A inicios de los años 2010 una todavía desconocida Marie Kondō comenzó a revelarnos los secretos del orden. Poco a poco su método se fue extendiendo para enseñarnos a ordenar un armario, la casa y la vida entera… En 2015, la revista Time la incluyó en su lista de las 100 personas más influyentes del mundo. (Al parecer, el mundo tenía una insospechada e imperiosa necesidad de orden.)
Una década más tarde, ya existen “gurús” de la organización que te enseñan a preparar tu maleta de viaje. Sí, Bing arroja más de medio millón de resultados cuando buscas “como hacer la maleta”. Y eso significa que hay muchas personas que, en vez de ponerse a hacer Tetris con su ropa para encontrar el mejor encaje posible, prefiere que alguien les diga paso a paso lo que deben hacer.
Algunos dirán que eso es optimizar el tiempo o aprender de “los mejores”. Quizá. O quizá nos estamos adentrando en una era en la que la creatividad, la curiosidad y la exploración están dejando paso a una sociedad amebiana (con perdón de las amebas).
El culto del siglo XXI y la realidad que nadie quiere ver
Después de tres hijos y haber hecho sentir culpable a medio mundo por tener sus casas (ergo, sus mentes) desorganizadas, Marie Kondo admitió en una entrevista que ha renunciado al orden. “Mi casa está desordenada”, le confesó a The Washington Post.
No es la única gurú que se da cuenta que entre la teoría en un mundo idílico y la práctica en la vida real existe un trecho enorme.
Robert Kiyosaki, el escritor del bestseller “Padre rico y padre pobre”, gurú de las finanzas que prometía un camino de libertad financiera a sus lectores/seguidores a través de la inversión y los negocios, se jactó en una entrevista con la revista Fortune de tener una deuda de mil millones de dólares.
Por desgracia, las redes sociales han potenciado a la enésima potencia el fenómeno gurú, permitiéndoles llegar a una base de fans cada vez mayor y más ávida de que alguien les diga lo que tienen que hacer para poner orden en sus casas, preparar sus maletas, hacerse ricos trabajando lo menos posible y, por supuesto, tener una salud física envidiable y un equilibrio mental perfecto.
El poder oculto de los gurús: juegan con tus inseguridades y pereza
Estamos rodeados de gurús especializados en todos los ámbitos posibles, que ofrecen (cobran) sus opiniones “iluminadas” sobre todo lo que queramos lograr, como si de una lámpara mágica se tratase. ¿Quieres tener más autoestima? ¡Hecho! ¿Quieres la casa de tus sueños? ¡Te muestro cómo conseguirla! ¿Quieres aprender a ordenar tu armario? ¡Te enseño!
Lo cierto es que los gurús existen porque aprovechan dos debilidades humanas, sobre todo dos: la inseguridad y la pereza (lo siento, alguien tenía que decirlo).
- Nos sentimos inseguros en un mundo cambiante que se nos antoja cada vez más incierto y complejo, de manera que buscamos a alguien que nos diga qué debemos hacer para sobrevivir (generalmente a nivel social). Pero ese alguien tiene que ser una persona real con autoridad. Así podemos creer que alguien realmente sabe lo que hay que hacer, que alguien es capaz de encontrar orden en el caos, lo cual nos devuelve la sensación de control y nos tranquiliza.
- Vivimos en la sociedad del ready to go, el fast food y el prêt-à-porter, por lo que no es extraño que los conceptos de esfuerzo, sacrificio y perseverancia suenen desfasados. Cuando queremos todo y lo queremos ya, nos vemos tentados a buscar soluciones rápidas y fáciles. No tenemos tiempo para explorar, investigar y descubrir por nuestra cuenta. No pensamos ni probamos, buscamos la respuesta en Internet. Y quizá eso valga para preparar las maletas u organizar tu casa, pero no valdrá para poner orden en tu mente.
Por supuesto, los gurús entienden bastante bien este mecanismo psicológico y están dispuestos a utilizarlo. Hacen leva en nuestras inseguridades para promover (vender) sus soluciones, que suelen ser invariablemente, sencillas y siempre a medida de todos.
Coaches, mentores, guías, expertos, acompañantes o influencers prometen el camino más corto o más sencillo al éxito (ya sea doblar perfectamente una camisa o tener la vida de tus sueños). Pero muchas veces olvidan (¿a propósito?) contar la letra pequeña: que las recetas, los consejos, las fórmulas o el camino que ha funcionado para ellos, no es garantía de que funcione para ti, simplemente porque cada quien necesita encontrar una vía adaptada a tu historia.
De fieles seguidores a libre pensadores
Una de las características que nos define y nos ha permitido sobrevivir, crear y evolucionar como especie es la curiosidad. Esa palabra, que deriva del latín “curiòsus” y de “cura”, significa diligencia. Por tanto, ser curioso no solo implica simplemente tener ansias de saber sino, sobre todo, preocuparse por investigar y explorar.
La curiosidad, probablemente la tensión más fecunda de la humanidad, es la capacidad para darnos cuenta de que detrás de la experiencia, por agotadora que sea, se esconde una sabiduría serena. Es un impulso que nos mueve a descubrir otras formas de hacer las cosas, pensar, ser y, por supuesto, de alcanzar nuestros objetivos.
Sin la curiosidad, la fe sustituye el pensamiento. Dejamos de ser proactivos y nos convertimos en reactivos. Sin la curiosidad, el problema es un mero obstáculo (no nos damos cuenta de que el obstáculo es el camino). Si perdemos la curiosidad y las ganas de explorar, perdemos la oportunidad de vivir y crecer a través de los contratiempos y los problemas.
Por supuesto, eso no significa que no necesitemos a nadie. Hay muchas personas inspiradoras y sabias de quienes podemos aprender. Sin embargo, muchas están cerca de nosotros, no es necesario buscarlas en el otro extremo del mundo o en Internet. Cualquiera puede ser gurú por un día, desde un amigo que nos dé buenos consejos hasta un anciano que acabamos de conocer. Incluso un niño o una mascota pueden ayudarnos a descubrir cosas nuevas.
Por supuesto, también hay coaches, mentores y gurús muy buenos que pueden ayudarnos en un momento puntual a lo largo de nuestro camino. Sin embargo, debemos cerciorarnos de que esas relaciones realmente nos empoderen y no se conviertan en una dependencia. Y, sobre todo, debemos asegurarnos de no recurrir a ellos buscando la «vía rápida» o la «solución milagrosa».
No hay nada de malo en simplificarnos la vida y buscar estrategias para sentirnos mejor o hacer las cosas de manera más eficiente. Pero tenemos que buscar con la mente abierta, la actitud curiosa y la duda pronta.
Porque, en el fondo, tu mejor gurú eres tú mismo. Nadie mejor que tú para saber qué necesitas y marcarte el camino. Nadie podrá recorrer ese trayecto por ti, así que será mejor que te prepares para desandarlo. Cayéndote y levantándote. Equivocándote y volviendo a empezar. No importa cuánto tardes, es mejor descubrir las respuestas por ti mismo, que seguir un manual de instrucciones para la vida que ha escrito otra persona.
Al menos esa es mi verdad. Ese es mi camino. Tú, por supuesto, tendrás que encontrar el tuyo.
¿Por qué hay cada vez más gurús y, lo que es peor, gente dispuesta a seguirlos?