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Lo que se encierra tras tus ojos
es mucho más poderoso que lo que se encuentra frente a ellos.
Gary Zukav
¿Qué son los esquemas?
Desde que somos niños buscamos la manera de explicar la realidad. Estudiamos el mundo y sus complejas relaciones con la esperanza de encontrar nuestro lugar en él. Por ello, cuando creemos haber entendido algún aspecto de la vida, construimos un esquema mental que lo explica.
Si al entrar en una casa a oscuras sabemos que tenemos que buscar un interruptor para encender la luz, es porque así lo hemos hecho siempre y tenemos un esquema muy sólido en nuestra mente. El día que la luz no se encienda al apretar el interruptor, nos veremos forzados a desechar este esquema y buscar una explicación; entonces quizá descubramos que la bombilla se ha fundido o que han saltado los plomos y con este aprendizaje ampliaremos nuestra idea sobre el funcionamiento de la luz.
No somos conscientes de nuestros esquemas, pero los utilizamos para explicar y organizar todos los aspectos de nuestra realidad: desde los comportamientos cotidianos hasta las actitudes más complejas. El cerebro los crea continuamente: traza relaciones entre nuestras experiencias para poder explicar el mundo a partir de ellas. El resultado es nuestra idea sobre la vida y lo que esperamos de ella en cualquier momento: tanto cuando encendemos el microondas como cuando comenzamos a salir con otra persona.
«Mi padre es de izquierdas, así que ser de izquierdas es lo que está bien»; «he suspendido todas las asignaturas del primer trimestre, así que debo ser tonto»; «mis tres novios me han sido infieles, por lo que todos los hombres son unos traidores». Todas estas interpretaciones de la realidad son esquemas. Construimos esquemas acerca de todo: las relaciones, el amor, el dinero, el trabajo, la propiedad. Nuestro complejo mundo interior se reduce a ellos.
¿Cómo se crean?
Para edificar un esquema hace falta experiencias. Por eso, cuanto más jóvenes e inexpertos somos, más sencillos son nuestros esquemas. Cuando nos enamoramos por primera vez, nuestros esquemas sobre el amor se reducen a los millones de expectativas que hemos cosechado de nuestros padres, de nuestros amigos, de las series y películas, etc. Por eso podemos pensar que la pasión será eterna o que «nuestra relación durará toda la vida».
Cuando la realidad defrauda nuestras expectativas, nuestros esquemas mentales se rompen y nos vemos obligados a tener que ampliarlos. Pero durante este proceso también se fortalecen, porque cada vez abarcan más explicaciones y contemplan más posibilidades. Dicho de otro modo: se tornan más realistas.
Ésta es la razón por la que cuando somos niños –y nuestros esquemas frágiles y flexibles– contemplamos cualquier opción, aceptamos cualquier idea, le damos credibilidad a cualquier fantasía… Mientras que al llegar a la adultez nos cuesta aceptar otros puntos de vista.
¿Por qué los utilizamos?
Nuestro cerebro almacena toda la información que recogemos sobre el mundo. Para poder organizar estos datos y hacerlos accesibles, necesitamos cajones que describan la realidad de una manera simple. Pero la realidad no es en absoluto simple. Las personas no son de izquierdas ni derechas, homosexuales ni heterosexuales, trabajadoras ni irresponsables. Estas etiquetas no existen: sólo describen nuestros limitados esquemas mentales sobre realidades mucho más complejas, que en la mayoría de casos desconocemos.
Esto no es un problema en sí mismo. Es como funciona nuestro cerebro –simplificando las cosas para hacerlas más accesibles.
El verdadero problema es que le damos demasiada credibilidad a nuestros esquemas: a pesar de que nunca hayamos experimentado la exclusión de un inmigrante, la marginación de un preso o la dependencia de una víctima maltratada, asumimos que sabemos lo suficiente sobre estos temas, creando esquemas sólidos e inflexibles acerca de ellos: «los inmigrantes nos roban», «un criminal lo es porque quiere», «si deja que abusen de ella es porque no ha sabido plantar cara».
¿Qué consecuencias tiene esto?
- Nuestros esquemas son la base de los prejuicios y los estereotipos. Cuando conocemos a alguien, dedicamos los primeros minutos de la conversación a buscar en qué esquemas encaja: es «un hipster», «un hippie», «un trotamundos», «un vago», «un burgués», «un pijo». Tan pronto como hemos ubicado a un desconocido en uno de nuestros numerosos cajones mentales, dejamos de escucharle. O al menos de prestarle verdadera atención. ¿Para qué? Nuestro esquema ya tiene toda la información que necesitamos sobre los fachas o los rojos.
- Los esquemas son el sustento de nuestro ego. Resulta muy molesto tener que cambiarlos todo el tiempo, así que perfilamos la realidad a partir de ellos: si somos de izquierdas, nos juntaremos con gente que comparta nuestras mismas ideas; en cambio, cuando veamos a alguien de derechas exponer las suyas, nos indignaremos apenas haya comenzado a hablar. Obedeciendo a nuestros esquemas, nos acercamos a quien nos reafirma y nos alejamos de quien nos contradice, creando un círculo de iguales en el que nos damos la razón todo el tiempo.
Nuestra idea sobre la felicidad… también es un esquema. Si pensamos que necesitamos un coche, una casa, una pareja o un trabajo estable para “ser felices”, estamos lejos de haber entendido lo que es la felicidad, ¡pero sin duda tenemos muchísimas ideas sobre ello!
En definitiva: los esquemas no son la realidad – sólo nuestra percepción sobre ella, basada en el abanico de nuestras limitadas experiencias. El cerebro los construye porque necesita explicar y simplificar el mundo que nos rodea, pero si no los nutrimos con auténticas vivencias, nuestra perspectiva de la realidad será muy limitada.
Cuantas más experiencias vivamos –más opciones valoremos, más países visitemos, más gentes descubramos, más relaciones construyamos–, más flexibles y realistas serán los esquemas que dirigen nuestra vida.
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