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Tendemos a creer con facilidad que el “ego” es lo mismo que la vanidad. En realidad, lo segundo es parte de lo primero. El nivel de conciencia egoica es el “sueño” que crea la mente cuando perdemos el rumbo de la verdadera función instrumental del ego como herramienta para estar y sobrevivir en este mundo. El ego es la identificación con algo que tú no eres. Veamos de qué se trata:
El ego se forma a partir de la idea de separación, desde la sensación de dualidad en tanto comenzamos a nombrarnos como “yo” y desde que asumimos la ilusión de la identidad aprendida y desligada de la de los demás y de la naturaleza. El ego es una idea, es un intrincado aparato de creencias y fijaciones mentales que nos cuesta trabajo describir, pero como es una idea no es algo “tangible” que puedas tocar y ver. Es una teoría personal que presencias, que te moldea, es el juego que juegas sin darte cuenta, por eso también es algo completamente inconsciente.
El ego es la máscara social que nos ponemos para encajar, para sobrevivir, para desempeñar el papel que nos “toca” interpretar ante la sociedad. El ego es con lo que poco a poco nos identificamos y asumimos un sentido de identidad al que luego llamamos personalidad.
El ego existe desde la comparación y opera en el reino de la dualidad, de las jerarquías, subsistiendo para afianzarse cada vez más a sí mismo desde la identidad que va construyendo. La semilla del ego se planta en lo que la sociedad nos ha dicho que somos, por eso es el origen de todos los problemas personales: conflictos, guerras, celos, miedos, depresión, etc.
El ego existe con lo no–existente porque en sí mismo no existe, porque en sí mismo es una ficción, por eso se aferra al pasado y al futuro que son solo ideas, son ilusiones que no existen. Todo lo que hacemos durante la vida, todo lo que perseguimos y conseguimos, es para mantener la ficción del ego. Parte del espejismo del ego es creer que no somos especiales (singulares y superiores) y que tenemos que esforzarnos por serlo, cuando en realidad ya somos especiales por la simple singularidad de ser seres únicos e irrepetibles. Lo demás es una carrera de ratas, un círculo vicioso del que no salimos porque siempre estamos persiguiendo algo, corriendo de una cosa a otra y luego tras otra y otra, y así sucesivamente sin que jamás termine.
En el hecho de perseguir muchas cosas para sentirnos superiores y especiales, se encierran muchos conflictos de poder, pero no es el poder el que corrompe, sino la corrupción que ya llevamos dentro. El poder simplemente lo que hace es posibilitar la salida de toda esa podredumbre interior que llevamos. El deseo de poder surge de nuestro vacío, de nuestro sentimiento de inferioridad. El poder es una forma de ocultar ese sentimiento.
En nosotros convive lo animal y lo divino que se desenvuelve en este plano terrenal. Aunque Osho afirma que la guerra y la violencia son formas de volver a la animalidad, no estoy necesariamente de acuerdo con ese planteamiento, porque sería afirmar que los animales matan y asesinan con el mismo placer sádico que lo hacen los seres humanos… cuando en realidad lo hacen para sobrevivir o defenderse de amenazas. Todavía no he visto el primer animal que mate a otro por defender una idea como la propiedad privada, la virginidad, la nacionalidad o la religión; todo esto es una característica exclusiva del ego humano.
Nos mantenemos escapando de la confusión en la que vivimos cambiándola por más confusión y cuando volvemos a la confusión original regresamos más confundidos. Un ejemplo de esto es emborracharnos para “ahogar” las penas. Perdemos la conciencia por un rato y cuando volvemos a ella es peor porque el dolor sigue ahí, más la culpa por haber bebido y haber hecho más daño con la bebida.
Osho nos habla de la meditación como la “ausencia de pensamiento”, observar como el testigo, ver sin juzgar, sin pensamientos, sin ideas, simplemente ver mientras todo sucede, existir sin que nada de lo que nos suceda nos desborde. Al respecto también afirma que:
“La verdadera religión consiste en una alquimia, en técnicas y métodos de transformación. La verdadera religión consiste en no reprimir lo animal sino en purificarlo, en elevar lo animal a lo divino, en utilizar y domar lo animal para ascender a lo divino. Puede convertirse en un vehículo enormemente poderoso, porque es poder”.
La disolución de los pensamientos es el despertar de la conciencia. Es así como nos damos cuenta del sueño en el que vivimos, es así como se disuelve la ilusión del ego. Requiere esfuerzo, disciplina, es un hábito que se va desarrollando. Aunque disolvamos la ilusión del ego, que es oscuridad, el ego sigue ahí. La conciencia, que es la versión antagónica del ego y es luz, al estar presente simplemente hace que el ego salga de la escena, pero este sigue ahí, y si sentimos el impulso de eliminar el ego, es el ego mismo el que nos empieza a pintar un nuevo juego. Es el ego disfrazado, el ego decorado. La espiritualidad de “supermercado” es un buen ejemplo de esto.
Para eliminar el poder del ego primero hay que conocerlo, hay que tenerlo, diferenciarlo y presenciarlo. No podemos “perder” algo que no tenemos, es algo que no tiene sentido. La condena al ego, el juicio al ego lo hace el ego mismo ¿Quién más podría hacerlo?
Parte de la dificultad de disolver el ego radica en su codicia. El ego está con la mira puesta en el futuro, siempre pensando en un resultado, en algo que llegará, en algo que ocurra. Un camino de liberación es hacer las cosas porque sí, ni siquiera por el placer percibido en hacerlas, sino hacerlas y listo; así llegará un placer distinto que no se tiene de esperar que llegue algo, sino el placer de estar presente ahí con eso. El futuro es un truco para aplazar y eludir el presente.
El ego es una formación infantil y se queda siéndolo. El ego se queda responsabilizando de todo lo que ocurre a su entorno y no asume la responsabilidad por su propia vida. Una mente gobernada por el exterior no es libre, es esclava, está condicionada, es fácilmente controlable.
En este sentido, también aparece la esquiva y manipulada idea de la “iluminación”, que no es “algo”, “no es una cosa que salimos a buscar”, porque ella está ahí opacada por la oscuridad del ego. En el momento en que la buscamos se convierte en un deseo, en un objeto que codiciamos y el que codicia es el ego porque siempre le falta algo.
Venimos iluminados, simplemente el sueño del ego nos nubla la vista y nos aleja de lo que ya somos en esencia. Lo que queda cuando meditamos, lo que queda cuando estamos en silencio, cuando nos salimos de toda definición, dualidad o idea de separación es lo que somos, el vacío, la nada que es todo, el Buda, el Cristo, el dios que somos, que nos habita y que se expresa.