La historia del elefante encadenado nos cuenta que en una pequeña población vivía un niño muy juguetón, curioso y divertido. Sus padres tenían una granja y él consideraba a todos los animales como sus amigos. Las gallinas, los patos, los cerdos y las vacas eran sus compañeros de juego. A todos los había bautizado y les hablaba como si pudieran entenderle.
Un día llegó a ese pueblo un gigantesco circo. El niño de la historia del elefante encadenado nunca había visto un circo. Los chicos en la escuela no hacían más que comentar el acontecimiento. Tras las clases, todos iban a mirar cómo levantaban la carpa y cómo disponían todo para realizar su primera función.
El pequeño le pidió a sus padres que lo llevaran a ver el circo. Se moría de ganas por observar a los malabaristas, a los payasos y, por supuesto, a los domadores. Había notado que llevaban consigo animales colosales y misteriosos. Un tigre, un león, un elefante y varias cebras. Todo un banquete para el chico.
“Cuando el apego no tiene más razón que el hábito y no aparecen propósitos que den sentido y trascendencia, es el momento de soltar”.
-Sergio Sinay-
Una tarde de circo
Los padres del niño accedieron a llevarlo. El pequeño estaba totalmente emocionado. Casi no pudo dormir en la noche del sábado, sabiendo que al día siguiente vería el tan anhelado espectáculo que lo tenía intrigado. Con las primeras luces se levantó de su cama. Estuvo listo en un dos por tres. Era como si las horas no pasaran, hasta que por fin llegó el momento.
Al niño le compraron palomitas de maíz y algodón de azúcar. Disfrutaba de sus golosinas, pero más de ver el espectáculo, que le parecía de otro mundo. Le encantaron los trapecistas y, por supuesto, los números con animales. El león era tan dócil que saludaba al público. Las cebras eran tan ágiles, que corrían en círculos perfectos sin perder el ritmo. Y el elefante era tan simpático que se paraba en dos patas y bromeaba con los payasos.
El pequeño quedó tan fascinado que al final de la función quiso ir a la trastienda para ver a los artistas y, por supuesto, a los maravillosos animales. Así lo hizo. Paseó con sus padres por el lugar y al fondo vio que las fieras estaban en jaulas. El elefante, sin embargo, estaba al aire libre. El chico se acercó y vio que una de sus patas estaba atada, con una enorme cadena, a una estaca que había en el piso. El animal no se movía, sino que permanecía allí pacientemente.
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