Las experiencias cercanas a la muerte son uno de los fenómenos que no han podido ser explicados de manera satisfactoria por la ciencia desde un paradigma materialista, en el que se identifica el cerebro con la conciencia. Como dice el Dr. Bruce Grayson, quien ha estudiado por décadas estas experiencias en la Universidad de Virginia, ante estos relatos la ciencia se enfrenta con el hecho asombroso de que las personas reportan una función mental aumentada en un evento en el que su cerebro debería encontrarse en un estado de funcionamiento reducido, cuando no simplemente inerte, sin ninguna posibilidad de tener una experiencia consciente. Pese a estar clínicamente «muertos» o en estado de coma, personas llegan a experimentar visiones beatíficas, estados de unión mística, percepciones de fenómenos simultáneos (como si el tiempo no existiera) e, incluso, logran describir eventos que suceden durante su coma o «muerte» clínica y que luego son corroborados por otras personas.
Grayson ha dicho que, más allá de lo fascinante que pueden ser las descripciones visionarias y las implicaciones que éstas pueden para el paradigma materialista de la ciencia, lo que más le llama la atención es el efecto profundamente transformador que tienen las famosas «near death experiences» (NDE). Como resultado de estas experiencias, las personas suelen perder el miedo a la muerte (y con ello también a la vida), encontrar propósito y sentido existencial, y en general volverse más abiertas y espirituales. Y esto suele ser algo que los acompaña por el resto de su vida. Esto me hace recordar lo que ha dicho Peter Kingsley, el gran experto en la filosofía de Parménides y su método de «incubación» meditativa: la vida se trata de morir antes de morir. Experimentar la muerte o algo que realmente comunique la esencia de la muerte y ponga a prueba al espíritu… y seguir viviendo. Una especie de petite résurrection.
En los últimos años se han documentado numerosos y fascinantes casos de experiencias cercanas a la muerte. Uno de los más notables fue el del Dr Eben Alexander, un neurocirujano de Harvard que tuvo una experiencia tan intensa que después de ella, en el furor de una prolongada euforia, escribió un libro asegurando que el cielo existía y que él tenía las pruebas. Sin duda, quien se interesa por investigar y debatir la explicación científica de este tema hará bien en revisar estos casos, especialmente el trabajo del Dr. Grayson. A mi lo que me interesa, sin embargo, es el sentido filosófico y sobre todo poético de estos encuentros íntimos con la muerte. Y para ello quiero traer a colación dos casos de grandes personajes del siglo XX, quienes vivieron inolvidables experiencias cercanas a la muerte. Uno es el padre Sergii Bulgakov, considerado por muchos el más grande teólogo de la Iglesia Ortodoxa del siglo XX y el principal sistematizador de la sophiología, el otro es el psicólogo suizo Carl Jung.
Una visita del Ángel Guardián