A menudo es muy difícil desprenderse de los estereotipos nacionales y raciales, pero en el caso de Japón, la gente en Occidente parece particularmente determinada a aferrarse a una serie de mitos establecidos desde hace mucho tiempo, argumenta el doctor Chris Harding, escritor, locutor y profesor de historia de Japón e India de la Universidad de Edimburgo.
Cuando aterricé en Japón por primera vez hace 10 años, me apresuré a salir de la monótona sala de llegadas color crema del aeropuerto de Narita hacia el verdadero país.
Estaba seguro de que muy pronto me perdería en el intenso verde brillante de los arrozales y bosques, las aguas vaporosas de los arroyos.
Un sorbo de té verde me prepararía para una tarde de meditación en algún antiguo templo budista escondido entre cedros fragantes.
Y después, cuando cayera la noche, un tren bala me llevaría hacia el centro de Tokio donde me recibiría con los brazos abiertos su futurismo al estilo de Blade Runner y sus extravagantes espectáculos.
Ninguna de estas fantasías sobrevivieron el trayecto de tres horas en autobús por el tráfico congestionado hacia Tokio, a través de una carretera anónima con barreras de concreto que ocasionalmente permitían ver edificios altos y anónimos de concreto.
Tomé una leche azucarada comercializada como «café helado» con un conocido japonés que había ido a recibirme.
Comentamos que aunque su familia era «técnicamente budista» él no tenía idea de lo que eso significaba y sólo asociaba los templos con viajes escolares y gente muerta.
Cuando quedamos en silencio, pensé en pedirle a la oficina de turismo japonesa que me regresara mi dinero: ¡Me habían engañado con lo que era Japón!
Después me di cuenta de que ellos sólo habían cumplido con su trabajo: generar dólares de los turistas con el material que tenían disponible, en este caso un joven extremadamente ingenuo, más un siglo de distorsiones sobre Japón.
Estas son las tres mejores distorsiones, o las peores, dependiendo de tu punto de vista:
1. Japón es intrínsecamente extraño
«Encontrarse de pronto en un mundo donde todo tiene una escala mucho más pequeña y delicada que nosotros -un mundo de seres menudos y aparentemente más bondadosos, todos sonriéndote como deseándote lo mejor- un mundo donde todo el movimiento es lento y suave, y las voces son susurros… esto es sin duda la materialización -para las imaginaciones nutridas con el folclore inglés- del viejo sueño del Mundo de los Elfos».
Así escribió el autor Lafcadio Hearn hace 125 años. A través del siglo que siguió, un número incontable de occidentales visitó y trabajó en Japón.
Pronto la cultura japonesa estuvo disponible para nosotros tanto en literatura como cine.
Y, sin embargo, a pesar de ello, en los 1980 el autor australiano-británico Clive James publicó un brillante diario de viajes sobre Japón donde todo lo veía con una perplejidad cómicamente fría.
Cuando compra un refrigerio en un tren bala, pensando que era un sándwich de jamón (que también dice que parece un par de pantis) resultó ser un calamar seco poderosamente oloroso: «seco y planchado», especula.
Asqueado, James guarda el refrigerio en la bolsa del asiento y se dirige a su próxima desventura con el teléfono a bordo en el vagón.
Clive James no está solo. Poco después surgió Michael Palin, quien compartía con James una tendencia para observar y comentar sobre los japoneses desde la distancia, sin comprometerse realmente de forma directa.
Quizás no debo quejarme. Después de todo se trata de entretenimiento ligero. Pero mientras la mayoría de los documentales de viaje tratan de ofrecer el retrato de un lugar, para ayudar al oyente o espectador a conocer el país, cuando se trata de los japoneses el mensaje subyacente es: ¡Es imposible hacer esto! ¡Son totalmente inescrutables!
¿Por qué? Una razón podría ser que en un mundo donde lo extraño y lo sorpresivo se han convertido en mercancías raras y preciosas, es necesario encontrarlas en aguna otra parte.
El periodista del diario Financial Times David Pilling cita a una amiga que le dijo que Japón era el lugar más extraño donde había estado que tenía una buena plomería.
Al mismo tiempo, Japón nos ofrece un espejo en el que podemos mirarnos. Decimos: «Japón es…», pero en realidad nos estamos planteando una pregunta: «¿Somos nosotros…?».
Los japoneses son delicados, amables, sumisos. ¿Somos nosotros groseros y de corazón duro? Japón está limitado por una mentalidad grupal que sobrepasa el individualismo. ¿Qué tan libres somos nosotros?.
2. Los japoneses son peligrosos
Las atrocidades cometidas durante la Segunda Guerra Mundial dio a las Fuerzas Armadas japonesas una poderosa reputación de crueldad. Pero una noción que se ha propagado por Occidente es que los japoneses son personas inherentemente impredecibles y peligrosas: que su famosa finura es una máscara que esconde algo amenazador.
Esto se remonta al menos hasta los 1850, cuando los viajeros y diplomáticos británicos miraron la tolerancia que tenían los japoneses ante su presencia en el país convertirse en ataques esporádicos contra los Occidentales y sus ayudantes japoneses.
Vincularon la violencia a la actitud particular de la clase samurái y esa asociación se quedó pegada.
Algunas de estas ideas antiguas sobre los samurái fueron, en parte, creaciones japonesas: fantasías inventadas para lectores occidentales dispuestos a pagar dinero por cuentos exóticos de violencia y sexo.
La Segunda Guerra Mundial dio a estas leyendas otro giro: los elementos de galantería y de altos niveles de ética de estas fantasías samurái se perdieron, y lo que quedó fue su lealtad irreflexiva, su negativa a rendirse, su indeferencia hacia la muerte, y hacia la vida de los demás.
3. Las mujeres japonesas son sumisas
Japón ha sido visto como la tierra que el feminismo olvidó. Tanto los comentaristas japoneses como occidentales tienden a ver a las geishas como el ideal de la femineidad japonesa: atractivas y sutiles, subordinadas al hombre, pero suficientemente listas para ser una buena compañía.
Después surgió la influyente antropóloga estadounidense de los 1940, Ruth Benedict, quien escuchó que las niñas japonesas sólo recibían educación suficiente para colocar los libros de sus esposos en la posición correcta en las repisas una vez que acabaron de sacudirles el polvo.
Durante los 1960, cuando los hombres occidentales no estaban seguros de cómo tomar el ascenso de los movimientos de liberación femenina, todo esto parecía profundamente atractivo.
Las japonesas incluso recibieron el máximo sello de aprobación en 1967, cuando Mie Hama se convirtió en la chica Bond «Kissy Suzuki» en You Only Live Twice (Sólo se Vive Dos Veces).
Con los infames arreglos domésticos que le describe su anfitrión en Japón –las mujeres son inferiores a los hombres, están felices con ello, y viven para servir– Bond da su bendición: «Creo que aquí es donde me retiraré…».
Y si piensas que ninguna de estas cosas puede ocurrir en el siglo 21, entonces no has estado poniendo atención a la cultura pop japonesa, ni al éxito del monstruo del pop japonés AKB-48.
Son 48 jóvenes mujeres a quien se les prohibió tener novios y se deben contentar con sonreír y bailar en bikinis o uniformes militares falsos o cualquier cosa que quiera ver el público formado por –aunque algunos críticos se opongan– jóvenes y hombres de mediana edad socialmente inadaptados.
Después de todo, este mito particular sobre Japón simplemente vale mucho para muchas personas –tanto hombres occidentales que lamentan la muerte del patriarcado, como feministas occidentales que buscan salvar a sus hermanas en Asia, y hasta el Japón corporativo que anda tras el yen– para que esta idea sea modificada pronto.
Es el ejemplo perfecto de cómo los distintos intereses se juntan con el paso del tiempo para crear distorsiones que tienen una vida sorprendentemente larga.
http://www.24horas.cl/noticiasbbc/tres-mitos-sobre-japon-de-los-que-occidente-no-logra-desprenderse–1764667