Fueron los sabios de India quienes notaron primero el predicamento que constituye la existencia humana. El ser humano toma conciencia de sí en medio de un universo de objetos impermanentes que le rodean. Estos objetos producen deseo (avidez o aversión) que si bien puede ser satisfecho temporalmente y producir placer, nunca puede satisfacerse por completo, así que al final es la semilla del sufrimiento. Todo placer que proviene de un objeto es finalmente la semilla de un futuro dolor. Esta es la paradoja de un ser mortal consciente que movido por el deseo. De ahí que algunos sistemas de pensamiento hayan propuesto que la solución a dicho problema es suprimir el deseo.
Cierto entendimiento de las cuatro nobles verdades del Buda sugiere que el nirvana es la extinción del deseo y que, en contraparte, el samsara o la existencia cíclica, cuya naturaleza es el sufrimiento, tiene como combustible el deseo. Sin embargo, esta solución se antoja por momentos pesimista, negativa, acosmista o contranatural, y no llena de cierta grandiosidad que también se aprecia en el universo, en todo el esplendor de la energía creativa. Asimismo, el movimiento que lleva a suprimir el deseo es necesariamente un deseo: el deseo de dejar de desear. La vida y lo mejor de la vida es también deseo (aunque el deseo suela conducir a la muerte y a la perdición).
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