En las últimas semanas hemos visto en todo el mundo una movilización sin precedentes por parte de la sociedad civil contra la injusticia que supone la brutal y desproporcionada respuesta Israelí al lanzamiento de misiles desde Palestina.
Si sumamos todas las personas que se manifestaron pidiendo justicia entre Israel y Palestina el pasado fin de semana en Ciudad del Cabo, Washington, Nueva York, Nueva Delhi, Londres, Dublín, Sidney y todas las demás ciudades, ésta ha sido, probablemente, la mayor protesta ciudadana por una misma causa en toda la historia de la humanidad.
Hace un cuarto de siglo participé en concurridas manifestaciones contra el apartheid. Nunca imaginé que volveríamos a ver de nuevo manifestaciones de ese calibre, pero la afluencia de gente el sábado pasado en Ciudad del Cabo fue igual si no mayor. Entre los participantes se encontraban jóvenes y ancianos, musulmanes, cristianos, judíos, hinduístas, budistas, agnósticos, ateos, negros, blancos, rojos y verdes… tal como cabría esperar de una nación dinámica, tolerante y multicultural.
Pedí a la multitud que corease conmigo: “Nos oponemos a la injusticia que supone la ocupación ilegal de Palestina. Nos oponemos a las matanzas indiscriminadas en Gaza. Nos oponemos a la humillación a la que someten a los Palestinos en los retenes y controles de carreteras. Nos oponemos a la violencia perpetrada por todas las partes. Pero no nos oponemos al pueblo judío”.
Al inicio de la semana, solicité a la Unión Internacional de Arquitectos, reunida en Sudáfrica, la suspensión temporal de Israel de su organismo.
Supliqué a los hermanos y hermanas israelíes presentes en la conferencia que se desvincularan personal y profesionalmente de los proyectos y construcciones de infraestructuras relacionadas con la perpetuación de la injusticia, tales como el muro de separación, las terminales de seguridad, los puestos de control y los asentamientos en los territorios palestinos ocupados.
Dije: “Les ruego que lleven este mensaje a casa: cambiemos el rumbo de la violencia y el odio sumándonos al movimiento pacífico para que la justicia llegue a toda la gente de la región”.
En las últimas semanas, más de 1,6 millones de personas en todo el mundo se han unido a este movimiento sumándose a una campaña de Avaaz que pide a las multinacionales que se lucran de la ocupación israelí, y/o están implicadas en el abuso y la represión al pueblo Palestino que se retiren. La campaña se dirige específicamente al fondo de pensiones holandés, ABP; al banco Barclays, al proveedor de sistemas de seguridad, G4S; a la compañía francesa de transportes, Veolia; a la empresa de ordenadores, Hewlett-Packard; y la proveedora de excavadoras Caterpillar.
El mes pasado, 17 gobiernos de la UE instaron a sus ciudadanos a evitar hacer negocios o invertir en los asentamientos ilegales israelíes. Además hemos sido testigos de la retirada de decenas de millones de euros de bancos Israelíes por parte del fondo de pensiones holandés, PGGM; de la desinversión de G4S a través de la fundación Bill y Melinda Gates; y de cómo la Iglesia Presbiteriana de los EE.UU. ha sacado unos 21 millones de dólares de HP, Motorola Solutions y Caterpillar.
Este movimiento está cobrando fuerza.
La violencia engendra violencia y odio, que sólo engendra más violencia y más odio.
Nosotros, los sudafricanos, conocemos bien la violencia y el odio. Comprendemos el dolor que supone ser los apestados del mundo, cuando parece que nadie te entiende ni tiene el deseo de escuchar siquiera cuál es tu punto de vista. Nosotros venimos de ahí. También conocemos los beneficios que, con el tiempo, trajo el diálogo entre nuestros líderes; cuando fueron levantadas las prohibiciones sobre las organizaciones etiquetadas como “terroristas” y sus líderes, incluyendo a Nelson Mandela, fueron liberados del encarcelamiento, del destierro y del exilio.
Sabemos que cuando nuestros líderes comenzaron a dialogar, la justificación de la violencia que había arruinado nuestra sociedad se disipó y desapareció. Los actos de terrorismo perpetrados tras el inicio del diálogo, como los ataques a una iglesia o a un bar, fueron condenados casi universalmente, y el partido responsable se resintió en las urnas.
La euforia que siguió a nuestra primera votación conjunta no fue del dominio exclusivo de los negros Sudafricanos. El verdadero triunfo de nuestra solución pacífica fue que todos nos sentimos incluidos. Y más tarde, cuando presentamos una constitución tan tolerante, compasiva e inclusiva que habría hecho que Dios se sintiera orgulloso, todos nos sentimos liberados.
Por supuesto, ayudó que contáramos con un conjunto de líderes extraordinarios.
Pero lo que forzó definitivamente que estos líderes se sentaran en torno a la mesa de negociaciones fue el cóctel de persuasivas herramientas no violentas desarrolladas para aislar a Sudáfrica económica, académica, cultural y psicológicamente.
Llegados a cierto punto el gobierno se dio cuenta de que el coste de intentar mantener el apartheid sobrepasaba sus beneficios. En los 80, la suspensión del comercio con Sudáfrica por parte de empresas multinacionales sensibilizadas fue una de las claves que permitió doblegar el apartheid sin derramar sangre. Esas empresas entendieron que contribuyendo a la economía sudafricana eran partícipes del mantenimiento de un statu quo injusto.
Aquellos que continúan haciendo negocios con Israel, contribuyendo a mantener un sentido de “normalidad” entre la sociedad Israelí le están haciendo un flaco favor a los pueblos de Israel y Palestina. Están formando parte de la perpetuación de un statu quo absolutamente injusto.
Aquellos que contribuyen al aislamiento temporal de Israel están diciendo que tanto Isralíes como Palestinos tienen el mismo derecho a la dignidad y la paz.
Por último, los sucesos en Gaza del pasado mes servirán para demostrar quién cree en la valía de los seres humanos. Se está volviendo cada vez más evidente que políticos y diplomáticos no están siendo capaces de encontrar respuestas, y que la responsabilidad para mediar una solución sostenible a la crisis en Tierra Santa recae en manos de la sociedad civil y de los ciudadanos de Israel y Palestina Además de la reciente devastación de Gaza, seres humanos decentes de todas partes -incluyendo muchos en Israel- están profundamente molestos por las diarias violaciones a la dignidad humana y a la libertad de movimiento impuesta a los Palestinos en los retenes y controles de carretera. Las políticas de ocupación ilegal de Israel, junto con la construcción de asentamientos en tierras ocupadas complican aún más el ya difícil objetivo de lograr un acuerdo futuro aceptable para todas las partes.
El Estado de Israel se está comportando como si el mañana no existiera. Sus gentes no tendrán las vidas pacíficas y seguras que anhelan –y merecen– mientras que sus líderes perpetúen las condiciones que sostienen el conflicto.
He condenado a los palestinos responsables del lanzamiento de misiles y cohetes a Israel. Están dando fuelle a las llamas del odio. Me opongo a todas las manifestaciones de violencia.
Pero debemos tener muy en claro que el pueblo de Palestina tiene todo el derecho de luchar por su dignidad y libertad. Ésta es una lucha que tiene el apoyo de muchos alrededor del mundo.
No existe problema humano irresoluble cuando los seres humanos aúnan sus esfuerzos con el sincero deseo de superarlo. No hay paz imposible cuando la gente tiene la determinación de lograrla.
La paz requiere que las personas de Israel y Palestina reconozcan al ser humano que habita en ellos y en el otro y entiendan su interdependencia.
Los misiles, las bombas y la crudeza del insulto no son parte de la solución. No hay solución militar.
Es más probable que la solución proceda de esa caja de herramientas no violentas que desarrollamos en Sudáfrica en los años 80 para persuadir al gobierno de la necesidad de modificar sus políticas.
La razón de que estas herramientas – el boicot, las sanciones y la retirada de fondos – resultaran finalmente eficaces fue la existencia de una masa crítica que las apoyaba, tanto dentro como fuera del país. La clase de apoyo del que hemos sido testigos a lo largo del mundo en las últimas semanas en relación con Palestina.
Mi ruego al pueblo de Israel es que vea más allá del momento, que vea más allá de la rabia de sentirse perennemente asediado, para ver un mundo en el que Israel y Palestina puedan coexistir – un mundo en el que reinen la dignidad y el respeto mutuos.
Requiere un cambio de mentalidad. Un cambio de pensamiento que reconozca que el intento de perpetuar el statu quo actual condena a las futuras generaciones a la violencia y a la inseguridad. Un cambio de mentalidad que cese de interpretar la crítica legítima a las políticas de Estado como un ataque al Judaísmo. Un cambio de mentalidad que empiece en casa y se extienda por todas las comunidades y naciones y regiones, llegando a la diáspora diseminada por todo el mundo. El único mundo que compartimos.
Las personas unidas en pos de una causa justa son imparables. Dios no interfiere en los asuntos de la gente, esperando que crezcamos y aprendamos resolviendo nuestras dificultades y diferencias por nosotros mismos. Pero Dios no está dormido. Las escrituras Judías nos dicen que Dios tiene preferencia por los débiles, los desposeídos, las viudas, los huérfanos, por el extranjero que libera a los esclavos en el éxodo hacia la Tierra Prometida. Fue el profeta Amos quien dijo que debemos dejar a la justicia fluir como un río.
La bondad prevalece al final. La búsqueda de la libertad por parte del pueblo de Palestino frente a las políticas de Israel es una causa justa. Es una causa que el pueblo de Israel debe apoyar.
Nelson Mandela pronunció aquella célebre frase donde dijo que los sudafricanos no se sentirán libres mientras los palestinos no lo sean.
Hubiera podido agregar que la liberación de Palestina liberará a Israel además.
http://piensachile.com/2014/08/mi-peticion-al-pueblo-de-israel-liberaros-vosotros-mismos-liberando-palestina/