Primero debemos dejar claro que hay dos relatos: el del «yo» y el de la conciencia «Yo Soy». El primer relato se constituye de forma relativa con pedazos de aquí y allá, sometiéndose a su propia historia y tiempo, ya que el «yo» crece y se desarrolla sin ejercitarse en la autoconciencia. El «yo» genera un mundo de tinieblas, ignorancia, ilusión y autoengaño, pues se cree su propia historia. El segundo relato exige una atención clara, diáfana, sin condicionamientos del ayer ni del futuro, es decir, atemporal; se trata de ejercitar y activar la conciencia no condicionada, libre, que es la que nos puede aportar nueva luz. Mediante la contemplación es como podemos activar el «sentido espacial».
Desde la época mítica, el ego empezó a generar una polaridad cada vez más intensa, que terminó con una dualidad separatista en la época mental; en todo este trance separatista el «yo» quedó aislado, encerrado en sí mismo y sus condicionamientos, generándose una dualidad extrema entre lo interior y lo exterior, y quedándose el propio «yo» confuso en su ubicación. Aquellos dioses originarios que nos crearon a su imagen y semejanza, que fueron nuestros propios antepasados, se fueron recluyendo en los substratos interiores de nuestra psiquis en forma de arquetipos, es decir, la realidad original que constituyó nuestro «yo» quedó sepultada en lo que ahora llamamos inconsciente.