Alfonso tiene 19 años y estudia Magisterio. Compagina sus estudios con su trabajo como secretario en una escuela musical, todo es poco para poder ayudar en casa. Allí, en el hogar, sus padres llevan en paro tanto, que ya no cobran ni la ayuda de 400 euros. Con este panorama, ir a la Universidad es todo un lujo para este joven; y su dependencia de las ayudas públicas, absoluta.
Hace dos años, cuando comenzaba su andadura estudiantil, le denegaron la beca. Había heredado un almacén sin valor real y se pasaba del límite máximo para obtenerla. A pesar de todo, consiguió seguir estudiando, pero no olvida que estuvo a punto de perder su oportunidad. Y piensa cobrarse el descontento en las urnas.
En las próximas generales votarán por primera vez algo más de un millón de nuevos electores. Jóvenes que, como Alfonso, han forjado su conciencia política en tiempos revueltos. Podemos, con un 15,8%, lidera su intención de voto.
«No hay nada más lejano a nosotros que Mayor Oreja o González Pons, ni nada más cercano que Íñigo Errejón«. Quien habla, con toda la contundencia de sus 19 años, es Abraham Mendieta, estudiante de Ciencias Políticas y Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid (UCM) y miembro del Círculo Podemos UCM. Para él, como para algo más de un millón de jóvenes, las generales de finales de 2015 serán su primera vez ante las urnas. Y lo tiene claro: el partido de Pablo Iglesias es su única opción.
Primera vez ante las urnas
Votar por primera vez supone uno de los acontecimientos más importantes en el desarrollo personal del individuo. Pero ni ese momento ni las motivaciones de la decisión primigenia se volverán a repetir, ni siquiera cuando, aun siendo mayor de edad, uno siga perteneciendo a ese grupo social, los jóvenes, que mientan con preocupación políticos y medios de comunicación, indistintamente, en estos tiempos convulsos. Fueron 963.040 los novatos en los últimos comicios, las elecciones al Parlamento Europeo del pasado mayo. Si bien el censo electoral para las generales de 2015 aún no se ha elaborado, sí se puede suponer que lleguen a la edad de votar algo más de un millón de personas que en 2011 no lo hicieron, un suculento nido para las formaciones políticas, especialmente para las nuevas.
«Los jóvenes no pueden considerarse un grupo homogéneo, ni en sus actitudes políticas ni en su comportamiento electoral. Suelen distinguirse claramente dos grupos: aquéllos que acuden por primer a las urnas y quienes ya lo han hecho antes», confirma Araceli Mateos, profesora de Ciencia Política de la Universidad de Salamanca. Los primerizos tienen, en general, más dudas sobre si participar o abstenerse, y también sobre a qué partido votar, una decisión que suelen tomar en el último momento.
Entre las tres primeras opciones de voto de este grupo ha estado siempre la de no votar. Según Mateos, de hecho, son los más abstencionistas del conjunto de la población, y sus razones siempre han girado en torno a «la inutilidad» de su participación. Los más jóvenes han hecho suyo, incluso antes de que se acuñase, el eslogan del 15-M: «No nos representan». Casi la mitad de los encuestados por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) en noviembre de 2011 defendía que sólo se debía votar si existía «una alternativa satisfactoria» (el 47,2%, para ser exactos).
Tres años después, parece que esa «alternativa» ha llegado y los nuevos votantes no han hecho esperar su respaldo. El tsunamielectoral que ha supuesto la irrupción de Podemos en el panorama político no ha sido menos revolucionario en el grupo de ciudadanos más libre de fidelidades partidistas. La formación que, con tan sólo seis meses de vida, se ha convertido en primera opción de voto directo para los españoles es también la favorita de los noveles, y va ganando incluso a los indecisos y abstencionistas. Si, en julio, un 12,7% de quienes no habían votado nunca depositaba su confianza en Podemos, en el barómetro del CIS de octubre este respaldo crece tres puntos porcentuales, y la abstención y las dudas que en junio manifestaban el 44,3% de estos jóvenes descienden hoy al 34,2%.
Para Mendieta, de hecho, Podemos es su «única opción». «No me queda más alternativa, es mi maldita realidad cotidiana», afirma. La matrícula le cuesta al año a este andaluz 1.700 euros. En casa sólo trabaja su padre, y cobra 1.200 euros, así que las tasas universitarias representan para su familia «la comida de seis meses». «Sin beca ni siquiera podría plantearme cursar esta carrera, porque el centro más cercano que la imparte está a 200 km. de mi casa», afirma, y sus acusaciones tienen nombre: «Los dos grandes partidos se han dividido este país y el resultado son cinco millones y medio de parados y miles de estudiantes expulsados del sistema universitario por no tener una beca».
La Universidad como agente socializador
El alma máter es un importante coto de captación de simpatizantes para la formación del círculo morado, que nació precisamente en las aulas a las que acude Mendieta cada día. De hecho, la influencia de los amigos y de los compañeros de estudio suele ser uno de los factores más influyentes a la hora de tomar la decisión de votar y de por quién hacerlo entre los más jóvenes.
Sin embargo, el contexto en el que se produce su socialización política también tiene un fuerte impacto en su participación electoral. «De hecho, en momentos con altas tasas de inflación o desempleo, el interés e implicación de los jóvenes es siempre mayor», apunta Mateos.
Echando cuentas, es fácil comprender el porqué de la desafección política que profesan los recién llegados a la mayoría de edad. Fueron niños a finales de los 90, en un contexto de economía boyante, de tasas de desempleo en mínimos históricos y con una sociedad enmarcada en la euforia colectiva del consumismo. Lo tuvieron todo y, cuando llegaron a la adolescencia, ese espejismo se esfumó y llegaron las vacas flacas. Justo en el momento en que comenzaba a formarse su conciencia política.
«Hace unos años, esos jóvenes que no tuvimos que vivir una larga posguerra o una dictadura (en ocasiones parece que tengamos que pedir disculpas) fuimos bautizados como millenials. Lo seguimos siendo, nos toca por época, pero ahora nos llaman algo mucho más humillante: la generación perdida. Manda huevos que tengamos que oír eso del sistema que nos ha llevado a la situación en la que estamos». La rabia que destilan las palabras de Benjamín Serraimpregna también las páginas del libro que publica esta semana conEdiciones Península: Sobradamente preparado para limpiar váteres en Londres.
No es país para jóvenes
El título puede sonar familiar. En forma de tuit, se convirtió en un fenómeno viral el año pasado, cuando miles de jóvenes lo adoptaron como eslogan del tiempo que les ha tocado vivir. A Serra, como a la mayor parte de sus coetáneos, les prometieron que si se esforzaban en sus estudios, todo iría bien. Dos carreras con premio extraordinario y un máster más tarde, la única opción que encontró él para salir adelante fue emigrar a la capital británica. Su experiencia le ha llevado a una triste conclusión: «España no es un país diseñado para los jóvenes».
«Tal y como están las cosas, si yo fuera concejal, banquero o amigo aprovechado tampoco perdería la oportunidad de enchufar a mi hijo», espeta el muy irónico Serra. En efecto, la corrupción es un tema que preocupa a los nuevos votantes. En un barómetro sobre este tema que publicó el CIS en 2011, el 83% de los más jóvenes consideraron que es un problema de la «máxima importancia» para la democracia, y el 81,4% la veían «muy» o «bastante» extendida. De hecho, la proliferación de casos sucios en el último año ha marcado la entrada de la corrupción en el Top 3 de malestares de los novatos. Donde hasta 2011 el terrorismo, el paro y la inmigración figuraban como las mayores preocupaciones de los jóvenes, se sitúan hoy la corrupción y los problemas económicos. El paro sigue en la pole position para el 64,5%.
Sin embargo, si bien la aparición de nuevos movimientos ciudadanos, como el 15-M, y su canalización hacia el sistema político han marcado un antes y un después en el comportamiento electoral de los primerizos, las filias y fobias de estos nuevos votantes también han ido fluctuando entre los partidos tradicionales desde la llegada de la democracia. El PSOE mantuvo una hegemonía de voto hasta 1989, que se transfirió hacia IU y el PP hasta el año 2000. Desde 2004, PP y PSOE se han ido alternando, sin mucha diferencia; hasta este verano.
«Pueden identificarse procesos electorales en los que su mayor o menor movilización ha hecho que se focalizara la atención de los partidos en este grupo de edad como potencial base electoral a capturar, o que se pensara en ellos como la llave que había dado lugar a un cambio de Gobierno», apunta Araceli Mateos. Así, por ejemplo, el cambio en el liderazgo del PSOE al más joven Pedro Sánchez le ha valido al partido de la oposición una ganancia de 6,7 puntos porcentuales (de un 5,1% en julio ha pasado a un 11,8 en noviembre) en intención de voto de los novatos, además de adelantar al PP, que se queda con un 9,2% como tercera fuerza.
La regeneración por bandera
Incluso dentro de la formación en el Gobierno, sus bases más jóvenes reclaman «regeneración». «Ser del PP hoy está muy mal visto», reconoce Carolina del Bosque, secretaria de Programas Electorales de Nuevas Generaciones en Valladolid. Aunque admite que su formación está empezando a reaccionar a los escándalos de corrupción, sí avisa: «O cambian cosas o van a perder muchísimos votos».
Esta joven estudiante de Derecho y Administración y Dirección de Empresas se mantiene, sin embargo, fiel al PP, y el año que viene, cuando se ponga por primera vez ante las urnas, su papeleta irá para este partido o en blanco. ¿Su motivación principal? Puramente personal. «Es la formación que más ha apoyado a los empresarios, así que es una garantía de futuro para mí».
Y es que el voto juvenil, y en mayor medida el del votante primerizo, viene muy marcado por lo que viva en casa. Con un padre empresario y una madre trabajadora, a la familia de Del Bosque no le ha ido mal. Ella es realista: «Sé que si mi familia sufriera pensaría diferente, pero cada uno nos tenemos que buscar las habichuelas. Podemos es muy ideal, sí, pero también es imposible».
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