En el Bhagavad Gita, Krisna le dice a Arjuna, uno de los héroes del poema épico hindú Majábharata y tercero de los cinco hermanos Pándava: “Así como un fuego ardiente convierte la leña en cenizas, ¡oh, Arjuna!, así mismo el fuego del conocimiento reduce a cenizas todas las reacciones de las actividades materiales“. Krisna explica a Arjuna que la causa de la ignorancia es el materialismo, que cubre el verdadero conocimiento, y por ello la ignorancia nos ciega. La ceguera es la ignorancia, y la visión es el conocimiento. En la mitología griega, Prometeo es el Titán amigo de los mortales, honrado principalmente por robar el fuego de los dioses en el tallo de una cañaheja, darlo a los hombres para su uso y posteriormente ser castigado por Zeus por este motivo. Como introductor del fuego e inventor del sacrificio, Prometeo es considerado el Titán protector de la civilización humana. Pero, ¿quiénes eran los titanes? En la mitología griega, los titanes y las titánides eran una raza de poderosos dioses que gobernaron durante la legendaria Edad de Oro. El término Edad de Oro proviene de la mitología griega y fue recogido por primera vez por el poeta griego Hesíodo. Se refiere a la etapa inicial de las edades del hombre en la que vivió en un estado ideal o utopía, cuando la humanidad era pura e inmortal. En las obras literarias, la Edad de Oro usualmente acaba con un acontecimiento devastador, que trae consigo la caída del hombre. La idea de una Edad de Oro aparece por vez primera en el poema los Trabajos y días, de Hesíodo, en la mitad del siglo VIII a. C. Según el poeta, se trata de la primera edad mítica, el tiempo de «una dorada estirpe de hombres mortales», que «crearon en los primeros tiempos los inmortales que habitaban el Olimpo. Vivieron en los tiempos de Crono, cuando reinaba en el cielo». Hesíodo describe otras cuatro eras que sucedieron a la edad de oro en orden cronológico. Se trataría de la edad de plata, la edad de bronce, la edad de los héroes y la edad del hierro. Es curioso que el número de cuatro edades del hombre, si no consideramos la edad de los héroes, se correspondan también con el número cuatro para las grandes eras geológicas. La mítica Edad de Oro descrita por Hesíodo está en la base de «toda la historia del pensamiento griego, alimentando los sueños de los que por diversas razones rechazan el mundo en que viven». En la mítica Edad de Oro no se conocía ni la guerra, ni el trabajo, ni la vejez, ni la enfermedad. Las personas morían en un sueño pacífico y la tierra producía bienes en cantidad suficiente para satisfacer todas las necesidades. Por consiguiente, no había razón alguna para que surgiese ningún conflicto, por lo que los hombres de la raza de oro llevaban una vida tranquila y feliz, que se correspondería con la idea del Paraíso Terrenal o Edén.
Helena Blavatsky, también conocida como Madame Blavatsky, cuyo nombre de soltera era Helena von Hahn y luego de casada Helena Petrovna Blavátskaya, (1831 – 1891), fue una escritora, ocultista y teósofa rusa. Fue también una de las fundadoras de la Sociedad Teosófica y contribuyó a la difusión de la Teosofía moderna. Sus libros más importantes son Isis sin velo y La Doctrina Secreta (en que está basado este artículo), escritos en 1875 y 1888, respectivamente. En sus escritos, de gran erudición, se refirió a una serie de civilizaciones antiguas, algunas de ellas perdidas, que han servido de inspiración a escritores posteriores que han tratado estos temas. Me he basado en algunos de sus escritos para redactar este artículo. Blavatsky alegó que no era la autora de los libros sino que habían sido inspirados por los Mahatmas, a través de su cuerpo físico, en un proceso llamado Tulku, que según la autora, no es un proceso mediúmnico. En enero de 1884 se publicó en The Theosophist (revista oficial de la Sociedad Teosófica) la noticia de que Blavatsky escribiría una obra que ampliaría la información contenida en su gran trabajo anterior, titulado Isis Sin Velo. Se escribió entre los años 1884 y 1885. A principios de 1886, en una carta dirigida a Alfred Sinnett, Blavatsky dijo que la obra sería ampliada respecto al plan original, lo que supuso la reescritura de algunos de sus capítulos. En septiembre de 1886, envió desde Europa a la India el que sería el volumen I, pero resolvió inmediatamente después volver a reescribirlo con adiciones y cambios. En 1887, Elena Blavatsky estaba muy enferma, al borde de la muerte. Recibió, luego la visita de uno de sus instructores tibetanos y le dio según dijo, la siguiente elección: o bien morir, liberándose del cuerpo enfermo, o seguir viviendo para poder poner fin a la Doctrina Secreta. Ella se recuperó y siguió escribiendo la obra. En la primavera de 1887 residía en Londres donde completó el trabajo que fue publicado simultáneamente en Londres y Nueva York, a finales de octubre de 1888. Las últimas palabras de Blavatsky acerca del trabajo fueron las siguientes: “este libro está dedicado a todos los verdaderos teosofistas”.
El mito de la Edad de Oro aparece también en el diálogo Político de Platón: “No había en absoluto constitución, ni posesión de mujeres ni de niños, porque desde el seno de la tierra es de donde todos remontan a la vida, sin guardar ningún recuerdo de sus existencias anteriores. En lugar de esto, poseían en profusión los frutos de los árboles y de toda una vegetación generosa, y los recogían sin necesidad de cultivarlos en una tierra que se los ofrecía por sí misma. Vivían frecuentemente al aire libre, sin cama ni vestidos, ya que las estaciones eran de un clima tan agradable que no les ocasionaban molestias, y sus lechos eran nobles entre la hierba que crecía en abundancia“. Algunas obras pastorales de ficción representan la vida en una imaginaria Arcadia, región de la antigua Grecia que se ha convertido en el nombre de un país imaginario, creado y descrito por diversos poetas y artistas, como continuación de la vida en la Edad de Oro. El poeta latino Ovidio también habla de las diferentes edades del hombre en Las metamorfosis. La Edad de Oro tuvo lugar inmediatamente después de la creación del hombre, cuando Saturno gobernaba el cielo, por lo que igualmente se la llamaba reinado de Saturno. En la mitología romana, Saturno era un importante dios de la agricultura y la cosecha. Fue identificado en la antigüedad con el titán griego Crono, entremezclándose con frecuencia los mitos de ambos. Saturno es representado como un anciano con larga y espesa barba blanca, con una hoz en la mano. Es el emblema del tiempo y lo simboliza como algo muy antiguo que todo lo destruye y acaba. Los griegos consideraban el cielo como el más antiguo de los dioses y le daban el nombre de Urano, homólogo del dios romano Caelus, o el Cielo. Del firmamento y de la diosa romana Tellus, antigua Cibeles o Tierra, resultaron dos hijos: Titán y Saturno, de los cuales el segundo era el menor. Tendrían un equivalencia en los dos dioses hermanos sumerios Enlil y Enki. Saturno obtuvo de su hermano mayor Titán el favor de reinar en su lugar pero puso una condición: «Saturno no debía criar hijos». Se casó con Ops (Rea), con quien tuvo varios hijos. Pero por causa del pacto que había suscrito con su hermano, decidía devorarlos. Ops ocultó a Júpiter, a Neptuno y a Plutón y los hizo criar en secreto, mostrando solo a su hija Juno. Titán descubrió el engaño y le encarceló junto con su esposa. Una vez adulto, Júpiter hizo la guerra a su tío Titán, derrotándolo, y devolvió el imperio del cielo a su padre, Saturno, equivalente al tiempo. Saturno trató de matar a su hijo Júpiter, pero éste le venció y se apoderó del imperio del cielo. Así la dinastía de Saturno y Ops perduró en detrimento de la de Titán. El mito concluye con que Saturno quedó reducido a la condición de simple mortal, yendo a refugiarse al Lacio, donde puso orden entre los hombres y les dio leyes. Otra versión dice que fue bien recibido por Jano, rey del Lacio.
La Edad de Oro era un tiempo de inocencia, de justicia, de abundancia y de bondad. La Tierra gozaba de una primavera perpetua, y los campos fructificaban sin necesidad de que los cultivasen. Cuando Saturno fue lanzado a las tinieblas del Tártaro, Júpiter se convirtió en el amo del mundo, con lo que comenzó la Edad de Plata. Se encuentran igualmente evocaciones a la Edad de Oro en otros autores y poetas latinos como Tíbulo, en una de sus elegías, y Virgilio, en las Geórgicas. No sólo la literatura ha recogido la idea de una Edad de Oro, sino que la pintura también recogió el tema, a partir del Renacimiento, usando sobre todo el símbolo del laurel. En el siglo XVII también se acogió como tema literario, y permaneció como tema popular de tipo legendario. Las edades o las razas del hombre son las etapas por las que ha pasado la humanidad desde su creación, según la mitología clásica. Sus fuentes literarias principales son las obras del griego Hesíodo y el latino Ovidio, así como con una versión de San Jerónimo de Estridón en el comienzo de la época medieval. El mito tiene una estructura general que presenta una sucesión de etapas, desde un principio lejano en el tiempo, en el que los hombres vivían de forma semejante a los dioses, y llamada Edad de Oro, hasta la época de quien narra la historia, en la Edad de Hierro actual. Las versiones presentan diferencias significativas. El primer testimonio conocido del mito de las razas proviene del poema Trabajos y días, de Hesíodo. El poeta introduce el relato diciendo que contará cómo los dioses y los hombres tuvieron el mismo origen. De ahí vendría la frase de que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. Hesíodo describe que al principio los dioses crearon una estirpe dorada de mortales. Estos existieron en tiempos del reinado de Crono y vivían como si fueran dioses, es decir, sin fatigas, preocupaciones ni miserias. A su vez eran siempre jóvenes y fuertes, disfrutaban de fiestas y no conocían el mal. Poseían alegrías de todo tipo y la tierra fértil los proveía de manera espontánea de abundantes frutos. Alternaban sus trabajos con muchos deleites. Además eran ricos en rebaños, cercanos y agradables a los bienaventurados dioses. No conocían la muerte sino que, en vez de eso, se sumían en un sueño. Una vez que fueron sepultados bajo tierra, Zeus les concedió el rango de démones, y ahora gozan del privilegio de ser protectores de los mortales y proveedores de riquezas. También vigilan las sentencias y malas acciones recorriendo todo el mundo. Un demon, daimon, o daimón es un concepto de la mitología y la religión griega cuyo significado puede ser diferente según el contexto en el que aparece. En los textos de Homero habitualmente tenía el significado de una divinidad indeterminada; cuando se aplicaba a la vida del hombre, equivalía a la fortuna, la suerte, un genio protector, el destino o la fatalidad.
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