Una de las preguntas que más ha inquietado siempre a la humanidad ha sido la naturaleza de la mente. Uno de los interrogantes que mejor se impregna del “cómo” concebimos la existencia. Al formular cualquier pregunta ya estamos sesgando la respuesta ya que ésta debe encuadrarse en nuestra cultura, ceñirse a nuestros métodos y vericarse según nuestros supuestos. Y es precisamente en las formas de conocer la mente, comprenderla, y entender su origen donde encontramos grandes diferencias entre Oriente y Occidente.
Desde Oriente la referencia ha sido la propia persona: el conocimiento a través de la contemplación, del observador, la meditación. La ciencia moderna, sin embargo, sitúa la referencia en el objeto a estudiar, independiente del observador. Aunque la física cuántica dotó de un papel fundamental al observador, las Neurociencias, sin embargo, siguen basándose en el conocimiento en tercera persona; la mente es el objeto a ser observado y puede medirse.
El origen de esta discrepancia es, incluso hoy en día, un reflejo de la filosofía imperante en la Europa que estableció las bases del método científico. René Descartes (Francia, siglo XVI), uno de los padres del método científico, fue también un ardiente defensor de la existencia de un alma o mente separada del cuerpo, un alma que está ligada no solo a las emociones sino también a la inteligencia y la memoria. Aunque propuso un modelo sobre los mecanismos de funcionamiento del cerebro, Descartes siempre apoyó la idea dualista de cuerpo y mente como entidades separadas. Para Descartes el cerebro era una máquina de gran complejidad pero era la mente lo que hace únicos a los seres humanos. De ahí su famosa frase:
“PIENSO, LUEGO EXISTO”
El dualismo cartesiano encontró pronto gran resistencia en la comunidad científica al considerarse contraria a las teorías evolucionistas y sobre todo, por la imposibilidad de “medir” la mente de la que hablaba. Dado que los procesos mentales, como la conciencia, los pensamientos, las imágenes y las emociones no eran entidades físicas, fueron considerados como secundarias o derivadas de algún fenómeno físico, que se situó en la materia gris del cerebro, nuestras neuronas. «Sin fósforo no hay pensamiento». Fue el lema de los primeros neuro-cientficos del siglo XIX, asentando así las bases y métodos de estudio del cerebro como única forma de entender la mente humana.
Para el budismo las enseñanzas del propio Buda podrían ser consideradas más un método que una doctrina, cuyo objetivo debiera ser:
INDAGAR EN LA VERDAD, SIN PREJUICIOS Y CON LIBERTAD PARA DUDAR O DESCARTAR TEORÍAS CLÁSICAS.
El método budista se basa en la auto-contemplación, a través de la meditación, como forma de conocer la mente, excluyendo la objetividad y separación del observador. Algunos científicos actuales, como el profesor Richard Davidson de la universidad de Wisconsin apuntan ya a la incapacidad de la actividad orgánica para explicar nuestros pensamientos, sentimientos o intenciones. Considerar las experiencias subjetivas y de la percepción de la propia mente como uno de los términos necesarios para completar una teoría cognitiva está construyendo, hoy en día, un puente entre el budismo y la ciencia y podría abrir nuevos horizontes en la ciencia.
Budismo & Ciencia: el observador y lo observado