¿Debo irme o debo quedarme? Pocas encrucijadas existenciales nos plantean tantas dudas, tantos miedos. Sabemos que a veces, quedarnos es ir demasiado lejos y que por el contrario, poner distancia supone volver a nuestras auténticas esencias. Sin embargo, esta regla de tres puede no funcionar en todos los casos. Entonces ¿cómo saberlo? ¿Cómo tomar la decisión más acertada?
Si hay algo que a todos nos gustaría es poder tomar siempre la decisión más acertada, ser infalibles, precisos e impecables en cada uno de nuestros pasos. Ahora bien, por mucho que queramos, nadie llega a este mundo con una brújula perfectamente calibrada capaz de guiarle en el camino de la vida. Así, y en cierto modo, esa es nuestra auténtica grandeza, la verdadera aventura: trazar nuestro propio recorrido en base a errores y aciertos.
En el mapa de nuestra existencia, el único error que podemos cometer es precisamente no tomar decisiones, dejando que el azar tome el timón, abandonando esa porción de control que siempre tenemos. Quedarnos con el miedo es abrazarnos a la inmovilidad, es anclarnos como barcos oxidados en la orilla de la vida. Sin embargo, quien sea capaz de optar por una dirección u otra estará asumiendo el aprendizaje que nace de esta decisión, la más importante de todas.
¿Debo irme o debo quedarme? Decidir no siempre significa renunciar
Las personas somos empujadas a tomar decisiones casi de forma constante. Elegimos entre ir en coche o en transporte público, entre tomar té o café, entre quedar o no quedar con un amigo, entre ahorrar un poco más este mes o ir más al día satisfaciendo nuestros deseos o necesidades… Este tipo de elecciones, más o menos banales, no nos suponen un gran esfuerzo porque por lo general, no hay ningún tipo de “pérdida” en ellas.
Las decisiones donde se concentra una mayor tensión emocional son aquellas para las que nuestro cerebro entiende que hay una pérdida del equilibrio. Dejar o no dejar a nuestra pareja, dejar el trabajo para buscar otro, abandonar nuestro país para emprender otros proyectos… Todo ello enciende en nosotros algo que los psicólogos entienden como “aversión a la pérdida”. Es como si en nuestro interior se activara una alarma avisándonos de que hay un riesgo, un peligro para el que no estamos preparados.
De este modo, ante la pregunta de “¿Debo irme o debo quedarme?” es necesario entender algunos aspectos que sin duda pueden ayudarnos.
- Decidir, tomar una decisión no debe ser sinónimo de pérdida o de renuncia: entendámoslo como una ganancia. Por ejemplo, si dejo ese trabajo en el que me sentía realizado para coger otro donde recibo un mejor salario, pero mi satisfacción personal es menor, probablemente estaríamos ante una pérdida.
- Otro ejemplo: si opto por darle una nueva oportunidad a mi pareja, quedarme y estirar un poco más de esa relación casi imposible, estaré perdiendo, estaré haciéndome daño a mí mismo. No nos olvidemos de que aferrarnos puede resultar mucho más doloroso que soltarnos.
En este sentido, es inteligente que intentemos darle un sentido y una orientación a cada una de nuestras decisiones. Si elijo quedarme o elijo marcharme, será por un fin muy concreto: para invertir en mí, para seguir trabajando día a día en mi felicidad. Esta es además una elección que solo yo puedo tomar, porque nadie puede ponerse por mis zapatos para trazar mi camino, ni nadie puede integrarse por completo en mis circunstancias porque el conocimiento más profundo de las mismas, en la mayoría de las ocasiones, solo puedo alcanzarlo yo.
La respuesta está en tu interior
¿Debo irme o debo quedarme? En ocasiones esta pregunta llega a cronificarse de tal modo que todo empieza a empañarse, perdemos calidad de vida y lo que es peor, nuestro cuerpo empieza a somatizar esa angustia, esa duda perpetua no resuelta.
- Sufrimos insomnio.
- Problemas de digestión.
- Cefaleas.
- Dolores musculoesqueléticos.
- Cambios de humor.
- Taquicardias.
- Problemas de concentración…
Cuando nuestra mente no está en calma, deja de sintonizar con nuestro cuerpo y entonces aparecen desajustes, pistas evidentes de que hay un problema que debemos resolver. Hacerlo no solo es recomendable, sino que es una clara obligación que tenemos que afrontar del mejor modo posible. Estos serían unos pasos sobre los que reflexionar.
Dos componentes para tomar una buena decisión
Hemos oído muchas veces aquello de que la mejor respuesta está siempre en nuestro interior. Llegar a ella es un acto de valiente auto-exploración que puede llevarse a cabo mediante el modelo de resolución de problemas de Thomas D’Zurilla y Marvin Goldfried. Esta propuesta teórica es sencilla e inspiradora y requiere que pongamos en práctica dos procesos:
- Asume una actitud positiva y valiente. A la hora de encarar un problema, nuestra actitud lo es todo. Recordemos una vez más lo señalado con anterioridad, orientemos nuestras acciones en una dirección, la de la ganancia personal. Decidir no es renunciar, en ese paso siempre debe existir un valor añadido, un claro incentivo para nuestra felicidad y equilibrio interior.
- El segundo aspecto es la capacidad para reformular nuestra vida. Siempre llega un momento en el que no queda más opción que reinventarnos de nuevo, reescribir nuestra historia, dar un paso más allá para avanzar siendo los de siempre, pero algo más fuertes, algo más nuevos, relucientes casi.
Para concluir, ante la eterna pregunta de “¿debo irme o debo quedarme?”, entendamos que en realidad no siempre hay una opción más correcta que otra, no hay un camino dorado y otro de espinas puntiagudas. Somos nosotros quienes haremos que esa elección sea la idónea teniendo claras nuestras prioridades, nosotros quienes con nuestro esfuerzo daremos forma a una realidad más satisfactoria.
El camino, al fin y al cabo, lo hacemos siempre nosotros.
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