from ORIGEN HUMANO.
Fernando Nogueira de Araujo admitió al Correo Braziliense que participó de la ceremonia en que el líder nazi habría sido enterrado en Paraguay. Lea además el polémico capítulo del libro «Tras los pasos de Hitler», del argentino Abel Basti, con autorización del autor.
Fernando Nogueira de Araujo
«Enterré a Hitler» reza el título de un reportaje publicado en el diario brasileño Correo Braziliense, junto a una fotografía del sargento retirado Fernando Nogueira de Araujo, difundida por primera vez en la prensa.
En el material periodístico, el ex militar admite –a través de un vocero– que, efectivamente, participó de una ceremonia secreta realizada en el año 1973, en algún lugar del Paraguay, en donde el máximo jerarca nazi –que según la historia oficial se suicidó en Berlín, en 1945– habría sido sepultado en un búnker secreto, actualmente oculto en los sótanos de un establecimiento hotelero.
La versión, investigada por el reportero Diego Ponce de León, del prestigioso diario de Brasilia, confirma que el presunto testigo, citado por el escritor y periodista argentino Abel Basti, en su libro «Tras los pasos de Hitler», existe de verdad y actualmente tiene 70 años de edad.
Nogueira de Araujo no quiso dar una entrevista personal, pero aceptó responder a través de su amigo y eventual vocero, el periodista independiente Marcelo Netto, de Sao Paulo, el mismo que le cedió el dato a Basti, para que lo incluya en su polémico libro.
Un informe del FBI sobre un testigo que dice haber saludado a Hitler en Argentina.
La visita al Paraguay
Según sostiene Abel Basti en «Los pasos de Hitler», Fernando Nogueira de Araujo era sargento activo en el año 1973 y tenía 29 años de edad cuando recibió una invitación especial de su amigo Haroldo Ernest, hijo de un líder nazi brasileño, para viajar durante algunos días al Paraguay, con pasajes y estadías completamente pagados.
«Fernando cuenta que fue el único representante brasileño invitado a participar de ese evento increíble al que habrían asistido cerca de cuarenta personas seleccionadas, en su mayoría ancianos que habían conocido a Hitler», destaca Basti en el libro.
Nogueira de Araujo viajó al Paraguay con esposa, según el relato, aunque ella no pudo asistir a la ceremonia, porque las mujeres tenían vedado el acceso.
«Ya en el lugar, acreditadas sus identidades, fueron reunidos los cerca de cuarenta invitados –tal como se dijo, Fernando era el único brasilero– y ellos descendieron, en un ascensor, hasta los niveles más bajos del búnker. Allí había una puerta con una escalera que llevaba a una cripta, donde estaba ubicado el féretro de Hitler», sigue el relato.
«Cuando todo el grupo estuvo reunido, se anunció que se procedería al cierre de la entrada a la cripta, y una de las personas que se encontraban presente tomó un balde con cemento y una cuchara de albañil. Entonces, comenzó a pegar ladrillos para cerrar la estrecha entrada a la cripta del Führer, construyendo una pared que bloqueó el acceso al ataúd que guarda los despojos mortales de Hitler. Tras realizarse ese trabajo, con los honores de rigor, concluyó la ceremonia y los invitados ascendieron», concluye Basti.
Una carta oficial enviada a nombre de Hitler a una mujer residente en Paraguay, en 1931.
La confirmación del sargento brasileño
Ante lo fantasioso que sonaba la versión, el reportero Diego Ponce de León, del Correo Braziliense, buscó confirmar si al menos el tal sargento Fernando Nogueira de Araujo existe en la realidad.
No solo lo encontró, sino que Nogueira de Araujo le hizo llegar una fotografía suya actual, a los 70 años de edad, la primera que se da a conocer en la prensa.
«Como en el libro, Fernando prefirió dar las debidas declaraciones por medio del mismo periodista Marcelo Netto (el que también entregó los primeros datos sobre el tema a Abel Basti), que pasó, de cierta forma, a representarlo. Eso porque Netto trabaja desde 2007 en busca de la publicación de los resultados de la investigación sobre la presencia nazi en el Brasil, y Fernando es una pieza fundamental en las investigaciones de Netto», afirma Ponce de León, en un reportaje de una página publicado el último 6 de marzo, en el Correo Braziliense.
En el material periodístico, a través de Netto, el ex sargento Nogueira de Araujo le confirma plenamente al periodista brasileño que sí estuvo en Paraguay, en 1973, en la supuesta ceremonia de sepelio del líder nazi Adolfo Hitler.
«Cuando él (Fernando) fue invitado para participar de la ceremonia, no sabía de qué se trataba. Imaginaba apenas que iría encontrar a su amigo Haroldo (Ernest)», afirmó Netto, transmitiendo la versión del ex militar.
«La certeza de que era Hitler empezó a tomar forma durante la propia ceremonia», destaca la versión entregada al periodista.
En la ceremonia, que supuestamente ocurrió en un búnker, en los fondos de un terreno donde se construyó un hotel alemán, en un lugar no precisado del Paraguay, todos daban por hecho de que era el cadáver de Hitler.
«Cualquier duda fue disipada cuando él (el sargento Nogueira de Araujo) retornó al Brasil y encontró a otras dos personas, entre las 40 que habían participado del evento», asegura Netto, en la versión dada al Correo Braziliense.
Tanto Nogueira de Araujo, como Netto y Basti, se niegan a dar mayores precisiones sobre el lugar donde se encontraría la cripta, como el nombre del supuesto hotel alemán y su localización exacta.
¿Realidad o fantasía? Ante la ausencia de evidencias más concretas, las dudas continuarán. Pero, al menos, el testimonio indirecto del ex sargento brasileño constituye un elemento más, que permite reinstalar con mayor fuerza la versión ya instaurada anteriormente por otros autores, como el historiador paraguayo Mariano Llano, quien en la primera edición de su libro «Hitler y los nazis en el Paraguay», editado en 2004, ya sostuvo que Hitler murió en Paraguay, tema que ahora vuelve a cobrar resonancia mundial.
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Portada del libro «Tras los pasos de Hitler», de Abel Basti.
Anexo: Hitler en Paraguay, por Abel Basti
(Lean a continuación parte del capítulo XVI, Hitler en Paraguay, del libro «Tras los pasos de Hitler», del escritor argentino Abel Basti. Reproducción realizada con autorización del autor)
Con la caída de Juan Domingo Perón en 1955, varios nazis prefirieron dejar Argentina y optaron por irse a vivir en Paraguay. El mismo Perón, ante la sublevación que lo derrocó, optó por huir al exilio en un barco de guerra paraguayo con rumbo a Asunción, la capital de ese país limítrofe (luego continuaría camino a Centroamérica y finalmente a España).
Para ese entonces, Paraguay y Chile eran los países más seguros para los nazis en el continente sudamericano. Stroessner mantuvo estrechas relaciones con Estados Unidos y recibía créditos y ayuda militar norteamericana por su política anticomunista. Pero, a pesar de esa ayuda, se caracterizó por no permitir que los estadounidenses tuvieran una ingerencia directa en su gobierno. No era un aliado dúctil y por esta razón, en 1989, la CIA orquestó un golpe de estado que lo destituyó. Ahora bien, se sabe que Stroessner dio cobijo a nazis de importancia como Martin Bormann, Hans Rudel, Otto Skorzeny, Eduard Roschmann y al doctor Joseph Mengele, entre otros fugitivos. Pero ¿es posible que el mismo Führer haya estado residiendo en el Paraguay gobernado por el dictador Stroessner?
La investigación de Rainer Tilch
El periodista germano-paraguayo Rainer Tilch es la persona que más sabe sobre la vida de Hitler en Paraguay. Establecí relación con él hace varios años, lapso durante el cual intercambiamos información para esclarecer detalles de la presencia de jefe nazi en Sudamérica. Los argumentos de Tilch para sostener que Hitler vivió en Paraguay, se basan en los testimonios del profesor Karl Bauer, un viejo científico alemán que falleció en 1995; Hermann Rademacher, germano que residía en Caacupé, asesinado hacía el 2001 en el Chaco; y Helmut Janz, un menonita, funcionario de la embajada germana y director del periódico «Neues für Alle», fallecido en el 2007. También en una entrevista realizada al profesor de historia Mariano Llano, quien escribió su propio libro sobre la vida de Hitler en Paraguay.
Tilch, en 1990, recibió información del profesor y ornitólogo Karl Bauer, residente de Ytú, Caacupé. Bauer –quien realizó investigaciones de tipo arqueológico y antropológico en Paraguay– le dijo a Tilch que él conocía la historia de Hitler, especialmente por los alemanes de la región de Altos y, particularmente, porque uno de ellos le había revelado que había estado personalmente con el jefe nazi. Tilch recordó que «una noche estuvimos discutiendo de asuntos militares de la Segunda Guerra Mundial cuando él (Bauer), de repente, me dijo que todos los cuentos alrededor del suicidio de Hitler eran falsos«.
Bauer le dijo a Tilch que Hitler «tenía, como todo gobernante, los últimos medios disponibles para escapar e hizo uso de ellos. Huyó a la Argentina y más tarde vino al Paraguay«. Como Tilch le respondió que no creía en esa versión, Bauer, con énfasis, le indicó: «si no me quieres creer te voy a presentar a algunos viejos alemanes de la zona de Altos, que saben mucho más que yo del tema. Incluso a uno que conocía personalmente al Führer. Vení un día domingo y me voy contigo a Altos«.
Lamentablemente ese viaje nunca se realizó porque Tilch no creía que Hitler hubiera sobrevivido a la guerra, claro que ahora que cuenta con más datos, deplora no haber coordinado con Bauer un viaje para visitar al alemán que aseguraba haber estado con el líder nazi en Paraguay.
El otro testimonio que encontró Tilch fue el de un alemán, Hermann Rademacher, quien le dio precisiones sobre Hitler en Paraguay, animándose a contarle esa información después de que Stroessner fuera derrocado en 1989. Por esos años, Rademacher vivía en Caacupé, capital del departamento de Cordillera, a unos 50 km al este de Asunción. Tenía 55 años y estaba casado con una paraguaya, profesora de escuela, con la que tenía dos hijos.
«Un día me fui a la oficina de correo en el centro, en la plaza detrás de la iglesia. Era un lugar muy frecuentado por los alemanes porque no había todavía correo electrónico y muchos recibían sus diarios por el correo. Allí encontré ocasionalmente al señor Rademacher y como era un día caluroso y yo tenía sed le invité a tomar una cervecita en el bar de al lado, el «Harpa-Bar», también muy frecuentado por los alemanes. Tomábamos juntos una o dos o tres cervezas, hablando de nuestra vida, de las experiencias en el país, de la política internacional, de la reciente caída de Stroessner, que todos los alemanes lamentaban, y de la nueva «democracia» que no prometía tantas buenas cosas«, recordó Tilch.
En ese momento, «el señor Rademacher me dijo que Stroessner había sido siempre muy bueno con los alemanes y que había protegido a muchos buenos compatriotas que tenían que huir de Europa al final de la Segunda Guerra Mundial, entre ellos el famoso Dr. Mengele, a Martín Bormann y, lo que sabían muy pocos, al propio Hitler y su esposa también«.
Tilch, en esa época –tal como se explicó– no creía en la historia de un Hitler vivo en Paraguay y, al escuchar el relato, pensó que el hombre repetía lo que posiblemente habría escuchado del profesor Bauer, citado anteriormente.
Entonces le preguntó cuál era la fuente de esa información y Rademacher le contestó: «Tengo una pequeña agencia inmobiliaria, vendo granjas y quintas a extranjeros y administro sus propiedades en su ausencia. Así que tengo muchos contactos en esta linda zona y hacia el lago Ypacaraí. Conozco a algunos alemanes, viejos pobladores de la zona, que me aseguraron que Hitler vivía aquí en Cordillera, cerca de Caacupé, que él tenía sus amistades con algunas familias alemanas de la zona«, aseguró.
Tilch me explicó que por esos años «yo era muy incrédulo, no le creía nada (a Rademacher) pero no le quería ofender, así que preferí hablar de otras cosas, después me despedí y me fui a mi casa. Ahora lo lamento mucho porque el señor Rademacher ya no vive más«. Rademacher, quien en los últimos años tenía un parador en la Ruta Transchaco, murió asesinado por una persona alcoholizada que le disparó a quemarropa.
El otro testimonio calificado que encontró Tilch fue el ex diplomático Helmuth Janz, quien cumplió funciones como secretario en la embajada germana en Paraguay, entre 1967 y 1972. Janz había nacido en 1943 en Siberia, era menonita –miembro de la Iglesia Hermanos Menonitas– y se había desempeñado como secretario particular de los embajadores Dr. Hubert Krier y Hanns Becker von Sothen.
Janz era director del periódico «Neues für Alle» y contrató a Tilch en el 1995 para que escribiera en ese medio de prensa.
Janz le contó a Tilch detalles de sus funciones en la embajada germana en Asunción, además le confesó que, en los años sesenta, debía visitar regularmente a varios nazis ancianos que vivían en Paraguay para entregarles dinero que llegaba para ellos desde Alemania. Se trataba de las «pensiones de guerra» no oficiales, ya que esas personas, posiblemente debido a sus acciones del pasado, no podían figurar como jubilados en los listados públicos del gobierno alemán, aunque igual cobraban discretamente sus haberes de retiro que se pagaban con fondos reservados.
Si bien Janz conocía la verdadera identidad de esos hombres, no sabía quién era uno de ellos, ya que en ese caso dicha misteriosa persona estaba protegida por el grado de «Confidencialidad 3«, esto es, el máximo resguardo de datos personales, de acuerdo al código secreto que manejaba en aquellos tiempos la diplomacia germana, según explicó el diplomático. Esto significaba que solo el embajador sabía quién era realmente ese personaje que, en forma encubierta, cobraba sus haberes jubilatorios. Se trataba de un hombre de baja estatura, que padecía cáncer de próstata y estaba en estado terminal. Según el relato de Janz, el hombre vivía en un departamento de Asunción, estaba permanentemente en la cama y se levantaba solamente para ir al baño. Cuando murió, en 1971, la embajada se encargó de su entierro y luego se quemó toda la documentación perteneciente a él, de acuerdo al relato de Janz.
Cuando Tilch escuchaba una y otra vez el relato de boca del propio Janz, decidió mostrarle fotos de Bormann y el ex diplomático le contestó: «Sin dudas se trataba de él, pero estaba ya envejecido y muy destruido en ese momento«. Janz aseguró una y otra vez que, en ese entonces, él no sabía que se trataba del jerarca nazi.
Bormann había llegado a Paraguay en el año 1956, viviendo durante un par de años en una propiedad de Alban Drug, en Hohenauen la zona de Alto Paraná. Durante los años 1958-1959 fue asistido, debido a su mal estado de salud, por el doctor Joseph Mengele, prófugo de la justicia que también se había radicado en tierra paraguaya. Cuando fallecía alguno de los veteranos alemanes, que cobraban estas pensiones en Paraguay, Janz tenía la función de recolectar todos los registros y documentos de dicha persona –obrantes en la embajada germana en Asunción– para enviarlos, como «caso cerrado», a Alemania. Pero en el asunto de Bormann, se lo excluyó a él de esa tarea y en secreto se ocupó personalmente de esos trámites el embajador alemán Hanns Becker Sothen, quien había asumido el cargo en 1970.
Al año siguiente de su muerte en Paraguay, que habría ocurrido en 1971, el cadáver de Bormann «apareció» en Berlín y la justicia dictaminó que había muerto en 1945. Al parecer, en un primer momento, su cadáver fue enterrado en un cementerio paraguayo, y luego fue exhumado para trasladarlo en forma secreta a Alemania, donde se montó la parodia del «descubrimiento» del esqueleto. Matar «por decreto» a Bormann en 1945, lo que se ha visto facilitado por la maniobra antes indicada, permite esconder rastros sobre sucesos –que involucran a empresarios, militares y funcionarios con el alto jerarca nazi–ocurridos después de la guerra. Una obscura trama de complicidades e intereses espurios que, si Bormann murió en 1945, nunca pueden haber ocurrido.
En el club alemán
Respecto al Führer, Janz le dijo a Tilch que conoció a un alemán que estaba seguro de haber visto a Hitler y Eva Braun en la gran fiesta anual de la Asociación Alemana de Tiro Deportivo de Altos («Verein Patria») realizada en 1968.
Durante esos años, Janz gozaba de una jerarquía importante, ya que se desempeñaba como secretario privado del embajador Hubert Krier. Todos los años, el club mencionado realizaba una celebración, que incluía un concurso de tiro, del cual participaban veteranos de guerra nazis. Los asistentes se saludaban con un ¡Heil Hitler! y el brazo derecho en alto y la mano extendida, como en los viejos tiempos.
En aquella oportunidad, Janz se puso a tomar cerveza con un compatriota y, hablando de política, le dijo a su interlocutor que no le había gustado que Hitler se suicidara como un cobarde, pegándose un tiro en la cabeza. Pero su interlocutor le contestó que eso no era verdad, ya que Hitler se había escapado y había vivido en Paraguay. Janz le dijo que no creía en esa historia y el hombre le replicó que no solo él, sino que otras personas disponían de la misma información, esto es detalle de la vida de Hitler en Sudamérica. También le aseguró que en una de las fiestas del Club Deportivo de Altos, a fines de los años sesenta, Hitler llegó acompañado de una familia alemana y de una mujer rubia de unos cincuenta años.
Él vestía un traje con corbata y ella lucía un trajecito gris. El testigo reconoció inmediatamente a Hitler, a pesar de que tenía el pelo cortado muy corto y estaba sin bigote. Según contó el interlocutor de Janz, Hitler –cuando llegó a la fiesta no todos sabía que se trataba del Führer– fue saludado por los viejos nazis militarmente y luego él saludó uno por uno a sus viejos camaradas, estrechándoles la mano en silencio.
De acuerdo con ese relato, Hitler estuvo poco tiempo en el club, saludó, charló un poco con algunas personas ancianas, comió algún bocadito y se retiró del lugar acompañado por las mismas personas con las que había llegado. Al irse, el rumor –consistente en la increíble novedad de que el anciano que había estado allí minutos antes era Hitler– corrió como un reguero de pólvora entre los presentes.
En los últimos tiempos, Tilch pudo acceder a nuevas informaciones relacionadas con el estado de salud y el aspecto físico del líder nazi, merced a entrevistas realizadas a un anciano comisario; a Francisca Acosta, mucama del general Emilio Díaz de Vivar y a Carmen von Schmeling, una vecina de la localidad de Areguá. Esta última es hija del alemán Hans Hugo von Schmeling y de la paraguaya Carmen Esther Caballero.
Al momento de ser escrito este libro (2012), ella tiene 85 años y vive con su esposo Arnaldo Bareiro en una casa ubicada al lado de la quinta Díaz de Vivar, en Areguá.
Según Tilch, la madre de la mujer era «buenísima amiga» del militar e inclusive se rumoreaba que ella –y más tarde también doña Carmen– fueron amantes de Emilio Díaz de Vivar, aunque siempre lo negó.
De acuerdo al testimonio dado por la señora Carmen (hija), Hitler visitó la quinta del citado general paraguayo al menos en una oportunidad. El Führer «llegó en un coche oficial del gobierno con escolta militar. Vestía una campera y boina como la que usaban los paracaidistas. Pero la custodia militar no permitió que la gente se acercara y por esta razón se lo vio solamente desde cierta distancia», aseguró Carmen.
La mucama, Francisca Acosta, se acuerda perfectamente de esta circunstancia y da fe de que el líder nazi y Díaz de Vivar se reunieron en el parque de la mencionada quinta donde mantuvieron un extenso diálogo. De acuerdo con el testimonio del comisario entrevistado por Tilch, cuya identidad se mantuvo en reserva, al parecer la policía paraguaya tenía documentación de todos los refugiados alemanes en el Paraguay, incluyendo la de Hitler, guardada en el sótano del Ministerio de Interior.
Cuando ocurrió el golpe militar contra Stroessner, en 1989, se escondió toda esa documentación y gran parte apareció años después en la comisaría de la localidad de Lambaré.
Como se dijo, Tilch entrevistó a un comisario anciano y también a otro policía que fue custodio personal de Stroessner. Ambos le confirmaron tener datos sobre la presencia del jefe nazi en Paraguay. El comisario contó que vio a Hitler en una reunión de alemanes y militares realizada en la localidad de Villa Elisa, en la casa de una pareja alemana. En alusión al matrimonio anfitrión, que recibió en su vivienda al jefe nazi, «la señora era una conocida escritora, Erika Zum Buttel, aparentemente una buena amiga de Hitler y su esposa«, contó Tilch al aludir al relato del jefe policial.
De acuerdo a la opinión de Tilch, en Paraguay «los más altos nazis nunca compraron casas, vivían en propiedades alquiladas o en casas prestadas por amigos. Muchos cobraron pensiones de Alemania como ex funcionarios de estado. La mayoría llegaron solteros y algunos de ellos se juntaron con mujeres paraguayas«, con quienes tuvieron hijos. Respecto al estado de salud del Führer, en general, bueno, excepto los achaques propios de la edad, y a la fisonomía –sin bigote y casi pelado–, las informaciones obtenidas por Tilch son coincidentes con las descripciones obtenidas por mí en Argentina
Mariano Llano
Por casarse con su hija María Teresa, el profesor de historia y abogado Mariano Llano tuvo como suegro al fallecido general Emilio Díaz de Vivar –quien se desempeñara como Comandante en jefe del ejército, a partir de 1950–, y luego también como embajador paraguayo en la España del dictador Francisco Franco.
A partir de su relación familiar con el mencionado militar, Llano -quien vivió un tiempo en Argentina trabajando como letrado en Buenos Aires y La Plata-, obtuvo la información de que Hitler había estado en territorio paraguayo.
En el 2004, Llano publicó esos datos en la primera edición del libro «Hitler y los nazis en Paraguay», de tirada limitada, editado en Asunción. El autor se basó en las entrevistas que tuvo con el ex intendente de Asunción, Agustín Ávila, las charlas mantenidas con su suegro Díaz de Vivar, y la información suministrada por el señor Manuel Bernárdez, director del diario La Mañana de esa ciudad.
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