Separatistas catalanes queman una bandera de España.
http://www.alertadigital.com/
Una oleada de violencia recorre Cataluña. Bandas separatistas –jaurías y hordas, pues siempre actúan en grupo, en manada- coaccionan, amedrentan, agraden, propinan palizas, atacan a menores y no hay una sola detención, ni tan siquiera identificación cuando los ataques se producen a plena luz del día. Esa batasunización de Cataluña está alentada por la Generalitat y consentida por un Gobierno de la nación inane y acobardado. Estamos ante una situación de emergencia nacional, en vísperas de hechos aún más graves.
Un mosso d’esquadra y un agente de seguridad privada resultaron heridos el pasado mes en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en el transcurso de un enfrentamiento iniciado por un grupo de izquierdistas radicales contra una docena de jóvenes patriotas.
Un joven del Casal Tramontana fue agredido por un grupo de cincuenta chacales separatistas mientras repartía propaganda junto a la boca de Metro de la Universidad convocando a la concentración del 12-O en Plaza Cataluña. Los agresores gritaban “Españoles, os vamos a matar”.
Dos exlegionarios fueron sorprendidos por una banda de 30 radicales de izquierda que les agredieron brutalmente. Les lanzaron botellas, que llevaban preparadas en un claro signo de premeditación en las agresiones, y una vez que les alcanzaron, los ex caballeros legionarios recibieron toda suerte de golpes, con palos y patadas principalmente.
En Palafolls (Barcelona), un puñado de separatistas lograron entrar en el salón de plenos portando palos y fotos a gran tamaño del concejal del PP, Óscar Bermán. A resultas de dichos indidentes, el padre octogenario del edil popular fue salvajemente agredido.
Militantes de Democracia Nacional fueron brutalmente agredidos por un grupo armado de navajas y puños americanos. Los agresores fueron avisados por un fotógrafo de la web separatista naciódigital. Ni una detención, ni una identificación. Los separatistas recurren en ambos casos a que se trata de personas de extremaderecha; algo así, como que se lo tenían merecido. Una argumentación que esconde una pulsión criminal, siempre latente en el separatismo.
Han sido asaltadas sedes del PP. Ha habido ataques a sedes de Ciudadanos. Agresiones a militantes de ese partido, como una joven en Tarragona. Se ha llegado a detener a otro joven por el ‘grave delito’ de pintar la bandera de España. No hay detención alguna de los agresores de las hordas separatistas, ni identificación, pero se detiene a quien pinta la enseña nacional.
Los datos del problema están claros: una Generalitat enfangada en el delito de sedición –penado en el Código Penal- que está dando alas y armas a los violentos separatistas y un Gobierno de la nación que hace dejación de sus funciones y encima se dedica a financiar ese proceso secesionista manteniendo con el dinero de todos los españoles a una Generalitat que ha traspasado todos los límites del imperio de la Ley. Y el orden público entregado a una policía política que sirve a los políticos delincuentes que propugnan la ruptura de la unidad de España.
Es evidente que se dan las condiciones de aplicación del artículo 155 de la Constitución, para intervenir y suprimir la Generalitat y el Parlamento catalanes, y el artículo 8 que sitúa como misión de las Fuerzas Armadas la tutela y la defensa de la unidad de España.
La fiera separatista campa por sus respetos. Se sabe impune. Con una policía que mira para otra parte. Si los sucesos violentos reseñados se hubieran ejercido sobre separatistas la escandalera sería monumental y las detenciones inmediatas. Pero el silencio mediático sobre lo que está sucediendo en Cataluña no minimiza la gravedad sino que la acrecienta, pues desbordadas las pasiones, aguijoneadas desde arriba, con patente de corso, la fiera huele sangre y terminará derramándola.
Estas situaciones de extrema gravedad no se solucionan con paños calientes, ni tampoco con alpiste, sino con claridad de ideas y con fortaleza. Sólo la fortaleza es capaz de frenar y evitar las tragedias personales y colectivas.
Como muestra, miles de separatistas inundarán mañana Madrid portando banderas secesionistas, gracias a una insólita decisión de un representante de la Judicatura y a la complicidad de medios, formaciones de izquierda y representantes tan felones del PP como su portavoz en el Parlament, ‘Judas’ García Albiol.
Ante esa patulea que controla a un amplio sector de la opinión lanar española, nosotros, los que exigimos el respeto debido a los símbolos nacionales que emocionalmente conforman el sentir de millones de españoles, somos ahora los extremistas, los violentos, un peligro perturbador de la paz pública, los empeñados en vivir agarrados al recuerdo de épocas pasadas, y todo lo demás que se está diciendo con motivo del derecho de los separatistas a exhibir provocativamente banderas esteladas en la capital del Reino, debe interpretarse como un inquebrantable dogma democrático de fe.
Como contrapunto se exaltan las virtudes de la libertad de expresión de los separatistas para ofender los sentimientos de millones de españoles y, en el colmo de la desfachatez, se nos acusa de amenazar la concordia democrática entre los ciudadanos, de todo lo cual, como es sabido, sus más caracterizados propugnadores son los muñidores de la campaña en contra del himno nacional y todos los que en nombre de la ficticia patria catalana nos han insultado con saña e impunidad, desde el inicio de la democracia.
Todo resuelto, pues. No miremos más al pasado sino al futuro. Bajo la paterna benevolencia de los que pitarán mañana el himno de los españoles, España entrará alegremente por la vía del progreso retornando a la feliz trayectoria del nuevo orden y olvidando, como un mal sueño, aquella etapa donde la unión entre todos los pueblos de España nos ofreció los mejores años de toda nuestra historia.
De nada servirán sin embargo estas palabras si no hay españoles que estén comprometidos en defenderlas en cualquier foro y ocasión. Sólo en un país de tan laxa musculatura moral como el nuestro podría darse el caso de que los avalistas mediáticos de la castuza democrática -con toda la carga de vileza que esa condición reviste- se atrevan a alzar la voz y a adoctrinarnos sobre ética y sobre tolerancia.
No es mucho más honorable la actitud de los órganos vinculados al fútbol que tan bien conocemos. Generar violencia en el fútbol español es, por ejemplo, llamar negro al jugador de origen africano; o maricón a un jugador del equipo contrario, y no por ejemplo que miles de separatistas degraden el himno de todos, alentados desde innumerables foros con diurnidad y alevosía.
Sin embargo, los medios informativos españoles dedican apenas breves líneas a este ataque planificado de miles de separatistas catalanes, reduciendo la noticia a una simple anécdota. Sin duda, otra habría sido la respuesta mediática si los silbidos hubiesen sido vertidos por los que nos sentimos enteramente españoles y tenido como destinatarios los himnos de Cataluña o Vascongadas. Es la cara real de esta democracia execrable, fraudulenta y antiespañola, que ha ensanchado hasta límites desconocidos la fractura entre compatriotas, haciendo irreconciliables ya las posturas.
Pocas veces como hoy en España se había vivido una realidad tan huérfana de genuino hermanamiento entre compatriotas, un clima tan enrarecido de enfrentamiento entre hijos de un mismo suelo e historia, una alarmante y áspera desunión en medio de contínuas llamadas al odio entre españoles (de aquellos que quieren dejar de serlo contra los que pretenden seguir siéndolo), habiendo llegado a un grado tal de indiferencia e insolidaridad, cuando no de abierta hostilidad entre españoles de toda clase y condición, que vuelve risible y despreciable toda pretensión y exhibición de “buenas intenciones”, “amor al prójimo” y filantropía gaseosa: un festival de hipocresía travestida de ideales superiores, que es una de las peores plagas de nuestro tiempo.
En julio de 1997, pocos días después del asesinato del concejal de Ermua Miguel Ángel Blanco, la plaza de toros de Las Ventas acogió un homenaje a la memoria del joven edil, en el que participaron algunos de nuestros artistas más internacionales. La interpretación de uno de los tema musicales en catalán arrancó algunos tímidos silbidos del público. Al día siguiente, portadas, editoriales y tertulias ignoraron lo sustancial del acto para centrarse en el incidente, dedicando toneladas de críticas y anatemas a los “intolerantes” que, según subrayaron, ponían en riesgo la convivencia pacífica entre los españoles al boicotear los símbolos autonómicos.
En el fuego de la polémica, avivado por la Generalitat y los políticos catalanes, tuvo incluso que actuar de apagafuegos la Casa Real, silente sin embargo ahora tras el inenarrable bochorno internacional que se vivirá en la final de Copa.
Lo dramático es que hay mucha gente en este país que, tras años de robotización democrática, se siente dichosamente encauzada a asumir las ideas, y hasta las penas, que nos van marcando los responsables de la actual tragedia española, donde ya ni los símbolos nacionales merecen ser defendidos con la rotundidad que merecen.