El camino chamánico es una caja de sorpresas constante. Cada recodo, cada reunión, cada entrevista, cada práctica, cada ritual conlleva el desafío (que, en sutil pero sublime reverencia al Albedrío, omnipresente y tangible, verdadera deidad de la imperfecta naturaleza humana, susurra su presencia) de atravesarle como una anécdota más en el rosario de imponderables, o profundizar, deteniéndose, en el Conocimiento necesariamente esotérico que se oculta tras bambalinas.
Paráfrasis de la Vida misma, cualquier camino tiene el perfil microcósmico del Camino. Hace rato que aprendí que salvo extrema necesidad -o escasez de tiempos- mejor que tomar la vía rápida, el avión, la autopista directa, el bus “puerta a puerta” es, si se puede, hacerlo lentamente. Deteniéndose donde la curiosidad -o la magia- requieran nuestra atención. He llegado a muchos destinos sólo para recordar, con mezcla de placer y añoranza, cómo había disfrutado la huella dejada atrás.
Y en el campo de la Toltecayotl, mal traducida como “Toltequidad”, uno puede acumular experiencias e información, recorrer sitios sagrados y museos, hablar con maestros -de los “ascendidos” o no- y creer que tomó la “pole position” de la Trascendencia, o detenerse a hurgar donde quizás pocos, tal vez nadie, lo ha hecho antes.
Así, mucho se ha escrito y devocionado sobre las “deidades” mexikas y poco se ha profundizado filosóficamente en ellas. No es barruntar intelectual el que propongo, no es agotar la escasa paciencia del lector internáutico. Es arar en un concepto al cual me he referido en muchas ocasiones, siempre necesario de testificación con hechos, aquello que de que “la Sabiduría Ancestral no era una religión, menos aún un culto. Era -es- una Tecnología Espiritual”
Uno de los procesos que lleva a ese escalón siguiente en la comprensión es hacer el esfuerzo de desprendernos del condicionamiento netamente judeocristiano de las “deidades personificadas”. Fue el problema, tic repetido históricamente, de los frailes de la Conquista cuando buscaban comprender la cosmopercepción de los Ancestros. En el caso del Anahuac, sus pininos de traducción encontraron un obstáculo para ellos insalvable: Teotl. ¿Qué era eso?. Y partiendo del axioma que los aborígenes eran necesariamente incultos y primitivos, incapaces ad hoc de riqueza intelectual, suspendieron el esfuerzo de los tlataninime (“transmisores de conocimiento”) supervivientes por hacerles comprender la idea y buscaron en su vocabulario algo que, por semejanza, se correspondiera. Y lo encontraron en el prefijo “teos”. ¡Ah, ya!. Por lo tanto, “teotl” tenía que ser “dios” y claro, como los locales mostraban tantas imágenes de estos “teotl” deberían ser sucesivos, diferentes dioses de una creencia politeísta. Y hasta el día de hoy en todos los manuales escolares (con el silencioso visto bueno de los académicos universitarios, claro) esta concepción persiste. No es extraño, en una América donde aún muchos tratan de disimular sus genes autóctonos…
Desfaziendo renacentistas entuertos castellanos…
“Teotl” simplemente se traduce (¡simplemente!) como “esencia cósmica”. Para decirlo en palabras del maestro Tlakaélel: es un Principio Ordenador Inteligente. Nada de dios antropomorfizado, nada de luengas barbas o colmillos sangrantes, nada de armas mayestáticas o emplumadas, etéreas alas. Quienes han incursionado en el apasionante campo de la Geometría Sagrada comprenderán, sin duda, más fácilmente este concepto.
El único Dios, en todo caso -aún hay quienes se sorprenden al enterarse que los mexikas eran monoteístas- es Ipalnemouani, “Aquél por lo que Existimos”. Como Ipalnemouani es Increado e Inmanifestado, para actuar sobre la naturaleza material del Univero se desdobla en Ometeotl. Ometeotl es una “emanación”: Ome= dos. Masculino y Femenino, polaridades opuestas y necesariamente complementarias, Sí, sí, Yin y Yang.
Pero como la vibración de esta Emanación (cualquier semejanza con el Árbol de la Vida y los Sefirot cabalísticos no sólo es aceptable, sino también bienvenida) es demasiado elevada para su impregnación en la naturaleza espiritual humana, Ometeotl se desdobla a su vez, en otras Cuatro Emanaciones principales: Quetzlcoatl (Inteligencia), Tezcatlipoca (Inconsciente), Huitzilopochtli (Voluntad), Xipec Totec (Acción). Sí, las mismas que fueron malinterpretadas (si accidental o voluntariamente, júzguenlo ustedes) como “dioses”.
¿Por qué la representaciòn antropomorfa de estos conceptos, entonces?. Porque estas representaciones codifican simbólicamente esa esencia. Son, a su manera, “mandalas”.
Es posible -sólo posible- que haya contribuido a la confusión el hecho que algunos pueblos o grupos étnicos, tardíamente y por haber perdido las claves de la Enseñanza tolteca ancestral, realmente creyeran que se trata de “dioses” por sí mismos, de manera similar a como algunas piadosas señoras en el mundo católico se enojan un día con la Virgen de Fátima porque no les cumplió un pedido y se van a orar a la Virgen del Rosario… La comparación no es ociosa: si empleamos con los católicos el mismo tipo de extrapolación que se emplea con los Ancestros, podríamos decir que la sacrosanta iglesia es politeísta y necromántica. Politeísta, porque si bien tienen un dios superior hay trinidad, ángeles, santos y un largo etcétera. Y necromántica por la “intercesión” de los santos, personajes de carne y hueso que deambularon sobre la Tierra antes de tener su parcela en la urbanización cósmica, intercesión que p0co los distingue de los espiritistas.
En este orden de ideas, hay que saber, ahora, que luego de esas cuatro Emanaciones de orden superior había otras emanaciones secundarias. “Ehecátl”, el mal comprendido “dios del viento” es indistinguible, en un análisis serio, de Ruah Elohim, el Aliento de Dios en tanto Acto Creador. Y aquí aparece Tlazolteotl, “La Que Come Suciedad”.
“Diosa” femenina, que es sugestivo. La que, a estar de trasnochados historiadores, sería la que redimiría en el último aliento los pecados en este mundo. De poca presencia en las crónicas, quizás en tiempos contemporáneos sólo Gary Jennings, albacea literario de los Illuminati que en su deplorable ¿novela histórica? “Azteca” (de la que hablaremos en su ocasión) le da cierto protagonismo. Producto, una vez más, de la confusión castiza de la Conquista, siempre quedó relegada al umbroso limbo de las deidades menores , en el mejor de los casos, anotadas en lista de espera para reemplazar a Caronte.
Pero resulta que Tlazolteotl es otra cosa. Es una herramienta espiritual, una de las que hemos hablado.
Representa, es, algo innato en la naturaleza humana. La capacidad de resurgir de las cenizas. El Ave Fénix. Es la Fuerza que destruye para regenerar. Es la basura, los residuos, los detritus pero en su faceta fecunda, cuando abona algo que crece sobre él, sobre aquella, sobre éste. Es comprender que si nuestra casa está sostenida peligrosamente con alambres y tablones, no podremos nunca mejorarla de forma permanente si primero no la derrumbamos en su totalidad -antes que caiga sorpresivamente sobre nuestras cabezas mientras dormimos- y levantamos desde cero sus cimientos tras haber limpiado el terreno. Son los miedos que tenemos en el temascal, especialmente, quizás, esa primera vez, cuando casi por instinto de conservación sentimos que queremos escapar, que nos falta el aire, que nos quemamos. A veces, así actuamos, corremos fuera, algunos al grito de “¡me quemo!”, para descubrir después, si insistimos, que no sólo es soportable sino también agradable. Cuando los miedos se metabolizaron en introspección. Porque sólo son los miedos -o, mejor aún, el miedo al miedo- lo que actúa como disparador haciéndonos correr del lugar en que queremos estar en la vida.
Cuando los amigos en que con fiamos nos traicionan, en esa confianza y a veces en otras cosas menos importantes también, como el dinero, la credibilidad, el honor. A veces en todo eso junto. Y es cuando podemos dejarnos doblegar por la decepción, la ira, el desánimo, o encontrar en esa basura moral que alegremente echaron sobre nosotros el fermento vital de un nuevo emprendimiento.
Al perder todo. Confundiendo esto con el final del Camino, cuando en puridad es sólo el comienzo de uno nuevo.
Tlazolteotl. Cuando todo esté perdido, menos el honor, aún está todo por hacerse.