La jardinería orgánica es mucho más que un simple intercambio por otro, de hecho, requiere que usted cambie su forma de pensar sobre el suelo, el aire y el agua; cómo sus decisiones afectan al ecosistema local y cómo esta forma de cultivo afecta a la persona que come el producto. Por lo general usted y su familia. Se trata de una forma completamente diferente de pensar, llamada “vida ética”. Cuando practicamos una vida ética, tomamos decisiones a nivel local, que crean el menor impacto posible sobre el medio ambiente. Estas decisiones locales pueden llevar mucho tiempo.
Muchos al leer esta página cultivaron un huerto con productos químicos, incluido yo mismo. En aquellos días, la idea era eliminar del huerto con insecticidas a cada insecto que se pudiera encontrar, añadiendo a las plantas grandes cantidades de fertilizantes a base de nitrógeno derivado del petróleo, para que crecieran frutas y verduras en forma descomunal. Ahora sabemos que esto llevó al desastre y es totalmente insostenible.
Ahora nos enfrentamos con la dura realidad de que los insectos son resistentes a pesticidas inventados para matarlos, y muchos fertilizantes sintéticos se escurren en los campos agrícolas proliferando algas verdes, consumiendo miles de kilómetros cuadrados de vías fluviales del mundo (vea estas fotos en National Geographic). Este es el desafortunado efecto secundario al tratar de aumentar el rendimiento de cultivos y la disminución de tierras aradas, aumento de población mundial, y el nivel de vida se eleva en lo que se conocía como países del tercer mundo.
Estas son consecuencias de la tecnología, hoy es imprescindible que apoyemos el crecimiento local y la agricultura, comiendo alimentos de temporada tan a menudo como sea posible. Para nosotros los granjeros, incluye el crecimiento tanto de frutas y verduras como sea posible en un huerto ecológico, la definición misma, es vida ética.
La importancia de comer productos de temporada no puede ser subestimada. Aquí, en el noreste, en enero, puedo comprar un tomate en el mercado local. Cualquier agricultor sabe que los tomates son un cultivo de estación cálida, requieren de 75° a 85°F de temperatura, suelo cálido, mucha luz, y la cantidad justa de agua para madurarlos debidamente.
En Pennsylvania, depende del cultivo, esto sucede en julio, agosto y septiembre. Obviamente los tomates “recién salidos de la planta” en enero, no se cultivan en cualquier lugar cercano donde vivo. De hecho, ese tomate fue probablemente cultivado en Florida, fue recogido cuando estaba verde y empacado duro, llevado en camión (o peor, en avión), dosificado con gas etileno para alentarlo a madurar en el camino, a continuación, aspergeado con más etileno en las “cámaras de maduración” del comerciante antes de ser transportado en camión a mi mercado local. Delicioso. (Etileno es una hormona producida naturalmente por las plantas que regulan la maduración de la fruta, el gas etileno estimula a que la fruta madure antes de tiempo).
El rastro de carbono agregado para que yo pueda comer ese tomate en invierno es asombroso:
• La energía utilizada en la fabricación de fertilizantes que se utilizaron en el campo para hacer crecer el tomate.
• La energía utilizada para trabajar la maquinaria de siembra/plantación, cosecha y procesamiento.
• La energía utilizada para la refrigeración en la granja, durante el transporte y el almacenamiento.
• La energía utilizada en Food Miles, el número de millas y métodos empleados para que el alimento llegue a mi mesa.
De hecho, es un argumento convincente para la compra local, pero hay otro lado en la ecuación, por eso también hago hincapié en comer alimentos de temporada. Ese mismo tomate en enero pudo haber sido cultivado localmente en un invernadero, reduciendo las Food Miles, pero requiere grandes cantidades de calor. Si el calor se produce por combustibles fósiles, el tomate local podría en realidad tener una huella de carbono más grande que el tomate que viajó desde Florida. Todo un dilema, ¿no es así?
Ahora supongamos que ese tomate creció en mi jardín orgánico en verano, usando nada más que el abono hecho en casa con restos de comida y desechos del jardín. En septiembre, cuando estuvo totalmente maduro y natural, lo puse en el congelador. Cuando lo descongelé, y lo comí en enero, el sabor y nutrición fueron superiores al tomate del mercado, incluso la ligera pérdida de sabor que viene con la congelación. Además, el contenido nutricional de mi tomate que maduró plenamente en la planta sería superior a la de tomates cosechados cuando están verdes. Mi propia cosecha del tomate congelado, puede que no sea apto para comerlo en una ensalada, pero es muy bueno en salsas o sopas.
El rastro de carbono para el tomate de mi propia cosecha es mínimo en comparación:
• La energía utilizada para enviarme las semillas (si son semillas guardadas de la temporada anterior, elimínelo).
• La energía utilizada para hervir el agua.
• La energía utilizada en refrigeración (si es enlatada, guardada en casa, elimínelo).
• La energía usada para hacer una bolsa de plástico o recipiente de vidrio.
Vida ética – coma del lugar, coma alimentos de temporada. Las decisiones que tome a nivel local son de largo alcance, que a veces no llegamos a comprender.
Este artículo fue publicado originalmente en www.bigblogofgardening.com
*Imagen de “verduras” vía Shutterstock
http://www.lagranepoca.com/32094-que-alimentos-organicos-locales-estacion-son-mejor-opcion