EL CIELO EN LA TIERRA.
Reproducción parcial de la entrevista efectuada a Emilio Carrillo por Emma Vázquez publicada en Regreso al Hogar:
regresoalhogar.com/2016/06/08/entre-vista-desde-emilio-carrillo
Dada su extensión, su divulgación en este blog se realiza en nueve entregas.
¿Es imprescindible, inevitable, sufrir para aprender a dejar de sufrir?
Vivir no tiene por qué conllevar sufrimiento, bajo ningún concepto. Si eso fuera así, supondría lo que los astrofísicos, aplicándolo al Cosmos, denominan una anomalía. Sería francamente absurdo que en la Creación (que es tuya y mía, somos parte intrínseca de ella y, a su vez, co-creadores de ella), estuviera presente el sufrimiento como mecanismo de expansión de la consciencia, de recuerdo de lo que somos y es.
La Creación, porque es nuestra Esencia, es amor, puro amor. El amor es goce, es gracia, es felicidad incausada y natural. No necesita motivos para que esa felicidad exista, sea. Eso es lo real. Sin embargo, es verdad que en la experiencia cotidiana de tanta gente el sufrimiento tiene o ha tenido un protagonismo en el recuerdo del proceso de lo que son. Para que ese Conductor que somos (que usa el coche -el yo físico, mental y emocional- para experienciar la vivencia humana) recuerde lo que realmente es, utiliza el sufrimiento. Pero el quid de la cuestión está en darnos cuenta que ese sufrimiento no es por si necesario, no es imprescindible. Puedes apoyarte en él si quieres a modo de bastón de avance consciencial, pero es posible y factible evolucionar sin necesidad alguna del sufrimiento. Y a partir de ahí, aparece tu pregunta: ¿por qué sufrimos?
La responsabilidad de que muchas personas precisen del sufrimiento para evolucionar en consciencia y recordar lo que son está en la mente.
Sólo en la mente, que no sirve para ver ni vivir la vida y que, en un momento concreto de nuestra existencia, de nuestro desarrollo, pone por delante el sufrimiento o aparece en nuestra vida el sufrimiento ante la incapacidad de la mente de ver la vida.
La gente vive la vida con unas gafas, que son las gafas de la mente. Se empeña y se siguen empeñando en ver la vida con las gafas de la mente puestas. Hay un problema y es que esas gafas no se ven: parece que no tienen gafas, pero sí llevan puestas las gafas de la mente. Y nos hemos acostumbrado tanto a ver la vida a través de la mente que aparece la pregunta: ‘si no veo la vida a través de la mente, ¿a través de qué la voy a ver?’. Pues a través del corazón. Deja a la mente a un lado.
Por ejemplo, la confianza en la vida nunca la vas a adquirir por medio de la mente, porque la mente tiene un sistema operativo -una formas de funcionamiento- que es el ques y que ve a la vida torcida. La mente todo lo ve torcido. Nuestra propia experiencia nos pone de manifiesto esto muy bien porque la mente es la que siempre está diciendo que ‘esto es así, pero tendría que ser de otra forma’, ‘a esto le falta no se qué’… Pero la vida, la vida de verdad, la vida real no está torcida. Es simplemente un efecto óptico, visual.
El ejemplo que me gusta poner es el ejercicio, el experimento, que se hace en el colegio, cuando somos pequeños: el profesor coge un vaso de cristal trasnparente y lleno de agua limpia e introduce en él un lápiz. El lápiz, antes de ser introducido en el vaso, está derecho. Sin embargo, cuando el lápiz entra en el vaso, a través del cristal del vaso podemos ver que se ha torcido. A partir de ahí, el profesor extrae el lápiz del vaso y el lápiz vuelve a estar derecho. Y en cuanto vuelve a introducirlo en el vaso con agua, volvemos a ver que el lápiz se tuerce, se dobla. La realidad es que el lápiz nunca se tuerce. Ni está torcido fuera del agua ni dentro del agua. El lápiz siempre está derecho. Es simplemente un efecto óptico, visual, que provoca esa distorsión que hace que veamos lo que no es.
Pues bien, mucha gente, muchísima gente, se empeña en vivir continuamente con las gafas de la mente puestas, sin darse cuenta que, de esa manera, se está produciendo en su vida un efecto visual, una distorsión óptica y ven las cosas torcidas. Pero no lo están. Ésta es una característica de la mente que nos lleva a vivir en sufrimiento cuando el sufrimiento, en absoluto, es necesario.
La mente no solamente todo lo ve torcido, sino que, en paralelo, provoca otra falacia porque lo necesita ella en su sistema operativo, en su modo de funcionar, que es el contraste y la dualidad.
La mente es la que crea los polos: lo positivo y lo negativo, lo malo y lo bueno, porque los necesita como sistema de referencia. Lo que denominamos opuestos son ritmos distintos de una misma energía. Por ejemplo: el amor y el odio. La gente cree que el amor es una cosa y el odio es otra. Para la mente son extremos opuestos. Sin embargo, forman parte de un mismo fenómeno que si tuviéramos consciencia denominaríamos amor-odio. Debido a que el amor y el odio forman parte del mismo fenómeno, es por lo que amigos míos que son abogados de familia me dicen: ‘Emilio, es curioso que donde yo encuentro más odio es en los procesos de divorcio de personas que se han amado mucho’. Y hay un momento determinado en el que se tiran los trastos a la cabeza y se hacen un montón de cosas tremendas. Se han amado mucho y ahora, sin embargo, se odian extremadamente porque el amor y el odio forman parte del mismo fenómeno: amor-odio
Me gusta poner también el ejemplo de la temperatura. La mente ve el calor y el frío. Pero el calor y el frío no son opuestos. Cuando hablamos de calor y cuando hablamos de frío no es sino la misma energía a un ritmo distinto, que es la energía cinética. Cuando se mueve con rapidez, produce calor; cuando va más lenta, genera frío. Pero es exactamente la misma energía. No son cosas distintas. El calor y el frío son distintos ritmos de una misma energía -a cinética- y forman parte de un mismo fenómeno: la temperatura.
La mente crea la falacia de los opuestos y, a renglón seguido, esto es francamente divertido, pone la atención en lo que ella considera negativo, mientras diluye, no ve, se hace invisible para ella, aquello que considera positivo. Por ejemplo, con la salud y la enfermedad. La mente habla de salud como opuesto de la enfermedad y la enfermedad como opuesto a la salud. A partir de ahí, ¿qué hace la mente? Su atención la coloca en la enfermedad, en lo que ella considera negativo, no en la salud. Eso hace que cuando la gente está sana, no se de cuenta. Las personas sanas se levantan por la mañana y no se percatan de que están sanas. No se levantan agradeciéndose a sí mismos y a la vida tener un día por delante para vivirlo con salud. No lo computan, utilizando un lenguaje informático.
¿Cuándo se acuerda la gente, al empeñarse en ver la vida a través de la mente, de la salud? Cuando enferman. ¿Cuánto tiempo dura ese recuerdo y esa valoración de la salud? El tiempo que estén enfermo. En cuanto sanan, se vuelven a olvidar otra vez de la salud, porque la salud no es computada por la mente. Así funciona la mente. Esto es para reírse a carcajadas de nosotros mismos. Es muy divertido.
Y te preguntarás, ¿qué tiene que ver esto con el sufrimiento? Bien. Los procesos conscienciales, el estado de consciencia, no evoluciona por los libros, por los vídeos, por ir a charlas ni a talleres ni siquiera a mis propias charlas, ja, ja, ja… Evolucionamos por las experiencias, que son las que impulsan el proceso evolutivo. Con eso no quiero decir que el compartir, que los libros, los vídeos, las charlas, no tengan su sitio porque, a veces, algo que tú ya tienes aquí, parece que necesitas que alguien lo diga para que te des cuenta de que ya lo sabes. Y eso le pasa a bastantes personas. Por tanto, tienen su utilidad.
Evolucionamos en consciencia a través de las experiencias. Pero tú vives la vida a través de la mente. La mente funciona en el contraste y para la mente, la salud y las experiencias de gozo es como si no existieran. Sólo computan las experiencias de sufrimiento. Las de gozo no las ves. Por esto, tú mismo te ves obligado a crear experiencias de sufrimiento en tu vida porque si no es por medio de ellas no vas a vivir experiencias que nutran tu proceso consciencial, de desarrollo consciente.
Por seguir con símiles, para la mente, en su mundo de opuestos y dualidades, hay experiencias de zumo de naranja y experiencias de zumo de limón. Tanto el zumo de naranja (dulce) como el zumo de limón (amargo) nos aportan las vitaminas para que evolucionemos en consciencia. Aquí tenemos los dos vasos: el de naranja y el de limón, el dulce y el amargo. Bebas de uno o bebas de otro, ambos te proporcionan los nutrientes que impulsan tu proceso consciencial, del recuerdo de lo que eres, el proceso para que tomes el volante y seas el conductor de tu vida. Pero como estás viendo la vida a través de la mente, las experiencias de gozo, de zumo de naranja, no las ves. Sólo vez el zumón de limón. Y como necesitas vitaminas, nutrientes, para evolucionar en conscienia y sólo ves el zumo de limón -el amargo, el sufrimiento, la tristeza, la soledad, la ruptura, la enfermedad, etcétera- creas tú mismo en tu vida experiencias de zumo de limón. Pero tambiñen tienes a tu disposición el zumo de naranja… La gente me dice: ‘es que estoy ya cansada de sufrir’. Pues bebe zumo de naranja. ‘¿Pero dónde está el zumo de naranja?’. Quítate las gafas de la mente y verás al zumo de naranja.
Mientras no te quites las gafas de la mente, no vas a evolucionar mediante experiencias de salud. Se puede evolucionar en salud. Te levantas por la mañana, tomas consciencia de la salud, miras por la ventana, agradeces a la vida, te agradeces a ti mismo el vivir ese día de una forma sana, con energía, y eso te mete un montón de nutrientes en tu proceso consciencial. Pero eso la gente no lo hace. Es incapaz de hacerlo porque no ve la salud, no la valora.
Termino compartiendo que, a lo largo de la historia de la humanidad, hay gente que se ha dado cuenta de esto perfectamente. Por ejemplo, me gusta siempre hablar de San Juan de la Cruz, siglo XVI, y Silvio Rodríguez, en el siglo XX.
San Juan de la Cruz, Juan de Yepes, en el siglo XVI, dijo algo extremadamente potente que resuena absolutamente en mi corazón: ‘El más perfecto grado de perfección a que en esta vida se puede llegar es la transformación en Dios’. Fíjate que él dice ‘a que en esta vida se puede llegar’. No tienes que «ascender» a otro plano. Y esa transformación en Dios es simplemente que vivas tu vida desde el Conductor que eres, tomando el mando consciente desde tu divinidad. Llamó a esto ‘el subido sentir de la divinal esencia’: el Conductor que coge el mando consciente del coche.
Pero curiosamente, cuando esto de la transformación en Dios lo vierte en un poema, San Juan de la Cruz, metafóricamente, habla de ‘la amada en el amado transformada’. ¿En qué poema incluye Juan de Yepes esta transformación en Dios, este ‘amada en amado transformada’? San Juan de la Cruz escribió, por ejemplo, ‘El Cántico Espiritual’, que es un poema lleno de gozo, de alegría, de sensualidad, parecido a ‘El cantar de los cantares’ y no es ahí donde lo mete. Y escribió otros muchos poemas que nos hablan de ‘llama de amor viva’ y cosas muy sublimes. Pues no: lo incluye en un poema titulado ‘Noche Oscura’ porque él se dio cuenta de que, como la experiencia de día luminoso no lo vemos, no nos aporta nutrientes en el proceso de recuerdo de lo que somos, necesitamos “la noche”.
No es un requerimiento de la Creación, del Cosmos. Es una necesidad nuestra como consecuencia de que vivimos la vida a través de la mente y la mente no ve el día luminoso, no lo computa. Y eso es lo que hace que Juan de Yepes, en ese poema de ‘La Noche oscura’ diga eso de que:
¡Oh noche que guiaste;
oh noche amable más que alborada;
oh noche que juntaste Amado con Amada,
Amada en el Amado transformada!
Posteriormente, ya en el siglo XX, Silvio Rodríguez, el canta-autor cubano, escribió una canción que es una preciosidad: ‘El Elegido’. En esa canción habla de ti, de mí y de todos los seres humanos porque habla de un ser de otro mundo. Lo que tú y yo somos. Nosotros no somos de este mundo. Nadie es de este mundo. Somos de todos los mundos habidos y por haber y ahora estamos aquí, tenemos consciencia de estar aquí encarnados. Somos de este mundo, pero de todos los demás mundos. Y él habla de un animal de galaxia que va de planeta en planeta, que es lo que nosotros hacemos: de plano en plano, viviendo experiencias. Hay un momento determinado, dice la letra de la canción, que ese ser de otro mundo ‘decide bajar a la guerra. Perdón, quise decir a la Tierra’. Es decir, se encarna en el plano humano como hemos hecho tú y yo. Y en la canción, cuando ese Ser de otro mundo encarna en la Tierra, se da cuenta inmediatamente de algo que a nosotros nos ha costado mucho trabajo. Se percata de cómo funciona esto y lo resume de la siguiente manera: aquí ‘lo terrible se aprende enseguida y lo hermoso cuesta la vida’.
Y ésa es la realidad de la experiencia humana. Parece que cuando estamos en salud, en armonía desde el punto de vista de nuestras relaciones personales, que si tenemos trabajo y estamos bien económicamente y estamos en pareja y no estamos en soledad y estamos contentos y sentimos bienestar… pues ahí es como si eso estuviera completamente aletargado. Eso sí, en cuanto que en la vida sucede algo que rompe eso, te empiezas a preguntar cosas, te empiezas a acercar a gente que antes no te acercabas, empiezas a interesarte por libros, por vídeos que antes no te importaban. Una ruptura de pareja, problemas económicos, la pérdida de seres queridos… hacen que la gente reaccione. Esas experiencias las estamos creando nosotros, la estas creando tú mismo, porque es la única forma de que te empieces a plantear cosas que si no, no te plantearías. La enfermedad, igualmente, la generamos nosotros. La enfermedad es un proceso de sanación interior que tiene un síntoma exterior que denominamos enfermedad. Y la estás creando tú porque cuando aparece en tu vida entonces sí te empiezas a plantear cosas que mientras estabas sano nunca te planteabas. Si, es radicalmente absurdo, pero es consecuencia de vivir la vida a través de la mente, que todo lo ve torcido, en dualidad y funciona en el contraste, situando su atención en lo negativo y nunca en lo positivo.
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