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La leyenda Hopi de los «escudos voladores» y la «gente hormiga» que residen en el centro de la Tierra
‘Hopituh Shi-nu-mu’ es el nombre por el cual una de las tribus de nativos americanos se llamaban a sí misma y significa «gente pacífica. La historia de los Hopi se remonta miles de años atrás, por lo que es una de las culturas más antiguas del planeta. A diferencia de otros mitos que hablan de dioses descendiendo del cielo, sus antiguas leyendas transmiten la historia de las deidades Hopi que residen en el centro de la Tierra. ¿Quiénes eran?
Ellos siempre han vivido de acuerdo a las enseñanzas entregados a ellos por Masauwu, Maestro del Cuarto Mundo, cuyos conceptos éticos están profundamente arraigadas en su cultura.
Sin embargo, a diferencia de muchas mitologías, los Hopi creen que sus dioses no viven en el infinito espacio cósmico, sino que viven en el corazón de la Tierra, transmitiendo la idea de una tierra hueca antes de tiempo.
Hablan de sus deidades como la «gente hormiga». De hecho, algunos petroglifos encontrados cerca de Mishongnovi, en Arizona, el cual representa los más antiguos petroglifos de los Hopi, muestran a los enigmáticos seres con ‘antenas’ que dan una idea de la gente hormiga.
Según la mitología Hopi, el principio de los tiempos, Taoiwa, el Creador, creo a Sotuknang, su sobrino, dándole la tarea de crear nueve universos o mundos: uno para Taiowa, uno para él y otros 7 mundos para la vida que vendría.
En un concepto cíclico del tiempo, similar a la mitología azteca, estos mundos tendrían éxito cíclicamente.
Los tres primeros de estos mundos, Tokpela, Tokpa y Kuskurza, ya estaban habitadas y más tarde destruidas a causa de la corrupción y la maldad de los hombres. Los Hopi transmitieron que al final de cada ciclo está marcado por el regreso de los dioses, y el acercamiento del nuevo mundo y anunciado por la aparición de la Estrella Azul Kachina, el signo del ‘Día de la Purificación «, en el que se destruye el viejo mundo y comienza uno nuevo.
La Gente Hormiga
Cada vez que uno de los mundos es destruido, los fieles Hopi son llevados y conducidos por las deidades a ciudades subterráneas para escapar de la destrucción. En cualquier destrucción cíclica, los hombre hormigas son cruciales para su supervivencia.
Al parecer, el llamado ‘Primer Mundo’ (Tokpela) fue destruida por un incendio de proporciones globales, tal vez algún tipo de vulcanismo masivo, o el impacto de un asteroide o incluso la expulsión de una catastrófica masa coronal del Sol.
El «Segundo Mundo» (Tokpa), sin embargo, fue destruida por el frío. Probablemente, un cambio de polos que desencadeno una edad de hielo que destruyó la vida en el planeta Tierra.
En el transcurso de estos dos cataclismos globales, los miembros virtuosos de la tribu Hopi fueron guiados durante el día por una nube de forma extraña y estrellas en movimiento en la noche, conduciéndolos hacia la presencia de un «hombre hormiga» llamado Anu Sinom. La criatura entonces escoltó a los Hopi en las cuevas subterráneas donde encontraron refugio y sustento.
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En la leyenda, los seres hormigas se describen como generosos, trabajadores, dispuesto a proporcionar alimentos a los Hopi y enseñándoles métodos de conservación de alimentos.
Según los teóricos de los antiguos astronautas, es interesante observar que la descripción física de estos seres corresponde a la que atribuimos a los modernos «alienígenas grises».
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Cada febrero, los Hopi celebran el Powanu, un ritual para conmemorar el momento en que Anu Sinom les enseñó a germinar frijol dentro de cavernas con el fin de sobrevivir.
Los Hopi indican que la gente hormiga también utilizan la palabra ‘anu’, lo que combinado con la palabra ‘Naki’, que significa ‘amigos’, forman la palabra ‘Anu-Naki’, o ‘amigos de las hormigas’.
An, en la lengua sumeria, (Anum o Anu en acadio) era el dios de la mitología mesopotámica celestial y significa «el que pertenece a los cielos.» Siendo artífice de la creación, él tenía asociado el número 60, cifra sagrada para los sumerios, la cifra más alta del sistema sexagesimal mesopotámico.
Como dios supremo An/Anum presidia la asamblea de los Anunnaki, y también compuso la tríada cósmica junto con el Enlil y Enki. También formo parte de los cuatro creadores de dioses, incluyendo la tríada anterior con la diosa Ninhursag. El lugar principal de su culto era en Uruk, representada por el antiguo Templo de An.
Ver también: ¿Quiénes fueron los verdaderos “Dioses del Edén”?
¿La gente hormiga de la tribu Hopi pueden ser los mismos Anunnaki de los sumerios? Si es así, ¿dos mitologías tan distantes en el tiempo y en el espacio pueden ser la memoria ancestral de nuestros antepasados de un evento único que tuvo lugar en nuestro planeta?
Los Escudos Voladores
Según Frank Waters, autor del libro México místico: la llegada del sexto mundo de la conciencia (1975), cuando habla de la mitología del Tercer Mundo, los Hopi introducen el concepto de patuwvotas o «escudos voladores».
En el tercer ciclo, se dice que la humanidad había construido una civilización muy avanzada, tanto para desarrollar los «escudos voladores», significa poder viajar rápidamente a diferentes lugares del mundo y arrasar ciudades enteras. El Tercer Mundo fue destruida por Sotuknang, el nieto del creador, con una gran inundación.
Una vez más hay un paralelismo evidente con la tradición sumeria, en el que se habla de la gran inundación que acabó con todas las civilizaciones anteriores. Esta historia se puede encontrar en la Epopeya de Gilgamesh, el texto que luego fue tomado por la tradición bíblica en la historia de la gran inundación y el Arca de Noé.
Según la tradición Hopi, los sobrevivientes del diluvio estaban dispersos en diferentes lugares del planeta, bajo la dirección de Masauwu, el Espíritu de la Muerte y el Maestro del Cuarto Mundo.
En un petroglifo hopi esta Masauwu como un ser montado sobre una «nave sin alas» en forma de cúpula. La similitud entre los «escudos voladores» y lo que ahora consideramos aviones o platillos volantes es desconcertante.
Ya sea «escudos voladores» o «naves sin alas», el mensaje es claro: los antepasados de los Hopi utilizaban estas descripciones para referirse a algo que era capaz de volar y transportar personas.
Los Hopi creen que la humanidad moderna vive actualmente en el Cuarto Mundo, llamado Tuwaqachi. Al igual que los mundos anteriores, también Tuwaqachi será destruido debido a la maldad de los hombres y verá el regreso de los dioses a la Tierra. Los teóricos de los antiguos astronauta interpretan la profecía de la Estrella Azul Kachina como referencia al retorno de los extraterrestres en nuestro planeta.
Además del aparente paralelismo entre la cultura hopi y los sumerios, Waters también ve una conexión entre las leyendas Hopi y la mitología de los mayas. En ambas culturas referencias a la creación y la destrucción del mundo son muy similares. Ambos también hablan de la futura destrucción del mundo actual.
Esta uniformidad en la mitología cultural de las dos culturas, ha llevado Waters a decir que los Hopi y los mayas están ancestralmente relacionados.
HIPERBOREA. LA LEGENDARIA THULE.
El nombre Hiperbórea procede del griego antiguo y significa “más allá del Viento del Norte (Polo Norte)”. En este fabuloso reino de eterna primavera el Sol brillaba las 24 horas del día, pero era prácticamente imposible llegar hasta allí, porque esta región estaba protegida por enormes muros de hielo transparentes, y no se podía acceder por los medios de transporte convencionales ya que este enigmático “paraíso” estaba custodiado por poderosas razas de semidioses llamados Hiperbóreos.
Los hiperbóreos tuvieron su escenario en esa herradura que rodea al polo norte. Obviamente la misma Inglaterra y hasta Irlanda pertenecieron a la tierra de los hiperbóreos, a esa tierra perteneció también Alaska, pues todas esas regiones forman una herradura alrededor del casquete polar del norte.
Se dice que los hijos del Segundo Sol, los hiperbóreos, perecieron arrasados por fuertes huracanes.
De la primera raza emanó la segunda, la Hiperbórea, sujetos que se reproducían mediante «brotación»; ingentes multitudes que otrora habitaran en las múltiples regiones del Septentrión.
Heródoto, en el libro IV, Capítulos XXXII y XXXIV, cuenta que los Hiperbóreos, viejos antecesores de los LÉMURES, enviaban periódicamente a DÉLOS sus ofrendas sagradas, envueltas en paja de fromentun. Tales ofrendas venerandas tenían bien marcado su sagrado itinerario. Pasaban primero al país Escita y después iban caminando hacia occidente hasta el mar Adriático, ruta igual a la que seguía el ámbar desde el Báltico hasta el caudaloso río PO en la península Itálica.
De esa primieval RAZA POLAR provino la SEGUNDA RAZA: ADAM-EVA o JOD-HEVA, gente HIPERBÓREA, andróginos inactivos.
¿Quiénes son los Hiperbóreos?
Esta civilización ha sido descrita en muchas culturas como seres muy altos, de ojos azules, rubios y de piel muy blanca, teniendo una sociedad muy bien desarrollada y organizada. Uno de sus múltiples talentos son las artes, así como la ciencia. Sus habitantes viven en un estado de luz y amor permanente, de hecho es una raza que ha vivido siempre libre de guerra. Su concepto del trabajo es inigualable. Su genética no conoce la vejez ni la enfermedad. Son seres altamente psíquicos.
Otra parte de la historia griega conecta los Hiperbóreos con la fundación de varios santuarios religiosos importantes en la antigua Grecia, y también se dice en estos escritos que el planeta estaría conectado por túneles por todo el interior de nuestro planeta. Diferentes culturas de todo el mundo coinciden en sus escritos antiguos que toda la humanidad tiene su origen en Hiperbórea.
Esta antigua raza tiene la misma procedencia que la Atlante y Lemuriana, de origen extraterrestre. Hoy en día una parte de esta civilización permanece oculta en el interior del planeta. Los científicos han confirmado que hay aberturas en los polos y que estarían sirviendo como entradas a un mundo oculto avanzado, y teniendo en cuenta esta teoría, la antigua leyenda griega tendría sentido. Algunos investigadores afirman que los Hiperbóreos convivieron durante un tiempo junto a otras razas como los Atlantes y Lemurianos, siendo su relación más intensa con los Atlantes y cuyos aliados intercambiaron parte de su ciencia y astronomía.
Hiperbórea estaba situada más allá del océano boreal y aislada del mundo, según una versión del mito, por una muralla de constitución vítrea. En otras versiones la muralla mágica era de piedra, al estilo de las construcciones ciclópeas del mundo antiguo. Gracias a esta separación, la pureza racial no estaba amenazada y podían vivir en armonía. Cuando los dioses hiperbóreos hubieron de partir para retornar más allá de las estrellas, antes de marchar dejaron en la tierra un objeto especialmente sagrado: el Gral o Grial.
Este objeto, la esmeralda de la Corona de Lucifer, tiene la virtud de permitir a los espíritus caídos mantener el vínculo con el mundo de los dioses.
Tras un cataclismo planetario, Hiperbórea desapareció y aquella eterna primavera ártica dio paso a un clima frío e inhabitable. Los descendientes de los arios que quedaron sobre la superficie de este planeta hubieron de emigrar hacia regiones más al sur. Así, los arios emigrarían fundando la legendaria civilización del Gobi, en el Asia y migrando también hacia Escandinavia. Los innumerables restos de fauna congelada en las islas árticas hoy inhabitables, como la isla de Vrangelja (Vrangel), al norte de Siberia, en pleno Océano Ártico, así como los yacimientos de carbón de las islas árticas como Spitsberg (Noruega), son la demostración de que en otro tiempo aquellas tierras polares, hoy inhabitables, fueron lugares de naturaleza exuberante. De esta manera, la Patria original de los arios sería sepultada por los hielos polares.
Una antigua tradición tibetana dice que:
«La Isla Blanca (Hiperbórea) es el único lugar que se le escapó el destino general de todos los continentes después de la catástrofe. No puede ser destruido por agua o fuego, ya que es el Eterno Tierra».
http://saikumisterios.blogspot.com.ar/
La matanza de Nataruk
La portada de la revista Nature nos acaba de presentar el cráneo de un cazador y recolector africano de unos 10.000 años de antigüedad. El hueso frontal aparece literalmente aplastado por un golpe brutal e intencionado, que debió causar la muerte instantánea al propietario de este cráneo. Se trata de uno de los 10 individuos (de un total de 28 identificados) con lesiones traumáticas severas, recuperados en el yacimiento de Nataruk en la proximidades de la ribera oeste del lago Turkana (Kenia). La investigadora Marta Mirazón Lahr, que trabaja en la Universidad de Cambridge y está afiliada al Instituto de la Cuenca de Turkana, en Nairobi, presentó la semana pasada junto a un numeroso grupo de colegas un estudio impresionante sobre la matanza ocurrida en los inicios del Holoceno. Los fallecidos, hombres, mujeres y niños, fueron masacrados por otro grupo y sus cuerpos abandonados en el mismo lugar de la matanza. En la actualidad el sitio de Nataruk es semidesértico, pero hace 10.000 años rebosaba de riqueza en recursos para los grupos que vivían de la pesca, la caza o la recolección.
Doce de los individuos identificados en Nataruk aparecieron muy completos, con sus huesos articulados, mientras que el resto se reconocieron por unos pocos restos óseos. Entre los 28 individuos se cuentan seis niños, un adolescente con indudables problemas de crecimiento, cuatro mujeres y el resto son hombres. Algunos cadáveres se identificaron por unos cuantos fósiles, sin información suficiente para estimar el sexo. Los cadáveres no fueron enterrados, y aparecen distribuidos al azar en un área muy amplia de unos 200 X 200 metros. El conjunto arqueológico que acompaña a los cadáveres está representado por unos 130 instrumentos de piedra, la mayoría concentrados en un punto concreto del área excavada. En la proximidades del hallazgo se localizó un conjunto arqueológico más rico, de unos 36 metros cuadrados. Quizá se trate del campamento provisional donde pernoctaban los infortunados miembros de aquel grupo de cazadores y recolectores africanos. En este lugar se han encontrado arpones de hueso, que sirvieron para la pesca en el lago Turkana hace 10.000 años.
Los autores del artículo de Nature describen las lesiones que dejaron su huella en el esqueleto, y que aún conservan los proyectiles de piedra que impactaron en sus cuerpos. La mayoría de las lesiones afectaron al cráneo, pero también se observan lesiones en las costillas, las rodillas, las manos o los pies. Los restos de los niños, así como los de un feto a término o un bebé recién nacido, indican que la matanza fue indiscriminada. No se observan indicios de canibalismo ni procesado alguno de los cadáveres. Los autores concluyen al final de su artículo que el objetivo del ataque pudo ser un conflicto territorial por la disputa de la riqueza del lugar, o simplemente estuvo relacionado con el robo de mujeres, niños o provisiones. Todo ello, por supuesto, muy especulativo. Pero lo que realmente importa es el hallazgo en si mismo y su significado.
Hace ya muchos años que Raymond Dart sugirió signos muy claros de violencia entre los australopitecos hallados en la cueva de Makapansgat, en Sudáfrica, cuya antigüedad supera los tres millones de años. La hipótesis de Dart dio lugar al libro titulado “Génesis africana” publicado en 1961 por el periodista norteamericano Robert Ardrey. Las terribles huellas de las guerras mundiales del siglo XX fueron terreno abonado para considerar que nuestros orígenes estuvieron marcados por la violencia. Los supuestos signos de matanzas entre los grupos de australopitecos de Makapansgat fueron desmentidos por otras evidencias y la pregunta sobre nuestro supuesto carácter agresivo quedó en el aire. Cierto es que los chimpancés pueden llegar a un grado de violencia extrema en casos aislados, cuando los recursos escasean. Es posible que los homininos del Plioceno tuvieran un comportamiento no muy diferente al de los chimpancés actuales. Pero no podemos extrapolar el comportamiento de estos primates al que tuvieron nuestros ancestros. Necesitamos evidencias científicas inequívocas para proponer las oportunas hipótesis.
Las claras huellas de canibalismo observadas en los restos fósiles humanos del nivel TD6 del yacimiento de la cueva de la Gran Dolina, en la sierra de Atapuerca (850.000 años), representan por el momento las evidencias de violencia intergrupal más antiguas conocidas en la larga historia de la evolución humana. Aún así, estas evidencias están mucho más cercanas a nosotros que a los orígenes de la genealogía humana y pertenecen a una especie del género Homo. Los claros signos de violencia interpersonal observados en uno de los 28 individuos identificados en el yacimiento de la Sima de los Huesos de la sierra de Atapuerca insisten en la naturaleza violenta de otra de las especies del género Homo. Quién sabe si la acumulación de los 28 cadáveres de este yacimiento, datado en 430.000 años, estuvo relacionado con algún tipo de enfrentamiento como el de Nataruk. Pero lo cierto es que 400.000 años más tarde los miembros de nuestra propia especie masacraban a los grupos rivales sin piedad y de forma indiscriminada.
Sin descartar el comportamiento violento en los ardipitecos o los australopitecos, cabe la posibilidad de especular que la agresividad intergrupal fue cada vez más frecuente en las especies del género Homo. El impresionante crecimiento demográfico de nuestra especie se ha resuelto con harta frecuencia en enfrentamientos territoriales, que tienen su culminación en lo que conocemos como “genocidios”. Sin embargo, las evidencias de Nataruk ya no permiten asumir que nuestro comportamiento violento tiene sus raíces en disputas territoriales de poblaciones demasiado numerosas y con recursos limitados. Durante el Plioceno y el Pleistoceno las poblaciones de las diferentes especies del género Homo, incluida la nuestra, siempre fueron poco numerosas. Quizá podemos argumentar que ciertas regiones ricas en recursos concentraron un mayor número de individuos y, por tanto, se incrementó la posibilidad de enfrentamientos. Esto es lo que pudo suceder en Nataruk.
Es muy probable que la violencia haya podido formar parte de nuestra conducta desde siempre, aunque de manera poco habitual y limitada a casos extremos. Todos los caracteres relacionados con la conducta han llegado hasta nosotros desde la noche de los tiempos. Pero se han refinado gracias al desarrollo del neocórtex y de las capacidades cognitivas correspondientes, como la planificación a largo plazo, la estrategia, la anticipación de los acontecimientos, etc. En otras palabras, en promedio somos mucho más inteligentes y capaces que nuestros ancestros para lo bueno, pero también para lo malo. La conducta agresiva forma parte del repertorio del comportamiento de las especies del género Homo. Nataruk nos muestra el camino y sugiere que la violencia pudo haberse “perfeccionado” en Homo sapiens en la misma medida que incrementamos nuestras capacidades cognitivas.
reflexiones- de -un- primate.blogs. quo.s