Por Alejandra Dandan / Resumen Latinoamericano / Página12
En un encuentro con diputadas y dirigentes gremiales y de derechos humanos en el que Página/12 estuvo presente, la líder de la Tupac Amaru contó de sus días en el penal donde lleva casi sesenta días presa. Advirtió que Gerardo Morales quiere “destruir la organización”.
Sala habló de los maltratos a los que fue sometida durante sus traslados del penal al juzgado.
Desde San Salvador de Jujuy
“Me mandaron a un emisario con un mensaje.” Alrededor de la mesa va pasando un grupo de catorce mujeres, dirigentes políticas, gremiales, de los organismos de derechos humanos y comunicadoras que llegaron de distintos lugares del país. Es miércoles 9 de marzo. Día de visita en el Servicio Penitenciario N° 7 de San Salvador de Jujuy. Milagro Sala habla del gobierno de Gerardo Morales. “Me hizo llegar un mensaje de que me largan, pero para eso me dicen que me tengo que ir de Jujuy.” Durante las próximas cuatro horas, la dirigente de la organización Tupac Amaru habla de la vida cotidiana en la cárcel donde lleva casi sesenta días de prisión. Habla de su “ranchada” en el Pabellón 3. De la organización de las presas y de la carta que votaron en “asamblea” destinada a la directora del penal. Habla del papa Francisco. Pregunta: “¿Qué saben de Cristina?”. Menciona los cuatro “traslados” que hizo desde la cárcel al juzgado rodeada de patrulleros y de gendarmes como si se tratara del Chapo Guzmán. De los moretones que le deja cada traslado porque la forcejean. Y de lo que busca el gobierno de Morales: “Nos quieren sacar las cooperativas –dice–. Quieren destruir la organización: sacarnos todo lo que tenemos para funcionar con nuestras cooperativas”.
–¿Imaginabas que venía lo que venía? –pregunta Cynthia García, entre las invitadas.
–No –dice la “Flaca”. Ahora me ponen una causa, después me ponen otra causa. Pero lo que más preocupa es la campaña: no poder defenderme y salir a contestarles.
No es el derecho a réplica de lo que habla Milagro Sala. Es del derecho a la defensa en el campo mediático, del derecho a la palabra en uno de los territorios en disputa donde se construyen, repiten y alimentan los supuestos argumentos jurídicos y políticos de su permanencia en este lugar.
–¿Qué pensás hacer el día que salgas de acá?
–Primero, ir al Parlasur. Después, volver a la provincia.
Sala tiene su primera sesión como legisladora del Parlasur mañana, lunes 14 de marzo, pero hasta ahora no va pese a los fueros de inmunidad y a las sucesivas presentaciones que hicieron organismos de derechos humanos y organizaciones sociales en foros locales e internacionales como Naciones Unidas o la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
Del otro lado del alambrado de la cárcel de pronto se detienen los cantos. Hay banderas y grupos de la Tupac desparramados abajo del sol caliente. Una mujer levanta la voz. “¡Te quieroooo!” –grita a todo lo que puede. “¡Flaca, te queremos decir que acá las personas te estamos cuidando!”, sigue la voz que perfora las fronteras de la cárcel. “Que desde afuera te estamos apoyando. Y que no vamos a dejar de luchar por vos.”
Las pupilas de Sala bailan adentro de sus ojos. Se mueven de arriba abajo como celebraría cada parte de su cuerpo si cualquiera de sus movimientos no estuviese restringido por las lógicas represivas del penal. No levanta una mano ni saluda cuando cantan sus compañeros. No hace gestos. Anda con las dos manos guardadas entre las piernas como si buscara atarse ella misma para no correr esos cien metros que separan la mesa de la calle. Los hombros quietos. La calle sigue sonando. La “Flaca” llora, pero también es cierto que sus dos enormes ojos negros logran bailar.
Las autoridades del penal colocaron una enorme tela negra de doscientos metros de largo sobre el alambrado el día de su cumpleaños. El 20 de febrero, los tupaqueros se acercaron burlando el sol devastador de los carnavales con cantos y mariachis. Cantaron el cumpleaños en uno de los confines donde la puna es puro viento de polvo y tierra seca. Pero desde entonces, la tela tapa el alambrado. Y ella quedó separada un poco más del resto del mundo.
Los miércoles, sábados y domingos de 14 a 18 es horario de visita en el penal. Las presas reciben a su gente al aire libre sobre algo de verde y la sombra flaca de unos árboles.
–¿Cómo es un día acá?
–Hoy, por ejemplo, barrimos todo el patio –cuenta–. Cuando hago algo siento que el tiempo se pasa más rápido. Les dije que no quería privilegios. Limpio la pieza. Después tomamos un mate cebado. Te dejan, tal vez, llamar a los teléfonos de los abogados. A las doce se come. A las tres, la celadora te deja juntar con la ranchada, tomar mate o unos yuyos. A las cinco, te dejan salir de la celda. Ahí hay dos cuchetas y una cama al medio. Yo duermo en la del medio. La idea es tratar de pasarla mejor.
Sala también levanta el pasto cortado que dejan otros presos varones de otro pabellón. Hay un cura que les da alguna charla. Buena onda, dice ella: “Lo que no logra, eso sí, es llevarme a la misa”.
–¿Cuándo fue el momento de más angustia?
–El día del cumpleaños de mi nieto –dice–. Hablé por teléfono: “Quiero que vengas, abuela”, me dijo. Y yo me entré a desesperar.
Sala tiene dos hijos que ahora están en la mesa. También está su esposo, Raúl Noro, blanco como el pan blanco y bien gringo. Noro conoció a Sala cuando era corresponsal del diario La Nación. Se casaron. Primero por ceremonia indígena y más tarde de acuerdo a los mandatos católicos, romanos y occidentales. En la mesa también está el hermano de Sala, la esposa del hermano y una tía muy grande. Las visitas son de doce personas a la vez por orden de las autoridades del penal. Entre las mujeres dirigentes va apareciendo la secretaria de género de la CTA, Estela Díaz; la diputada con mandato cumplido del Movimiento Evita Adela Segarra; también Marta Alanis, de Católicas por el Derecho a Decidir; y Victoria Montenegro, de Abuelas de Plaza de Mayo. Entre la turba de palabras rápidas, vida cotidiana y análisis políticos hay escenas como las de un día cualquiera en la mesa larga del comedor de la “Flaca”. “Desde que estoy con Milagro –dice Noro–: me levanto y me acuesto con diez personas.”
En estos casi sesenta días, un día Sala supo que una compañera de penal había pasado la noche en una celda de castigo. “El chancho”, le dicen. “La pusieron de prepo, al otro día nos enteramos que la cosa fue que cuando estábamos jugando al fútbol se le fue la pelota, la tiró a un metro y medio y una celadora dijo que le había pegado. Cuando nos enteramos, casi tomamos el penal. Ya veníamos amontonando.”
En el penal hay 43 presas. Hay momentos de tensión. Hubo un problema con las mesas y sillas para las visitas. Las mujeres discutieron. Votaron en asamblea organizadas con una delegada por pabellón. Quedaron en escribir una carta a la directora: un petitorio, pero tenían que hacerlo todas. Un día a las 9 de la mañana la delegada de cada pabellón controló que todas las cartas estuviesen listas y que ninguna se “achique”. Había dos pedidos en la carta. Mesas y sillas para todas las presas que reciben visitas. Y mesas y sillas para que pudieran juntarse en “ranchadas” las que no reciben a nadie. “¿Ven esas mesas que están ahí?”, dice ahora Sala. Y señala contenta mesas con bloques de cemento nuevas que está construyendo el penal.
–¡Buen dííía se-ño-ra! –dice una celadora con voz de pito cuando las dirigentes van entrando. “¡Buuu-uen- día!”, repite como marcando la propiedad del territorio. En el ingreso hay una pequeña Virgen María. “Ahora no nos dejan entrar cosas dulces”, dice alguien de la mesa. Si alguien quiere recibir algo dulce, debe elevar una nota. Tampoco Milagro Sala se llama así en este lugar. Su tía cuenta que cuando entra y dice: “Vengo a ver a la señora Milagro”, la corrigen: “A la interna”, le dicen.
–¿Y saben algo de Cristina? ¡¡¿Qué dice?!! ¿Cómo está? –pregunta.
Estela Díaz le cuenta noticias. Habla de un petitorio que presentaron 60 mujeres a la Relatoría de Naciones Unidas para la Defensa de los Derechos Humanos. De otro pedido en Chile. La diputada Mara Brawer cuenta que están organizando un Comité de Apoyo a la Libertad de Milagro Sala a la usanza de las prácticas de resistencia que se hicieron durante la dictadura militar. Los ojos de Sala bailan otra vez. En ocasiones le saltan las lágrimas. La mesa cada tanto escucha en silencio los cantos que llegan de la calle. Un chico pasa por atrás. Abraza a la dirigente: “La Mila es mi mamá, es la mamá de todos los tupaqueros”, dice y se va. Dos mujeres pasan con una torta. Le dan un beso antes de ir a visitar a una presa. Victoria Montenegro le deja un pañuelo firmado por las Abuelas de Plaza de Mayo.
–¿Cómo estás? ¿Que pasó? ¿Cómo ves todo esto? –le van diciendo las diputadas. “Es duro, pero bueno. (Gerardo Morales) Hasta mandó hacer un asentamiento en medio del barrio adonde estaba proyectado el patinódromo. Ellos le están diciendo a la gente: ‘Si vos estás con ella, te lleno de causas. Si no, te cuido yo’. Esa es la manera antidemocrática que tiene Gerardo. Te aprieta constantemente. Es muy duro. Muy duro. Me ha acusado de narcotráfico, justo a mí. Con todo lo que para mí significaba eso y lo que luché. Después apareció con los videos. Mi casa. Mostraron todo: ¡como que fuera la casa de los narcotraficantes! Es muy feo. Me he sentido violada.”
Claudia es la hija de Sala. Esta sentada en un extremo de la mesa. “Trescientos policías la trasladaron el primer día con Gendarmería. Imaginate la desesperación que teníamos porque no sabíamos adónde la llevaban”, dice. “En un momento me paro en la puerta de la cárcel y eran un millón de policías.”
–¿La torturaron? –pregunta alguien dado que hubo situaciones de tortura entre los detenidos de la Tupac en días posteriores.
–El primer día, cuando la tiraron contra el móvil, la golpearon y la subieron a un auto –dice Claudia. Cada vez que la trasladan es así. Es un circo. La meten en un móvil de patrullero. Va uno adelante y otro atrás. Va otro móvil de Gendarmería. Todo el mundo ve el operativo porque cierran las calles. Ya la trasladaron cuatro veces. Y cada vez que la llevan a notificarse de alguna causa o a declarar vuelve con los brazos morados porque la forcejean. El show que hacen es peor que con el Chapo Guzmán.
La construcción política que se hace de Sala crece abastecida con las herramientas de la propaganda y acción psicológica prestadas por la industria mediática. La mesa habla del video de los cooperativistas extrayendo dinero de un banco. De la viralización de las imágenes editorializadas como si fuesen asaltantes. “¿Sabés qué pasa? –dice Sala–. Todas las organizaciones sociales sacan la plata de esa manera. Nosotros no tenemos cabarets ni flotas de taxis como tienen otros. Yo le diría: ‘¿Ustedes tienen negocios y la que soy acusada acá soy yo?’ Los primeros días me la pasé llorando, te lo digo, pero sé que tengo que estar fuerte por los compañeros. Acá hay una textil, una bloquera, una metalúrgica, una escuela, un supermercado: son los compañeros los que lo manejan. Morales mintió toda la campaña. Les dijo que les iba a dar 8500 pesos a los cooperativistas pero a cada dirigente le dio dinero y ahora la gente se está cagando de hambre.”
Sala está convencida de que el gobierno provincial busca desarticular la Tupac, desmembrarla de a partes para ir finalmente por toda la organización. La Tupac tiene la estructura de las cooperativas regularizadas hasta “con boleta electrónica”. “Y acá ellos están cambiando el nombre pero se quedaron con las cooperativas. Nosotros tenemos todo legal. Pero ellos quieren sacarnos todo para funcionar con las cooperativas”. Raúl Noro casi no habla. Sala dice que es “anti-piña” y que en lugar de un puño él agarra una lapicera. “Todos tenemos ángeles y demonios –comenta Noro–. Ellos apelaron a lo peor de los jujeños, a la discriminación, al odio y al racismo para conseguir aval para todo esto.”
–¿Tenés el rosario del Papa? –le preguntan. También le cuentan que por ella, Mauricio Macri recibió hasta un escrache en Italia. Sala habla entonces de la muerte de su padre. En mayo del año pasado, cuando murió lo enterraron durante una enorme ceremonia. Al día siguiente, el lugar apareció devastado. Sala buscó consuelo en el obispo de San Salvador, César Daniel Fernández. “Soy católica a mi manera. Yo conozco de la maldad, uno también es dañino, más nosotros los peronistas –bromea–, pero no me entra en la cabeza hasta dónde el ser humano puede ser tan maldito.” Comenzó una causa judicial por el ultraje. La Tupac sostiene que quienes lo hicieron eran punteros radicales. En el cementerio apareció un envase de combustible vacío. Una suerte de arrepentido dijo que habían previsto también quemar el cuerpo del padre. En ese momento, Sala supo que lo mismo había sucedido un año antes con su madre. No lo supieron inmediatamente porque el día siguiente al entierro de la madre fue día laboral, no como el de su padre, y los empleados del cementerio limpiaron el lugar. Milagro ya se había encontrado con Francisco una vez. Después de la muerte de su padre y, en ese contexto, el Papa volvió a invitarla a Roma a través de un mensajero. Como eran las internas en la provincia de Jujuy, Milagro no fue, pero logró ir después de las elecciones. Francisco la invitó a la celebración privada en la capilla de Santa Marta donde todas las semanas da una misa para cincuenta personas. Ella explica que la ceremonia era para tranquilizar su corazón. Y Noro agrega que el Papa le hizo una imposición de las manos.
–¿Te imaginabas esto de Morales? –pregunta una diputada.
–Nunca imaginé que iban a llegar tan lejos.
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