Nuestra experiencia nos dice que muchos de lostrastornos que sufrimos pueden prevenirse. Es más, gran parte de los malestares e insatisfacciones cotidianas que todos experimentamos en nuestras vidas y que no nos permiten disfrutarla con plenitud, están arraigados en creencias y hábitos autodestructivos de los que no somos conscientes. Pero sobre los que podemos intervenir activamente con la orientación adecuada. Nuestra intención es poner luz en tus propios procesos internos para que seas tú quien los domine a ellos, y no al revés. Y todo ello enfocándonos en tu presente y orientándonos hacia tu futuro, pues sólo podemos actuar ahora y sólo podemos ir hacia delante.
En esta artículo encontrarás una selección de las mejores metáforas y reflexiones que circulan por la Red.
La autocompasión: El veneno de la autocompasión
La autocompasión es estar frente a una mesa, absortos en el café con leche, la servilleta, los bollos, la cucharilla, sin poder mirar más allá del mantel, sin percibir que quizás se está en una terraza maravillosa, que la luz clarea entre los árboles, los niños juegan, las nubes pasan y el mundo se extiende más allá del pequeño ego como siempre ha sido, misterioso, fascinante y terrible. La autocompasión es la que nos separa de la visión global. Y nos vuelve crueles. Insensibles. Yoístas y pequeños, va todo junto.
Suele ir unida a la culpa y a una posición de víctima que también esconde al verdugo. Nos movemos en la dualidad. En Gestalt se ve mucho trabajando las polaridades, no existe la una sin la otra. (…). Sólo la energía estancada produce enfermedad. (…)
¿Por qué paraliza la autocompasión? Porque no hay mundo, sino yo. Un ego como un piano que no se permite mirar hacia fuera para crecer. Y lo que es peor, representa un exilio de los recursos naturales que nos hacen reaccionar con redoblada fuerza y determinación ante los desafíos. A todos nos quedan cientos de ellos, antes de dejar este precioso mundo, porque vivir es aceptar la lucha, el dolor, la alegría y el esfuerzo de ser humanos. (…)
La Vida con mayúsculas exige valentía, determinación y la mirada hacia delante. Si hay 500 formas de fregar los platos, no podemos quedarnos en que ayer se nos rompió uno, o se quedó a medio fregar otro. Todos nos caemos; las diferencias que definen un carácter débil o fuerte, estriban en la velocidad con que nos levantamos. Sin esta determinación que marca la ausencia de autocompasión, hacemos la vida pesada como un elefante.
La ausencia de compasión nos vuelve ligeros para poder dejar de cometer una y otra vez los mismos errores, y nos capacita para estar siempre en movimiento, cambiando, siguiendo el flujo de la energía, deshilvanando el hilo dorado del espíritu, ese que va conduciendo nuestro destino de conquista en conquista hasta llegar a la Realización.
¿Llorar? Sí, claro que sí, el dolor hay que expresarlo, si no se pudre, pero un rato, porque el duelo casi siempre es por uno mismo. Por experiencia sabemos que el verdadero dolor no tiene lágrimas. Atraviesa el alma y la parte en dos para resplandecer después vuelto visión. El verdadero dolor está más allá de las emociones, es un acto de conciencia que produce efectos duraderos e inmediatos.
En el mundo terapéutico es fácil engancharse en la autocompasión y estar ahí pillado año tras año mirándose el ombligo y lo que es peor, haciendo que hacemos, y justificando nuestra falta de amor con el hecho de que “estamos en terapia”. Si trabajamos con alguien consciente, no nos lo va a permitir. Puede que nos sintamos molestos ante sus señalamientos certeros, pero si encontramos a alguien así de ético, ¡qué maravilla!, es que de verdad le interesamos como persona, está realizando su trabajo de forma desapegada y desea que seamos libres lo antes posible. Yo he tenido la suerte de trabajarme con gente así. Y desde aquí les envío un silencioso reconocimiento por su sabiduría. La mejor forma de aprender algo es que nos lo transmitan en vivo y en directo.
La autocompasión es la cuerda que nos ata a las adicciones, impidiéndonos dejar atrás dependencias, lugares, actividades tóxicas.
¿Qué vamos a conseguir enfrentándonos a la autocompasión? Ser nada. Aceptando ser nada lo encontramos todo, en ese vacío gozoso del que siempre surge una nueva vida.
“Hacemos una vasija de un pedazo de arcilla y es el espacio vacío de su interior lo que la convierte en útil.
Hacemos puertas y ventanas para una estancia y son esos espacios vacíos los que convierten la estancia en habitable.
Así, mientras que lo tangible posee cualidades es lo intangible lo que lo hace útil”. Lao Tsé.
El autocontrol: La historia de los clavos
Esta es la historia de un muchachito que tenía muy mal carácter. Su padre le dio una bolsa de clavos y le dijo que cada vez que perdiera la paciencia, debería clavar un clavo detrás de la puerta. El primer día, el muchacho clavó 37 clavos detrás de la puerta. Las semanas que siguieron, a medida que él aprendía a controlar su genio, clavaba cada vez menos clavos. Descubrió que era más fácil controlar su genio que clavar clavos detrás de la puerta. Llegó el día en que pudo controlar su carácter durante todo el día.
Después de informar a su padre, éste le sugirió que retirara un clavo cada día que lograra controlar su carácter. Los días pasaron y el joven pudo anunciar a su padre que no quedaban más clavos para retirar de la puerta.
Su padre le tomó de la mano y lo llevó hasta la puerta. Le dijo: “Has trabajado duro, hijo mío, pero mira todos esos hoyos en la puerta… Nunca más será la misma. Cada vez que tú pierdes la paciencia, dejas cicatrices iguales que las que aquí ves”.
La suerte: Buena suerte, mala suerte… ¿quién sabe?
Se cuenta que en un pueblo muy pequeño, vivía un joven con su familia. En cierta ocasión, el mejor caballo del chico se escapó y desapareció en el monte. El joven fue a contarle a su padre la mala suerte que había tenido pero su padre le contestó: «Buena suerte, mala suerte… ¿quién sabe?».
A los pocos días, el caballo regresó trayendo consigo una manada de yeguas. Muy contento fue a contárselo a su padre que le volvió a decir: «Buena suerte, mala suerte… ¿quién sabe?».
El joven comenzó a domar las yeguas, con tal mala fortuna que debido al cansancio se calló y rompió una pierna. Cuando le contó a su padre la mala noticia, el padre le contestó: «Buena suerte, mala suerte… ¿quién sabe?»
Al día siguiente, pasaron los militares por el pueblo buscando a todos los jóvenes para incorporarlos a filas y luchar en una guerra, pero como nuestro personaje tenía una pierna inútil optaron por dejarlo en el pueblo. Muy contento fue a contárselo a su padre. Este volvió a decirle: «Buena, suerte, mala suerte… ¿quién sabe?».
La asertividad: Derechos asertivos de la persona
• Tienes derecho a no hacer lo que se te pide.
• Tienes derecho a no responder.
• Tienes derecho a no responsabilizarte de los problemas de los demás.
• Tienes derecho a no anticiparte a las necesidades y deseos de los demás.
• Tienes derecho a no estar pendiente de la buena voluntad de los demás.
• Tienes derecho a cometer errores.
• Tienes derecho a ser juez último de tus sentimientos y aceptarlos como válidos.
• Tienes derecho a tener tus propias opiniones y convencimientos.
• Tienes derecho a cambiar de idea o de línea de acción.
• Tienes derecho a la crítica y a protestar por un trato injusto.
• Tienes derecho a interrumpir para pedir una aclaración.
• Tienes derecho a intentar un cambio.
• Tienes derecho a pedir ayuda o apoyo emocional.
• Tienes derecho a sentir y expresar dolor.
• Tienes derecho a ignorar los consejos de los demás.
• Tienes derecho a recibir el reconocimiento formal por un trabajo bien hecho.
• Tienes derecho a estar solo aún cuando los demás deseen tu compañía.
• Tienes derecho a no justificarte ante los demás.
• Algunas veces tienes derecho a ser el primero
La aceptación de lo exterior: Ser un Maestro
Un gran maestro sufi del pasado a quien se le preguntó en una ocasión que era ser un Maestro contestó: “Ser un Maestro es un sentimiento de gozo cuando llega una contrariedad repentina. Un maestro nunca se siente herido por la manera en la que la vida le sucede. Si sus planes y sus sueños no pueden realizarse, él agradece a Dios y acepta lo que se le concede, con un invariable estado de amor, gratitud, gozo y alegría. Él sabe que siempre recibe, quizás no en la manera en que espera, lo que necesita en ese momento para acercarse a Dios».
La elección de los sentimientos: «Arreglando» la mente
Una señora muy mayor y casi ciega que había enviudado recientemente después de setenta años de feliz matrimonio, se mudó a un asilo de ancianos. Después de horas de paciente espera en la recepción, sonrió dulcemente cuando la avisé de que su habitación estaba lista. Mientras ella maniobraba en su andador hacia al ascensor, yo le daba una descripción detallada de su pequeño cuarto, incluyendo las sabanas y cortinas que habían sido colgadas en su ventana.
«Me encantan», dijo ella con el entusiasmo de un chiquillo ante un cachorro. “Señora”, repliqué, “aún no ha visto su habitación… espere a verla”. «Eso no tiene nada que ver», dijo ella. «La felicidad es algo que uno decide con anticipación. El hecho de que me guste mi cuarto o no me guste, no depende en cómo esté arreglado, depende de cómo yo arregle mi mente. Ya había decidido de antemano que me encantaría». Es una decisión que tomo cada mañana al levantarme… Estas son mis posibilidades: puedo pasarme el día en cama enumerando las dificultades que tengo con las partes de mi cuerpo que ya no funcionan, o puedo levantarme de la cama y agradecer por las que si funcionan… La vejez es como una cuenta bancaria: uno extrae lo que ha depositado en ella».
El esfuerzo: La lección de la mariposa
Un día, una pequeña abertura apareció en un capullo. Un hombre se sentó y observó por varias horas como una mariposa se esforzaba para que su cuerpo pasase a través de aquel pequeño agujero. Entonces, pareció que ella ya no lograba ningún progreso. Parecía que ella había ido lo más lejos que podía en su intento y no podía avanzar más.
Entonces el hombre decidió ayudar a la mariposa: tomó una tijera y cortó el resto del capullo, con lo que la mariposa salió fácilmente. Pero su cuerpo estaba atrofiado, era pequeño y tenía las alas aplastadas. El hombre continuó observándola porque él esperaba que, en cualquier momento, las alas de ella se abrirían y se agitarían para ser capaces de soportar el cuerpo, el que a su vez, iría tomando forma.
¡Nada ocurrió! En realidad, la mariposa pasó el resto de su vida arrastrándose con un cuerpo deforme y alas atrofiadas. Ella nunca fue capaz de volar.
Lo que el hombre, en su gentileza y voluntad de ayudar no comprendía, era que el capullo apretado y el esfuerzo necesario para que la mariposa pasara a través de la pequeña abertura, era el modo por el cual la Vida hacía que el fluido del cuerpo de la mariposa llegar a las alas, de tal forma que ella estaría pronta para volar a su vez que estuviera libre del capullo.
Algunas veces, esfuerzo es justamente lo que precisamos en nuestra vida. Si se nos permitiera pasar a través de nuestras vidas sin obstáculos, él nos dejaría lisiados. No seríamos tan fuertes como podríamos haber sido nunca podríamos volar.