¿Qué es el Paititi realmente? ¿Puede un mito resistir quinientos años de historia y estar hoy, en el siglo XXI, más vivo que nunca?
El Paititi, la ciudad perdida, escondida en un punto ignoto de la inmensa selva amazónica al este de Cusco, es, en realidad, la unión de varias leyendas.
Desde cierto punto de vista, puede incluirse en el mito más amplio de El Dorado suramericano, el cual analicé en mi libro
En busca de El Dorado.
Durante la época de los Incas, la selva que atraviesa el río Amarumayo, actual Madre de Dios, se llamaba Antisuyo, y sus pobladores eran los Antis (de ahí el término Andes). Se cuenta que el soberano de los
Incas se adentró en el Antisuyo con un poderoso ejército y que sometió a varias tribus de indígenas amazónicos, las cuales, como tributo, proporcionaron coca, oro, plumas de aves y plantas medicinales.
Según una leyenda inca, el Dios andino Inkarri fundó, mucho antes de la llegada de los conquistadores, una ciudad igual a Cusco, ubicada en la selva, a diez días al este de la capital inca. El nombre quechua Paikikin significaría “igual a”, según esta interpretación.
Después de la llegada de los conquistadores en 1533, algunos sacerdotes Incas hicieron llevar a Paititi enormes riquezas, con el fin de salvarlas del saqueo de los españoles. De manera que el Paititi habría servido de último baluarte después de la toma de
Vilcabamba y de la matanza de Tupac Amaru en 1572; no sólo para esconder grandes riquezas, sino también para mantener vivas tradiciones seculares y para preservar antiguas tradiciones místicas y conocimientos tanto científicos (uso de plantas medicinales y alquimia), como lingüísticos (
quellca).
Según estas creencias, en la zona del Madre de Dios existiría aún hoy una ciudad subterránea, en varios niveles, en plena actividad. El rey de Paititi, tesorero del saber oculto de una civilización antiquísima, estaría esperando el momento justo para regresar al “mundo de la luz” y restablecer el orden roto en el pasado.
Hay que mencionar que existe también otra versión del Paititi, la cual sitúa a esta ciudad perdida mucho más al este de la Paititi post-incaica, describiéndola como un reino inmenso localizado en los alrededores de la actual frontera entre Bolivia y Brasil, territorio que fue dominado durante siglos por la etnia de los
Moxos, que hablaba un idioma del grupo lingüístico arawak.
Según esta versión, la palabra Paititi significaría “todo blanco y brillante”, como el oro.
Los últimos hallazgos arqueológicos en la Amazonía boliviana (llanos de Moxos), de muros y largos canales, podrían confirmar la verdadera existencia de una confederación de tribus que probablemente se llamaba Paititi, la cual, sin embargo, era netamente amazónica y no post-incaica.
El primer aventurero que se adentró en la selva del
Madre de Dios fue Pedro de Candía, uno de los conquistadores del Perú, lugarteniente de Francisco Pizarro. Luego de que algunas de sus concubinas le describieran una rica ciudad de oro llamada Ambaya, se decidió a emprender la expedición.
Partió de Paucartambo, en 1538, al mando de 600 hombres, dirigiéndose hasta el este por 150 kilómetros. No obstante, la expedición no obtuvo el resultado esperado, puesto que fue atacada por feroces nativos en una aldea llamada Abiseo, de donde sus integrantes decidieron regresar a Cusco.
La búsqueda interminable del Paititi continúa incluso en la era contemporánea. En los años 60 del siglo XX, el peruano
Carlos Neuenshwander Landa llevó a cabo 27 expediciones en busca de Paititi, sobre todo en la zona donde ahora se encuentra el Parque Nacional del Manu.
Si bien reunió un importante material arqueológico relacionado con la presencia de los post-incaicos en la zona de la cuenca del Madre de Dios, no logró revelar el misterio de la ciudad perdida más famosa del mundo.
En 1970, tres aventureros, el estadounidense Nichols y los franceses Debrú y Puel desaparecieron en la región del Parque Nacional del Manu tratando de ubicar la ciudad perdida de Paititi.
Es probable que algunos nativos Kuga-Pacoris (de etnia Matsiguenka), les hayan quitado la vida porqué vieron a su territorio ancestral invadido, y se sintieron amenazados.
En 1979, los cónyuges franco-peruanos Herbert y Nicole Cartagena, guiados por el peruano Goyo Toledo, descubrieron un asentamiento inca, bautizado luego Mameria, situado en el Río Mameria, un afluente del Nistron, que a su vez es afluente del Alto Madre de Dios.
Estudios posteriores efectuados por el explorador estadounidense
Gregory Deyermenjian comprobaron que Mameria, aunque no es Paititi, se trataba de una importante fortaleza incaica en el valle del Río Nistron, la cual servía, sobre todo, como centro de recolección de coca para surtir al imperio.
Gregory Deyermenjian se distinguió también por otras numerosas expediciones en la zona de la meseta de Pantiacolla, territorio remoto entre el departamento de Cusco y el de Madre de Dios. Descubrió, estudió y recorrió un antiguo camino inca empedrado, el cual, de la meseta de Pantiacolla conduce a la selva, pero hasta hoy no ha podido explorarlo completamente.
En 1997 el biólogo noruego
Lars Hafskjold partió desde Sandia rumbo al este. Es posible que estuviera buscando el Paititi amazónico o la mítica tierra de los Mojos, pero nunca volvió más. Sus huellas se perdieron en el Parque Nacional Madidi, en la Amazonia boliviana.
Una fecha fundamental en la búsqueda y en el estudio histórico del Paititi tuvo lugar en el 2001, cuando el arqueólogo italiano Mario Polia descubrió, en los archivos del Vaticano, una carta muy importante perteneciente a la Peruana Historia, una colección de volúmenes escritos de 1567 a 1625. La carta, cuya fecha y autor se desconocen, contiene el testimonio que el jesuita Padre Andrea López hizo al Padre General de la Compañía de Jesús (Claudio Acquaviva, de 1581 a 1615, o Muzio Vitelleschi, de 1615 a 1645), probablemente en los primeros años del siglo XVII, en la cual se habla de un milagro y de la conversión de indígenas efectuada en el reino de Paititi.
A continuación, el texto integral del documento:
Relato de un milagro gracias a la misericordia de Dios en las Indias del Perú, o mejor dicho en el reino de Paytiti al lado de Perú.
Habiendo llegado el P. Andrea Lopez a la ciudad de Roma de Nuestro Padre General, como procurador de aquella parte, ha relatado el milagro que el Señor por su misericordia ha mostrado en aquellos países, y es el siguiente. Dicho P. Andrea Lopez siendo rector del colegio de la compañía de Jesús en la ciudad de Cusco en dichas indias del Perú, dice que en aquella ciudad había tres o cuatro indios, los cuales habían sido cristianizados y bautizados por el mismo , se indignaban del mal trato de algunos soldados de la guarnición, y han decidido irse de su país e ir a otro reino a diez jornadas del mencionado Perú, el cual se llamaba Paytiti, y es grande mil leguas españolas, que hacen tres mil millas de Italia, y eran hombres blancos como alemanes y muy bélicos y civiles en su modo de vivir y gobierno.
El Rey es muy potente, tiene una corte tipo la del Gran Turco con mucha majestad, su reino es muy rico y adornado de oro, plata y muchas perlas hasta tal punto que utilizan en la cocina ollas y sartenes de materiales preciosos como otros usaban de metal o de hiero. Siendo por tanto los mencionados indios fugitivos de Cusco y llegando al Reino de Paytiti, fueron examinados en la frontera por la guardia, registradas sus bolsas y equipaje y como estos indios eran cristianos llevaban un Crucifijo de madera que les había dado el P. Andrea antes de partir, la guardia les preguntó que era el Crucifijo, sorprendidos al ver una figura en forma de hombre sobre un trozo de madera, y los indios les contestaron que era la figura del Dios de los Cristianos.
En ese momento la guardia se burló, riéndose con menos precio y dejándolos pasar libremente llegaron a la ciudad donde estaba la Corte del Rey de Paytiti, y siendo el Rey avisado de la llegada de los indios así como que llevaban la figura de Dios que los cristianos adoraban, por curiosidad el Rey los llamó a su presencia y la de su Corte, donde concurrieron todos los Señores principales de la misma por curiosidad, tanto para ver la figura del Dios de los Cristianos como para escuchar lo que los Indios iban a explicarle al Rey.
En el momento que el Rey tenía el Crucifijo en la mano, sin duda comenzó a reírse y mofarse junto con todos sus cortesanos, y habiéndose reído, mofado un buen rato burlándose del Crucifijo, lo devolvió a las manos del Indio, que se fuera con su Dios de los Cristianos, y diciendo estas palabras con el mayor desprecio escupió en la cara del Crucifijo mientras el Indio ya lo había recibido, se produjo entonces el milagro, el dicho Crucifijo alzó la cabeza que primero tenía inclinada, que era como ordinariamente se tallaban los Crucifijos, y levantó la cabeza echándole una mirada terrible y moviendo los ojos de derecha a izquierda junto con la cabeza, y la mirada fue tan terrible y aterradora, que el Rey con toda su Corte se cayeron al suelo sin dar señales de vida y permanecieron todos en este estado durante tres horas, salvo el indio el cual permaneció en pie con el Crucifijo en la mano anonadado.
Al fin el primero que tornó en si fue el Rey, y después poco a poco, todos los demás uno por uno, y como sorprendidos y atónitos, alzó la voz el Rey, y dijo al modo de San Pablo: Grande, Grande es el Dios de los Cristianos, y así igualmente todos los que estaban a su alrededor, y de repente el Rey y todos ellos se tiraron al suelo adorando dicho Crucifijo, y en el patio de su Palacio hizo construir inmediatamente un oratorio de tipo capilla cuadrada toda de oro y adornada con gemas preciosas, donde plantó sobre un altar el mencionado Crucifijo donde él en persona con el príncipe su único hijo y heredero de su reino, junto con toda su Corte iban cada día a adorar a dicho Crucifijo, pero no una vez, sino varias.
Después de algunos días con un trato muy sincero y con curiosidad acompañada de esmero Santo con los mencionados indios, demandaba y preguntaba sobre los principios de la ley Cristiana, y prometiendo a los cristianos de enriquecerles en su reino, si ellos podían dar la orden de modo que pudiera hablar con las personas sabias sobre la ley Cristiana ; y así decidió el Rey con algunos de sus cortesanos y su único hijo ir con los indios a encontrar el Padre de la Compañía y particularmente al mencionado P. Andrea Lopez, y cuando llegaron fue tanto su esmero que después de sentirse satisfecho de la doctrina cristiana y de lo que predicaba el Padre Andrea Lopez, rezó con tal constancia, que el mencionado Padre quiso bautizarlo junto a su hijo y sus principales Caballeros, y así el mencionado Padre los bautizó a todos, y estando emocionado por la devoción, al Rey le dio una fiebre tal que le provocó la muerte, y antes recibió todos los Sacramentos con gran fe, y gran devoción, en modo que contagio a su hijo y las otro seis caballeros que mantuvieron la ley de los Cristianos pero no sólo para introducirla en su Reino, sino que le rogaron al P. Andrea que fuera con ellos a implantar la fe, prometiéndole edificar un bellísimo Colegio y particularmente una Iglesia que tendría los muros de oro macizo, de modo que con estas palabras, pudiera comprenderse la gran devoción el esmero que el buen Rey tenía sobre su reino.
Habiendo convenido nuestro General, determinaron mandar en misión al Reino de Paytiti al mencionado P. Andrea con algunos otros, los cuales tenían orden de partir inmediatamente después de Pascua. Pedían la bendición sobre esta misión. El mencionado P. Andrea Lopez había descubierto en la dicha India de Perú algunos indios salvajes, es decir en la fe, que todavía no habían sido bautizados y no habían recibido la ley Cristiana, el mencionado P. Andrea les empezó a enseñar la ley Cristiana y así descubrió el Dios que ellos adoraban, que era una piedra vulgar del tamaño de un melón, de peso de sesenta y sobre la misma quemaban incienso para sacrificar a su Dios, que era la misma piedra; el P. Andrea les preguntó cuánto tiempo hacía que tenían al Dios de la piedra y contestaron que hacía poco más o menos un año.
El Padre Andrea les preguntó que otro Dios tenían antes, y le contestaron que el motivo por el que habían tomado por Dios a la piedra era por los milagros que la piedra hacia al sanar aquellas enfermedades que eran incurables, porque Dios le había dado a la piedra virtudes contra algunas enfermedades por milagro. Así, cada vez que sacrificaban a la piedra por Dios le quitaban un trozo para dárselo a los enfermos incurables y con ella sanaban.
Por la misericordia de Dios fueron persuadidos que todo esto era un engaño del Diablo y que era mejor adorar aquel Dios, del cual la piedra recibía la virtud, y fueron persuadidos tan bien que el Padre los bautizó. Y hoy son buenos cristianos; y el P. Andrea ha sacado la piedra que adoraban por Dios y se la llevado al Papa, lo cual, su Santidad ha agradecido que Dios haya hecho convertirse a aquellos dejando la piedra y dicha piedra ha sido valorada en cuatro mil escudos.
Analicé minuciosamente este antiguo documento y llegué a la conclusión de que es original, aunque algunos detalles fueron ampliados por el autor para resaltar más la conversión efectuada en el último territorio sin conquistar por los Europeos.
Es cierto que el Padre Andrea López (nacido en Villagarcía, en Castilla, en 1544), entró a hacer parte de la Compañía de Jesús en 1565.
De la lectura del documento se deduce que la Iglesia de Roma sabía la ubicación de Paititi en el siglo XVII. Según el manuscrito, es posible que el Padre Andrea López haya proporcionado a sus superiores los correspondientes datos geográficos, después de recibir la orden de evangelizar a todo el reino.
Sin embargo, nadie encontró nunca la orden de evangelización y el mismo Mario Polia sostuvo, en un artículo suyo publicado en la revista italiana Archeo, que quizá la Compañía de Jesús no reveló jamás la exacta localización de Paititi para no desencadenar una carrera en busca del oro, la cual habría perjudicado gravemente la seguridad de los indígenas.
Según varios investigadores, el Paititi que se describe en el manuscrito del Padre Andrea López podría ser el territorio reconocido como el
Paititi amazónico, situado tal vez en la frontera entre los actuales Bolivia y Brasil, y los indígenas que lo habitaban pudieron haber sido los Mojos. También el dato exagerado sobre la extensión de este dominio (mil leguas españolas, iguales a 5000 kilómetros), podría indicar los enormes territorios amazónicos.
No obstante, esta versión, no concuerda en pleno con dos puntos del manuscrito: los diez días de distancia de Perú, puesto que para llegar hasta el pueblo de los Mojos se necesitaban probablemente varios meses de camino (pero podrían haber sido diez días de navegación por los ríos), y la arquitectura cuadrada y de oro macizo que se describe, ya que recuerda más a pueblos de origen andino o post-incaico que a pueblos amazónicos como los Arawak-Mojos.
¿Dónde estuvo situada Paititi? Esta pregunta, por tanto, sigue vigente. Escribo estuvo porque, en mi opinión, pudo haber sido saqueada por mercenarios mucho antes de que la noticia del milagro y de la conversión llegara a Roma, en los primeros años del siglo XVII.
Carlos Neuenschwander Landa y
Gregory Deyermenjian, los más notables entre todos aquellos que buscaron el Paititi, se enfocaron más que todo en la zona del Alto Madre de Dios, que correspondería más o menos a la frase “situado a diez días de camino de Cusco en dirección del sol naciente”. Me refiero a la zona intangible del Parque Nacional del Manu, al área del Río Nistron, del Río Palotoa y del Río Negro, a la región llamada Callanga y a la meseta de Pantiacolla, hasta las fuentes del Río Timpia.
En mi reciente viaje a las
pirámides de Pantiacolla pude comprobar en persona cuán extremadamente difícil es explorar de forma exhaustiva aquella área, no sólo por los inminentes ataques de los temibles Kuga-Pacoris, sino sobre todo por el clima, que es tan húmedo y tórrido en la selva, y tan frío en el altiplano; además de las dificultades intrínsecas de la selva peruana.
Con seguridad, habrá otras expediciones en el futuro, pero lo importante es, en mi opinión, el acercamiento que hay que tener hacia Paititi, que debe consistir en el máximo respeto a las poblaciones nativas (a veces no contactadas, como los Kuga-Pacoris) y, todavía más importante, en la serenidad interior con la cual afrontar un viaje tan complicado. Quien piense en ir a hallar oro, con el fin de enriquecerse y volverse famoso rápidamente, está en el camino equivocado.
Por el contrario, quien parta motivado por una verdadera curiosidad desinteresada, amor por la investigación histórica y pasión por los secretos escondidos de las culturas antiguas, será recompensado y podrá revelar un misterio que, por ahora, se mantiene irresoluto.
YURI LEVERATTO
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