Existen cinco lugares en el mundo que son famosos por la longevidad de su población: Okinawa en Japón, Nicoya en Costa Rica, Icaria en Grecia, Loma Linda en California y Cerdeña en Italia. Por ello, el autor bestseller del New York Times, Dan Buettner, se ha dado a la tarea de identificar los factores que tienen en común estas poblaciones y estos lugares, a los que se ha llamado «zonas azules».
Las redes de apoyo social, el ejercicio físico diario y una dieta basada en plantas son algunos de los factores que tienen en común estas zonas. Sin embargo, hay otro factor que ha llamado la atención de los científicos: en cada una de estas comunidades la gente está practicando la jardinería a los 80, 90 o 100 años de edad.
Buettner dice que hay evidencia de que los jardineros viven más tiempo y están menos estresados, mientras que una variedad de estudios señala los beneficios de la jardinería para la salud física y mental. Por ejemplo, en Okinawa, donde vive la proporción más alta de centenarios en el mundo, los residentes suelen cuidar pequeños jardines durante su vejez.
Además, estudios preliminares entre personas mayores con problemas cognitivos (como la demencia y el Alzheimer) demuestran que la luz del Sol y el aire fresco ayudan a los ancianos a sentirse más tranquilos, mientras que los colores y texturas de diversas plantas y vegetales pueden mejorar la capacidad visual y táctil. Por otro lado, un estudio de la Universidad de Harvard mostró que las personas que estaban rodeadas de vegetación exuberante vivían más tiempo y tenían una menor probabilidad de desarrollar cáncer o enfermedades respiratorias.
En los últimos años, ha crecido la tendencia de considerar como terapéuticas las actividades que nos acercan a la naturaleza, como dar un paseo en el bosque, respirar aire fresco o estar en contacto con los animales. Esto ha favorecido que se multipliquen las ofertas de actividades al aire libre, los cursos de meditación en la naturaleza o las excursiones a los santuarios de animales. Este fenómeno habla de lo nociva que se ha vuelto nuestra rutina cotidiana, pues la visión del mundo que mantenemos no considera el bienestar y la armonía entre los seres vivos y el entorno natural (ni siquiera el aire o el agua) como lo más fundamental e imprescindible para una comunidad, sino sólo como una posible salida para el estrés o la depresión a la que podemos tener acceso previa receta médica o en caso de emergencia mental.
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