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Introducción
Más de la mitad del electorado estadounidense contempla con horror y desdén a los dos principales candidatos para las elecciones presidenciales de este año.
Por el contrario, la totalidad de las grandes corporaciones de medios de comunicación, en EE.UU. y en el extranjero, repiten alabanzas a las grandes virtudes de Hillary Clinton y acusaciones viscerales a Donald Trump.
Los analistas de los medios y las élites financieras, académicas y empresariales describen la posible presidencia de Clinton como una de responsabilidad, seguridad nacional, prosperidad empresarial y normalidad política.
Por el contrario, pintan al candidato republicano Donald Trump como una terrible amenaza que podría destruir el orden económico y militar global, polarizar la sociedad estadounidense y conducir a unos Estados Unidos aislados y proteccionistas hacia una profunda recesión.
Esa retórica enrarecida, que exagera las virtudes de un candidato y los vicios del otro, ignora las consecuencias trascendentales de la elección de uno u otro candidato. Hay una fuerte probabilidad de que la elección de la ultramilitarista Hillary Clinton conduzca al mundo a una catastrófica guerra nuclear global.
Por otro lado, el ascenso de Trump a la presidencia posiblemente provocaría una oposición económica global sin precedentes por parte del establishment empresarial, que llevaría la economía de EE.UU. a una profunda depresión.
No se trata de afirmaciones ociosas. Las consecuencias destructivas de la presidencia de uno u otro candidato deben analizarse mediante un análisis sistemático de la política exterior del pasado y del presente de la Sra. Clinton y de la convicción del Sr. Trump de ser capaz de transformar EE.UU. de un imperio en una república.
Clinton en la senda a la guerra nuclear
Durante el último cuarto de siglo, Hillary Clinton ha promovido las guerras más salvajes y destructivas de nuestro tiempo. Es más: cuanto mayor ha sido su implicación en la elaboración de políticas imperiales y en la implementación la política exterior, más cerca hemos estado de la guerra nuclear.
Para identificar la senda de Hillary Clinton hacia la guerra global es necesario analizar tres momentos cruciales. El inicio de la historia sangrienta de Hillary puede datarse en la de facto presidencia conjunta con su marido Bill Clinton (1993-2001).
Fase I: La presidencia conyugal militarista (1993-2001)
Durante la presidencia conjunta de Hillary con William Clinton (el Régimen Billary), la Primera Dama promovió activamente una toma del poder militarizada agresiva de Europa del este, los Balcanes, Oriente Próximo y África del Este, a menudo invocando su doctrina mesiánica favorita de “intervención humanitaria y cambio de régimen”.
Esto justificó el implacable bombardeo de Irak, que destruyó sus infraestructuras y aisló a su población para matarla de hambre mientras se preparaba la división del territorio siguiendo líneas étnicas y religiosas. Más de 500.000 niños iraníes fueron asesinados, tal y como justificó orgullosamente la entonces secretaria de Estado Madeleine Albright (1997-2001) y elogiaron los Clinton.
De la misma manera, Yugoslavia sufrió más de 1.000 bombardeos a cargo de las fuerzas aéreas de la coalición humanitaria de EE.UU. y con misiles de crucero desde el 24 de marzo al 11 de junio de 23009, en el proceso de subdividir el país en 5 mini-estados subdesarrollados “étnicamente limpios”. Miles de fábricas, edificios públicos, puentes, trenes de pasajeros, emisoras de radio, embajadas, complejos de apartamentos y hospitales fueron devastados; más de 1 millón de víctimas se convirtieron en refugiados y cientos de miles fueron heridos o muertos.
La “presidencia conyugal” consiguió realizar la guerra de agresión más sangrienta en Europa desde la invasión nazi en la Segunda Guerra Mundial, con el fin de subdividir una federación étnicamente diversa e industrialmente avanzada cuya política exterior independiente había hecho enojar al imperio empresarial occidental.
Los Clinton lanzaron la invasión militar de Somalia (en África del Este) para imponer un régimen vasallo, que provocó la muerte de muchos miles y una guerra regional imperial. Ante la resistencia desesperada popular de los somalíes, los Clinton se vieron forzados a retirar las tropas estadounidenses y sustituirlas por miles de mercenarios del África subsahariana y Etiopía, cuyas muertes pasarían desapercibidas para el electorado de EE.UU.
Desde 1992 hasta 2001, la maquinaria bélica de los Clinton contribuyó a instaurar el Estado vasallo cleptocrático de Yeltsin en Rusia, facilitando el mayor saqueo de recursos estatales en tiempos de paz de la historia mundial.
En la era de fragmentación postsoviética, los gánsteres estadounidenses y británicos aliados con los sionistas, las autoridades y “académicos” afiliados a los Clinton y los banqueros de Wall Street se apoderaron de más de 1 billón de dólares en activos públicos. Bajo el vasallaje de Clinton, la totalidad del sistema sanitario de la Unión Soviética fue eliminado y la Rusia de Yeltsin sufrió una disminución de población de 4,3 millones de ciudadanos, principalmente a causa de las enfermedades, el alcohol y las drogas, suicidios, malnutrición, desempleo, pérdida de salarios y pensiones y una epidemia sin precedentes de tuberculosis y enfermedades infecciosas que se creían erradicadas, como la sífilis y la difteria.
Senadora Hillary Clinton: Crímenes de guerra por asociación: 3 de enero, 2201-21 de enero, 2009
Durante el régimen dinástico de Bush hijo, la senadora Clinton apoyó la maquinaria de guerra estadounidense “que sembró muerte y destrucción por las cuatro esquinas del planeta” (en palabras de Bush hijo). Millones de personas en Irak y Afganistán murieron o huyeron aterrorizadas. Bush se limitó a profundizar y ampliar el caos iniciado por la presidencia conyugal de los Clinton una década antes.
La senadora Clinton promovió la invasión estadounidense directa y no provocada de Irak y la guerra en Afganistán. Así mismo respaldó las sanciones económicas contra Irán y dio su bendición al ataque israelí contra los palestinos en la Franja de Gaza y Cisjordania y las matanzas israelíes en el Líbano.
La senadora Clinton respaldó el abortado golpe de Estado de Bush hijo contra el presidente electo de Venezuela, Hugo Chávez (2002), un preludio de los intentos golpistas en países latinoamericanos que posteriormente dirigiría como secretaria de Estado.
El tiempo en que ejerció como senadora sirvió de transición entre el periodo de guerras de conquista de la presidencia conyugal y el siguiente periodo. Como secretaria de Estado con el presidente Obama, promovió agresivamente la supremacía militar global.
Secretaria de Estado Hillary Clinton: el militarismo puro y duro (2009-2014)
Cualesquiera que fueran las limitaciones a las que tuvo que enfrentarse la Sra. Clinton como senadora se disolvieron cuando pudo campar a sus anchas como secretaria de Estado. A lo largo de Europa, África, Latinoamérica y Oriente Próximo, Hillary Clinton bombardeó, masacró y desposeyó a millones de familias, destrozando sociedades enteras y desmantelando las instituciones de la sociedad civil de decenas de millones de personas. Nunca retrocedió ante la perspectiva de etnocidio e incluso bromeó con que la OTAN podría convertirse en “la fuerza aérea de Al-Qaeda”, cuando presionó para lograr una “zona de exclusión aérea” sobre Siria.
Una carcajada siniestra resonó por los pasillos de mármol cuando el Foggy Bottom1 se convirtió en pabellón psiquiátrico.
La secretaria de Estado promovió las brigadas mercenarias terroristas que invadieron Siria en un intento de “cambiar el régimen” del gobierno laico de Al Assad, empujando al exilio a varios millones de sirios. Comunidades cristianas sirias fueron barridas del mapa por completo gracias a este “cambio de régimen”.
Igualmente, dirigió los bombardeos y misiles de las fuerzas aéreas estadounidense para apuntalar la iniciativa de la despótica monarquía saudí por arrasar Yemen.
Clinton desató el bombardeó más salvaje sobre Libia destruyendo el país y provocando la limpieza étnica de un millón y medio de trabajadores subsaharianos y libios negros de ascendencia subsahariana.
Bajo la protección de señores de la guerra y jefes tribales yihadistas asesinos, la Sra. Clinton bromeó sobre la tortura y muerte del presidente Gadafi, prisionero y herido, cuyo asesinato nauseabundo y casi pornográfico por empalamiento anal fue documentado como una especia de snuff movie del “cambio de régimen”. Menos conocido es el previo asesinato al estilo del viejo testamento de varios de los hijos de Gadafi y de cinco de sus nietos mediante un ataque deliberado con misiles destinado a “enseñar al dictador” que ni siquiera sus nietos más pequeños podían esconderse.
La Sra. Clinton, que alardea de que su modelo bíblico favorito es la etnocida reina Ester, ha declarado su apoyo incondicional a los crímenes de guerra israelíes contra Palestina en Gaza y Cisjordania, así como en la diáspora. Hillary respaldó y defendió la tortura y los campos de prisioneros para niños, ancianos e indigentes.
Asimismo, siendo secretaria de Estado envió a su criminal subsecretaria Victoria Nuland (una neocon no reformada remanente de la administración Bush) a organizar el golpe de Estado violento en Ucrania. Millones de personas pertenecientes a la enorme población étnica rusa de Ucrania fueron expulsados de la región del Dombás. La Sra. Clinton pretendía convertir las instalaciones militares estratégicas rusas en Crimea en bases de la OTAN para su uso contra Moscú, lo que provocó el rechazo de los residentes de Crimea al golpe y su voto a favor de la reunificación con Rusia.
La intervención forzada del presidente ruso Vladimir Putin evitó que la limpieza étnica promovida por la Clinton en Crimea y el Dombás cuajara. Estados Unidos se vengó presionando hasta conseguir importantes sanciones económicas de la UE contra Rusia.
En consistencia con su modelo bíblico inmisericorde, la Clinton amenazó abiertamente con arrasar Irán mediante una guerra nuclear e incinerar a 76 millones de iraquíes para complacer a su tío Netanyahu, un proceso demencial que envenenaría a cien millones de árabes y quizás a unos cuantos millones de israelíes. ¡Ni siquiera los israelíes llegaron a soñar que la demencial “Opción Sansón” fuera ordenada desde Washington, DC!
Durante su ejercicio de la secretaría de Estado, la Clinton bloqueó activamente cualquier opción diplomática para conseguir un acuerdo EE.UU.-Irán sobre tecnología nuclear, limitándose a repetir como un loro la solución militarista israelí contra sus rivales en la región.
La Sra. Clinton se ha mantenido como una contumaz enemiga de los gobiernos independientes latinoamericanos emergentes. En su búsqueda de estados vasallos, la Clinton promovió los golpes de estado que triunfaron en Honduras y Paraguay, aunque fuera derrotado en Venezuela. Entre sus éxitos en política exterior, promocionó con orgullo el régimen de escuadrones de la muerte en Honduras.
Asimismo, apoyó los escuadrones de la muerte de los narco-regímenes de Colombia y México, que causaron la muerte de más de cien mil civiles.
En su senda hacia la guerra global, la Sra. militarista ha hecho lo posible por cercar a Rusia, situando armas nucleares en los Balcanes y en Polonia. Prometió colocar misiles también en Europa meridional central y en Ucrania. Justificó su órdago nuclear afirmando de forma histérica que el presidente electo Putin era “peor que el Estado Islámico”… “peor que Hitler”.
El hecho de haber amenazado repetidamente con la guerra global y participado activamente en guerras regionales de agresión debería haber incapacitado a Hillary Clinton para la presidencia de los Estados Unidos. Es política, intelectual y emocionalmente incapaz de relacionarse de forma realista con una Rusia independiente y con otras potencias independientes, incluyendo China e Irán. Su monomanía son los “cambios de régimen”, y es incapaz de evaluar cualquiera de las catástrofes que sus políticas ya han producido de hecho.
Hillary Clinton fue la orgullosa autora y directora del programa llamado “giro hacia Asia” (Pivot to Asia) de Estados Unidos, que ha supuesto un aumento descomunal de las fuerzas aéreas y navales de EE.UU. alrededor de las rutas marítimas que unen a China con sus mercados globales y sus principales fuentes de materias primas.
El militarismo exacerbado de la Clinton ha expandido las zonas de guerra de EE.UU. hasta cubrir Australia, Japón y Filipinas, incrementando en gran medida la tensión y aumentando la posibilidad de una provocación militar que conduzca a una guerra nuclear con China.
Ningún candidato presidencial de EE.UU., en el pasado o en el presente, ha participado en más guerras ofensivas en un periodo menor de tiempo ni proferido mayores amenazas nucleares que Hillary Clinton.
El hecho de que todavía no haya activado el holocausto nuclear probablemente se debe a las restricciones impuestas por el presidente Obama, menos sediento de sangre que su secretaria de Estado.
Estas limitaciones acabarán si la Clinton es elegida presidente de EE.UU. en un proceso amañado para conseguir dicho resultado, algo de lo que el electorado es cada vez más consciente.
Donald Trump: el camino pacífico hacia la recesión
En agudo contraste con la militarista Sra. Clinton, el “empresario” Donald Trump ha adoptado un enfoque relativamente pacífico de la política internacional para un candidato presidencial estadounidense de los tiempos actuales.
El “empresario” Trump pretende tener negociaciones productivas con el presidente Putin. Usando el genio para los negocios del que alardea sin ambages para beneficiar a EE.UU., Trump predice éxitos diplomáticos y económicos con Rusia, China y otras grandes potencias.
Molesto por décadas de generosidad del Tesoro estadounidense con sus aliados militares, Trump promete, si llega a la presidencia, cerrar bases militares en Asia y Europa y exigir que los aliados extranjeros “apoquinen” con su propia defensa.
El empresario se propone reconstruir Estados Unidos destinando el coste del mantenimiento de las misiones y las bases militares en el extranjero a proyectos de infraestructuras y creación de empleos “reales” en el propio país, algo que los belicistas que predican desde los medios de comunicación, las instituciones académicas y la burocracia de Washington desdeñan como “aislacionismo de Trump”.
La política de “America First” (Primero Estados Unidos) de Trump, que él sintetiza en el eslogan “Make America Great Again” (Volvamos a hacer grande a Estados Unidos) no prevea guerras de conquista contra países musulmanes, especialmente desde que han provocado la llegada de importantes flujos migratorios que amenazan el comercio y la estabilidad y Trump se opone a la entrada de más refugiados musulmanes en EE.UU.
La política exterior de Trump, basada en limitar los objetivos militares y la guerra, es diametralmente opuesta a la estrategia de guerra total de Clinton. Trump, a quien sus enemigos ridiculizan por “sus manos pequeñas”, no parece tener el gatillo fácil que caracteriza a Hilllary.
Trump suelta afirmaciones económicas contradictorias, especialmente en su propuesta para “reconstruir Estados Unidos”, a la vez que actúa en el marco de un sistema imperial. Como presidente de EE.UU., sus políticas proteccionistas se enfrentarían directamente con el “capitalismo financiero y monopolista” estadounidense y global y probablemente llevarían a desinversiones sistemáticas y a un desastroso colapso económico o más bien a una capitulación del presidente-empresario ante el statu quo.
El problema no son sus promesas de subir los impuestos a los ricos (como alguna vez ha dicho), o de aumentar la Seguridad Social (como afirma), sino su incapacidad para admitir que dichas políticas provocarían un éxodo masivo de la élite capitalista para evitar los impuestos. La mayor amenaza estriba en que, de persistir con dichas políticas, se producirá una resistencia masiva del capital y una revuelta de los congresistas de ambos partidos políticos, dominados por el mundo financiero, que paralizaría cualquier esperanza de llevar adelante su agenda económica.
Sin independencia política para desarrollar sus programas económicos internos, Trump tendría que hacer frente a una rebelión significativa de inversiones y préstamos de los capitalistas y los banqueros, que estarían encantados de conducir la frágil economía a una gran recesión, amenazando con una especie de “sabotaje económico interno”.
Ni el Partido Republicano de Trump (ni por supuesto el Demócrata) apoyarían jamás un programa que forzara al capital multinacional a sacrificar su dependencia de la mano de obra barata del extranjero y sus cuantiosos beneficios con el fin de crear empleo interno y emplear a trabajadores estadounidenses con salarios dignos.
Como presidente, nunca conseguiría asegurar los votos necesarios en el Congreso para incrementar los impuestos a los plutócratas que le permitirían financiar las obras públicas a gran escala y los proyectos de infraestructuras y creación de empleo.
El presidente empresario se enfrentaría a toda la furia del poderoso complejo militar-industrial y de alta tecnología cuando pretendiera retirar las fuerzas militares estadounidenses de Europa, Asia, Oriente Próximo y África.
La ascensión histórica de Trump al protagonismo de la política nacional tiene sus raíces en las ideas y los valores de la mayoría de la población trabajadora, marginada por los magnates mediáticos y la gentuza de Wall Street. En la actualidad, las ideas y los objetivos de Trump concuerdan con los de la mayoría de los votantes.
En sus discursos y entrevistas predominan varias ideas generales.
En primer lugar, Trump rechaza la “globalización” (el termino descafeinado para sustituir el “imperialismo”) y el “libre comercio” (un eufemismo para hablar de la transferencia de beneficios extraídos a los trabajadores estadounidenses para invertir en negocios en el exterior). El discurso de Trump se hace eco de los recientes movimientos (“Occupy Wall Street”) que se oponen al poder del 0,1% de supermillonarios frente a la inmensa mayoría.
En segundo lugar, Trump adopta el nacionalismo económico con su eslogan “Make America Great Again”. Existen demasiados trabajadores estadounidenses (y sus familias) resentidos por haber sido explotados, mutilados y masacrados al servir en numerosas guerras en Oriente Próximo, Asia y Europa generadas por el interés de los señores de la guerra, banqueros, sionistas y otras realezas imperiales estadounidenses. Trump sostiene que todo el sistema de seguridad y de beneficios empresariales sobredimensionado ha provocado una espiral de pagos de deuda insostenible.
El tercer tema que seduce a millones votantes es su idea de que EE.UU. debería oponerse a la política de “cambios de régimen” en serie. No deberíamos iniciar o participar en guerras perpetuas en el extranjero contra países musulmanes como medida para evitar los atentados terroristas en el país. Durante uno de los primeros debates sobre política exterior, Trump conmocionó al establisment político al acusar a la administración Bush de haber mentido deliberadamente al país para conducirle a la desastrosa invasión de Irak. Esta “revelación de la verdad” provocó un fuerte aplauso en la masa electoral republicana.
El objetivo de Trump es fortalecer la civilización estadounidense e intentar no provocar más “choques de civilizaciones”…
El cuarto mensaje es probablemente el que resulta más atractivo para la mayor parte de la población estadounidense: el elocuente ataque de Trump contra las élites de Washington y de Wall Street y sus apologistas intelectuales y de los medios de comunicación. Hay millones de estadounidenses indignados con los Bush, Clintons y Obamas, así como con los Morgans, Goldman Sachs y Paulsons, cuyas políticas han exacerbado las desigualdades de clase mediante múltiples estafas bancarias y caídas financieras, todas ellas “rescatadas” con el dinero de los contribuyentes estadounidenses.
En quinto lugar, la denuncia ruidosa y descarada que Trump realiza de las mentiras y la propaganda vertidas por los medios de comunicación de masas ha sintonizado con la profunda desconfianza que siente el público hacia los mismos. Su talento para dirigirse directamente y sin rodeos a la audiencia en vivo y por internet ha contribuido a su enorme atractivo. No participa en la “conspiración”, pero reconoce que las revelaciones de Edward Snowden han desenmascarado las mentiras del gobierno y su programa de espionaje contra la gente, destruyendo las bases del discurso democrático.
Trump podría ganar las elecciones basado en sus “cinco verdades” y su compromiso a “volver a hacer grande a Estados Unidos”, pero es más probable que pierda porque ha ofendido al establishment tradicional, a los latinos, los afroamericanos, las feministas, los burócratas de los sindicatos y sus seguidores de ambos partidos. Si triunfara en las urnas, su programa político provocaría una gran crisis económica ya que necesitaría a las élites republicanas de Washington y Wall Street, el Pentágono y el “sistema de seguridad internacional” para llevarlo adelante. Si, para bloquear la agenda nacional de Trump, la élite necesita crear una crisis financiera que defienda la “globalización”, las guerras en serie y los beneficios del 0,1%,¡vayan apretándose los cinturones!
El próximo noviembre, Estados Unidos tendrá que tomar la desapacible decisión de elegir entre votar a una belicista nuclear demostrada o a un prisionero de Wall Street. Intentaré mantenerme calentito, asar castañas y evitar pensar en el hongo atómico amenazante de la Sra. Presidenta.
[1] Forma coloquial de denominar al Departamento de Estado (el equivalente al ministerio de asuntos exteriores de EE.UU., que dirige el secretario de Estado) , cuyas oficinas se encuentra en el barrio residencial de Washington de dicho nombre, cercano a la Casa Blanca.
2 La Opción de Sansón es un término empleado para describir la estrategia
israelí de disuasión consistente en represalias masivas con
armas nucleares contra las naciones cuyos ataques militares amenazan su existencia, y posiblemente contra otros objetivos