La producción de ignorancia:
.
En 1992, ciudadanos y gobiernos se reunieron en Río para ocuparse de las amenazas ecológicas más graves de nuestro tiempo: el cambio climático, la erosión de la biodiversidad, la disminución y contaminación de los recursos acuíferos y la acumulación de residuos tóxicos. Sin embargo, ya antes de que la comunidad internacional pudiera empezar a dar los pasos titubeantes para desarrollar el programa de Rio, surgida de la Cumbre de la Tierra, otro programa de globalización y libre comercio barrió el mundo como un huracán, anuló todos los avances ambientales, aumentó las presiones sobre el medio ambiente y engendró nuevos riesgos ecológicos como la producción de organismos modificados genéticamente.
.
Comenzamos el nuevo milenio con una producción deliberada de ignorancia sobre peligros ecológicos como la desregulación de la protección ambiental y la destrucción de los modos de vida ecológicamente sostenibles de comunidades agrícolas, tribales, pastorales y artesanas del Tercer Mundo. Estas gentes se están convirtiendo en los nuevos refugiados ambientales del mundo. Para los dos tercios más pobres de la humanidad, que viven en el Sur, el capital natural es su fuente de vida y sostén. La destrucción, desviación y apropiación de sus ecosistemas para extraer recursos naturales o arrojar residuos genera una carga desproporcionada para los pobres. En un mundo de comercio global y liberalizado, en el que todo es vendible y la potencia económica es el único factor determinante del poder y el control, los recursos se trasladan de los pobres a los ricos, y la contaminación se traslada de los ricos a los pobres. El resultado es un apartheid ambiental a escala mundial.
.
La globalización como apartheid ambiental:
.
El libre comercio global ha provocado una destrucción en todo el mundo que sigue una pauta asimétrica. La economía internacional está controlada por las empresas del hemisferio Norte, que explotan cada vez más los recursos del Tercer Mundo para sus actividades internacionales. El Sur es el que carga con una parte desproporcionadamente grande del lastre ambiental de la economía globalizada. La crisis social y ambiental que vivimos exige que la economía mundial se atenga a unos límites ambientales y a las necesidades de la supervivencia humana. Pero instituciones internacionales como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional ~ (FMI) y la Organización Mundial de Comercio (OMC) imponen los costes de ese ajuste a la naturaleza, las mujeres y el Tercer Mundo. En los que el Banco Mundial denomina PMD (países menos desarrollados), el ajuste estructural y las medidas de liberalización comercial están empezando a ser la amenaza más grave para las vidas humanas. . Aunque las cinco últimas décadas se han caracterizado por la difusión mundial de un desarrollo mal orientado y la exportación de un paradigma industrial occidental y no sostenible, en nombre del desarrollo, las tendencias recientes se orientan hacia un apartheid ambiental en el que, a través de la política global establecida por la «santísima trinidad», las empresas multinacionales de Occidente, apoyadas por los gobiernos de los países económicamente poderosos, intentan conservar el poder económico del Norte y la vida de derroche de los ricos.
.
Para ello exportan los costes ambientales al Tercer Mundo. Las industrias hambrientas de recursos y muy contaminantes se trasladan al Sur gracias a la economía del libre comercio. Lawrence Summers, que fue economista jefe del Banco Mundial, fue el responsable del Informe sobre el Desarrollo Mundial de 1992, dedicado a la economía del medio ambiente. Llegaba a sugerir que era lógico, desde el punto de vista económico, transferir las industrias muy contaminantes a los países del Tercer Mundo. En un memorándum enviado el 12 de diciembre de 1991 a las autoridades del Banco, el economista jefe escribía: «Entre nosotros, ¿no debería el Banco Mundial fomentar más la emigración de las industrias sucias a los países menos desarrollados?». Surnmers justificaba la lógica económica de aumentar la contaminación en el Tercer Mundo con tres argumentos. Primero, puesto que los salarios son bajos en el Tercer Mundo, los costes económicos de la contaminación, causados por el aumento de las enfermedades y las muertes, serán menores en los países más pobres.
Según Summers, «la lógica del traslado de los contaminantes a los países con menores salarios es impecable, y deberíamos asumido». Segundo, dado que en grandes áreas del Tercer Mundo la contaminación es todavía baja, a Summers le parecía sensato introducir más. «Siempre he pensado -escribía- que los países de África están demasiado poco contaminados; la calidad del aire, probablemente, es excesiva e innecesaria, en comparación con Los Ángeles o México, D.F.» Por último, dado que los pobres son pobres, no es posible que se preocupen por los problemas ambientales. «La preocupación por un agente que causa una posibilidad en un millón de tener cáncer de próstata, desde luego, será mucho mayor en un país en el que la gente vive lo bastante como para tener cáncer de próstata, que en otro donde la mortalidad antes de los cinco años es de 200 por mil.» Lawrence Summers recomienda el traslado de las industrias peligrosas y contaminantes al Tercer Mundo porque, en términos estrictamente económicos, la vida es más barata en los países pobres. La lógica de los economistas valora la vida de forma distinta en el norte rico y el sur pobre, pero la vida es preciosa para todos. Es igualmente valiosa para ricos y pobres, blancos y negros, hombres y mujeres. En este contexto, los últimos intentos del Norte de asociar las condiciones comerciales al medio ambiente, utilizando plataformas como la OMC, deben considerarse como un intento de beneficiarse del apartheid ambiental y económico. Ningún país occidental ha interrumpido la exportación de sus peligros, sus residuos y sus industrias contaminantes al Sur.
http://caminosinsenderos.blogspot.com.es/