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En la terraza de casa, dependiendo de las condiciones climáticas, aparecen entre las plantas que tengo, algunas zonas donde se puede ver grupos de insectos revolotear sin parar, como siendo arrastrados por corrientes dando vueltas, subiendo, bajando y volviendo a entrar en algo que parece, por lo que veo del movimiento que les arrastra, como pequeñas espirales y vórtices de aire. Me quedo un rato sentado mirando a los insectos y me pregunto internamente qué es lo que la consciencia de la que dependen (su campo morfogenético, su mente grupal) siente o recoge de esto. En seguida llega la respuesta intuitiva “están jugando con el viento, la danza de la vida”. La certeza de la respuesta es tal, que por un momento me imagino a los insectos riendo en su mundo mientras la corriente invisible de aire que no veo, pero sé que está ahí, les lleva de un lado a otro en connivencia con alguna sílfide que seguro está pasándoselo también en grande.
Deduciendo las reglas, induciendo su efectos
El ser humano tiene generalmente dos formas de estudiar el universo. El primero es por inducción: examinamos un fenómeno, lo clasificamos y luego, intentamos inferir leyes y principios que lo rijan. El segundo es por deducción: habiendo percibido o descubierto determinadas leyes generales y principios, intentamos deducir la aplicación de esas leyes a todos los casos posibles y a las cosas de la vida. El primero comienza con “hechos” y procura elevarse para descubrir las “leyes”. El segundo comienza con “leyes” y procura descender para encontrar los “hechos” que las corroboren.
Estos dos métodos, de hecho, corresponden a dos funciones humanas distintas. El primero es el método de la mente lógica ordinaria, que permanentemente está activa y lista para que podamos usarla. El segundo se deriva de una función potencial que tenemos los seres humanos, pero que no siempre está tan activa por falta de desarrollo de facultades superiores, tanto a nivel de nuestro cuerpo mental, como de nuestras esferas mentales o de nuestra esfera de consciencia. Esta función, cuando actúa, es la que nos permite revelar las leyes en acción de todo el mundo fenoménico que nos rodea. Para intentar entender qué es lo que movía el vuelo de los insectos, tendría que haber intentado inducir (si no lo supiéramos) que había una corriente invisible a nuestros ojos presente entre ellos, si, por el contrario, hubiéramos comprendido de inicio que están jugando con la danza de la vida, tendríamos que haber deducido que para ello se amontonan en torno a un remolino de aire que les proporciona la posibilidad de hacerlo.
Lo malo es que hay entre ellas una diferencia de trabajo demasiado grande. A la mente lógica las impresiones dejadas por la mente superior, la mente causal, conceptual, parecerán arbitrarias, genéricas, ilógicas, no probadas. Para la mente superior, el trabajo de la mente lógica parecerá pesado, innecesario y alejado del concepto original fundamental. Una quiere concentrarse en el disfrute con el viento, otra trata de entender como funciona el remolino. En muchos casos, encontramos que hay que combinar ambas formas de pensar para poder llegar a entender realmente las causas subyacentes de aquello que observamos y nos rodea.
La invisible tercera fuerza
Imagino que muchos conocéis que el símbolo para representar “la Fuente”, aquello de donde “todo” emana es un triangulo. Se lo asocia con tres fuerzas, energías y cualidades, y aunque entendamos y percibamos la existencia como un juego de opuestos, una realidad donde vivimos dentro y bajo el concepto de la dualidad, en realidad, el juego tiene siempre tres partes. No importa qué sistema filosófico, religioso, cultural, esotérico o metafísico leáis, todos los fenómenos que existen surgen de la interacción de tres fuerzas.
Una se describe como de naturaleza activa, creadora; la segunda como pasiva, receptora; y la tercera como mediadora y neutra.
Huelga decir que en el cristianismo, estas tres fuerzas están expresadas en las tres partes de la Trinidad –Padre, Hijo y Espíritu Santo– también se les asignan las características de poder o voluntad, amor y sabiduría. En la alquimia, todo se expresa como hecho por mezclas variantes de sal, azufre y mercurio. En el Sankhya hindú, son los tres gunas –Rajas, Tamas y Satva los que forman todo lo que existe, mientras que en el Hinduismo las fuerzas eran nuevamente personificadas como Shiva, Parvati y Vishnu; y cerca de allí, en China se mostraron en la interacción del Yin y el Yang bajo la supervisión del Tao.
En todos estos sistemas la naturaleza de las tres fuerzas es universal, esto es, se considera que penetran en todo, en todas partes y a todas las escalas de tamaño – desde el mundo de los insectos al mundo de las estrellas y desde el efecto de la luz al del pensamiento de nuestras psiques. La ciencia no define ni reconoce una idea general semejante de tres fuerzas, aunque se reconocen ejemplos específicos en el protón, neutrón y electrón o el ácido, el álcali y los agentes catalíticos en la química.
Fuerzas que intercambian sus papeles
Sin embargo, esas fuerzas no están fijas y asociadas siempre al mismo vértice del triangulo. Lo que se considera la parte activa en una circunstancia, se convierte en la pasiva o la neutra en otra. Los roles se intercambian ya que estos papeles no dependen de la naturaleza interna de los elementos que tomemos en cada caso como parte de esta trinidad, sino de su relación con los elementos superiores e inferiores con los que se relacionan en su papel creador de las cosas.
Si consideramos las tres fuerzas desde el punto de vista de la física, la fuerza activa es la de longitud de onda más corta, la que tiene vibración y frecuencia más alta; la fuerza pasiva es que posee la longitud de onda más larga y por ende la vibración más lenta; y la fuerza neutra, la que tiene una longitud de onda y vibración intermedias. Pero todos los componentes de energías que existen en el mundo están cambiando constantemente de lugar desde el punto de vista de esta ley de tres, actuando como instrumentos de otros procesos creativos que la ponen en marcha, unas veces algo hace de fuerza activa, otras veces de pasiva y otras veces de mediadora y es exactamente este fluir y los cambios constantes los que hacen que la ley de tres sea tan evasiva a nuestra percepción y sepamos comprender y hablar claramente del concepto dual de los opuestos, pero no sepamos encontrar la tercer fuerza equilibrante en la mayoría de las situaciones.
La tercera fuerza es siempre invisible
Las filosofías antiguas siempre hicieron énfasis en que la entrada del tercer principio se mantiene invisible al hombre en su nivel habitual de pensamiento y percepción. Por tanto, el tercer factor que permite que las cosas “existan” representa el factor desconocido, irreconocido, pero determinante en cada situación. Y el tratar de encontrar cuál es la tercera fuerza que está actuando en la manifestación de algún suceso en nuestra realidad es lo que quizás nos puede permitir intercambiar sus papeles, si supiéramos gestionar las dinámicas invisibles detrás de esos eventos. Aquello que se estuviera convirtiendo en una fuerza activa contra nosotros que no pudiéramos controlar, podríamos pasar a tratar de convertirla en la fuerza neutra o pasiva, o aquello que se está estancando y no avanza, podríamos tratar de moverlo hacia una cualidad activa y en marcha.
Esto es lo que la mente conceptual es capaz de captar y ver, porque así deduce que funciona el mundo, pero que luego con la mente racional y lógica no terminamos de comprender ni saber como poner en marcha, porque necesitamos ejemplos del mundo de los efectos para poder expresarlo. Hemos de aprender a unir ambos niveles de nuestra psique, para que entonces de toda situación o evento que nos envuelva, veamos no sólo su manifestación, sino también lo que lo puso en marcha y, manejando las energías de ello entre bambalinas, demos la vuelta al triangulo y cambiemos el rumbo, intensidad o efecto de aquello que podamos.
un abrazo,
David Topí