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I
Si Nicaragua se ha esforzado en promover el diálogo y el respeto con Estados Unidos y nunca ha significado una potencial amenaza a su seguridad nacional, entonces, ¿por qué ahora la hiperderecha químicamente pura –Ileana Ros-Lehtinen,
Ted Cruz y Cia.– quiere desempolvar los tormentosos atropellos contra nuestra soberanía nacional?
Tal vez, al recordar algunos antecedentes nada gratos del
Nica Act, se pueda contestar la interrogante: las hostilidades arrancan muy temprano en la formación de nuestro Estado, pero no por culpa de los pinoleros, ni porque haya un gen maligno de “antiamericanismo” que perversos “comunistas” inocularon en las venas nacionales del ser nicaragüense.
¿Quién puede acusar a la nación centroamericana de haber armado y financiado filibusteros nicas en 1855 para apoderarse de California o de Texas?
En los documentales del History Channel no hay un solo registro de que un canciller de Nicaragua fulminara al gobierno de Howard H. Taft con una ignominiosa Nota como la que su Secretario de Estado, Philander C. Knox, firmó para expulsar de la Presidencia al general
José Santos Zelaya.
Ni siquiera en el año 2000, el Frente Sandinista cuestionó las turbias elecciones de los Estados Unidos.
Tampoco, hasta ahora, ha demandado formar parte de “observadores” para que no se repitan fraudes como en noviembre de ese año.
En aquella ocasión, un candidato de lujo, el ecologista comprometido
Al Gore, ganó la Presidencia de los Estados Unidos por el voto del pueblo, no obstante, la Corte Suprema decidió lo contrario. El soberano le dio 51, 0003,996 votos, (48.38%).
El diario El Venezolano, de Florida, señala que Bush “llegó a la presidencia no por el voto popular sino por la decisión de la Corte Suprema, en una votación 5 a 4, decidida casi enteramente por las líneas partidistas, más que por razones jurídicas de peso.
Fue aquí, en el estado de la Florida, donde se produjeron los hechos que obligaron a un recuento y un resultado que todavía es una mácula para la historia electoral norteamericana”.
El sistema electoral de la Unión se decide por los votos estatales.
Esa fue la forma de los estadounidenses de concebir la Democracia.
A Florida le correspondía entonces 25 votos del colegio electoral.
Demás está decir que el Gobernador del Estado era, “casualmente”, su hermano
Jeb Bush.
II
Nicaragua, como pocas naciones en el planeta, ha sufrido desde el siglo XIX las distintas políticas de Washington que nacieron de la matriz de la
Doctrina Monroe: las Cañoneras, el Corolario Roosevelt, la Diplomacia del Dólar, la política del Buen Vecino…
La metrópolis también construyó y armó la dictadura de los
Somoza. Siete presidentes en fila, desde Franklin D. Roosevelt hasta Richard M. Nixon – Gerald Ford, a excepción de Jimmy Carter, la ayudaron a mantenerse a sangre y fuego.
Los fundamentalistas conservadores del Capitolio como Ros-Lehtinen y Ted Cruz ahora fabrican cualquier pretexto para avasallar a un país que jamás le ha hecho ningún mal.
Recordemos que cuando la Falange de William Walker invadió la patria, no existía lo que ahora se conoce como el Comunismo.
Las repetidas intervenciones militares no se dieron porque nuestro país se moviera al vaivén de las ideologías o formas de gobiernos rechazadas por Estados Unidos.
El dato histórico es que fueron las grandes corporaciones, las invasivas firmas de banqueros, los intereses económicos que contaminaron con su corrupta sombra la política exterior de los Estados Unidos, los que despertaron la ambición de los líderes de la Unión para apoderarse de nuestro pequeño país.
Adolfo Díaz era empleado de una compañía minera norteamericana cuando fue ascendido a Presidente títere para salvaguardar el negocio aurífero.
Un ejemplo que retrata la manera de concebir el derecho internacional es la del propio Philander Chase Knox, abogado y accionista de la empresa Rosario and Light Mines.
Como el presidente Zelaya no “respetó” al consorcio porque le demandó el pago de los impuestos que nunca tributó al país, entonces como Secretario de Estado urdió cualquier excusa con el beneplácito de Taft, para derrocar al general nacionalista.
III
La epopeya sandinista no se produjo por una aversión visceral al sistema estadounidense, a su gente y su cultura, sino por la intromisión en los asuntos internos de Nicaragua.
A los ideólogos del injerencismo no les importó que el pueblo nicaragüense decidiera su destino, ni les valió difamar al patriota que lideraba la lucha: a Sandino lo declararon “bandido”, “asesino”, “hombre fuera de la ley”…
Sin embargo, en el mismo Capitolio siempre se han alzado voces de verdaderos representantes del pueblo norteamericano. Burton K. Wheeler (1882-1975), senador del Partido Demócrata desde 1923 hasta 1947, dijo el 4 de enero de 1928, que si “los marinos desean combatir bandidos que lo hagan en Chicago”.
Otro honorable miembro del Senado, William E. Borah, presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores, en su artículo “El fetiche de la fuerza”, en 1925, establecía la necesidad de que por todo el hemisferio se extendiese una atmósfera de ‘denominación de buena fe y de fuerza moral’, de acuerdo con el espíritu de la Constitución estadounidense, porque ello sería –sostenía Borah– la contribución más grande de parte de la Unión a la paz mundial…” (Sandino, General de Hombres Libres, Gregorio Selser, p.115).
Al hacer una valoración de lo actuado por Estados Unidos en Centroamérica, en el primer cuarto del siglo XX, lo describió como “Un capítulo muy triste”.
“No hemos tenido paciencia; hemos sido injustos en todo momento, y, considerada en conjunto, nuestra acción no ha sido satisfactoria para nadie.
Con frecuencia hemos apelado a la fuerza, sin causa justificadas. Aun en los casos en que existían tratados estableciendo el arbitraje, hemos pasado por encima de ellos. Conscientes de nuestro gran poder, lo hemos empleado injustamente.
La invasión de Nicaragua no era necesaria, y por lo tanto, fue inmoral. Constituyó una violación de los principios sanos del derecho internacional y de la tolerancia” (p.116)
Borah exigió el 2 de enero de 1931 “la inmediata salida de los marines de Nicaragua”.
Estados Unidos no debería hoy abrir otro Capítulo Triste en las relaciones con Nicaragua.
Los dirigentes sensatos de la gran nación deberían preguntarse por qué el pueblo no le daba ni el 4% de apoyo a la ínfima minoría de
Eduardo Montealegre, esa misma coalición de siglas desérticas que a don
Fabio Gadea le “dan ganas de llorar”, porque la “ve dividida” y “se repelen el uno al otro”..
Los congresistas también deben tener en cuenta la Historia, no reciclar los errores y horrores del pasado y, además, escuchar a esas multitudes que en las plazas y a través de las encuestas nacionales e internacionales han ofrecido su respaldo colectivo al Gobierno de Reconciliación y Unidad Nacional.
El pueblo es la fuente que legitima las verdaderas democracias.