueren hoy lejos de casa, de sus familiares, muchas veces en residencias, en hospitales, abandonados a los cuidados de otros que no son sus más próximos. El elemento ceremonial y elevador de la muerte ha sido sustituido por un sentimiento de rechazo y negación, como si la muerte fuese el fin eterno de algo y no un comienzo, manteniendo un apego desmesurado al mundo físico.
3 Narciso y la estrategia del vacío
Como último punto, Lipovetsky sugiere que el ser humano entraría en un narcisismo, que el autor designa como «la aparición de un perfil inédito del individuo en sus relaciones consigo mismo y con su cuerpo, con los otros, con el mundo y con el tiempo, en el momento en que el capitalismo autoritario cede el lugar a un capitalismo hedonista y permisivo».
El narcisismo es un efecto del cruce entre una lógica social individualista hedonista, impulsada por el universo de los objetos y de las señales. Una búsqueda interminable de sí mismo, donde envejecer y morir no estaría permitido ni sería bien aceptado, en una carrera contra el tiempo donde solo interesa divertirse lo máximo posible, aumentar la confianza en el cuerpo y ganar la eternidad terrena.
Este narcisismo hacia donde el ser humano estaría encaminado, debilitaría su vida social, aumentaría las distancias entre las personas y lo espiritual, entre lo público y lo privado y el respeto que merecen las esferas personales de cada uno; y tal vez aun, entre lo que se siente y se expresa.
Hace poco fue estrenado el film Her, de Spike Jonze, en el que el protagonista, que vive aislado, en un mundo individualizado y vacío, se enamora de un sistema operativo que compró, dejándose seducir cada vez más por su voz y amabilidad. Este personaje, curiosamente, trabaja en un despacho con la función de escribir cartas a otras personas, especialmente cartas de amor o entre familiares, mostrando una sociedad y una Humanidad vacía de sentimientos, de emociones, y que no sabe ni consigue expresar lo que su corazón le dice.
En el film citado, son los ordenadores quienes consiguen evolucionar a niveles a los que sería el hombre quien debería llegar, pero que no lo hace, ni quiere.
Y también a nivel laboral, este narcisismo influenciaría las relaciones del hombre con el mundo. El éxito no sería más que un significado psicológico: la búsqueda de la riqueza no tendrá otro objetivo que suscitar la admiración o la envidia. Las relaciones laborales, públicas y particulares se convierten en relaciones de dominio y de conflictos basados en la seducción fría y en la intimidación.
Al leer la teorización de Lipovetsky, verificamos que no está muy lejos de la realidad de nuestros días. Más aún, podemos sin duda afirmar que este libro se revela con una certeza aterradora, porque en él están reflejadas todas las características que dominan esta nueva era tecnológica e informatizada.
Nos compete a nosotros resistir, unir esfuerzos para luchar contra esta apatía e indiferencia, y con el hacha de nuestra voluntad cortar las telas de araña que nos prenden, y caminar así hacia la cima de la Ciudad Alta que todos tenemos, para, con equilibrio interior, ejecutar los elevados ideales que son la viga maestra de nuestras vidas y de las escuelas de filosofía a la manera clásica de todos los tiempos.
Solo subiendo a la cumbre de nuestras conciencias, y más allá de las nubes que nos impiden ver el sol, es como podremos vislumbrar con claridad nuestro camino y el camino que debe seguir la Humanidad.
http://www.revistaesfinge.com/filosofia/corrientes-de-pensamiento/item/1278-el-mundo-en-que-vivimos-la-era-del-vacio