En el cielo aparece un misterioso símbolo que se va modificando ante millones de personas, tal vez como una señal del fin del mundo. Una expedición científica llega en barco a la Antártida, y una periodista de la CNN baja a tierra para grabar parte de su reportaje. Entonces aparece una enorme esfera luminosa en el cielo, que envuelve el barco en un resplandor blanco y se desvanece tan misteriosamente como ha aparecido. A lo largo y ancho del planeta se produce una gran controversia al respecto: ¿Es una señal de Dios? ¿O se trata, por el contrario, de algo siniestro? Esto podría ser la breve sinopsis de la novela de Raymond Khoury, La Señal. En esta novela, ante la pregunta que en un momento determinado se le hace a su creador sobre cómo se ha producido dicha señal, podemos leer lo siguiente: “Se trataba de «polvo inteligente», unos minúsculos dispositivos electrónicos diseñados para registrar y transmitir información acerca de lo que los rodeaba mientras flotaban literalmente en el aire. El concepto en sí fue imaginado por primera vez a finales de los años noventa por varios ingenieros eléctricos y licenciados informáticos que trabajaban en el campus de la Universidad de Berkeley, California, y que también fueron quienes acuñaron el término. La idea era simple: unas diminutas motas de silicio, equipadas con complejos sensores incorporados, procesadores informáticos y comunicadores inalámbricos, lo bastante pequeñas para ser prácticamente invisibles y lo bastante ligeras para permanecer suspendidas en el aire durante varias horas seguidas, recogiendo y transmitiendo datos en tiempo real y sin ser detectadas. El estamento militar se interesó de inmediato. La idea de poder esparcir unos sensores del tamaño de una mota de polvo sobre un campo de batalla para captar y vigilar los movimientos de las tropas resultaba sumamente atractiva. Y también la posibilidad de dispersarlos por las redes del metro con el fin de detectar amenazas químicas o biológicas, o sobre una multitud de manifestantes para poder seguir sus desplazamientos a distancia. La DARPA había participado en la financiación inicial, ya que, aunque el concepto también contaba con un abanico de posibles usos en el ámbito civil y el de la medicina, sus posibilidades para labores de vigilancia si bien eran más viles, resultaban más seductoras todavía. Pero la financiación no siempre conduce al éxito. El concepto era sólido. Los avances en nanotecnología estaban acercando cada vez más el sueño a la realidad. En teoría, era posible fabricar las motas; en la práctica, aún no existían. Por lo menos abiertamente. El problema no estribaba en fabricar sensores que fueran lo bastante pequeños, sino en construir los procesadores que analizaran los datos, los transmisores que se comunicaran con la base y la fuente de alimentación que hiciera funcionar algo tan minúsculo“.
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