Por el Dr. Eduardo Rafael Zancolli – Autor del Best Seller «El Misterio de las Coincidencias»
Introducción a la Sincronicidad
Todos los mortales que habitamos este mundo nos enfrentamos a un mismo misterio. En algún momento, o tal vez muy frecuentemente, nos hemos planteado quiénes somos y cuál es el significado de nuestras vidas.
Las respuestas a dicho planteamiento son muy variadas de acuerdo a las fuentes que hayamos tomado para contestarlas.
En la antigüedad eran los profetas quienes, escuchando la voz de Dios», trasmitían algunos secretos sobre la creación al resto de los seres. Desde el siglo XVII en adelante ha sido del dominio de los científicos descubrir cómo está constituido y cómo funciona el universo. Ellos han hecho ingentes esfuerzos por contestar a grandes interrogantes: cómo fue creada la materia por primera vez, cómo comenzó la vida, y últimamente qué es la conciencia, dónde se asienta y cómo interactúa con la naturaleza. Por lo tanto la ciencia ha sido el vehículo más aceptado, relegando así a los antiguos profetas, para encontrar las explicaciones a nuestros eternos cuestionamientos de tipo existencial.
A través de ese vehículo, la ciencia, se ha logrado penetrar a la estructura interna del átomo; describir las fuerzas interactuantes dentro del núcleo; describir también un verdadero «zoológico» de partículas subatómicas (cerca del centenar); desentrañar uno de los mayores misterios de la vida, la composición del código genético; identificar los misteriosos agujeros negros; registrar la formación de galaxias, estrellas y planetas; descubrir los mecanismos fisiológicos del cuerpo humano; y hasta obtener registros del supuesto comienzo de todo, el Big Bang (todo esto entre tantos otros descubrimientos).
Pero más allá de todo ello, también disfrutamos de cosas que tienen resonancia en un centro emisor‑receptor diferente, nuestro mundo interior. El sabor de la literatura, la música, la pintura, la escultura, la arquitectura, las experiencias contemplativas y místicas, e incluso para algunos, el deleite de sus propias vidas, son patrimonio de las vivencias exclusivas de nuestro mundo interior. También se incluyen aquí nuestras pasiones, el amor, e incluso la imaginación y la ficción.
De este breve análisis surge con gran claridad la existencia de una aparente brecha infranqueable entre nuestro mundo interno (lleno de pasiones, sensaciones, deseos e intuiciones), y el mundo físico externo “real» que nos rodea (ese que a toda causa física le sigue un efecto proporcional).
¿Cómo unificarlos? ¿Cómo sentir la unidad entre lo que es aceptado como absolutamente «real» y tantas otras vivencias interiores que son reales para nosotros y que, tal vez, ni siquiera nos animemos a contarlas a otras personas en muchas ocasiones? ¿Cuán real es lo que viven…ciarnos en nuestro mundo interior?
Si nos basamos en nuestra educación, basada en el paradigma reinante, esos dos mundos parecen demasiado distantes entre sí. E incluso, a veces, pueden estar en franca contradicción.
A pesar de todo ello, y a pesar de que lo que vivimos algunos podrían considerarlo dentro del reino de lo «irreal’, nadie nos podrá doblegamos para desistir de su licitud, o ir en contra de nuestras experiencias interiores. Pero, ¿por qué es así? En el fondo, nuestras vidas no son más que caminos evolutivos que se basan en la continua búsqueda de significado, y una vez que le encontrarnos significado a algo eso es «real» para nosotros. Desde niños vivimos relacionándonos con el mundo a partir de encontrarle significado a las cosas. Las preguntas son inevitables: ¿Qué es eso? ¿Para qué sirve eso? Todo, desde un tenedor, un destornillador, o un puntero láser, o cualquier otra cosa con la que nos hayamos relacionado, ha pasado por ese mecanismo de interpretación en busca de significado en nuestra conciencia.
La pregunta que surge es si en nuestra vida diaria tenemos algún elemento que nos esté mostrando la unión entre esos dos mundos. Algo que nos permita profundizar en los mecanismos del funcionamiento de la naturaleza (esos que están «ocultos», o que no pueden ser descifrados solamente por nuestros cinco sentidos externos), para llegar a comprender desde un plano más profundo cuál es nuestro rol participativo en el universo.
Y la respuesta es Sí, existe algo que todos vivenciamos en común y que nos permite comenzar a vislumbrar esa conexión. Me estoy refiriendo a las coincidencias, pero no a las simples coincidencias, sino a aquellas que contienen la información con significado trascendental para nuestras vidas. Se deben diferenciar de aquellas otras simples coincidencias, por azar puro, que no traen respuestas ni producen cambios en nuestros caminos (como por ejemplo, que en dos partidos de fútbol se hagan goles en el mismo instante). Todos nosotros hemos tenido en nuestras vidas ese tipo de coincidencias con significado que han cambiado nuestros rumbos, e incluso nuestros valores y perspectivas sobre la vida.
Para comprender con un ejemplo lo que es una sincronicidad, podemos mencionar lo que James Redfleld, autor de la conocida La Novena Revelación, relata que encontró entre los escritos de Abraham Lincoln. Sucedió en su juventud. En aquella época, Lincoln sentía que debía ser algo diferente a un granjero o trabajador manual, como era el común denominador en los miembros de su comunidad de Illinois. Un día se encontró con un vendedor ambulante que estaba atravesando una época difícil y que le ofreció, a cambio de un dólar, un viejo barril de objetos diversos, la mayoría sin valor. Lincoln podía haberse quitado de encima a aquel vendedor arruinado, pero en cambio le dio el dinero y guardó los objetos. Más tarde, cuando vació el barril, Lincoln halló entre los botes y los utensilios viejos una colección de libros de derecho, gracias a los cuales estudió hasta ser abogado y a partir de ahí prosiguió su célebre destino.
A ese tipo de coincidencias con significado, esas que «encajan» con nuestra historia personal, Carl Gustav Jung las ha dado en llamar «sincronicidad». El nombre elegido tal vez no haya sido el más afortunado, ya que puede inducir a confusión entre sincronicidad y sincronía. Esta última palabra implica el concepto de algo que sucede en el mismo tiempo. En las sincronicidades, en cambio, los eventos interconectados suelen suceder espaciados en el tiempo. Incluso, los eventos pueden interconectarse después de pasados muchos años. Lo único que conecta los eventos dentro de una misma sincronicidad es que están dentro del mismo «guión», están conectados por el mismo significado, y «encajan» con nuestra historia personal.
Vistas las sincronicidades desde el punto de vista estrictamente científico, lo que se plantea en este escurridizo asunto es en qué medida este tipo de sucesos pueden ocurrir exclusivamente por azar, basándose en el cálculo de probabilidades. En otras palabras, ¿cuál es el delicado límite entre el azar y una sincronicidad? Las investigaciones demuestran que la estadística no contiene la clave a estos fenómenos tan frecuentes.
Les relataré otra sincronicidad, una comentada por Nicholas Green sobre algo que le sucedió al actor Anthony Hopkins. Ella nos muestra con claridad cuan alejadas pueden estar las sincronicidades de un evento que ocurra simplemente por azar probabilístico. Hace años se le propuso, a Anthony Hopkins, un papel en una película que estaba basada en el libro de George Feifer, The Girl from Petrovka. Como buen profesional se empeñó en leer el libro, pero en todas las librerías de Londres lo tenían agotado. Un buen día se sentó en el Metro y, en el asiento contiguo, descubrió un ejemplar de The Girl from Petrovka. Ese libro contenía una gran cantidad de notas personales escritas en los márgenes. Dos años más tarde, cuando comenzó el rodaje de la película, tuvo la oportunidad de conocer a Feifer, ‑el autor del libro. Conversando ambos, Feifer inexplicablemente sacó el tema de la pérdida de su copia del libro dos años antes. Fue entonces cuando Hopkins quedó totalmente deslumbrado por la operatoria de la sincronicidad (y pudo devolverle el libro a su dueño).
David Peat, un físico filósofo de la ciencia, señala con tremendo acierto que se puede construir un puente entre los mundos interior y exterior a partir de la sincronicidad. Nos da un punto de partida (para comenzar la construcción de un puente que conecta mente y materia, física y psiquis), ya que nos provee de una visión que va más allá de nuestras nociones de causalidad en los patrones de funcionamiento de la naturaleza. Una danza subyacente, perteneciente a un orden más profundo, que interconecta todas las cosas, incluidos nosotros mismos.
Y de esa forma de ver las cosas que nos suceden (de reconocer un orden más profundo, con propósito, ocupándose individualmente de cada uno de nosotros), es que depende que podamos cambiar el paradigma reinante por uno más coherente.
«El mundo que hemos creado es producto de nuestra forma de pensar” dijo Einstein. «Es una locura pensar que el mundo pueda cambiar sin que cambien nuestros modelos mentales.»
¿Existe esta danza subyacente en algún plano ya descubierto por la ciencia en el que las cosas funcionen basadas en esa interconectividad? La respuesta es Sí. Pero vayamos lentamente, y comencemos teniendo una noción de cómo era la interpretación de esas coincidencias, las que han estado presentes en las vidas de todos los seres humanos que nos precedieron en tiempos pasados.
Visiones de la Antigüedad
Según los que han analizado el tema desde distintos ángulos, se puede ver una clara diferencia en Occidente y en Oriente en las interpretaciones que tenían sobre las coincidencias con significado. Veamos primero, someramente, a Occidente.
Los relatos de Homero del 800 A.C., refiriéndose a la relación entre los mortales y los dioses del Olimpo en épocas alrededor del 1200 A.C., mostraban una interrelación muy particular. Lo que hoy llamamos sincronicidad, en aquel entonces era atribuido a la intervención directa de los dioses en las vidas de los mortales, montando los escenarios y situaciones particulares que les sucederían (como podría ser hacerle caer la espada de la mano en el medio de una batalla, o que a su carruaje se le saliese una rueda en el momento crucial). En muchas de ellas se puede ver, incluso, el capricho de dichos dioses en sus intervenciones. En nuestro tiempo, una película muestra una relación similar entre el protagonista y el Director del estudio de televisión quien, sin darle a conocer la verdadera situación, arreglaba las situaciones para que tuviesen lógica dentro del guión. Me estoy refiriendo a The Truman Show. Muchos otros intelectuales de nuestro tiempo siguen teniendo visiones similares sobre las coincidencias. Carmen Posadas, Premio Planeta de literatura, escribió en boca de uno de los personajes en Pequeñas Infamias: «Las casualidades son bromas que los dioses gastan a los mortales».
En aquellas épocas de Grecia y Roma, le atribuían incluso a un dios particular esa capacidad de crear ese tipo de situaciones, Hermes en Grecia y Mercurio en Roma. Hace tiempo leí un libro dedicado enteramente a ello: Hermes, the trickster.
En Grecia se relacionaba las sincronicidades con la adivinación. La adivinación era un factor muy tenido en cuenta para tratar de anticiparse a conocer «el guión» de lo que le iba a tocar enfrentar. Cuentan que una mujer embarazada, oriunda de la isla de Samos, viajó a consultar al oráculo de Delfos sobre el futuro del porvenir del hijo por nacer. En aquel sitio tan particular, bañado continuamente por gases sulfurosos, las pitonisas (adivinadoras) le anticiparon que el hijo que daría a luz contribuiría al conocimiento de la humanidad y sería recordado por los siglos de los siglos. De ahí el nombre que le pusieron al recién nacido, Pitágoras. «Pita» por las pitonisas, y «ágoras» por el augurio (el augurio de las pitonisas). Hoy, este mismo tipo de augurio es buscado por una increíble cantidad de personas que recurren a sus cartas natales, numerólogos, tarotistas y adivinadores en general. Incluso en The Matrix, la película que está revolucionando al cine, recurre a ese mismo tipo de semejanza cuando lo llevan a Neo al oráculo para que le diga si él es el elegido.
A pesar del advenimiento de las religiones monoteístas, Occidente no eliminó la consideración de las coincidencias con significado en las vidas de los mortales. La diferencia era que a partir de entonces fueron atribuidas a la voluntad de Dios, y esas eran sus señales. Así podemos ver a lo largo de la historia que la coronación de reyes, el advenimiento de guerras o epidemias, o el nacimiento de grandes seres eran siempre acompañados por una variedad de portentos naturales. La simple observación del tapiz de Bayeux, ese que retrata la conquista Normanda de Inglaterra en el 1066, nos muestra un cometa en el cielo. Tal vez simplemente remedando la estrella de Belén. Se debe remarcar que ya no eran los profetas «escuchando» la voz de Dios, sino que ahora todos los mortales recibían sus señales a través de dichos fenómenos.
Más tarde en la evolución, después del Renacimiento, con el advenimiento de la ciencia, ese tipo de portentos quedó absolutamente limitado al patrimonio de la vivencia interior. Bajo el lema: «Todo lo que no se ve, o que no puede ser demostrado, no es real», los seres humanos dejaron en manos de una nueva deidad (ahora científica: las probabilidades y el azar) el dominio de las coincidencias con significado. Muchos incluso habrán temido comentarlas para que no los catalogasen rayando con la locura. Se perdió la licitud de la interpretación personal sobre ese tipo de vivencias. El nuevo paradigma las atribuía a la casualidad. Bajo ningún punto de vista se las podía considerar causales, ya que no eran medibles ni demostrables.
A diferencia de Occidente, Oriente les dio otra interpretación desde la antigüedad. Ya en los milenarios Vedas se pueden encontrar sus referencias. Dice Deepak Chopra que, de acuerdo a tradición Védica, hay sólo dos síntomas que permiten definir a una persona que se encuentra en su camino a la iluminación. Primero, la sensación de que las preocupaciones están desapareciendo. No se siente abatido por la vida. Las cosas pueden ir mal, pero eso ya no le molesta más. En segundo término, en cada área de su vida, comienza a notar un gran número de eventos sincronísticos. Las coincidencias con significado, parecen ocurrir con mayor frecuencia cada vez (como recibiendo mayor cantidad de «mensajes» viniendo de un plano inmanifiesto).
También en China la interpretación de las coincidencias con significado fue vista de una manera distinta a la de Occidente. Los chinos se basaban en tres aspectos: 1) el concepto sobre el tiempo (viéndolo circular en lugar de lineal); 2) trataban de interpretar los sucesos dentro de un patrón de eventos que suceden juntos en el tiempo (y no como eventos aislados); y 3) interpretando los números a partir desde un punto de vista cualitativo, y no cuantitativo como nosotros.
Un breve cuento clarificará este último aspecto. En la antigua China un ejército había rechazado la ofensiva de otro mucho más poderoso. La encrucijada, para el ejército más débil, era si lo más apropiado era esperar o atacar. Eran 11 generales los que se sentaron para tomar la decisión. Ocho votaron por esperar y tres por atacar. Con nuestra visión de las cosas no dudaríamos que la decisión tomada fue la de esperar. Pero no fue así. ¡La votación demostraba el consenso para atacar! ¿Por qué? En China el número tres representa el concepto de unidad. ¡Y todos estuvieron de acuerdo en que la votación indicaba atacar!
Igual que en Occidente, en las culturas orientales también se le daba trascendencia a la manifestación de fenómenos de la naturaleza como augurio de situaciones especiales. Les daré un ejemplo entre los tantos que se pueden encontrar. Relata Sogyal Rimpoché que diez días antes de la muerte de un gran maestro en 1959, Jamyang Khyentse, un sismo había hecho temblar la tierra, y que, según los milenarios Sutras budistas, esa era una señal que anunciaba el fallecimiento inminente de un ser iluminado.
De todo lo expuesto se puede apreciar que tanto en Occidente como en Oriente, en la antigüedad, y a pesar de sus diferencias, las coincidencias con significado tenían real valor como señales en las vidas de los seres. De una forma o de otra, provenían de algún tipo de orden superior. No sólo participaban en ellas los seres humanos, sino que eran un todo con los fenómenos de la naturaleza. Dentro de ese contexto, la naturaleza entera era considerada un único y gigante organismo en el que cada persona tenía un lugar bien definido. Oriente ha mantenido en gran medida esa visión. Hoy en Occidente, con el paradigma reinante, impuesto a partir de la ciencia, hemos perdido esa posición, habiendo pasado a considerarnos meros espectadores de a naturaleza y su evolución, dentro del contexto numérico de la población en general.
El Paradigma Reinante
Con el nacimiento de la ciencia en Occidente, se produjo el choque de los descubrimientos objetivos con muchas visiones absolutamente contrarias. Estas últimas habían sido sostenidas, exclusivamente, por el dogma religioso. Para contrarrestar muchos conceptos casi irracionales sostenidos por el dogma (como por ej. que la tierra no podía ser redonda), la ciencia tuvo que imponerse, tal vez con excesiva rigidez, para lograr «separar las aguas» en lo referente al conocimiento de la naturaleza. Por ello, lo único que se aceptaba como absolutamente real era lo que había podido ser demostrado a través del método científico.
Desde Newton, el paradigma de su mecánica se convirtió en el modelo para todas las otras ciencias. Fue utilizado incluso para la interpretación de las propias vidas y para sentir que se podía atrapar al tiempo dentro de los relojes (¡lograron creer que lo habían encerrado en pequeñas cajitas!). Esa visión transformó la manera de cómo se veía al universo, pasando de un organismo viviente a algo muy parecido a una gran máquina.
Este sigue siendo hoy el paradigma reinante: seres que nacen con conciencia dentro de un «universo máquina”. Y lo que es peor, al no encontrar una clara ubicación de «encaje» dentro de la naturaleza, los seres han pasado a ser un simple número dentro de una población. Se ha ido creando un sistema de vida, a todo nivel, que no es coherente con el encaje y la confianza de ser parte de la naturaleza. Se ha perdido el significado y la búsqueda de propósito. Los resultados están a la vista: hambre, falta de agua potable, contaminación, destrucción de la capa de ozono, recursos económicos masivos destinados para las armas, delincuencia, guerras, terrorismo, destrucción, desprecio por la vida humana, etc., etc., etc.
Parece ser que es absolutamente necesario un cambio radical de paradigma. El cambio del color de las gafas con el que decodificamos nuestras vidas y la realidad. Ya no alcanza con pequeños cambios paulatinos.
Creo que un buen ejemplo, para darnos cuenta de cómo nuestras creencias pueden “crear» la realidad, lo podemos encontrar en lo que han llamado «El paradigma del espía». Durante «La Guerra Fría» enviaban, de ambos bandos, espías del otro lado de la «Cortina de hierro». Para que tuvieran éxito, y que no fuesen descubiertos, era fundamental entrenarlos, minuciosamente, en el idioma, en los vocablos y modismos, en la cultura, en los pensamientos y creencias, en la ideología, etc.. En otras palabras, debían «hacer carne» al otro paradigma, y lograr pensar igual que el rival. El problema surgía una vez que lo lograban. Veían que al tiempo, los espías estaban tan consustanciados con el paradigma rival que terminaban creyéndolo como su verdad. Esa fue la causa por la cual tantos espías cambiaron de bando y se convirtieron en «dobles espías».
De este ejemplo surge claramente que podemos cambiar el paradigma para tratar de construir un mundo mejor. Pero ello depende de lo que se enseñe y de las creencias que logren imperar. Es por esto que tantos seres mencionan que comprender el funcionamiento profundo de la sincronicidad, donde todo está interconectado en una danza originada en un orden superior con propósito, es un paso importante para cambiar el contenido de las creencias de nuestro paradigma. Tendremos una conciencia más clara sobre nuestra responsabilidad por el sólo hecho de participar de la vida, como «cocreadores» de la realidad dentro de un universo participativo. Podremos sentir que hemos recobrado nuestro «encaje» y confianza dentro de la naturaleza.
Cambios a principios del siglo XX
A principios del siglo XX, los científicos comenzaron a elaborar ingeniosas teorías que derrumbaron las murallas del conocimiento previo, ese que se basaba en la causalidad (determinismo). A partir de 1900, con el quantum de Planck, nació la física cuántica. Poco tiempo después, en 1905 y 1916, Einstein desarrolló la teoría de la relatividad. Para 1927 el paradigma del universo como maquina ya había sido derribado. El mundo, de donde todo se formaba, ya era probabilístico, tanto partícula como onda, la energía y la materia ya eran intercambiables, y la incertidumbre se mostraba con todo su esplendor en el funcionamiento de la naturaleza.
Y aquí la gran paradoja. El resto de las ciencias, tal vez debido a que la física no pudo contar en palabras sencillas sus descubrimientos, o por falta de una filosofía que acompañase a los nuevos fenómenos, no incorporaron estos conceptos. Mucho menos nosotros, el resto de los mortales comunes. Esos conocimientos quedaron como patrimonio casi exclusivo de algunos pocos científicos, pero la mayoría de ellos entendían el «para qué», pero no el «cómo» ni el «por qué». Hasta nuestros días, dichos conocimientos aún no han pasado a los programas de enseñazas básicas y universitarias (incluso en carreras como medicina y filosofía).
Los hallazgos de la física cuántica, dando origen a principios como el de complementan edad y el de incertidumbre, no fueron decodificados para que, enseñándolos, perteneciesen a nuestro armamentario para decodificar la realidad que nos toca vivir. Se sumaron a esos nuevos conceptos teorías en otros campos de la ciencia, como por ejemplo los campos y la resonancia mórfica de la biología. Ellos tampoco nos son enseñados en la actualidad.
Lo comentado es otra de las grandes razones por la que se cree que es trascendente comprender el funcionamiento de la sincronicidad. Al analizarla se le ha encontrado gran similitud con el funcionamiento del mundo cuántico. Tal vez, «El Propósito» nos quiere demostrar que la sincronicidad pertenece al dominio del alma, siendo esta última un estado cuántico y funcionando bajo las leyes de ese reino. A lo mejor también nos quiere hacer comprender que la conciencia no es un mero epifenómeno del cerebro y sus moléculas.
LA SINCRONICIDAD
En 1952, el psicólogo Carl Gustav Jung describió a la sincronicidad como coincidencias con significado para la persona que la vive. La mayoría de los autores que posteriormente han analizado el tema de la sincronicidad, creen que las sincronicidades son mensajes provenientes desde un plano inmanifiesto, de un plano de inteligencia infinita que conoce a la vida como un todo. Lo hacen irrumpiendo súbitamente en vida superficial viniendo de un plano más profundo. Deepak Chopra lo lleva al punto de decir que «se trata del Todo hablándole a sus partes».
Todos expresan que en los momentos de sincronicidad, podemos percibir cuan interconectada está la vida en algo como si fuera una enorme red o tapiz de la vida toda.
Algunos descartan dichos eventos por parecerles meras coincidencias, pero la mayoría de los que tuvieron ese tipo de vivencia perciben intuitivamente que tiene que haber algo más allá de su comprensión. Las sincronicidades se manifiestan en nuestras vidas irrumpiendo como los «comodines» del mazo de cartas y, como ellos, rehusándose a jugar por las reglas por nosotros conocidas. Su particular funcionamiento, asociado al significado que habitualmente nos proporciona alguna respuesta importante, nos deja la sensación de que tal vez estemos ignorando alguna clave vital de las «verdaderas reglas de juego».
Uno de los aspectos más importantes, cuando una sincronicidad está operando, es que se detecta un fluir diferente al habitual, más armónico y sin resistencia, como si unas manos ocultas nos estuviesen ayudando. Algunos lo describen como una gravedad especial, como si nosotros fuésemos los atractores de ese campo tan especial. Como si hubiésemos activado la gravedad personal. Tiempo más tarde nos damos cuenta que ese alineamiento responde a un nivel de causalidad mucho más sutil del que conocemos. Vemos que se trataba, ni más ni menos, lo que precisamente necesitábamos aprender en ese momento. Como si estuviese en funcionamiento «La Causalidad de la Casualidad».
A medida que creamos las condiciones que favorecen la aparición de sincronicidades observamos que cada vez atraemos más y más eventos de ese tipo. Peter Senge lo compara a lo que sucede‑ con algo muy natural: «el agua fluye ladera abajo atraída por la ley de la gravedad». Y al igual que la ley de la gravedad, que nadie sabe bien cómo funciona, las sincronicidades comienzan a ocurrir fluida y frecuentemente, sin más, pero también desconociendo su operatoria.
El último de los puntos, en el que casi todos los autores coinciden, es que las sincronicidades son favorecidas por una actitud de atención intuitiva e intención. Esta es la que permite que la naturaleza lleve su curso. Habitualmente se detecta una sincronicidad al romperse el programa que nos hemos trazado racionalmente (fuera de la programación y de la rutina). Por eso pienso que es importante dejar parte de nuestro tiempo sin programación conciente.
El mundo es un lugar de significado, un lugar donde somos buscadores del «verdadero propósito», y la sincronicidad, según la describe Kammerer: «Es el cordón umbilical que conecta pensamiento, sentimiento, ciencia y arte, con el útero del universo que les dio a luz».
LAS 7 LEYES DE LA SINCRONICIDAD
Como lo relato en El Misterio de las Coincidencias, volviendo en tren de Machu Picchu, en 1998, súbitamente, y en el medio de una conversación sobre otro tema, se presentó en el plano de mi conciencia lo que a continuación transcribiré.
Introducción
La sincronicidad aparenta ser la fuerza de la naturaleza que responde a la atracción del alma para ayudamos a conectar “los dos mundos»: el mundo de la materia y el mundo del espíritu, como también ayudarnos en nuestro camino evolutivo.
Dentro de esta fuerza de atracción podríamos describir “7 Leyes de la Sincronicidad” * para hablar de su aparente funcionamiento.
*Se utiliza el término Ley, en el sentido científico, como: descripción de las «reglas de funcionamiento dentro del comportamiento general».
Las 7 Leyes de la Sincronicidad:
Primera «Ley»: La Causa
La sincronicidad es causada por la activación de la «gravedad individual del alma», consciente o inconscientemente.
Esta gravedad se activa cuando existe un dilema trascendente para la evolución del individuo que no puede ser contestado, con los conocimientos disponibles, por su lógica racional.
¿Cómo podría activarse? Se han descrito distintas partículas subatómicas para referirse a diferentes fuerzas y funciones. El «gravitón» es descrito como el que actúa para producir los efectos de la Ley de Gravedad.
Analógicamente, si tuviésemos que describir una partícula que nace de la fuerza generada por la activación del alma, la podríamos denominar “Almatrón».
Esta activación del alma genera una enorme cantidad de energía que dará lugar a la formación de una sincronicidad (tal vez a través de la emisión de estos «almatrones mensajeros» que desencadenan la posterior respuesta).
Segunda «Ley»: La Condición
La manifestación de una «coincidencia con significado», como respuesta a un dilema profundo del alma, no tendría sentido si no estuviéramos suficientemente «despiertos» para damos cuenta de su existencia.
El estado más adecuado para poder identificarla es el de un «alerta ‑intuitivo».
Encontramos en ese estado facilita la percepción de las señales que se presentarán para mostramos un nuevo camino.
Es importante dejarse llevar por esas pistas y no ponerles trabas. Debemos dejarnos llevar por el «flujo» y estar abiertos a lo desconocido (incertidumbre).
Los obstáculos habituales son a través de la mente lógico‑racional; a nuestra interpretación de los hechos a partir del tiempo Iineal, ese que creemos tener atrapados en nuestros relojes; y al temor de vivir algo que luego tendremos temor de contar a los demás por «el qué dirán», como habitualmente nos sucede a todos con alguna experiencia mística.
Debemos, además, encontramos (o colocamos) en una posición de desapego del resultado.
Tercera «Ley»: La «Agencia» Organizadora de las Sincronicidades
Habiendo activado la energía del alma y colocados en un estado de alerta‑intuitivo sin estar esperando un resultado, desde un plano superior a nuestra comprensión (y tal vez activado por nuestra emisión de almatrones), «algo» parece comenzar a organizar el evento que se materializará, casi mágicamente, dentro del «mundo real de los sentidos y la materia».
Parecería que la sincronicidad ha sido producida por una “agencia organizadora de eventos», tal como lo haría una agencia de turismo al programar un viaje a la medida de nuestros requerimientos.
Para dar otra imagen de la «agencia», podríamos compararla a un director de cine, o a un novelista, organizando las escenas que vendrán a continuación y en las cuales se desenvolverá la trama general.
Lo que parecería estar ocurriendo es que se activa un campo específico en el cual participan otros seres como también elementos de la naturaleza, todos dentro de un campo único por el tiempo que dure la sincronicidad.
Cuarta «Ley»: La Manifestación
Activada la energía del alma y aumentada la gravedad personal, con una actitud de alerta‑intuitiva, y organizado ya el evento por la «agencia», llega entonces el momento de la manifestación de una «coincidencia con significado».
Durante su manifestación se puede percibir un armónico fluir de la naturaleza, algo sin resistencia y absolutamente inusual para el tipo de percepciones habituales de nuestra vida diaria. Se palpa algo como proveniente de otro plano más elevado.
Ella, produciéndonos una tremenda movilización emocional, nos traerá las pistas que necesitaremos luego decodificar para comprender la respuesta a lo que fue requerido por el alma.
Si bloquearnos el flujo en el medio de una sincronicidad, intentando «medirla» («interpretarla) con nuestra mente lógico‑racional, la misma cesa. Lo mismo sucede en física cuántica con las mediciones de los fotones. Impedimos que termine de desarrollar su patrón. Lo ideal es dejar fluir su corriente disfrutando con sorpresa y asombro. Ya habrá tiempo, cuando finalice su manifestación, para tratar de encontrar su significado.
Quinta «Ley»: El Significado
La sincronicidad contiene la respuesta para un particular dilema del alma. Es la persona que la vivencia, y nadie más que ella misma, quien puede “descifrar su significado».
El significado, contenido en la coincidencia, contesta algo que sería casi imposible de ser respondido de otra manera que fuese hecho de una manera más efectiva y real.
Este tipo de respuesta tiene la ventaja, sobre un conocimiento puramente abstracto e intelectual, que proviene de la vivencia de una experiencia.
El evento y su significado parecen estar «conectados a una especie de red o campo» que lo diseña «a medida», conociendo, sin dudas, el propósito de nuestra alma individual. Si profundizamos, podremos percibir claramente que, detrás de todo, existe un propósito para nuestro camino (el diseño de nuestro guión).
Sexta «Ley»: Los Efectos sobre el Alma y su Destino
Se podría decir que, a través de la sincronicidad, la «agencia» intenta reencauzarnos dentro de nuestro verdadero destino individual. Un destino que la mayoría de las veces desconocemos.
Todo en la naturaleza, incluso nuestras propias vidas, aparenta evolucionar a través de saltos, al igual que los saltos cuánticos de los electrones y las partículas subatómicas (la única manera que tienen para cambiar de órbita).
La respuesta con significado produce un salto cuántico en esa consciencia individual, lo que permite un reencuentro temporario con el sendero individual prefijado.
A partir de este reencuentro el individuo realiza una reorganización, muchas veces reestructurando los valores para su vida.
Permanecerá con mínimos cambios hasta el próximo salto evolutivo, casi en un estado estacionario.
Séptima «Ley»: El Propósito de la Fuerza
Si la evolución tiene propósito, como aparenta y se la describe, debe utilizar también algún medio para lograr su objetivo, para lograr el avance necesario en la evolución de la conciencia humana.
Uno de los medios que utiliza para lograr su cometido con nosotros parece ser la sincronicidad: una forma de comunicación creativa que conecta a los seres, directamente, con el propósito del espíritu de la naturaleza.
El objetivo inmediato de la fuerza de la sincronicidad es manifestarse a muchas personas con el fin de ser comprendida y cambiar rápidamente el paradigma (el «color de los anteojos») con el que decodificarnos la realidad.
Su objetivo es despertamos para que alineemos nuestros destinos en la misma dirección que el de la evolución del universo. Hemos nacido de la naturaleza (no somos otra que sus propios átomos organizados para albergar a la conciencia) y nadar contra su corriente sólo produce sufrimiento y enfermedad.
Hemos llegado a un punto de no‑retomo, y peligroso si no es bien utilizado: aquí en la Tierra somos co‑creadores junto con las fuerzas de la naturaleza, y hoy ya hemos obtenido el conocimiento y el poder para ejercerlo.
Dos mecanismos de activación
Tiempo más tarde comprendí que esta fuerza se manifiesta en la mayoría de los casos «irrumpiendo bruscamente» en la vida de las personas (incluso muchas veces a través de tragedias). ¿Por qué? Parecería que a veces es la única manera de lograr «despertamos». Como aún no reconocemos los mecanismos conscientes para facilitar su aparición, debe hacerlo de esa manera ya que es la única manera para lograr la activación de nuestra alma, el replanteo de los valores que manejamos y, al salir de la rutina que nos tiene adormilados, podemos reconocer esos signos o pistas que la sincronicidad nos muestra para que hagamos un cambio de rumbo. No tengo dudas de que en ella podemos sentir la vívida presencia de Dios, o de quien ustedes consideren como el Creador.
Conclusión
Resumiendo, la sincronicidad parece ser la manera en que el «intento del espíritu» (el de la totalidad) parece manifestarse en forma casi de milagro en el mundo de la materia y los sentidos (ese mundo que los humanos consideramos «el real»).
Se trata de una fuerza que desea con intento ayudamos a unir los «dos mundos» que vemos separados (vistos desde la mente y los sentidos): el mundo del espíritu con el mundo de la materia.
La sincronicidad tiene efecto indiscutible sobre el alma.
¿Pero qué papel juega el alma? Me parece que el alma es aquello que se encuentra en el medio de esos dos mundos aún inconexos. Me parece que el alma es el instrumento que conseguirá el acople, ese que logrará dotar de inteligencia a toda la materia, el que logrará espiritualizar la materia.
¿Quiere esta fuerza demostramos su poder creador, o quiere que nos convenzamos de nuestro propio poder creador?
Aparentemente sí. Y lo hace utilizando otro tiempo, un tiempo distinto del que tenemos atrapado en nuestros relojes: un tiempo (con diferente longitud de onda) en el que se confunden pasado, presente y futuro. Ese parece ser el «tiempo del alma» al que podríamos dar el nombre de «Almacronicidad».
Epílogo
Para finalizar, he seleccionado algo que leí sobre el fenómeno en un libro, que también me llegó a través de una sincronicidad, y cuyo origen está basado en la inspiración de las tradiciones místicas. Les mencionaré un extracto de El Buscador de Mano Corradini:
Durante tu viaje pueden presentarse casualidades,
hechos sin aparente relación entre sí,
que traen mensajes significativos para tu andar.
Estas coincidencias son un reflejo de los procesos de tu alma,
manifestaciones visibles de cambios invisibles,
cuyas raíces están en los movimientos profundos de tu ser.
Las casualidades más importantes ocurren en ti cuando se mueven ciertas fuerzas interiores.
Si observas bien, verás que dan en paralelo con períodos especiales de tu vida de buscador.
Amores, fuertes fracasos, victorias,
cantos y desencantos, y hasta cambios de camino.
Estos sucesos están ligados entre sí con una rítmica perfecta.
Como si bajo la superficie de las circunstancias
existieran melodías ocultas,
marcando los pasos de tu danza cotidiana.
Al principio no los percibes, o los llamas coincidencias.
Lo verás cuando dejes de pensar en los hechos y las cosas,
para comprender lo que relaciona las cosas y une los hechos entre sí.
En la vía nada sucede porque sí,
todo instante tiene un orden y una razón de ser.
Y en tanto descubres el significado profundo de cada cosa,
cambia le lectura del mundo.
De modo que un día se abren las aguas en tu interior.
Entonces verás que serás tú quien se presente a las oportunidades,
y no al revés.
Te llegarán informaciones inesperada e intuiciones.
Si dejas actuar esa fluidez,
ella se adelantará a tu paso abriéndote puertas insólitas.
No caminará por ti, pero liberará tu camino de obstáculos inútiles.
Entonces no habrá más coincidencias sino sincronicidades.
Entonces comprenderás que nada es casual,
que cada parte del mundo es parte de un sistema mayor.
Los viajeros que aprenden a leer esta armonía
tienen la clave para dirigir sus pasos en la dirección correcta.
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