«Hace mucho, mucho tiempo…». Así comienza siempre una narración prometedora, un cuento al que nos entregamos incondicionalmente, sobre todo si confiamos en las habilidades de quien pone voz, ilustra o firma tan sugerentes palabras. Este cuento, el que les quiero contar, comenzaría realmente así: «Hace mucho, mucho tiempo, el ser humano no sabía leer, ni escribir, ni contar…».
Imagen del hueso de Ishango expuesto en el Real Instituto Belga de Ciencias Naturales- Wikimedia Commons / Ben2, CC BY-SA
Si hemos cerrado los ojos y queremos transportar nuestra mente a ese instante, hemos de viajar rápido y retroceder, al menos, unos 22.000 años. Al abrirlos y mirar a nuestro alrededor, es posible que podamos ver el célebre Hueso de Ishango, una de las más antiguas muestras conocidas, hasta el momento, de conocimiento matemático humano, plasmado este en agrupaciones de muescas, en absoluto aleatorias, realizadas sobre un humilde peroné de babuino.
Desde entonces, el mundo y la humanidad, mano a mano, se han transformado de una forma sorprendente, si bien recientemente parece que nuestro entorno ha comenzado a caminar más rápido que nosotros y nos cuesta seguir su ritmo. Y ya se sabe, cuando la cabeza va más rápido que los pies, uno corre el riesgo de tropezar y hacerse daño.
Las matemáticas, claves en el proceso evolutivo
Estos cambios, en su mayoría evolutivos, han ido acompañados y han sido apoyados por el desarrollo científico y tecnológico y, dentro de este marco, desde sus inicios, por las aportaciones de las matemáticas, término que proviene del griego antiguo y que, etimológicamente, significa «lo que se puede comprender», algo que no deja de resultar paradójico si echamos un vistazo, no solo a las elevadas tasas de fracaso académico en matemáticas de sociedades como la nuestra (o los preocupantes resultados de nuestro país en informes de evaluación internacional como TIMSS o PISA), sino también a las más que notables muestras de rechazo hacia este aprendizaje, la ansiedad matemática que atenaza a tantas y tantas personas o la baja autoestima que el ciudadano corriente suele reconocer al ser preguntado por su competencia matemática, entre otras cuestiones de carácter afectivo.
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